Hoy, en el Día Internacional de la Filosofía, este segundo artículo de Leandro Sequeiros que trata de quién puede ayudarnos a encontrar un sentido crítico y realista para el futuro. AD.
Retomamos el tema de los intelectuales cristianos y añadimos al artículo que publicó ATRIO – ¿Tienen algo que decir los intelectuales cristianos críticos en la sociedad moderna?–otras nuevas reflexiones sobre el papel de los intelectuales hoy.
Aludimos a dos artículos que hasta cierto punto se contradicen. En un artículo de Miguel Ángel Quintana Paz titulado: “¿Dónde están (escondidos) los intelectuales cristianos?” (The Objective, 20 noviembre 2020) se abre el debate sobre el papel de los intelectuales en nuestra sociedad, y el papel de los intelectuales cristianos en el debate público. En las redes sociales las opiniones han sido diversas al respecto.
En la sociedad del conocimiento y de las redes sociales, las fronteras entre el trabajo de los intelectuales, el de los expertos y el de los tertulianos tiene límites borrosos. Nuestra sociedad banaliza la construcción del pensamiento. En algunos foros de internet están apareciendo estos debates.
Nos referiremos en este artículo al debate sobre el papel de los intelectuales en la sociedad contemporánea y su retirada del espacio público que firmado por JANO se publicó en Ávila-Abierta. A los lectores de los artículos que desde hace 2016 publicamos en FronterasCTR (como continuación a los más de 600 artículos publicados en Tendencias21 de las religiones desde 2006) les puede interesar este debate que arroja luz sobre la función de los intelectuales en la actual vida española.
Los tertualianos ¿suplantaron a los intelectuales?
En una primera parte del texto que comentamos, se incluye el artículo provocador de Fernando Vallespín, publicado en el diario EL PAIS el 1 de septiembre de 2019 con este título: Cómo los tertulianos suplantaron a los intelectuales. Este ensayo, como veremos más adelante, fue contestado por César Calderón.
Para entender el alcance de sus reflexiones, conviene saber quiénes son cada uno de ellos. Fernando Vallespín Oña (nacido en 1954) es un profesor universitario y politólogo que presidió el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) entre 2004 y 2008. Ha sido también profesor visitante en las universidades de Harvard, Heildelberg, Frankfurt, Veracruz y Malasia, además de un activo conferenciante en otras universidades en el ámbito nacional y europeo. Es un experto en teoría política y en pensamiento político, ha publicado más de un centenar de artículos académicos y capítulos de libros de ciencia y teoría política de revistas españolas y extranjeras. Por tanto, su opinión tiene un cierto peso.
Por otra parte, César Calderón es experto en comunicación política y cuenta con una dilatada trayectoria dirigiendo campañas electorales, tanto en España como en Latinoamérica. Fundador y director general de la compañía de consultoría estratégica Redlines, Calderón es especialista en transparencia, participación y comunicación, y ha ayudado en esas materias a diversos gobiernos por todo el planeta. Además, es autor de los libros ‘Guía práctica para abrir Gobiernos’ (Goberna, 2015), ‘Otro Gobierno’ (Algón Editores, 2012) y ‘Open Government – Gobierno Abierto’ (Algón Editores, 2010).
La opinión de Fernando Vallespín
Para Vallespín, “con los intelectuales ocurre lo mismo que con la socialdemocracia: no puede hablarse de ellos sin mentar su muerte, su crisis o su lamentable estado. De hecho, les va incluso considerablemente peor que a aquella, que al menos consigue ganar algunas elecciones de vez en cuando”.
Desde su punto de vista, el final de los intelectuales se lleva cacareando desde hace unos 40 años y siguen sin levantar cabeza. A pesar de todo, el término sobrevive, pero desprovisto ya del aura que solía acompañarlo.
Pero, ¿qué entiende Vallespín por “intelectual”? “El intelectual clásico, el “verdadero”, es aquel o aquella cuya opinión cobraba una especial importancia porque estaba respaldada por el extraordinario prestigio que se había ganado en el campo en el que sobresalía, generalmente en el pensamiento, la ciencia o la literatura”.
Aparece el experto
Los medios de comunicación social no cesan de hablar de “expertos” y de “científicos” para orientar el tratamiento del COVID-19. Parece que la solución a corto plazo ha marginado las reflexiones de fondo que orientan el futuro. En opinión de Vallespín, al intelectual parece haberle sucedido el “experto”. Justifica esta afirmación de la siguiente manera: “La nueva complejidad de una política cada vez más tecnocrática hizo que nuestra comprensión de lo que acontecía requiriera del continuo recurso a especialistas de distinto pelaje. Los grandes discursos de la tutela filosófico-moral del intelectual clásico dieron paso así al “análisis experto”. Este complementaba más eficazmente las noticias del día a día que las posibles reflexiones del sabio”.
