Esta mañanita, a las seis, mientras asistía esta inauguración del Congreso de las Religiones Mundiales e Internacionales, pensaba que la centralidad dada al papa era excesiva. Pero que él era muy hábil en partir de un poeta kazaco, en utilizar muy poco el nombre de Dios y menos el de Jesús. En cambio fue muy claro en que la guerra no podía ser sacralizada. En otros sitios se encontrarán informaciones y resúmenes del evento o “repaso”. Pero yo prefiero presentar en ATRIO todo el discurso, no solo titulares, para que comuniquéis vuestra opinión o sensaciones. A mí me ha recordado lo que decía Vattimo en un Congreso de izquierdas globales en Buenos Aires en 2015: ¿acaso no será este papa argentino el mejor líder mundial al que deberíamos apoyar? Pero analizad con análisis crítico, pero abierto. AD.
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Palacio de la Independencia (Nursultán)
Miércoles, 14 de septiembre de 2022
Permítanme que me dirija a ustedes con estas palabras directas y familiares: hermanos y hermanas. De esta manera deseo saludarlos, Líderes religiosos y Autoridades, miembros del Cuerpo diplomático y de las Organizaciones internacionales, Representantes de instituciones académicas y culturales, de la sociedad civil y de diversas organizaciones no gubernamentales, en nombre de esa fraternidad que nos une a todos, como hijos e hijas del mismo cielo.
Ante el misterio del infinito que nos sobrepasa y nos atrae, las religiones nos recuerdan que somos criaturas; no somos omnipotentes, sino mujeres y hombres en camino hacia la misma meta celestial. La condición de criaturas que compartimos instaura así una comunión, una auténtica fraternidad. Nos recuerda que el sentido de la vida no puede reducirse a nuestros intereses personales, sino que se inscribe en la hermandad que nos caracteriza. Sólo crecemos con los demás y gracias a los demás. Queridos Líderes y Representantes de las religiones mundiales y tradicionales, nos encontramos en una tierra transitada a lo largo de los siglos por grandes caravanas. En estos lugares, también por medio de la antigua ruta de la seda, se han entretejido muchas historias, ideas, creencias y esperanzas. Que Kazajistán pueda ser una vez más tierra de encuentro entre quienes están distanciados. Que pueda abrir una nueva ruta de encuentro, basada en las relaciones humanas: el respeto, la honestidad del diálogo, el valor imprescindible de cada uno, la colaboración; un camino para recorrer juntos hacia la paz.
Ayer tomé prestada la imagen del dombra; quisiera hoy asociar al instrumento musical una voz, la del poeta más célebre del país, padre de su literatura moderna, el educador y compositor que a menudo se representa precisamente junto al dombra. Abai (1845-1904), como se lo conoce popularmente, nos ha dejado escritos impregnados de religiosidad, en los que se refleja lo mejor del espíritu de este pueblo, una sapiencia armoniosa, que desea la paz y la busca interrogándose con humildad, anhelando una sabiduría digna del hombre, nunca encerrada en visiones limitadas y estrechas, sino dispuesta a dejarse inspirar por múltiples experiencias. Abai nos provoca con una pregunta imperecedera: «¿Cuál es la belleza de la vida, si no se va en profundidad?» (Poesía, 1898). Otro poeta se preguntaba el sentido de la existencia, poniendo en labios de un pastor de estas inconmensurables tierras de Asia una pregunta igualmente esencial: «¿Adónde tiende este vagar mío, tan breve?» (G. Leopardi, Canto nocturno de un pastor errante de Asia). Interrogantes como este son los que suscitan la necesidad de la religión, y nos recuerdan que nosotros seres humanos no existimos para satisfacer intereses terrenos y para establecer relaciones de naturaleza meramente económica, sino para caminar juntos, como peregrinos con la mirada dirigida al cielo. Necesitamos encontrar un sentido a las preguntas últimas, cultivar la espiritualidad; necesitamos, decía Abai, mantener «despierta el alma y clara la mente» (Palabra 6).
Hermanos y hermanas, el mundo espera de nosotros el ejemplo de almas despiertas y de mentes claras, espera una religiosidad auténtica. Ha llegado la hora de despertarse de ese fundamentalismo que contamina y corroe todo credo, la hora de hacer que el corazón se vuelva transparente y compasivo. Pero también es la hora de dejar sólo a los libros de historia los discursos que, por demasiado tiempo, aquí y en otros sitios, han inculcado sospechas y desprecio respecto a la religión, como si fuera un factor de desestabilización de la sociedad moderna. En este lugar es bien conocida la herencia del ateísmo de Estado, impuesto por decenios, esa mentalidad opresora y sofocante por la cual el simple uso de la palabra “religión” era incómodo. En realidad, las religiones no son un problema, sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa. La búsqueda de la trascendencia y el valor sagrado de la fraternidad pueden, en efecto, inspirar e iluminar las decisiones a tomar en el contexto de las crisis geopolíticas, sociales, económicas y ecológicas —pero, en la raíz, espirituales— que atraviesan muchas instituciones en la actualidad, también las democracias, poniendo en peligro la seguridad y la concordia entre los pueblos. Por tanto, necesitamos la religión para responder a la sed de paz del mundo y a la sed de infinito que habita en el corazón de todo hombre.
