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Meditación sobre la propia vida para determinar su sentido

Una invitación a ejercitar un espíritu realista
durante la Cuaresma, 3

        Ahora, en esta tercera meditación debemos volver a la memoria de cómo hemos vivido diversos momentos importantes nuestra vida personal. Y nos interesa sobre todo identificar cada uno los momentos en que con más auténtica consciencia hemos encontrado sentido concreto a nuestra vida. Estos momentos generalmente habrán coincidido con cierta luz respecto a las preguntas sobre qué soy y quién soy yo, qué es Dios y quién es Dios. En ellos, de esa consciencia y luz interior habrá ido surgiendo una fe personal auténtica en sintonía o en contraste con las creencias religiosas anteriores.

        Por eso, para seguir con mejor comprensión la materia de meditación que voy a proponer, convendrá aclarar ciertos términos:

  • 1. La diferencia entre qué y quién para preguntar por mí y por Dios.

        Parece que la pregunta y búsqueda sobre uno mismo y sobre lo que se supone que es el principio y fundamento de todo, debería estar en la base de una actividad espiritual. Pero es interesante ver cómo se hace esta pregunta y si puede ser objeto de búsqueda en caso de que se presuponga ya la respuesta. La persona debe colocarse ante la pregunta en situación vital de duda y búsqueda. No es suficiente lo que se calificaba antes como duda metodológica, que nos mantenía tranquilos en nuestra situación, muy típica de los católicos, de poseedores de toda la verdad, de manera infalible e irreformable. Temo incluso que quien no quiera perder ni un ápice de esa seguridad, no va a avanzar mucho en ese camino de la espiritualidad realista de búsqueda interior. Es posible que su presupuesto de basarla en representaciones tradicionales de entidades sobrenaturales y en dogmas y normas bien definidas les impida avanzar por el camino de una nueva espiritualidad.

        Pero más interesante es atender a los dos pronombres interrogativos con que se hace la pregunta: qué y quién. Preguntar por el qué presupone una duda sobre la esencia o naturaleza de mi ser o de Dios. Se responde a un qué con una definición o una teoría, pero también con una narración, un mito o un símbolo. A lo largo de la historia y de la vida personal, ha ido variando la manera como el hombre ha ido definiendo el propio ser y el de Dios. Todos los lenguajes son capaces de acercarse a una representación del ser y del Ser. Y entre estos lenguajes están no solo el común, el mítico, el religioso o el filosófico. Sino también el artístico capaz de trasmitir conceptos y emociones y, sobre todo, el musical, que lo hace con precisión matemática, aunque muchos simples oyentes la ignoremos. Pero es indudable que hoy, para todo tipo de ser o fenómeno que se pretenda real y no solo imaginario, se impone el lenguaje científico matemático. Masa, energía y velocidad, interrelacionadas en fórmulas matemáticas como la de Einstein, aún válida aunque continuamente cuestionada y enriquecida, es lo más adecuado para definir el qué de todo lo real. Incluso de ese minúsculo ser que soy y del absoluto ser que sería Dios. Pero dejémoslo por ahora aquí.

        La otra pregunta es por el quién. Esta pregunta espera una mostración más que una definición. Yo puedo responder sobre mí presentando mi carnet de identidad o mi pasaporte. Consta allí un nombre, una fecha, un lugar de nacimiento y un número de identificación. Antes se ponían huellas digitales. Algún día se podrán secuencias de genoma y todo el historial médico. “Este soy yo”, único e irrepetible. ¿Y respecto de Dios? ¿Con qué nombre lo identificamos o hacia donde apuntamos el dedo para mostrarlo? Sin tener que definirlo o habiéndolo definido como la realidad total de la que venimos, en la que existimos y nos movemos, ¿podremos dirigirnos a él o ella como un Tú? Hay en la historia de quienes han profundizado con autenticidad en el pensar y sentir lo real, ejemplos de quien siendo muy claros en rechazar definiciones y acciones reveladas de Dios han seguido manteniendo con la realidad envolvente un diálogo interpersonal muy vivo, gracias a la capacidad humana de personificar simbólicamente cualquier realidad, hacer de ella, en su búsqueda, un Tú. ¿En dónde te escondiste amado?[1]

 

  • 2. La diferencia entre fe y creencias

        Desde San Agustín se viene distinguiendo con claridad la fides qua (con la que creo) y la fides quae (lo que creo). La segunda se puede plasmar y determinar por escrito, con narraciones, definiciones, dogmas, catecismos, poemas o plegarias en libros sagrados o eclesiásticos. Siempre un acto de fe qua debe haber precedido a estas plasmaciones escritas de fe quae o debe haber sido provocado por estos escritos si quien los lee o recita los hace suyos. Pero, dejando aparte lo que les pase a los demás, ¿cuándo empecé a darme cuenta de que esos contenidos que, siguiendo a Légaut, llamo creencias, por los que vino a mí la fe culturalmente desde fuera, dejaban de estar sostenidos por un auténtico acto de fe qua que seguía produciéndose en mí de manera misteriosa pero muy ajena a los contenidos tradicionales?

