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Confluencias de una fe personal

Para este día he recibido un gran regalo, antes de que acabe el día del Padre, con la simbólica Cremà de las fiestas populares de fallas. Este artículo, en el que Ana avanza en lo que es la fe personal y cita a mis dos compañeros preferidos de buceo espiritual. No olvidemos distinguir siempre en lo que Grothendieck recogió de Légaut: la distinción entre fe personal siempre en renovación-creación y las creencias heredadas, siempre degradables o sfosilizar la letra. Gracias, Ana y buen viaje de vuelta desde Vico. AD.

Buenos días, Antonio. Ya sabes que estos días nos hemos retirado al Monasterio de Vico. Para mi acaban siendo experiencias algo desbordantes. Andaba últimamente enfrascada en pensamientos sobre la razonabilidad de la Fe. Pues bien, llego a la conclusión de que yo no necesito razonarla.

Y la experiencia de estos días me lo ha hecho ver con más claridad. Pero ya sabes, yo no soy una buscadora de lo que hay en el entorno espiritual, pues a mi me sale al paso lo que Dios quiere: una confusión total, que realmente no molesta a mi interior. AP.

He querido reflejar ese sentir en este texto que he escrito, por si te parece adecuado para ATRIO. Tiene más textos copiados que otra cosa, por eso tiene esos fragmentos tan grandes en cursiva y poco de lo que yo he escrito. Pero ese ha sido mi sentir.

Sales de los arcos antes del amanecer, camino de la Capilla, y miras el esplendor del cielo. Y allí está esa bóveda maravillosa –la obra de sus manos… leemos en Sal 19, 2-  y localizas la Osa Mayor y otras constelaciones y estrellas. Y, en ese silencio, parece que tal vez estés ante una teofanía, pues tal es la belleza que sólo puede nombrarse como algo Divino, siempre que no haya cerca algún astrofísico que nos lo desmonte con un par de palabras, cargadas de razón por la ciencia que las sostiene.

Y caminas unos pasos, y entras en esa Capilla penumbrosa, silenciosa, a punto de despertar con la oración de vigilias. Se van ocupando los sitios y encendiendo las luces. Tomas los libros de la liturgia y pones atención a los textos de la salmodia. Y de pronto, no es ninguna sorpresa, porque los has leído muchas veces ya, pero estás salmodiando y una frase se detiene en el cerebro:

Dios de mi alabanza, no estés callado,
que una boca perversa y traicionera se abre contra mí;
Me hablan con lengua mentirosa,
me rodean con palabras de odio,
me combaten sin motivo;
[Y el salmista pide al Señor:] que sus días sean breves,
Y que su empleo lo ocupe otro;
que sus hijos queden huérfanos y su mujer viuda;
que sus hijos mendiguen, vagabundos,
que pidan limosna, echados en sus ruinas;
que el usurero se apodere de sus bienes,
que extraños arrebaten sus sudores. (Sal 109)

Son las palabras de un hombre que se lamenta -tal vez sea el rey David- y ve en la venganza, una solución para la que pide la mediación de Dios. Lo comprendes, pero te deja trastocada. Tal vez esas lecturas pudieran antecederse de una explicación recordatoria de la naturaleza humana y de los textos inspirados que, a menudo, reflejan al “hombre viejo”, al de ojo por ojo, o al hombre no tan viejo, en una de sus humanas expresiones del deseo de desasirse de un mal.  Pero lo dejas ahí y sigues.

Ya son las seis de la mañana y un desayuno calmo acompañado de una lectura, siembran la paz para el día. Elijo para estos retiros algunos textos de esos que me parecen casi infinitos, porque a pesar de la relectura, a veces, más de una, me advierten de esa especie de locura que vivo en mi vida de fe. Esta vez son las palabras Grothendieck que siguen:

(…) el cristianismo ha sustituido la actitud relativamente tranquila de la tradición judaica frente a la muerte, por una relación de antagonismo irreductible, de angustia de alta tensión que a menudo bordea la neurosis macabra. La muerte es sentida como la gran enemiga del hombre, aliada de Satán y casi indistinguible de él, y la vida del hombre como una trágica lucha en la que, a pesar de todas las evidencias (pues la llegada de la muerte le espera, bien lo sabe…), debe esperar por “la fe” ser “vencedor” de la muerte (o, según el contexto, “salvado” de su dominio, es decir, salvado de los tormentos eternos previstos para él). Alrededor de la muerte se juega el todo por el todo de la vida cristiana y de su fe, la desgarradora alternativa entre la condenación eterna y la salvación eterna – entre el cortejo sin fin de tormentos eternos que superan infinitamente cualquier sufrimiento terrestre imaginable del cuerpo y del alma, y la felicidad eterna de los elegidos. La fe en los sacrosantos dogmas de la Iglesia es la única esperanza, el bote salvavidas del cristiano al que acecha el más atroz de los naufragios, mientras que los infiernos están muy abiertos para engullirlo. Y la separación de los condenados de los elegidos se juega como en el filo de una espada, de tan azarosa que parece, totalmente supeditada a la buena voluntad y a la discreción divinas, bautizadas “misericordia divina” cuando la sentencia es favorable.