Por eso, una condición esencial para un desarrollo verdaderamente humano e integral es la libertad religiosa. Hermanos, hermanas, somos criaturas libres. Nuestro Creador se ha “hecho a un lado por nosotros”, ha “limitado” su libertad absoluta —por así decirlo— para hacer también de nosotros unas criaturas libres. ¿Cómo podemos entonces obligar a algunos hermanos en su nombre? «Mientras creemos y adoramos —enseñaba Abai—, no debemos decir que podemos obligar a los demás a creer y adorar» (Palabra 45). La libertad religiosa es un derecho fundamental, primario e inalienable, que es necesario promover en todas partes y que no puede limitarse únicamente a la libertad de culto. De hecho, es un derecho de toda persona dar testimonio público de la propia fe; proponerla sin imponerla nunca. Es la buena práctica del anuncio, diferente del proselitismo y del adoctrinamiento, de los que todos están llamados a mantener distancia. Relegar a la esfera de lo privado el credo más importante de la vida privaría a la sociedad de una riqueza inmensa; favorecer, por el contrario, ambientes donde se respire una respetuosa convivencia de las diversidades religiosas, étnicas y culturales es el mejor modo para valorar las características específicas de cada uno, de unir a los seres humanos sin uniformarlos, de promover sus aspiraciones más altas sin cortar su impulso.
Por tanto, he aquí el valor actual, junto al valor inmortal de la religión, que Kazajistán promueve admirablemente, acogiendo desde hace una veintena de años este Congreso de relevancia mundial. La presente edición nos lleva a reflexionar sobre nuestro rol en el desarrollo espiritual y social de la humanidad durante el período pospandémico.
La pandemia, entre vulnerabilidad y cuidados, representa el primero de cuatro desafíos globales que quisiera indicar y que llaman a todos —aunque de manera especial a las religiones— a una mayor unidad de propósitos. El Covid-19 nos ha puesto a todos en igualdad de condiciones. Nos ha hecho entender que, como decía Abai, «no somos demiurgos, sino mortales» (ibíd.). Todos nos hemos sentido frágiles, todos necesitados de asistencia; ninguno plenamente autónomo, ninguno completamente autosuficiente. Pero ahora no podemos dilapidar la necesidad de solidaridad que hemos percibido siguiendo adelante como si no hubiera ocurrido nada, sin dejarnos interpelar por la exigencia de afrontar juntos las urgencias que conciernen a todos. Las religiones no deben ser indiferentes a esto; están llamadas a ir al frente, a ser promotoras de unidad ante las pruebas que amenazan con dividir aún más la familia humana.
Específicamente, nos corresponde a nosotros, que creemos en la Divinidad, ayudar a los hermanos y las hermanas de nuestra época a no olvidar la vulnerabilidad que nos caracteriza, a no caer en falsas presunciones de omnipotencia suscitadas por los progresos técnicos y económicos, que en sí mismos no bastan; a no dejarse enredar por los lazos del beneficio y la ganancia, como si fueran los remedios a todos los males; a no secundar un desarrollo insostenible que no respete los límites impuestos por la creación; a no dejarse anestesiar por el consumismo que aturde, porque los bienes son para el hombre y no el hombre para los bienes. Es decir que nuestra común vulnerabilidad, que se manifestó durante la pandemia, debería estimularnos a no seguir adelante como antes, sino con mayor humildad y amplitud de miras.