        A lo largo de la vida de muchas personas creyentes, con frecuencia, las mociones interiores más auténticas que nos inclinaban a ver a Dios de una forma muy distinta a lo proclamado en las creencias transmitidas por nuestras iglesias, eran rechazadas por considerarlas “tentaciones contra la fe”. En vez de vivir esos contrastes como una ocasión para purificar la fe y hacerla personalmente auténtica, el miedo a apartarse de la fe de su iglesia llevaba a muchas personas a no profundizar en el contraste y mantener una adhesión de fe teórica, no viva y personal. Se mantienen zonas del sistema de creencias en el que se creía de una manera teórica, no dilucidada interiormente. Y la fe deja de ser motor y orientador real de la vida.

        Otras personas se caracterizan por vivir a fondo las creencias recibidas, sin ningún cambio y de una manera muy explícita. Estas personas nunca han dudado de los contenidos de la fe heredada y vivida de forma muy intensa. Y de que era el mismo Dios quien dirigía su vida con portentosos milagros. Unos ejemplos de personas que incluyo en esa categoría: Teresa de Lisieux y, más recientemente, otras personas que fueron proclamadas santas súbito, Teresa de Calcuta y el papa Karol Wojtyla. De los tres se dice que tuvieron al final de su vida una profunda noche oscura porque dudaban absolutamente de todo. Yo comprendo que dudaran de los contenidos de un Dios tan detalladamente presente en su vida, creídos hasta el final con toda fidelidad. Su fe necesitaba purificarse. Pero es que la fe de otros muchos se ha ido purificando poco a poco en la medida en que caían en la relativización que tal vez estos paladines de fe sin rebajas hubieran interpretado como tibieza y rebajamiento de la calidad de fe. Porque creo que la fe auténtica de una persona debe continuamente relativizar el contenido manifestado en las creencias oficiales que parece más esenciales (cielo, infierno, ángeles y demonios, milagros concretos hechos por Dios para una misma, como pensó la de Lisieux como ocurriera que el día de sus votos amaneciera todo nevado, pero también fórmulas dogmáticas sobre la encarnación de la segunda persona de la trinidad).

        Si esa purificación no se hace a tiempo, es de suponer que al final de la vida represente un sufrimiento horrible ver cómo se cae de repente todo el edificio de creencias, edificado como verdad absoluta, al ver que la realidad de lo que ha sido la propia vida se impone, con fuerza y de repente, a la conciencia del todo. Solo cabe vivirla como prueba de fe. Una fe que, por ejemplo, San Juan de la Cruz fue depurando desde siempre desconfiando como “nada” de las “visiones” que se creería haber conseguido en la contemplación.

  • 3. Encontrar la respuesta a la cuestión del sentido en la propia vida

        Para una persona que ha practicado ejercicios de interiorización en su vida, el libro en el que leer el destino de su vida es ella misma, es ese determinado proceso vital, visto desde dentro y no meramente desde fuera. La respuesta dada interiormente a la cuestión ¿qué soy? y ¿quién soy yo?, estará necesariamente respondida en esa sucesión variada pero reunificada que han formado los momentos más conscientes de mi vida. Y como no puedo partir de cómo otras personas han vivido ese proceso de concienciación, tengo que hablar, para ser honesto, en primera persona al presentar esta meditación. Espero que lo haga con un enfoque más esencialista que circunstancial para que pueda inspirar a cada uno su propia meditación, ya que las personas somos todas únicas e irrepetibles, pero con unas características universales si profundizamos en nuestro interior.

        No lo fui al nacer y en los primeros años, pero ahora soy consciente de la trascendencia que tuvo mi nacimiento en una determinada fecha, en una familia, con un determinado sexo y género y un puesto en el orden de los hermanos. Tanto quedó así condicionado para bien o para mal en una vida de la que ahora puedo decir que soy dueño y creador, aunque no en exclusiva. Tanto la herencia genética como la básica herencia social se nos dio sin preguntarnos. El posterior desarrollo de aquel ser iría pujando desde entonces cada vez con más fuerza y capacidad de libertad, pero aprovechando instintos y talantes que ya estaban allí presentidos, al menos por quienes me querían y guardaban todas las cosas en el corazón, desde los latidos preparto que acogían como creadores míos, aunque tampoco en exclusiva. ¿Ha habido confidencias maternas o paternas sobre mi niñez que después me iluminaron y yo revivo, tras la marcha de mis padres, con más fuerza que nunca?

