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Itinerario personal de un matemático anarquista y ateo hacia Dios (3)

Al recordar su vida para encontrar los momentos y formas en que Dios se había hecho presente en la vida de sus padres y en la vida propia [Ver entradas anteriores], Alexander Grothendieck, que había nacido en una familia militantemente atea (“Dios es una ficción que se creen solo las personas ignorantes”), ve que ni siquiera en el periodo en que vivió en una familia de acogida (de los 6 a los 12 años) tuvo indoctrinación o vivencia religiosa. Pero de aquella época recuerda la fascinación de una persona, absolutamente humilde y generosa, Rudi, que se le fue grabando como imagen humana de Dios, hasta llegar a unir a Rudi con Dios en un sueño reciente de principios de 1958 cuando él había ya aceptado que el “Buen Dios” se comunicaba personalmente con él. Personalmente he encontrado en este y otros relatos de AG tanta experiencia de encuentro con Dios como  en las autobiografías de Teresa de Ávila y Teresa de Lissieux. AD.

29          Rudi y Rudi – o los indiscernibles

(15 de junio) Con cierta reticencia me he dejado llevar a decir sobre mis padres mucho más de lo previsto. Me decía que divagaba, que me alejaba de mi propósito – ¡no ha habido nada que hacer! Quizás después de todo estoy más cerca, de dicho “propósito”, de lo que le pudiera parecer a esa reticencia. Sin contar con que mi arraigo en mis padres ha sido tan fuerte que sin duda no sería razonable pretender hacer una reseña, incluso de las más someras, de mi itinerario espiritual sin incluirlos a poco que sea.

El primer rastro concreto de mi relación con Dios del que tengo conocimiento se remonta a la edad de más o menos tres años. Es una especie de tebeo de mi cosecha, garabateado en los márgenes de un libro infantil (“quitado” a mi hermana, supongo que por el bien de la causa). Pongo en ella alguna derrota del buen Dios, en unos altercados con mi padre en que éste claramente es el bueno y gana sin esfuerzo. Sin embargo se me había asegurado que el buen Dios no existía más que en la imaginación de ciertas gentes, y que era un poco tonto creer en eso. Pero, en esos garabatos tan dinámicos, mi padre demuestra de modo irrefutable al buen Dios en persona esa inexistencia flagrante, echándole un cazo de agua en la cabeza, o incluso algo peor. No creo que el buen Dios me guarde rencor (al menos no más que a mis padres, a los que yo no había consultado…) por aquellos juveniles comienzos de un pensamiento metafísico que aún balbuceaba.

En enero de 1934, hacia el final de mi sexto año, soy brutalmente arrojado de mi medio familiar, ateo, anarquista, y marginal por elección, al de la familia convencional de un viejo pastor, en el otro extremo de Alemania. Allí permanecí más de cinco años, con una carta apresurada y forzada de mi madre tres o cuatro veces al año… En mi nueva casa hay muchos efluvios religiosos, que percibo un poco de lejos – alguna visita a un convento, donde hay religiosas de la familia, incluso uno o dos servicios religiosos a los que asisto un poco atónito, y esperando a que se termine. Pero la atmósfera en la casa no era muy religiosa, por decir poco. Lo cierto es que la pareja que me había acogido y tomado cariño tuvo la prudencia (¿o es sobre todo falta de disponibilidad?) de no fatigarme demasiado con historias del buen Dios. Desde ese momento, por otra parte, tuve cumplida ocasión de darme cuenta de primera mano de que la “religión”, en las gentes, tiende a reducirse a cierta etiqueta social exhibida con más o menos insistencia, y apuntalada con una observancia más o menos asidua de un ceremonial que no me atraía particularmente, y que nadie, afortunadamente, quería imponerme (16).