Los creyentes en la pospandemia, además de sensibilizarse sobre nuestra fragilidad y responsabilidad, están llamados al cuidado; a hacerse cargo de la humanidad en todas sus dimensiones, volviéndose artesanos de comunión —repito la palabra, artesanos de comunión—, testigos de una colaboración que supere los cercos de las propias pertenencias comunitarias, étnicas, nacionales y religiosas. Pero, ¿cómo emprender una misión tan ardua? ¿Por dónde comenzar? Por escuchar a los más débiles, por dar voz a los más frágiles, por hacerse eco de una solidaridad global que, en primer lugar, se refiera a ellos, a los pobres, a los necesitados que más han sufrido la pandemia, la cual ha hecho emerger prepotentemente la iniquidad de las desigualdades en el planeta. ¡Cuántos, todavía hoy, no tienen fácil acceso a las vacunas! ¡Cuántos! Estamos de su parte, no de la parte del que tiene más y da menos; seamos conciencias proféticas y valientes, hagámonos prójimos a todos, pero especialmente a los tantos olvidados de hoy, a los marginados, a los sectores más débiles y pobres de la sociedad, a aquellos que sufren a escondidas y en silencio, lejos de los reflectores. Lo que les propongo no es sólo un camino para ser más sensibles y solidarios, sino un itinerario de sanación para nuestra sociedad. Sí, porque es precisamente la indigencia la que permite que se propaguen las epidemias y otros grandes males que prosperan en el ámbito de las necesidades y las desigualdades. El mayor factor de riesgo de nuestro tiempo sigue siendo la pobreza. A este respecto, Abai se preguntaba sabiamente: «Los que tienen hambre, ¿pueden conservar una mente clara […] y mostrar diligencia en el aprendizaje? Pobreza y litigios […] generan […] violencia y avidez» (Palabra 25). Mientras sigan haciendo estragos la desigualdad y las injusticias, no cesarán virus peores que el Covid: los del odio, la violencia y el terrorismo.
Y esto nos lleva al segundo desafío global que interpela de modo particular a los creyentes: el desafío de la paz. En las últimas décadas, el diálogo entre los responsables de las religiones se ha centrado sobre todo en esta temática. Sin embargo, vemos que nuestros días están aún marcados por el flagelo de la guerra, por un clima de discusiones exasperadas, por la incapacidad de dar un paso atrás y tender la mano al otro. Se necesita un sacudón y se necesita, hermanos y hermanas, que venga de nosotros. Si el Creador, a quien dedicamos la existencia, ha dado origen a la vida humana, ¿cómo podemos nosotros, que nos profesamos creyentes, consentir que ésta sea destruida? Y, ¿cómo podemos pensar que los hombres de nuestro tiempo —muchos de los cuales viven como si Dios no existiera— estén motivados a comprometerse en un diálogo respetuoso y responsable, si las grandes religiones, que constituyen el alma de tantas culturas y tradiciones, no se comprometen activamente por la paz?
Recordando los horrores y los errores del pasado, unamos los esfuerzos, para que nunca más el Omnipotente se vuelva rehén de la voluntad de poder humano. Abai recuerda que “aquel que permite el mal y no se opone al mal no puede ser considerado un verdadero creyente sino, en el mejor de los casos, un creyente tibio” (cf. Palabra 38). Hermanos, hermanas, es necesaria, para todos y para cada uno, una purificación del mal. El gran poeta kazajo insistía en este aspecto, escribiendo que quien «abandona el aprendizaje se priva de una bendición» y «quien no es severo consigo mismo y no es capaz de compasión no puede ser considerado creyente» (Palabra 12). Por tanto, hermanos y hermanas, purifiquémonos de la presunción de sentirnos justos y de no tener nada que aprender de los demás; liberémonos de esas concepciones reductivas y ruinosas que ofenden el nombre de Dios por medio de la rigidez, los extremismos y los fundamentalismos, y lo profanan mediante el odio, el fanatismo y el terrorismo, desfigurando también la imagen del hombre. Sí, porque «la fuente de la humanidad —recuerda Abai— es amor y justicia, […] estas son las coronas de la creación divina» (Palabra 45). No justifiquemos nunca la violencia. No permitamos que lo sagrado sea instrumentalizado por lo que es profano. ¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad!
Dios es paz y conduce siempre a la paz, nunca a la guerra. Comprometámonos, por tanto, aún más, a promover y reforzar la necesidad de que los conflictos se resuelvan no con las ineficaces razones de la fuerza, con las armas y las amenazas, sino con los únicos medios bendecidos por el cielo y dignos del hombre: el encuentro, el diálogo, las tratativas pacientes, que se llevan adelante pensando especialmente en los niños y en las jóvenes generaciones. Estos encarnan la esperanza de que la paz no sea el frágil resultado de negociaciones escabrosas, sino el fruto de un compromiso educativo constante, que promueva sus sueños de desarrollo y de futuro. Abai, en ese sentido, animaba a ampliar el saber, a cruzar el confín de la propia cultura, a abrazar el conocimiento, la historia y la literatura de los demás. Les ruego que invirtamos en esto, no en los armamentos, sino en la instrucción.