Tal imagen de la “justicia divina” parece difícil de conciliar con el más elemental sentido de la justicia concedido al hombre. Y si es verdad, como afirman las Escrituras, que el hombre está hecho a imagen de Dios, ese elemental sentido de la justicia humano no debe ser totalmente ajeno a la justicia que reside en Dios, seguramente inseparable de Su amor y de Su infinito respeto por el alma humana, Amor y Respeto que no está en poder del hombre ni de ninguna potencia del mundo alterar. (La llave de los sueños. pags.381-382)

Y sí, de pronto me asalta la pregunta de cómo se puede conjugar todo lo que he escuchado antes del amanecer y luego más tarde durante esa reposada lectura. Pero el día avanza y algunas rutinas de colaboración fijan mi atención en lo cotidiano: bajas la basura al contenedor, recoges la vajilla del comedor y terminas alguna pequeña tarea. Es pronto para acudir al oficio de sexta, y queda tiempo para repasar, asomada al mirador desde el que se puede contemplar el valle del Cidacos, alguna de las obras que cantaré junto a mis amigos de la coral, en las próximas celebraciones de la Semana Santa.  Una de ellas será la de la Cantata BWV 244 que, aunque se cantará en alemán, conocemos su traducción para saber qué es lo que cantamos y poner el alma en ella. Y dice así:

¡Oh, cabeza lacerada y herida, llena de dolor y escarnio!
¡Oh, cabeza rodeada, para burla, de una corona de espinas!
¡Oh, cabeza otrora adornada con elevados honores y agasajos, y ahora grandemente ultrajada!: ¡yo te saludo!
Tú, noble rostro, ante el que tiembla y teme todo el mundo,
¡de qué forma se escupe sobre Ti!,
¡cuán lívido te hallas!
¿quién se ha ensañado de forma tan infame con la luz sin par de tus ojos?

Y escucho el midi (musical instrument digital) del falso piano, mientras tarareo la letra con los ojos puestos en las onduladas montañas del otro lado del río. Y sí, tal vez este ensayo para mí, sea también una oración, que rememora a Jesús crucificado, como tantos crucificados habitan hoy nuestro planeta, por las guerras, el hambre, las vallas fronterizas y las injusticias que, por menos visibles, no dejan de generar crucificados.

Y en este recorrido de unas pocas horas, de uno de mis días tranquilos, surge la intranquilidad de la pregunta: ¿son tantas las fes que profeso? ¿Qué tanto tienen de acontecimiento social y de profunda vivencia? ¿De qué mundos participo? Me vienen a la mente algunos de esos intentos de actualizar algunas oraciones y me escucho recitar: “Padre, Madre de misericordia guarda de todo mal a…”, pero realmente me resulta casi menos real que cuando decía solo: ¡Padre!. Dejar de leer los salmos de esa naturaleza tan doliente ¿acaso me situaría en otro plano expresivo de mi fe?

Porque, tal vez me decantase por leer los textos de Grothendieck y los enlazase con los de Légaut y eso sería mejor para mí. Pero ¿y los otros encuentros derivados de compartir las lecturas del Antiguo Testamento o las de una partitura sacra como cualquiera de las de Bach, en las que resuena un profundo amor por Dios, pero en un tono tal vez muy dolorido ocasionalmente? ¿Me alejaría de los abrazos, con los que envuelvo y me envuelven personas muy queridas?

Esa es una duda permanente, la de elegir estar sola o la de compartir lo que hay. Y parece que eso es lo que hay. Es más, en mis experiencias de fe, a ratos me percibo como una niña esperanzada, como una adulta que comprende, como una anciana que acepta o como un ser desconcertado. En todas esas experiencias, en mí se refleja la fe una manera. Todas soy yo. Mi fe no es razonable. No necesito razonarla. Sola dar cuenta de ella de un modo inasible.

Me quedo con un fragmento cantado en una de las horas menores de la liturgia que sigo estos días:

“Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede desentendidamente frío”.

 

Ana Piera Orts

2 comentarios

  • Santiago

    Muy relevante este artículo sobre la fe que -aunque posee una base racional -o sea que no es absurda- nos deja claro que la fe no pertenece exclusivamente a la razón sino que la trasciende sincrónica y coherentemente 

    Debemos pues confiar más en la gracia y misericordia divinas que en nuestros méritos personales …y así Teresa de Lisieux afirmaba que “todas” nuestras justicias están “manchadas” de nuestro egoísmo que no es más que una incesante búsqueda de si mismo…pero debemos buscar primero “el Reino de Dios y su justicia” y entonces se nos concederá todo lo demás..   

    Y aquello de Juan de la Cruz: “quedeme y olvideme , el rostro recliné sobre el Amado” y “dejeme ”…,,dejemos, pues, que se cumpla siempre la Voluntad de Dios en todo lo que El desee o permita que suceda -en Su Infinita Misericordia para con nosotros – al hacernos venir a la existencia.. 
    Un saludo cordial
    Santiago Hernández

  • Gracias Ana por compartirnos tus palabras, al leerlas y pensar además que vienen de ti las siento aún más sinceras y dulces.