El trasplante de un medio familiar a otro, y sobre todo los seis meses, saturados de angustia contenida, que lo precedieron, fueron una prueba muy ruda. Ésa es la época en que el miedo apareció en mi vida, pero un miedo que desde el principio ha estado como encerrado detrás de una capa de plomo hermética que se ha mantenido durante toda la vida, como un secreto temible y vergonzoso. Ha sido el secreto mejor guardado de mi vida, incluso conmigo mismo. (No lo descubro más que a partir de marzo de 1980, a la edad de 52 años, conforme voy haciendo el trabajo sobre la vida de mis padres). Tuve la gran suerte de encontrar entonces en el nuevo medio familiar, y en su entorno, personas de buen corazón que me han dado cariño y amor. Mientras que después raramente he encontrado ocasión de recordar a alguno de ellos, seguramente no fue casualidad que la noche misma que precedió a los “reencuentros conmigo mismo” en octubre de 1976 [1] 62, fui conducido, por primera vez en mi vida, a hacer una retrospectiva de mi vida y de mi infancia, y a evocar el amor que recibí de ellos. La mayoría de esas personas (veo siete, de las que sólo una está aún en vida) eran creyentes, pero su cariñosa solicitud no iba asociada a ningún esfuerzo de proselitismo. Lo que no ha hecho sino hacerla más efectiva.

Entre esas personas que me rodearon en años difíciles, pongo aparte a una de ellas, Rudi Bendt, del que quisiera hablar. Era un hombre de una gran simplicidad, de condición humilde y de poca instrucción, pero lleno de una simpatía espontánea y activa, incondicional y casi ilimitada, por todo lo que tuviera rostro humano. El amor resplandecía en él tan simplemente, tan naturalmente como respiraba, como una flor exhala su perfume.  Todos los chiquillos lo adoraban, y en mis recuerdos lo veo siempre con dos o tres alrededor asociándose a sus múltiples empresas, incluso con toda una retahíla atareada. Los adultos, tocados como a su pesar por el encanto espontáneo y sin pretensiones y por el resplandor que emanaba de él, hacían gala con él de una simpatía medio enternecida, medio condescendiente, y aceptaban gustosos sus servicios y buenos oficios con aires de bienhechores. Estoy seguro de que Rudi, con sus ojos cándidos y claros, bien veía a través de esos aires y de otras poses. Pero no le molestaba que los otros se fatigasen en poner poses y aires de superioridad (incluyendo la familia que me había acogido[2] 63). La gente es como es, y los aceptaba como eran, igual que el sol nos alumbra y nos calienta a todos, sin preocuparse de si lo merecemos. Seguramente nunca se preguntó cómo es que él era diferente de todos los demás. Claramente él se aceptaba igual que aceptaba a los demás, sin plantearse cuestiones (¡sin duda insolubles!). Su vida consistía en dar – ya fuera toda clase de vestidos que había recuperado en sótanos y desvanes y que distribuía a diestro y siniestro a quien pudiera necesitarlos, o montones de recortes de papel (¡verdaderos tesoros para los chavales!) de su pequeña imprenta (antes de que los nazis le obligaran a cerrar), un lote de botellas vacías, tarros de cristal para conservas… – las cosas más inverosímiles, que siempre terminaban por encontrar quien se las quedase, para aliviar algún problemilla o alguna miseria. Todo el mundo veía el pintoresco batiburrillo que pasaba por sus manos, que iba a buscar Dios sabe dónde con una pequeña carreta, en cuanto tenía un momento libre, y que redistribuía a quien quisiera. Pero sólo Dios veía lo que acompañaba a ese batiburrillo, llevado por esa voz cantarina y clara y por esa mirada cándida y totalmente abierta – algo silencioso e invisible, mucho más raro y precioso que el oro.

Sólo desde que medito sobre mi vida y sobre mí mismo[3] 64, comienza a hacérseme patente la acción en mi vida del amor que me dio en mi niñez, seguramente sin saberlo ni quererlo – acción subterránea, imperceptible, invisible a todos salvo a Dios. Y cuando mido mis actos y mis fracasos (e incluso mis éxitos…) con el rasero de quien él era, siento mi pequeñez – no por un loable esfuerzo de modestia, sino por la evidencia de la verdad.