Después de los desafíos de la pandemia y de la paz, recabamos un tercer desafío, el de la acogida fraterna. Hoy es grande la dificultad de aceptar al ser humano. Cada día bebés por nacer y niños, migrantes y ancianos son descartados. Hay una cultura del descarte. Numerosos hermanos y hermanas mueren sacrificados en el altar del lucro, envueltos en el incienso sacrílego de la indiferencia. Y, sin embargo, todo ser humano es sagrado. «Homo sacra res homini», decían los antiguos (Séneca, Epistulae morales ad Lucilium, 95,33). Es sobre todo tarea nuestra, de las religiones, recordarlo al mundo. Nunca como ahora presenciamos grandes movimientos de poblaciones, causados por las guerras, la pobreza, los cambios climáticos, en la búsqueda de un bienestar que el mundo globalizado permite conocer, pero al que a menudo es difícil acceder. Un gran éxodo está en curso, desde las regiones más necesitadas se busca alcanzar aquellas con mayor bienestar. Lo vemos todos los días, en las diversas migraciones en el mundo. No es un dato de crónica, es un hecho histórico que requiere soluciones compartidas y amplitud de miras. Ciertamente, defender las propias seguridades adquiridas y cerrar las puertas por miedo viene de manera instintiva; es más fácil sospechar del extranjero, acusarlo y condenarlo antes que conocerlo y entenderlo. Pero es nuestro deber recordar que el Creador, que vela los pasos de toda criatura, nos exhorta a tener una mirada semejante a la suya, una mirada que reconozca el rostro del hermano. Al hermano migrante es necesario recibirlo, acompañarlo, promoverlo e integrarlo.
La lengua kazaja invita a tener esta mirada acogedora; en ella “amar” significa literalmente “tener una mirada buena sobre alguien”. Pero también la cultura tradicional de estas regiones afirma la misma cosa por medio de un hermoso proverbio popular: «Si encuentras a alguien, intenta hacerlo feliz, quizá sea la última vez que lo veas». Si el culto de la hospitalidad esteparia recuerda el valor irrenunciable de todo ser humano, Abai lo establece diciendo que «el hombre debe ser amigo del hombre» y que dicha amistad se funda en un intercambio universal, porque las realidades importantes de la vida y después de la vida son comunes. Y, por tanto, sentencia, «todas las personas son huéspedes unas de otras» y «el mismo hombre es un huésped en esta vida» (Palabra 34). Redescubramos el arte de la hospitalidad, de la acogida, de la compasión. Y aprendamos también a avergonzarnos; sí, a experimentar esa sana vergüenza que nace de la piedad por el hombre que sufre, de la conmoción y del asombro por su condición, por su destino, del cual nos sentimos partícipes. El camino de la compasión es el que nos hace más humanos y más creyentes. Depende de nosotros, además de afirmar la dignidad inviolable de todo hombre, enseñar a llorar por los demás, porque sólo seremos verdaderamente humanos si percibimos como nuestras las fatigas de la humanidad.
Nos interpela un último desafío global: el cuidado de la casa común. Frente a los cambios climáticos es necesario protegerla, para que no sea sometida a las lógicas de las ganancias, sino preservada para las generaciones futuras, para alabanza del Creador. Escribía Abai: «¡Qué mundo maravilloso nos ha dado el Creador! Él nos dio su luz con magnanimidad y generosidad. Cuando la madre tierra nos albergó en su seno, nuestro Padre celestial se inclinó sobre nosotros con solicitud» (de la poesía “Primavera”). El Altísimo ha dispuesto con cuidado amoroso una casa común para la vida. Y nosotros, que nos profesamos suyos, ¿cómo podemos permitir que se contamine, se maltrate y se destruya? También en este desafío unamos esfuerzos. No es el último por importancia, sino que se une al primero, al de la pandemia. Virus como el Covid-19, que, aun siendo microscópicos, son capaces de erosionar las grandes ambiciones del progreso, a menudo están vinculados a un equilibrio deteriorado —en gran parte por nuestra causa— con la naturaleza que nos rodea. Pensemos por ejemplo en la deforestación, en el comercio ilegal de animales vivos, en los criaderos intensivos. Es la mentalidad de la explotación que devasta la casa que habitamos. No sólo eso; lleva a eclipsar esa visión respetuosa y religiosa del mundo querida por el Creador. Por eso es imprescindible favorecer y promover el cuidado de la vida en todas sus formas.
Queridos hermanos y hermanas, sigamos adelante juntos, para que el camino de las religiones sea cada vez más amistoso. Abai decía que «un falso amigo es como una sombra, cuando el sol resplandece sobre ti, no te liberarás de él, pero cuando las nubes se condensan sobre ti, no se verá por ninguna parte» (Palabra 37). Que no nos suceda esto, que el Altísimo nos libre de las sombras de la sospecha y de la falsedad, que nos conceda cultivar amistades luminosas y fraternas, por medio del diálogo asiduo y la franca sinceridad de las intenciones. Y quisiera agradecer aquí por el esfuerzo que hace Kazajistán en relación a este tema: siempre tratando de unir, siempre intentando que se propicie el diálogo, siempre procurando que se entablen lazos de amistad. Este es un ejemplo que nos da Kazajistán a todos nosotros y debemos seguirlo, secundarlo. No busquemos falsos sincretismos conciliadores —no sirven—, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas a la valentía de la alteridad, al encuentro fraterno. Sólo así, por este camino, en los tiempos oscuros que vivimos, podremos irradiar la luz de nuestro Creador. ¡Gracias a todos!