        La autoconsciencia surge normalmente muy temprana si ha habido buena comunicación y lenguaje con adultos o niños. Cada uno posee un tesoro de actos de lucidez, de pasmo ante la realidad o de pujantes preguntas que no tenían respuesta en su niñez, adolescencia y juventud que bien hará en conservar con respeto pues pueden ser las que le den alimento hoy para una espiritualidad realista. Nadie me podrá convencer de que aquello no lo vi yo así, no lo pensé por mismo o lo decidí por mí mismo, aunque recibiera influjo ajeno. Ya en vivencias concretas de hace muchísimo tiempo yo me podía descubrir a mí mismo cómo era por dentro y puedo ahora distinguir cómo empecé yo mismo a dirigir mi vida y crear mi destino, llevado sin embargo por una fuerza interior que siendo mía no era mía.

        La propia vida, en la medida en que medito ahora en ella, no solo en su pequeñez cósmica o en su complejidad corpuscular, se vuelve cada vez más para mí misterio, más que simple enigma. Un misterio, pues no habrá tiempo ni inteligencia suficiente para desentrañar todos los enigmas que encierra. Para mí mi vida no puede ser otra cosa que objeto de fe. Y no hablo ahora de fe en Dios, que en muchos acompañará este tipo de fe. Hablo de la fe en mí mismo, que para mí, desde hace años es la conexión más realista que tengo para llegar a la fe en el otro y en lo que llamamos Dios.

        Sería muy interesante, en esta meditación sobre la propia vida, analizar el proceso de cómo esas vivencias de fe en mi vida a la que quería darle un destino acorde con la grandeza que presentía en ella, se impregnaron de las creencias trasmitidas en mi familia y en mi Iglesia. Si yo quería cumplir en mi vida la hazaña mayor era natural que lo interpretase como llegar a estar lo más cerca de Dios y de su Hijo y seguir todo lo que me recomendaran que necesitaba hacer para llegar a ello. Dice la pequeña Teresa[2] que cuando de niña le preguntaban qué quería ella contestaba: “¡Todo!”. Ese todo surgía desde lo más profundo de su ser previamente a que lo pudiera identificar con el Dios absoluto o el Jesús de la creencia heredada. ¿Puedo hoy rastrear yo en mi propia vida experiencias de autoconsciencia profunda que iban reinterpretando las creencias recibidas?

        Y, por otra parte, también desde los recuerdos de juventud, ¿no es verdad que a veces, teniendo que tomar alguna decisión profunda en la vida, advertíamos que el sentido último de ella ya no lo podía fijar esa frase de “servir a Dios Nuestro Señor y, mediante esto, salvar el alma”? Sería muy interesante conocer cómo lo de “cumplir la voluntad de Dios” o “salvar el alma” fue perdiendo capacidad de representación a favor de un destino que se nos imponía, no desde fuera, sino desde dentro de nuestra misma decisión libre. Lo que pasa es que ese destino de mi vida era acogido desde dentro y hecho mío totalmente en un acto de libertad que era todo mío. Aunque presentía que no solamente mío, pues estaba presionado y apoyado a elegirlo por una fuerza que, siendo mía, me venía dada. El destino de mi existencia se me definía más bien así: “estoy aquí para procurar el mayor bien para los demás ligados a mi vida”. Lo importante es darse cuenta de que esta formulación no se opone a la creencia general expresada por San Ignacio, sino que actualiza y purifica, sobre todo al leer de forma diferente las palabras transmitidas en los evangelios de Jesús.

        Es importante ver si esta nueva mentalidad que se nos imponía fue vivida como crisis de fe. Porque por desgracia, por no atender suficientemente lo que ocurría en nuestra intimidad, muchos la pudimos vivir así, provocando entonces una alternativa. O creer que habíamos perdido la fe católica, sintiéndonos fuera totalmente de la comunidad de fe. O seguir convencidos de que, a fuerza de oración y voluntad, teníamos que vivir a Dios y a Jesucristo con todo el realismo de otras épocas, según se nos trasmitió en fórmulas y prácticas tradicionales. Ambas salidas alternativas impedían que eso que se podría llamar crisis de fe, continuara por un camino de ahondamiento en la misma y de fidelidad a la propia misión.

 

  • 4. De la fe en sí mismo a la fe en el otro.