Lo que más me ha impresionado, al pensar en Rudi durante los últimos diez u once años, es la ausencia de toda vanidad. En mi vida rica en encuentros, él es el único que me ha dado ese sentimiento irrecusable y que no puede engañar, que por su misma naturaleza él era ajeno a la vanidad – que en él no había hecho ninguna mella. En cuanto a las gentes que sólo conozco un poco por sus obras o por su reputación, y dejando aparte sólo al Cristo, Buda y Lao-Tse, no veo a nadie que me haya dado esa misma impresión. Y seguramente hay un estrecho lazo entre esa ausencia de vanidad, y ese resplandor. Quizá sean dos aspectos, uno el negativo del otro, de la misma realidad. Hoy en día me inclinaría a creer que el resplandor no es del hombre, sino de Dios en el hombre, del Huésped invisible. Es un gran misterio que Dios, el Todopoderoso, para actuar en el mundo de los hombres, quiera actuar a través del hombre, y parece que no actúa más que a través de él. Allí donde Él resplandece, Él actúa, en lugares secretos a los que sólo accede su Ojo. Y Él resplandece libremente en un ser, en la medida en que éste no opone ninguna pantalla a esa acción de Dios[4] 65. Pero la pantalla entre la acción de Dios al operar en nosotros y otros, igual que la pantalla entre Dios y nosotros mismos, no es otra que la vanidad. Un hombre me parece “grande” espiritualmente en la medida en que está libre de la vanidad, lo que significa precisamente (si no me engaño): en la medida en que está más cerca de Dios en él. Y también es en esa medida, me parece, en la que su acción en otros, y su acción en el mundo, es espiritualmente benéfica; es decir: esa acción colabora directamente, como si emanase de Dios mismo, con los designios de Dios sobre cada ser en particular, y sobre la humanidad y sobre el Universo en su conjunto.

Es una gracia grande encontrarse en el camino un ser en el que se encuentra realizada, humildemente y a la perfección, la armonía completa y la unidad con Dios que vive en él. Y en mi vida repleta de gracias, a mis ojos una de las más grandes es haber tratado familiarmente, durante unos años cruciales de mi infancia, a tal ser.

He tenido un sueño que trata, como de pasada, de esos seres, representados en ese sueño por un grupo de niños. Son los “niños en espíritu”. Habitan una casa en el jardín de Dios, colindante con otra, que he reconocido como la morada de los “místicos”, de los enamorados de Dios. Reconozco que aún no distingo muy claramente el papel de unos y otros en los designios de Dios. En todo caso, lo que está claro es que ellos son Sus más allegados. Rudi, por lo que sé de él directamente o por el testimonio de otros (su mujer principalmente) que lo conocieron desde su juventud, verdaderamente no tenía nada de místico. Sé que creía firmemente en Dios, incluso pasó en su juventud por un periodo de devoción, quizás bajo la influencia de su mujer. Pero no me acuerdo de haberle oído jamás hablar de Dios, e ignoro siquiera si solía rezar. A decir verdad, creo que no tenía ninguna necesidad. En él no había ninguna distancia entre Dios y él, que hubiera hecho necesario que Le dirigiera una especie de pequeña conversación (17).

En la escena final de otro sueño, también uno de los más sustanciosos y truculentos, había dos señores de cierta edad, sentados en sillones de mimbre uno al lado del otro, en amigable charla – en pleno centro de un animado cruce de una ciudad. Sin embargo lo más notable, a primera vista, es que esos dos hombres de aspecto bonachón ¡tenían todo el aire de ser dos veces el mismo! Era dos veces Rudi. Por supuesto, en el sueño parecía la cosa más natural del mundo, y yo iba a quejarme a Rudi y Rudi de ciertas contrariedades que acababan de ocurrirme (Yo, que toda mi vida había sido un antimilitarista feroz, ¡he ahí que en mi vejez me había dejado enrolar en el servicio militar! Y Rudi, además, que lo encuentra muy natural y que me dice que he hecho bien…)