Solo compartir la simpatía -y empatía- de Vattimo por el papa Francisco. Con todos los reparos que se le quieran o puedan poner (Francisco es un hombre, que reconoce sus límites: yo también me equivoco, dijo un día), me parece que quiere una Iglesia más evangélica, más fraterna, con afán de servicio -no de poder-, más sencilla y sobre todo mucho más al servicio del necesitado, no del poder. Este afán de Francisco equivale a una revolución silenciosa (y prudente, no sea que se rompa más…) Hablo así, porque el poder y la vieja tradición -social y religiosa-, introducidos en sus entrañas desde el inicio, fueron contaminando-marginando el espíritu evangélico, y el espíritu de muchos creyentes, de modo que bastantes de ellos hoy son incapaces de ver-reconocer esas desviaciones… En muchos casos, tan apegados están a las tradiciones y doctrinas (forzadas en muchos casos), que si se cuestionan algunas tradiciones (también de poder, entre otras) se desmorona -parece- el tinglado de su fe, de una fe inmadura o de una fe no adulta, como recuerda Gonzalo. Por eso los adversarios que le acosan y acusan… Éstos se olvidan de que Jesús no fue complaciente con bastantes tradiciones, cuando éstas devalúan o someten al hombre o desantifican el nombre de Dios…
Volviendo a G. Vattimo, añado que él me ayudó a entender algo mejor a Heidegger. La esencia del ser no es el ser abstracto de la filosofía tradicional, sino la persona humana… Esta visión, a mi juicio, enlaza bien con el evangelio… En una escala de valores lo primero es, debe ser, el ser humano, que es en sí mismo un valor absoluto. Mientras no comprendamos esto, andaremos en tinieblas (aunque creamos ver), alterando valores, con abusos, mitos o verdades ficticias, -a veces mal intencionadas-, fronteras, guerras, masacres… Sin el hombre-mujer-niños como valores supremos, todo se puede justificar…, incluso la barbarie. (Bueno, algunos cuestionan, y con razón, ese “todo”) Lo cual define el nivel humano de nuestra sociedad, de las estructuras que nuestra sociedad se ha dado.
El Papa lee muy bien un discurso que a saber si lo ha escrito el o se lo han “tuneado”. ¿Y que mas?
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?”Este que escribe sabe que ha de ir con mucho tiento, por aquello de:
“Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá.”
Pero creo que cualquiera tiene derecho a opinar sobre un poder factico que directa o indirectamente todavía… nos afecta a todos y que esta representado por el Papa Francisco y a opinar sobre un discurso propio o que hemos de tomar como propio.
El Papa tiene el oficio de representar al menos que es bueno y el de “propagar la fe”. Ocurre que ya no bastan las palabras, por muy evangélicas que sean. El pueblo ha perdido la inocencia de creer en el canto de los curas y de ahí a la debacle hay un paso… El cristianismo romano ha vivido de “emitir inflacionariamente” muchas muchas palabras. Pero falla como una escopeta de caña a la hora de hacerlas buenas. Porque no es solo eso. Es que la peste que sale del Vaticano como si un pus virulento lo carcomiera, ya no lo pueden hipócritamente ocultar.
Respecto al Papa como simple mortal, no le juzgo para no ser juzgado, simplemente informo para quien le interese saber del pie que cojea “el máximo representante de Dios en la Tierra.”
El valiente periodista de investigación argentino Nicolas Morás libertario el, se ha convertido en el biógrafo de su compatriota, y lo que cuenta este Morás no creo para nada que a Francisco le guste se airee en los medios. Simplemente escribiendo en You Tube “Los Liberales” aparece el portal con muchos videos a cual mejor, y de entre todos, algunos dedicados a Bergoglio.
No pongo ningún enlace aquí porque me parece una impudicia por mi parte poner algo tan fuerte en un lugar donde en general se tiene en tan alta estima, a un peronista… o mejor a un camaleón ideológico… Esa el la conclusión personal y legitima que saco de cuanto dice Morás.