        Ya nos ha aparecido, en el punto anterior, que el destino marcado a mi propia vida, con fe personal en ella, estaba en personas ajenas a mí, pero tan contingentes como yo. Se entendería poner el destino en el Absoluto, ¿pero en otros contingentes? Creo que aquí se nos presenta, desde dentro de lo que es nuestra vida real, no de ninguna concepción ideológica o revelada sobre el universo y la humanidad, una de las constataciones más importantes que se descubren en una vida atenta a la autoconsciencia: la persona se percibe a sí misma en su totalidad en la medida en que es consciente de tener personas presentes a ella y estar ella presente a otras. La vida espiritual tiende a hacernos conscientes cada vez más de nuestra soledad radical. Pero también del misterio que es la existencia de otras personas que se comunican con nosotros de una manera más o menos intensa, de las que ha dependido y depende nuestra existencia y cuya existencia ha dependido o depende de nosotros.

        El hecho de que la relación con el otro se valore en el terreno del amor y el amor sea originalmente un sentimiento no nos deja ver que esa relación puede llegar a ser un acto de consciencia, de pasmo existencial y de fe. Estamos continuamente rodeados de personas, interaccionamos más o menos con ellas por motivos sociales o profesionales. Se despiertan entre nosotros empatías y antipatías que modifican la relación. Pero si yo he iniciado el proceso de trabajo espiritual, de reconocerme a mí mismo como misterio único e irrepetible y de vivir el acto de fe en mí mismo, necesariamente llegará el momento en que la otra persona, el otro, se me revele en el misterio de su unicidad e irrepetibilidad y surja en mí, desde lo profundo, la acogida, el respeto y la fe en ella. También se puede decir que surge el amor que es lo que en definitiva dará el sentido último y definitivo a mi vida. Pero esa palabra tiene unas connotaciones sentimentales que tal vez oculten lo que hay en el acto de fe en la otra persona: reconocimiento de su misterio único e irrepetible, acogida y respeto absoluto.

        Ya estamos muy acostumbrados a ver cómo los actos de autoconsciencia profunda y fe en mí, parten a veces de experiencias en que lo más ordinario, respirar o andar, se vive con especial atención interior. Pero casi todos los procesos de mi vida son totalmente inconscientes. La circulación de la sangre, solo perceptible cuando sufren las coronarias para llevar sangre al corazón (el hermano angor de los cardiópatas) o cuando salen esos moratones en los brazos al mínimo roce. Pero ¿de qué manera más secreta, aunque real, se están dividiendo las células en todos mis tejidos, reproduciendo en cada mitosis los billones de bases del genoma?

        Pues hay unos actos muy importantes en que la unión con otra persona se hace especialísimamente profunda y que son a la vez consciencia luminosa de la unión de dos personas. Se trata de los actos relacionados con el amor conyugal y con la maternidad/paternidad. Ambas son ocasiones vitales muy comunes, pero que pueden ser vividas sin atención reflexiva, sin penetrar en las exigencias humanas que esos actos comportan. Pero pueden ser motivo de una profundización, viviendo esos momentos con especial atención a lo que abren, pero sobre todo reviviéndolos posteriormente.

 

  • 5. El amor y la fe conyugal

        Todo el proceso del amor conyugal, desde el primer encuentro hasta el enamoramiento y la cópula vivida como mutua entrega total, puede hacer surgir una fe conyugal que se basa en el misterio único e irrepetible que se une a mi vida de una manera especial. Esa unión es sensible y mental a la vez, instintiva y mística. Quedará como algo que ya pero aún no se ha producido, objeto de nuevas búsquedas y encuentros según van cambiando las circunstancias de nuestras vidas. El amor conyugal se ha convertido en el símbolo de todo amor, incluso el más sublime. Pero presiento que muchas veces no ha sido bien entendido y ha perdido su fuerza significativa al haberlo separado del acto de amor real que es la cópula conyugal.

        Aquí podríamos meditar sobre cómo hemos sido educados e introducidos al amor. Un teólogo famoso me decía: sí, también me siento destinado al amor, pero no a un amor de cercanía, sino a un amor universal. ¿Puede haber amor verdadero sin cercanía? Hoy aceptamos la fórmula “Dios es amor”, pero seguimos pensando que, si una pareja no se une en la fe y oración a Dios, su amor no podrá llegar a ser total. ¿No tendríamos que pensar al revés? Si en una vida o en una pareja hay amor, allí está Dios, aunque no se hayan apercibido nadie de ello (de su presencia).