Es curioso el último paréntesis sobre el contenido del sueño: Una de las cosas de la que más orgulloso se sentía en su vida era su consecuente antimilitarismo. Desde él juzgaba con rigidez extrema a los demás, desde Gandhi que participó en varias guerras y dirigió su  imagen y su no violencia como estrategia para derrotar al poder colonizador [pp. 504 y ss], hasta Légaut que se enroló como teniente en el ejército de Vichy, [pp. 530 y ss]. Sin embargo, en su sueño de Rudi&Rudi, curiosamente, Dios no da importancia a que él también se haya enrolado en el ejército… El misterio de la infinita perfección de Dios, que hace salir el sol sobre jutos y pecadores…

Al trabajar sobre esta escena del sueño, después de un momento de perplejidad, supe que uno de los dos era Rudi, y el otro el buen Dios[5] 66. Pero no hubiera sabido decir quién era quién (¡y eso sin duda no ocurría sin intención del Soñador!). Eran indistinguibles.

NOTAS:

[1] 62 Esos “reencuentros” se tratan desde el principio de la primera sección de este libro, “Primeros reencuentros – o los sueños y el conocimiento de sí mismo”. Allí hablo también del sueño mensajero que los había suscitado, y sobre el que vuelvo varias veces a lo largo del Capítulo I.

Tal vez sería el momento, tras esta referencia del mismo AG, para leer directamente el principio del libro o todo el capítulo 1º, yendo directamente al texto que nos ofrece la página de Carmona:  . O en la nube de DropBox donde lo tengo yo guardado. Explica cómo y por qué empezó a estar atento a los sueños con mensaje. Pero tal vez los miniencuentros con Dios otros los encontremos de otras formas…    

[2] 63 Incluso su mujer, Gertrud, aparentaba tratarlo un poco de “niño grande”, y se quejaba de su “debilidad”, que hacía que se dejase “explotar” sin vergüenza, y que a veces la obligaba a pararle los pies. Ella forma parte de esas buenas personas que me dieron cariño, y a las que estoy agradecido. Aún vive, dama vieja y ágil de más de 90 años, y nos carteamos regularmente. Fui a verla hace dos años, despidiéndome al tiempo de los lugares de mi infancia que no pienso volver a ver…

[3] 64 La meditación entró en mi vida algunos días antes que los “reencuentros” evocados más arriba (ver la penúltima nota a pie de página), cuando Rudi ya estaba muerto desde hacía varios años.

[4] 65 Es raro sentir tal resplandor en un adulto – el resplandor espiritual, se entiende, no el del cuerpo o la inteligencia, también raros pero en un grado incomparablemente menor. Por el contrario, a menudo lo he sentido con fuerza en los recién nacidos o en los niños pequeños. Creo que siempre está presente al nacer, e incluso que es percibido por sus familiares. Pero esa percepción casi siempre permanece inconsciente, ahogada desde el principio por el caparazón de ruido y de clichés que aísla al adulto de la percepción de las realidades delicadas y más esenciales.

(1 de agosto) Véase al respecto la reflexión de hoy en la nota “El niño creador (2) – o el campo de fuerza” (no 45).

[5] 66 La aparición del buen Dios en este sueño no tenía por qué extrañarme. En este mismo sueño interviene además con otras dos caras – la del cabo encargado de instruirme (y cuyos procedimientos no son de mi agrado…), y la del ministro de la guerra (¡sic.!), al que pienso quejarme de la incalificable actitud de su subordinado. Este sueño es del pasado mes de enero. Desde finales de diciembre hasta el final de marzo, Dios aparece en mis sueños prácticamente cada noche aunque sólo sea una o dos veces, bajo una multitud de caras diferentes.

4 comentarios

  • Román Díaz Ayala

    La Reforma iniciada,por Martín  Lutero en 1517 tuvo insignes figuras que le dieron forma y profundidad al movimiento contribuyendo a su expansión en la cristiandad  europea sacudida por el Renacimiento y que así inauguraba su Edad Moderna.

    Lutero angustiado  por los problemas  de su existencia parte de sí  mismo en busca de la salvación.  No se cuestiona a  Dios, sino cómo  podría alcanzar su gloria. En ese sentido inauguraba la modernidad dentro del contexto  religioso.

    Calvino tiene,  por el contrario, una mirada hacia Dios más  propia del Antiguo Testamento. Su teología  parte de Dios y sus designios.