Primer encuentro de Cristina Kirchner después del atentado contr su vida
Reunión con Curas villeros, Curas en Opción por los pobres y hermanas, religiosas y laicas.
https://www.c5n.com/politica/victor-hugo-morales-destaco-el-mensaje-cristina-kirchner-celebrar-la-vida-n26346
Las palabras de la vicepresidenta después del intento de magnicidio
El discurso completo de Cristina Kirchner frente a representantes religiosos
Desde su despacho en el Senado, CFK recibió a curas, monjas y laicas como primera actividad desde el ataque del 1 de septiembre porque “tenía que agradecerle a Dios y a la Virgen”. La titular de la Cámara Alta, además, reflexionó acerca de la democracia y otros atentados a presidentes argentinos.
https://www.pagina12.com.ar/482381-el-discurso-completo-de-cristina-kirchner-frente-a-represent
Hola!
Asunto: La grave falla del ‘Ecumenismo’
1- Si bien el Título “Ecumenismo” nos orienta y ubica en el ámbito de la comprensión mutua entre los ‘familiares’ de la ‘Casa común’,
2- queda mortalmente debilitado y expuesto a la ambigüedad
3- si no se profundizan y alcanzan las razones que dan sentido a cada fe religiosa;
4- sin las cuales ‘razones y motivos’ todo ‘diálogo’ nace muerto;
5- caprichosamente declamado desde un posicionamiento temeroso
6- ante el ‘espanto’ de aparecer divididos.
7- ETC, etc.
……………………………..
Contesto con estos apuntes al interés que me pidió A.D.:
“Lo que interesaría saber es por qué estas palabras de Don José, hacen que lo que hoy pueda decir Francisco no añadan nada que pueda ser comentable”.
No solo no añaden, sino que quedan en la insulsa nadería del ‘déjà vu’ o ‘más de lo mismo’ o –como suelo decir- ‘gatopadismo’;
Mientras que el texto aportado les está advirtiendo a los ‘managers’ tienen por delante un futuro ‘problemático y vacío’ que llenar, y no una consolidada y ‘por supuesta’ “Casa común” (Ecumenismo)
Y, lo más grave de todo esto está
– no en que no aciertan en la solución del problema sobre su fe en “DIOS”,
– sino que no aciertan siquiera en el Problema mismo:
– sobre qué están paradas sus religiones,
– y preguntarse cuál sea ese dios común y base de cada una de las creencias-
– ¿cómo van, entonces, a acertar en recurriendo a un Ecumenismo tranquilizante camuflado para dormir en paz?
Hola!
1- Antonio Duato:
“muy hábil en utilizar muy poco el nombre de Dios y menos el de Jesús”
2- Ana:
“no habló de Dios (sólo 4 veces utilizó este término),
– sino de la Divinidad, el Creador, Padre Celestial,
– ni mencionó a Jesús.
……………………………….
Observaciones nada baladíes.
¿A qué se deberá el poner la mira e importancia en ese Asunto?
El Asunto de DIOS y del pito que toca la RELIGIÓN en el mundo.
¿Cuánto hay de “dubitación” (“inseguridad”) al respecto?
Dubitantes preguntas de variadas ‘teologías’ que pueblan Atrio,
llegando a muy pocos consensos.
¿Qué tipo de ‘ceguera’ cubre a los ‘teólogos’ de n/tiempo?
¿Cómo ‘volver a ver’?
Aclaraciones. Hola Oscar, el hecho de que yo destaque el que haya utilizado tan pocas veces el término Dios, no es una acusación a Francisco de que lo haya hecho así, sino de que, como tú sabes bien y much@s lector@s, es porque al tratarse de un congreso de religiones mundiales, respetó el que a este concepto Dios, las distintas religiones le dan diferentes nombres como Alá o Yahvé.
Y el que me haya llamado la atención también que mencione constantemente a un poeta, por mi parte, me ha parecido bien porque en ocasiones la poesía, las metáforas, las alegorías u otros recursos literarios son más útiles para alejarse de los fundamentalismos que el mismo Francisco menciona con bastante rotundidad como causa de separaciones religiosas y, yo añadiría, de tantos errores teológicos.
Un abrazo
Hola!
Poeta como el citado fue el argentino (entrerriano) Juan Laurentino Ortiz (juanele)
En búsqueda de la armonía y la unidad lleva Ortiz empeñada toda su vida, y casi todos sus poemas son un diálogo entre voces que se responden e interrogan sin término, intentando siempre levantar todos los velos, y aprehender en su desnudez primera la vibración de cada cosa y su misterio
—El viento es un alma, hijo, desesperada…
—Desesperada, de qué?
—Desesperada de… aire sin fin… y de…
—¿De qué más?
—De fuga…
Me he leído con mucho interés y atención lo dicho por Francisco, y, creo, que por primera vez (suelo ser muy reacia a lo que dicen los Papas y otros jerarcas), digo que me he quedado gratamente impresionada por el enfoque de su discurso, así como que, haya puesto de fondo de su reflexión a un poeta, Abai.