 

  • 6. La paternidad y la maternidad

        Vivido a fondo todo lo que representa, también para el padre pero más para la madre, la anidación y desarrollo de un óvulo fecundado en el vientre de una mujer y su posterior desarrollo progresivo del niño nacido, seguro que es la circunstancia vital que más conciencia aportan a la persona humana de su acción creadora. Están por una parte realizando la función más normal que tantas personas viven sin ahondar en lo que pasa en ellas, pero en realidad están siendo dioses creadores, con toda la grandeza de estar creando una obra maravillosa –otra persona– pero con constatación de no saber cómo se hace eso. Son procesos y actos míos a los que no solo asisto como espectador pues soy protagonista y, a la vez, tengo que reconocer que algo mío pero superior a mí está obrando este milagro. La acogida del hijo o de la hija, como lo más mío y lo menos mío a la vez es una vivencia que se repetirá continuamente, respecto a los hijos que van desarrollando su propia vida y respecto a cualquier obra de cualquier tipo en la que me haya vuelto a ver como creador. Esto muestra al amor más desinteresado: vivir incondicionalmente para otra persona, pero dejarla absolutamente libre de que sea ella quien conduzca su vida y le vaya dando sentido. Justamente eso es lo que cada uno de nosotros hemos ido haciendo en esos momentos, enlazados de momentos de luz, que hemos tenido a lo largo de nuestro recorrido: encontrar el sentido de nuestra vida.

 

  • 7. Esperando la hora de la entrega final

        Pienso ahora que tal vez por ser consciente de que estaba llegando a la última época de mi vida, pensando, como se debe, en la muerte, que es el último acto real de mi vida, hice referencia al último don a los demás en la fórmula redactada que sustituyera al texto ignaciano “hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima”. Me salió espontáneamente escribir lo que va en la cabecera de la primera meditación: “la memoria global que algunas personas son invitadas a hacer hacia el final de sus días, para prepararse a la consumación de la misma en entrega agradecida y amorosa a los demás y al origen de su existencia”.

        El destino de la propia vida se va fijando progresivamente por los acontecimientos, la decisión de otros (algún día alguien nos ceñirá) y decisiones propias que son las que más han determinado ese destino. En la medida en que la persona se ha interiorizado, habrá descubierto que todo en su vida procede de otros y del OTRO que ha estado presente en lo que heredamos y lo que determinamos. Y, en la medida de lo posible habrá puesto a los demás y a ese Otro que llama “su Dios” como destino de lo que cada día va haciendo en su vida. El relato que aquí se ha hecho de esa presencia consciente del principio y destino final de mi vida puede parecer seco e intelectualizado, pues expresamente he procurado atenerme al lenguaje desnudo de la fe, en el que puede presentir como verdadera realidad elusiva cuando quiere uno captarla y definirla (no termino de captar su sentido). Pero lo que puedo asegurar es que en ese encuentro que se ha ido produciendo en muchos momentos de mi ya larga vida, junto a la contención impuesta de ser realista y purificar mis creencias, ha estado presente un diálogo de tú a tú lleno de imágenes y afectos que me sentía plenamente libre de utilizar.

        Pero ese vivir la relación como un quien que se relaciona con un quien, es algo más difícil de comunicar con mis palabras, sencillamente porque no soy poeta ni músico. Me avergonzaría incluso de exponer imágenes íntimas empleadas en mis coloquios con él, cuando no utilizo otras, sobre todo tomadas de Juan de la Cruz. Pero acabo, revelando una que me acompaña desde la juventud. Yo un ternero de raza que embiste, Él un ganadero a caballo que me tienta con su percha. ¿A dónde voy con esto? Pero vosotros podréis poner coloquios tiernos para acabar esta realista y seca meditación.

Que nuestra fe, en su desnudez,
por su arraigo en nosotros,
aventaje a nuestra ceguera

Que nuestra palabra, en su verdad,
por su acción en nosotros,
afiance nuestros pasos
por el camino del ser

Marcel Légaut, final del poema Ínfimos y efímeros

 

NOTAS:

[1] He de agradecer a los avatares de la vida y a un compañero profesor el que cayera en mis manos un libro de Juan David García Bacca titulado “Qué es Dios y quién es Dios”. Este libro y el resto de su obra son poco conocidos en España. Solo he podido tomar contacto últimamente con una persona que lo estudia: Carlos Beorlegui. De él es una biografía que el filósofo Enrique Dussel incluye en blog personal: http://enriquedussel.com/txt/GARCIA%20BACA.pdf Al libro, nada fácil, de García Bacca dediqué el verano de 1990 y desde entonces el filósofo realista y místico ha estado muy dentro de mí, con esta iluminadora distinción que plantea en su libro.

[2] No es la primera vez que hago referencia a Teresa de Lissieux. Su vida la expresa de forma tan auténtica en Historia de un alma, que me impresionó desde joven la fe en sí misma y la energía vital que expresaba. De hecho, ese testimonio personal fue censurado por su hermana, superiora del monasterio carmelitano. Cuando se publicó en 1956, recuerdo que me compré la edición crítica y facsímil de sus cuadernos, sobre los que trabajaron luego Hurs Von Balthasar y otros. No es que haya seguido leyéndola, pero recuerdo con frecuencia el deseo infinito y la infinita pequeñez que ella veía dentro de sí misma y que constituía el fundamento de su fe en sí misma, en los otros y en su Dios.