    La Reforma de Roma ahondó  en estos aspectos puestos en relevancia por los reformadores y seguidores. El ateísmo  llegó  después hasta,convertirse en moneda cultural de mano de la filosofía,  la política,  y sobre todo de la ciencia.

    Moneda  común  que se va extendiendo  en forma de un ateísmo  social y práctico   Hoy el creyente tiene que hacer un esfuerzo para descubrir  no sólo  la naturaleza  de su relación  sino la propia existencia del Ser divino.

    Y en esa estamos. Nos hemos colocado  fuera del tablero  y desde esas otras estancias estancia pretendemos  jugar la partida

    Una busqueda real de Dios lleva a un e encuentro con Dios, aunque una búsqueda  conceptual de Dios nos lleve  solo  a una hipótesis  más  o menos  razonable  de su existencia. A eso lo llamamos  ahora el sentimiento religioso. Todos buscamos a Dios, n pero no teniendo una idea más precisa de Dios.  A Dios sele alcanza mediante un encuentro, que por culpa de nuestra mentalidad heredada  y de la que somos tributarios,  nos impide el abandono de nosotros mismos   Ahí  veo la dificultad.

  • Hace un año mi colega Fernando se puso mal y lo trajeron al hospital de emergencia. Su esposa Charo me llamó y fui a verlo. Lo encontré a Fernando muy mal: pálido y demacrado…Los médicos, después de varios análisis le detectaron un cáncer pulmonar muy avanzado…Mi colega Fernando era un ateo convicto y confeso. Un excelente físico matemático…Un profesional muy ponderado y reconocido a nivel nacional. Sus charlas y conferencia sobre física cuántica eran muy concurridas y admiradas. El astrofísico y cosmólogo Stephen Hawking era su favorito. La conferencia sobre la “Historia del Tiempo” de Hawking lo han repetir varias veces en toda la Universidad. El  Padre Pascual, también docente, le dijo un día: “doctor Fernando eres una maravillosa persona y un excelente profesional, lástima que eres ateo” y Fernando le contestó “¡¡Gracias a dios soy ateo”!!.
    Pasaron algunas semanas, y Fernando totalmente abatico; con una depresión feroz. Una mañana Charo me llama  y me dice que Fernando quiere hablar contigo y fui al hospital y lo que encontré allí no es para decirlo con palabras: Maravilloso Fernando era otra persona como un niño feliz tranquilo y una paz interna que hablaba a gritos…Me tomó de la mano y me dijo: Amigo y colega Nicolas…¡SÍ EXISTE…SI EXISTE.. A NOCHE VENO Y VERME…CONVERSAMOS MUCHO Y  SE QUEDO CONMIGO AQUÍ EN MI CORAZÓN (obviamente se trataba de Dios)…Nos abrazamos sin palabras al son de nuestras lágrimas…al final solo atiné a decir ¡¡GRACIAS DIOS MIO!!…Fernando ya un poco calmado me dice: “¿quieres saber quien es el culpable de todo esto?”…y dándome su celular me dice: .”escucha”…Era la hermosa canción de Wilkins: “Cómo no creer en Dios” si lo siento en mi pecho a cada instante…Como no creer en Dios…
    Los médico le dieron a Fernando máximo 8 meses de vida…Pero Fernando se fue al quinto mes …se fue abrazado a una paz profundo y una fe envidiable …¡¡Que misterios tiene la vida!!…

  • Antonio Duato

    Estoy plenamente de acuerdo, Isidoro, con tu reflexión de hoy.

    Ese BBVA absoluto (Bonum-Bellum-Verum más Amor o Agapé que resume todo) al que vas refiriéndote con insistencia últimamente. Comprendo tu resistencia a llamarlo Dios, prefiriendo designarlo Arquetipo de Belleza-Armonía cósmica. ¡Esta tan gastada la palabra y constructo Dios! En otros sigue esa necesidad de encontrar no solo un algo sino un Alguien, un Tú y preguntamos no Qué sino Quién es Dios, como le pasaba al exclaretiano filósofo José David García Bacca, que hacia el final de su itinerario de implacable materialista crítico recordaba a Antonio Machado: “El ojo que tu ves no es ojo porque tú lo veas sino porque te ve“.