Complementando lo que dije ayer sobre la ausencia de mujeres en la dirección de todas las religiones, hoy digo que me ha gustado que el Papa haya utilizado un lenguaje inclusivo al nombrar a las mujeres, (porque existimos) cuando estaba generalizando a quiénes se dirigía.
Creo que ha dado un paso muy importante al presentar las religiones como su razón de ser, de la práctica de derechos humanos universales y cotidianos en cualquier circunstancia y lugar del mundo, como el respeto, la libertad, la convivencia, el cuidado, la compasión, artesanos de comunión, la solidaridad con l@s pobres, l@s olvidad@s, la paz, las migraciones, la ecología…
Me llama la atención de que, si se trataba de un congreso internacional de las religiones, fuese sólo el representante de la religión católica el centro, como dice Antonio D., y el único que tomó la palabra. De acuerdo con Antonio en su introducción, no habló de Dios (sólo 4 veces utilizó este término), sino de la Divinidad, el Creador, Padre Celestial, ni mencionó el santo y seña del cristianismo, a Jesús, puesto que cada religión tiene sus orígenes diferenciados. Un auténtico ecumenismo.
Bravo por Francisco, ha evitado un sermón dominical.
Creo que el párrafo final es un buen resumen de todo el discurso “No busquemos falsos sincretismos conciliadores —no sirven—, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas a la valentía de la alteridad, al encuentro fraterno. Sólo así, por este camino, en los tiempos oscuros que vivimos, podremos irradiar la luz de nuestro Creador. ¡Gracias a todos!”. Verdaderamente es un acierto centrarse en la religión en general, y más aún el ponderar las palabras de un kazajo. Lo malo de las religiones es su fanática exclusividad, que ha llevado frecuentemente a dramáticas consecuencias; lo bueno es que despiertan, justifican y sostienen lo mejor de la conciencia humana. El discurso de Francisco es muy acertado, pero inevitablemente se mantiene en un idealismo, sin dar una solución práctica a las guerras, a la economía capitalista, y a nuestros egoísmos, que están en la raíz de todo conflicto. Lo mismo podríamos decir de Jesús, y el lento progreso de su mensaje durante veinte siglos.
Mañana leeré el texto, hoy sólo me he fijado en la foto y he concluido que todas las religiones son cosa de hombres a juzgar por el número de mujeres que aparecen en la foto. Ufff… la sociedad p`a lante, la iglesia ni se ha movido pasen los siglos que pasen.
Vattimo sobre Pancho.
Yo tampoco lo encuentro.
Pero, recorriendo a Vattimo, no me voy a dejar enredar
por sus enredos con Heidegger.
Ambos dos (más don Martín) dependen de Gadamer, al que leí provechosamente en 1966 en su texto original (alemán) estando en Munich, “Sobre la Interpretación (Auslegung).
Lo demás he ido verificando que es un enredo del que no se puede salir (el que entró), como le pasó al mismo Heidegger.
Así que si vos está metido con don Vattimo ¡Buen provecho! Comprendo que no podrás salir.
Pancho es mucho más que esos “grandes” europeos.
Pero tiene otro enredo: el de su “profesión religiosa” que lo tiene ato-enredado.
Un añito después -junio 1955- con 18 años de edad, viví lo que pasó en Argentina la masacre perpetrada por “la religión como factor de paz” (¿?) siempre confabulada con los opresores vampiros del Pueblo ¿o no?
“Pero me es inexcusable, antes de terminar, rozar siquiera el hecho que más grave presión ejerce hoy sobre las economías europeas —y no solo sobre las europeas—.
Vivimos, en efecto, desde hace años bajo la terrible amenaza de una inmensa guerra.
No es necesario hacer constar que mientras esa amenaza subsista, no cabe hablar de una auténtica restauración en las economías nacionales ni aun en el caso de que estas fuesen de algún modo unificadas en el gigantesco organismo de una economía europea.
Comprenderán ustedes que yo no voy a pretender pronosticar si esa guerra tendrá lugar o no.
El número de personas que la creen inevitable, o por lo menos suficientemente probable, es de sobra crecido para que los Estados se vean forzados a su preparación.
No voy a decir nada sobre esta posibilidad de una guerra por la sencilla razón de que desde un punto de vista general no hay nada que decir.
Me interesa más llamar la atención de ustedes sobre la posibilidad contraria.
Es ya sorprendente no solo la perduración de esa amenaza de guerra, sino que, mirando al porvenir, no entrevemos cuándo ni cómo esa amenaza va a cumplirse, de suerte que lo que en verdad vemos es solo una prolongación indefinida de la amenaza como tal.
Esto lleva a algunos, que no son pocos, a pensar que esa guerra inminente no acontecerá nunca, y ello no por azar o accidente, sino por la razón más sustantiva, a saber: porque la guerra se ha hecho imposible a sí misma.