 

OTROS TEXTOS MÍOS:

Ya este texto es demasiado largo. No quisiera imponer a las personas interesadas más lecturas. Pero, por si alguien se pregunta sobre momentos y ocasiones en que yo he ido profundizando en esa línea de espiritualidad que voy exponiendo, me permito adjuntar dos textos publicados hace años:

  1. Un articulito en Iglesia Viva sobre la búsqueda de Dios. 1988. Al retiro en total soledad de ese verano me llevo tres libros sobre Dios y de ahí sale esa nota. Hacia la mitad del artículo resalto en negrita las palabras de Ratzinger que me impresionaron y aclararon mucho el tipo de empujón que desde dentro me daba la consciencia de realidad hacia el Absoluto Dios.
  2. Otro artículo más extenso en Cuadernos de la Diáspora. Marcel Légaut, a quien reencontré personalmente en 1986, me animó a tomar en serio ese camino de búsqueda interior que Rahner señalaba muy bien en su Curso Fundamental sobre la fe. En este artículo de 1994 coné cómo influyó en mí para reavivar mi fe con una opción vital por la vida laica.

7 comentarios

  • Honorio Cadarso

    Yo para pensar necesito hacer historias. Lo siento, necesito arrastrarme por el suelo, no tengo alas.

    Nacimos y crecimos en una guerra y posguerra civil, casi todos en el lado del vencedor y su aliada la Iglesia española. Y en una familia numerosa y en años de hambruna. Y nuestros padres se apañaron para que algunos saliésemos del pueblo y dejásemos que los otros heredasen el escaso territorio dewl que eran propietarios.

    A mí me tocó salir, fui al seminario. Mi carrera fue por un lado estudiar, por otro lado hacerme por mi cuenta una interpretación del mundo y la circunstancia en que me tocó nacer. Nunca fuji el niño bonito de nadie de arriba, en algún momento estuve a punto de dejarlo, pero el amor propio y el respeto a mi madre me retuvieron.

    Al entrar en la vida pastoral, pude centrarme en la búsqueda de “mi” camino. En una actitud crítica frente a una iglesia vendida al franquismo y a los honores y la pasta. El obispo me advirtió de mis supuestas (más que supuestas) amistades con los comunistas, por ser consiliario de obreros se me negó ele pasaporte, pero pasé la frontera varias veces de estrangis.

    Hasta que comprendí que mi sitió no estaba como funcionario eclesiástico ni como célibe, que la virginidad o celibato encajan difícilmen te en el conjunto de la iglesia tal como se presentaban entonces, y escapé a París junto a mi compañera, una pescantina gallega del proletario más proletario.

    Todo esto sin ninguna  modificación en mis actitudes religiosas, pero con una encarnación perfecta y venturosa con el mundo obrero en el nivel de peón y de la lucha sindical y política.

    Vino la Transición, y los “aprovechategis” se volvieron aspirantes a un escaño en el Congreso de los Diputados, y a mí me tocó quedarme en la calle sin nada, bueno, con tres hijos pequeños.

    Y con mis creencias nada corrientes en el ambiente que me rodeaba. De bicho raro, contradictorio, porque ni siquiera ahora se lleva ser de ideología bastante próxima al comunismo, bastante “populista” y religiosa al mismo tiempo. Y si no que se lo digan al Papa Bergoglio, y a Ellacuría, y a muchos más.

    Duato, esta es mi versión de tus brillantes y profundas reflexiones, que te agradezco. Una versión que podrás comprender que supuso una ruptura con el mundo en el que me crió y habría querido que me mantuviese mi madre. Me tomé las libertades que ella no pudo o no se atrevió a tomarse frente a la iglesia en la que vivió y murió.

    Hay una novela de una marroquí nacida en el Rif y criada en Cataluña, que cuenta cómo le costó sudor y sangre romper con su cultura natal, con las costumbres de su pueblo y con su madre (su padre las había abandonado a la madre y a la hija recién nacida divorciándose) y eligiendo su propio camino. Se titula “La hija extranjera”, Ediciones estino, Autora Najat El Hachmi.Ella también hizo su rupturay su camino. Os la recomiendo, atrieros.

    • Asun Poudereux

      Gracias, Honorio. Coherente y consecuente hasta el final, librando tu propia batalla. Cuando pueda leeré el libro que nos recomiendas.
      Un abrazo.