    Para mí cada vez más no es que haya un arquetipo, una sensación cósmica o un estado superior de conciencia, sino un presencia real encarnada en cada niño, o en cada persona como Rudi (la encuentro o no) que sea tn humilde y trasparente que Dios se manifieste en ella

  • Isidoro García

    La figura de este Rudi, encarna en A. G., el arquetipo de la Belleza cósmica, que está teñida de simpatía natural, alegría general, ganas de vivir, y sobre todo de “felicidad” humana.

    Y ese arquetipo, (que son autónomos y cuasi personales), se le manifiesta a A.G. en sueños, con la cara de Rudi.

    A.G. señala como en Rudi, (su avatar del Arquetipo de la Belleza-Armonía, “la armonía completa y la unidad con Dios que vive en él”. Pero en realidad puede decir igualmente que Rudi, estaba en armonía y unidad con el Universo mismo, (“Dios” o el Tao).

    (A mí, como a todos en algún momento de nuestra vida, este arquetipo sabio de la Belleza-Armonía cósmica, se me viene mostrando y llamando, desde hace unos meses, -como lo atestiguan mis recientes reflexiones sobre él- muy posiblemente, como una llamada de atención a que ahí está el gran hilo de Ariadna donde dirigir nuestra vida).

    Muchas veces se afirma que la Ciencia y el conocimiento, nos marcan el cómo y el qué hacer, pero que estamos huérfanos del “para qué”, que es la clave, la piedra angular de la naturaleza humana: el verdadero sentido de nuestra vida.

    Esto viene indicado por este arquetipo sabio, que es el único que puede dar un sentido auténtico a nuestra vida. Los otros dos arquetipos sabios el de la bondad y el del conocimiento, son secundarios a él, y son consecuencias de él.

    (La Bondad, es natural, y el Conocimiento viene en forma no de saberlo todo, sino de la intuición sabia de conocer lo que realmente importa conocer).

    Lo malo es que los arquetipos, no son libros de instrucciones explícitas a seguir, sino que son como “plantillas”, que tenemos que rellenar con elementos de nuestra red de significados, nuestra cosmovisión y nuestra mente suficientemente equilibrada.

    Con unos significados erróneos en parte, y una mente desequilibrada con nuestros trastornos de la personalidad, y nuestro desmadre emocional, el Arquetipo sabio de la Belleza cósmica, de la Armonía con el Universo, nos llega muy desfigurado y muchas veces irreconocible.

    Y entonces caemos en la búsqueda de “ser importantes”, asumiendo el papel de listillos, (“a mí me van a engañar”), de resabiados, de toros toreados, del que “se las sabe todas”, de desconfiados, de no ser tontos como los demás, de justicieros vengativos…

    La auténtica encarnación del Arquetipo sabio, se encarna en alguien cándido, tolerante y de mirada clara. Es una imagen de persona sencilla, auténtica, sin poses, sin artificios, no atado por convenciones sociales, religiosas o ideológicas, casi estrambótico.

    Es una figura ante todo “poco seria” para el mundo, pero con mucha profundidad, y con gran agilidad y fluidez. Eso le otorga una creatividad exuberante, y una bonhomía natural, sin estar atado a morales y normas sociales convencionales.

    (Yo como no he tenido en mi vida la cercanía de nadie de ese tipo, encarno este arquetipo al protagonista de la Vida es Bella, encarnado por Roberto Benigni, un “tonto maravilloso”, un “payaso de Dios”).

    Si consiguiéramos colocar este Arquetipo, en el centro de nuestra mente consciente, nuestra vida sería muy distinta. Pero generalmente tenemos que mantener el tipo de la figura artificial que nos hemos dado para definir nuestra persona, ante los demás y ante nosotros mismos.

    Y moriremos manteniendo esa ficción hasta los últimos días, perdiendo la oportunidad de conocer la verdadera felicidad, y de ser grandes “cósmicos”, por epatar y engañar a la serie de personas que nos acompañan en el manicomio. Porca miseria.