Las nuevas armas son de tal potencia que con ellas la guerra deja de ser guerra y se convierte en total destrucción.
Repito que esto no es sino la otra posibilidad con que hay que contar.
Ahora bien, esta posibilidad —la muerte de la guerra— sería algo completamente nuevo en la historia humana.
Y cualesquiera sean los grados de su probabilidad, convendría que se fuese meditando sobre ella porque se trataría de una situación sin precedentes cuyas consecuencias, que yo sepa, no se han representado todavía los hombres.
Imaginemos por un momento que esa posibilidad se convirtiese un día de estos en una notoria realidad. El júbilo de las gentes sería enorme.
Por uno de sus lados, la guerra ha sido siempre una de las mayores pesadillas que han atormentado la existencia humana y he aquí que, súbitamente, esa forma terrible del destino se desvanecía.
La contienda permanente entre pacifistas y belicistas quedaría eliminada.
Muy bien; pero esa sería la ocasión excelente para reflexionar un poco sobre lo que la guerra ha sido en la existencia, humana.
Y entonces aparecería a nuestros ojos con plena claridad que la guerra no es una herencia de la vida animal —los animales no son guerreros— ni un instinto morboso que en nuestra especie hubiese surgido, sino que la guerra fue un invento humano.
De este invento, como de casi todos los inventos, se ha abusado empleándolo muchas veces con trágica frivolidad. Pero el abuso es siempre el parásito de algo que tenía sentido, aunque en este caso el sentido fuese terrible.
La guerra, contemplada en su conjunto, como el hecho enorme que ha torturado la historia humana, ha sido, en efecto, un recurso extremo, y porque ha habido siempre conflictos entre los pueblos, que no admitían una auténtica solución, tuvieron los humanos que inventar el instrumento inhumano de la contienda.
Mas he aquí que ahora se presenta la posibilidad de que ese instrumento se haya anulado a sí mismo, que la guerra sea imposible.
¿Cómo van a resolverse los conflictos que hasta ahora no tenían y que aun hoy no tienen solución?
Es evidente que la humanidad se encontraría, en esta hipótesis, urgentemente comprometida a movilizar los cerebros para inventar principios que sustituyan a la guerra, soluciones para lo que hasta ahora no tenía solución.
Por eso, señores, no bastaría, en el caso de esta posibilidad, con sentir júbilo.
Hay obligación de ver con perfecta claridad el tremendo problema que surge tras de la posible muerte de la guerra.
Y no se trata de un tema académico que despierte la fruición intelectual de temperamentos teóricos.
Porque en cierto modo y grado, es una realidad que está ya ahí.
Pues no hace falta decidir si la guerra es ya imposible.
Basta con advertir lo que parece incuestionable, a saber: que es ella tan difícil que prácticamente no se admite por ningún país la resolución de suscitarla.
Y esto trae consigo lo que yo más temo y a que por otros motivos antes aludí: a que se habitúen las naciones a no resolver los problemas, a que estos se perpetúen y a que la amenaza de guerra continúe indefinidamente gravitando sobre la vida colectiva.
No creo que haya cosa que pueda afectar e interesar más a los hombres que directamente conducen el proceso de la producción sino —lo repito— esa perpetuación de los problemas fundamentales, tanto económicos como políticos, que sufren actualmente nuestros pueblos europeos.
Trátase, por tanto, de un grandioso proyecto.
La paz —no esta o aquella pequeña paz como tantas que la historia conoce, sino la paz como forma estable, acaso definitiva, de convivencia entre los pueblos— no es un puro deseo, es una cosa y, por tanto, como tal necesita ser fabricada.
Para ello es menester encontrar nuevos y radicales principios del derecho.
Europa ha sido siempre pródiga en invenciones.
¿Por qué no hemos de esperar que también consiga esta?
Tal vez estamos dónde y cómo estamos
por no haber aprovechado los decires de hace 68 años.
Una vez más he tenido que hacer de detective. Hace 68 años era 1954. En ese año pudo escribir Don José Ortega y Gasset estas palabras que citas pues murió el año siguiente y que fueron publicadas, entre otros escritos póstumos, en 1962 en el tomo IX de sus Obras Completas, pp. 745-746 ¿no?
Lo que interesaría saber es por qué estas palabras de Don José hace que lo que hoy pueda decir Francisco no añadan nada que pueda ser comentable. Por cierto, ¿recuerdas aquel Congreso en el Cervantes e Buenos Aires sobre Emancipación en que Vattimo dijo esas palabras (o parecidas) sobre el recién nombrado Francisco? Podrías buscarlo y dárnoslo a conocer, que yo no lo he encontrado.
Me alegro que hay puesto un vídeo de Garbois, que es muy amigo de Francisco y tiene alún cargo en el Vaticano.