  • Mª Pilar

    Ufff… Querido Antonio… mucha materia, para una alma como la mía.

    Tuve la dicha de nacer en una familia, que ha pesar del dolor… al ver a mi hermano sufriendo, sin saber de donde venía ese sufrir durante muchos años…

    Y les dio sentido a sus vidas, el Mensaje de Jesús… que además de cumplir… lo hicieron:

    ¡Vida! 

    Por eso mi vida… ha sido siempre interpelada… viendo… y comparando.

    El espíritu de Ignacio de Loyola, caló muy temprano en mí; pero dio un giro total, cuando hice los EE.EE. en la vida diaria; ahí comenzó el caer en la cuenta de una manera muy clara… que aquello que yo no haga… con esa fuerza regalada y grabada en nuestra propia entraña… nadie lo hará; y sin todas las personas que van pasando por nuestra vida, buenas, excepcionales o malas, de todo pasará en ella.

    He sido en eso, muy afortunada, porque han sido innumerables la personas no solo buenas, sino que hicieron ¡Vida! el Mensaje de Jesús.

    Ese constante ir cayendo en la cuenta, e cada momento de la vida; es para mí, la manera de ir haciéndolo ¡Vida! dentro de la vida cotidiana.

    Ahora… ya no pregunto… ahora vivo en constante abandono en el gran Misterio del que soy parte, como toda persona nacida.

    Desde muy niña, repetía ante cualquier dificultad:

    ¡Se, de Quien me he fiado!

    Ahora no necesito ponerle nombre, sea lo que sea que suceda en el final… ya no necesito saberlo; porque en cada momento me siento inmersa en la esa … Realidad que me rodea.

    Mi vida, ha sido una vida, fundamentada en el ¡darme! a cuantas personas pasaban por ella:

    Familia, compañero de camino, hijos/as, amistades, seres especialmente queridos por la comunicación interior tan fuerte; toda persona, ha contribuido de manera especial en mi ser… ¡persona!

    Me he retirado de los ritos hace algún tiempo; no me hacían ningún bien. Y sentía de alguna manera, que con ello, no contribuía a un cambio radical y necesario… de manera especial, en el lenguaje, y en el sentido que le dan a los ritos.

    Como eso no puedo cambiarlo… sencillamente he salido de ese engranaje que o me aporta nada.

    Sigo inmersa en esa fuerza que me rodea, que en la intimidad le llamo… Señor, Dios, Misterio… pero sin ese sentido que siempre nos han enseñado.

    Es como un remanso de paz y armonía, sencillez, entrega de mi ahora… Y pasar lo que me reste de ella, atendiendo especialmente a hijos y nietos.

    Mi vida “social”, ha pasado a la historia; procuro cuidarme, para no dar problemas futuros, a quienes tengan que decidir que hacer conmigo, si perdiera mis facultades cognitivas o físicas.

    Intento no dar problemas… de ninguna clase, solo… estoy… para aquello que pueda serles útil.

    Una gran paz y armonía me acompañan constantemente, y siempre estoy inmersa en ese hermoso y gran Misterio, del que todas las personas formamos parte.

    ¡Gracias Antonio, por la materia que nos regalas!

    Profundizar en ella, y es bueno no dejar de hacerlo en cada momento… o cuando dejamos de estar “ocupados” en no se que importante “cuestión”.

    Un abrazo entrañable, me siento muy cercana a tu manera de sentir… pero menos preparada para ello… en todos los sentidos.

    mª pilar

     

     

  • Asun Poudereux

    En esta evolución constante en la que vamos descubriendo estamos inmersos y nos reencontramos, siento más proximo el arraigo,  si bajo la desnudez  de toda forma que he creído ser, y con lo que me identifico por una insistente inercia, dejo que  emerja un enorme espacio, el silencio. Ahí no hay Asun, no hay un “ser” que tiene vida, disponiendo de ella, como si de un objeto más se tratara, sino la misma Vida que alienta a todo ser y está viviéndose en él.  El agradecimiento que surge incluye todo lo que lo ha ido haciendo posible, este despliegue de consciencia, que sin saber el cómo  ha ido acompañando arraigándose,  adentrando a lo nunca antes experimentado. Si oyes música eres la música, si te miran y  escuchan con amor eres amor,  si respiras eres el aire, si admiras al paisaje eres el paisaje mismo, si observas solo hay Testigo sin separación con lo observado. Muchas gracias. 

  • Carmen

    Ya no sé si hay respuestas o actitudes ante los problemas. Porque todo problema trae implícita por lo menos una pregunta.

    Y si. Lo importante es poder mantener la dignidad al tener las necesidades básicas cubiertas .

    Me ha gustado eso de que somos seres de amor. Es cierto.

  • ana rodrigo

     
    Un artículo denso donde los haya.
     
    Pienso que hemos nacido en una cultura, la que sea, con las respuestas dadas a preguntas que nunca nos habíamos hecho.
     
    En una segunda etapa nos hacemos las preguntas nosotros, en cuyo caso habrá personas que le sirven las respuestas recibidas, en otros casos encontrarán respuestas diferentes, y finalmente habrá quien no encuentre respuestas metafísicas ni religiosas, ni le interese encontrarlas por este camino.
     
    Así nos encontramos con infinidad de personas que encuentran las respuestas en el día a día. A unas les da igual las preguntas y las respuestas, mientras que habrá otras que organizan su actividad espiritual desde unos valores, intentan vivir conforme a esos valores de tipo ético y relacional con el otro y consigo mismo, y encuentran el sentido a su vivir en su coherencia, ya sea de tipo religioso o no.
     
    Cuando, a pesar de vivir en función de esos valores, la vida, la enfermedad o la muerte de un ser querido se te ponen delante y te taponan cualquier salida lógica según lo previsto, las reacciones pueden ser infinitas, pero siempre desconcertantes. Para la gente de fe, es “porque Dios así lo ha querido”, para la gente no religiosa, sólo le quedan los sentimientos de rebeldía, de no entender el porqué, y de sufrimiento, esperando a que escampe y seguir con la rutina.
     
    Pero siempre las personas encontrarán sentido a su vida cuando la puede vivir con dignidad, con calidad, con las necesidades elementales cubiertas, con personas a las que quieres y te quieren, dato éste último imprescindible y absolutamente necesario para que la vida tenga sentido. Creo que el amor dado y recibido explica muchas de las preguntas metafísicas que la filosofía se ha hecho desde siempre. Somos seres de amor.
     
    Las circunstancias de la vida nos van dando la pauta: nacemos en una determinada cultura, religión, familia, etc., crecemos, tomamos conciencia de lo que traemos entre manos, amamos, luchamos por nuestros seres queridos, por nuestro trabajo, configuramos nuestro organigrama vital en nuestro caminar, y, a partir de él, seguimos caminando por tantas veredas como personas hay en este planeta. Con ilusiones y decepciones, con alegrías y fracasos, con momentos felices y otros no tan felices, buscando sentido si se nos tuerce el camino, sin encontrarlo en muchas ocasiones, pero sigues, cada cual por su camino. No creo que haya respuestas mágicas universales y asumibles por todos, por eso lloramos, sufrimos y seguimos adelante. Lo demás son inquietudes de despacho que tanto nos pueden ayudar, ya que no siempre las reflexiones especulativas son inútiles y nadie individualmente es completo.
     
    No sé si esta reflexión servirá para aclarar algo sobre las cuestiones tan complejas que formula Antonio en esta reflexión, pero es lo que se me ocurre.
     

  • Santiago

    He disfrutado mucho, Antonio D. al leer esta meditación donde actualizas casi totalmente lo que quiso decir Ignacio de Loyola, genio espiritual y psicólogo de las profundidades y el que nunca pasa de moda.

    No hay duda de que si hemos nacido para “servir a Dios” tambien lo estamos “para servir a otros” pues es claro que Jesús vino no para “ser servido” sino para “servir”. Por tanto Ignacio sigue vigente aún ahora,  ya que “mediante esto” podemos salvarnos y no caer en un naufragio total de la vida. Porque cuando servimos “a los otros” indudablemente estamos sirviendo a Dios que es “el fin para el que somos criados”. Este es el sentido de la vida.

    Creo que el misterio del amor se va entretejiendo y desarrollando en la maraña complicada de nuestras vidas y cada vez aparecen más sorpresas que nos maravillan y es que como dices tú “la vida espiritual nos hace más conscientes de nuestra soledad radical” y es entonces que nos damos cuenta del amor   de  Dios a través del encuentro con aquéllas personas y aquéllos acontecimientos que lograron encender “una luz” en la oscuridad de la fe y nos descubrieron el camino que Dios nos había ya trazado desde toda la eternidad. Entonces respiramos en paz.

    Teresa de Lisieux fue  para mí también el ideal de mi juventud. Me impresionó su autobiografía tanto que he leído enormemente sobre ella, diría yo, casi todo. Es una santa “asequible” a pesar de su “todo” radical. Sin embargo, su piedad era auténtica y natural. Teresita se adelantó a su época y al quitarles los “retoques” a su vida es cuando se vuelve real. Su espiritualidad de pequeñez y grandeza es imitable.

    Muchas gracias por todo, especialmente por esta meditación.

    Saludos cordiales

    Santiago Hernández