En un mundo tecnificado en el que domina “saberlo todo de casi nada”, se impone la especialización:
Escribe Vallespín: “El mundo académico, además, pronto dejó de ofrecer generalistas y propició únicamente la especialización. Por otro lado, ya iban quedando cada vez menos de los intelectuales históricos, que estaban siendo suplidos también por los que los anglosajones llaman public intellectuals, que opinan a partir de su especialidad y su prestigio, como Francis Fukuyama, Steven Pinker, Yuval Noah Harari, Niall Ferguson…, y que tienen en común el estar casi siempre bajo el foco público. Muchos de ellos —no necesariamente los aquí mencionados— poseen, como señala Daniel W. Drezner en The Ideas Industry, un acceso privilegiado al “mercado de las ideas”, que no está exento de mediaciones y donde grandes intereses económicos desempeñan también su papel a la hora de promocionar unas u otras reflexiones. Eso del intelectual clásico de “decir la verdad al poder” se tornaría así en lo contrario: son los poderes fácticos los que tratan de definir cuál es la verdad buscándose los portavoces adecuados, ya sean pensadores o think tanks”.
Intelectuales y política posverdad
Nuestra sociedad, según Vallespín, considera la información como una mercancía que se compra y se vende. Estamos en la era de la llamada posverdad, la distorsión deliberada de visión de la realidad.
En su opinión, “El caso es que, al entrar en esta fase de política posverdad, ya no hay forma de imponer “verdades” que valgan. Vengan de los intelectuales, los expertos o los public intellectuals. No en vano, todos ellos pertenecen a una élite y eso les coloca ya a priori bajo sospecha. A menos, claro, que defiendan las posiciones que nos importan. La actual vituperación de las élites se ha extendido también a quienes tenían la función de orientarnos. Ortega se equivocaba. Ha habido que esperar a la expansión de las redes sociales para que se produjera la auténtica rebelión de las masas, aunque ahora hayan cobrado la forma de enjambres virtuales. Detrás de esto se encuentra, desde luego, el proceso de desintermediación, que ha roto con el monopolio de los medios tradicionales para ejercer su tutela sobre la opinión pública. O la posibilidad potencial de acceso directo a conocimientos que hasta ahora solo eran accesibles para un grupo de iniciados. O el predominio de los afectos sobre la cognición —“solo me parece convincente lo que encaja con mis sentimientos”—. O la enorme polarización política que se nutre de un consumo tribalizado de la información y la discusión (las famosas cámaras de eco). O la desaparición de la deliberación detrás de lo meramente expresivo”.
La falta de credibilidad de los intelectuales
Para Vallespín, “El resultado de todo esto es una pérdida generalizada de auctoritas por parte de instituciones, grupos o personas que hasta entonces cumplían esa función orientadora de la que antes hablábamos. Y entre ellos se encuentran, cómo no, los intelectuales. Porque haberlos haylos, solo que su influencia cada vez es menor en esta sociedad que se proyecta sobre un escenario cada vez más fragmentado y está dominada por una fría economía de la atención. Se atiende a quien más ruido hace, no a quienes aportan mejores argumentos; o al más feo y provocador, como Michel Houellebecq, que siempre es entrevistado con fruición; o a quienes se valen de novedosas estrategias en defensa de una determinada causa. No es de extrañar así que la ecologista adolescente Greta Thunberg haya conseguido captar mucha más atención que cualquiera de los escritos de Bruno Latour, el filósofo que más y mejor se ha venido ocupando del desastre climático”
La tertulianización de la opinión
Con este neologismo tan expresivo, Vallespín insiste en la banalización de las opiniones bien fundamentadas expresadas por los intelectuales: “No podemos olvidar, sin embargo, que la democracia ha tenido siempre una peculiar relación con la verdad. La democracia es el gobierno de la opinión, no el de los filósofos platónicos o el de los científicos. Y aunque aquellos siempre podrán ilustrarnos, al final decide la opinión mayoritaria, que no tiene por qué ser la más fundada en razón. Por eso mismo los teóricos de la democracia han abogado por la necesidad de someter las diferentes opiniones a la prueba de la deliberación pública. Y aquí es donde son bienvenidos los intelectuales, los que nos alertan sobre dimensiones de la realidad que a veces se nos escapan. El problema es que la mayoría de ellos se han dejado llevar por la polarización y se han adscrito a alguna de las partes de esta nueva política de facciones irreconciliables. Con ello pasan de ser intelectuales a convertirse en ideólogos, en racionalizadores de unas u otras opiniones. El pensamiento autónomo se desvanece o pierde su resonancia detrás del ruido de las redes. Otros se empecinan en disquisiciones pedantes digeribles solo para quienes están bien anclados en la cada vez más minoritaria subcultura humanística”.
A los tertulianos se les da más credibilidad que los intelectuales
He aquí el problema de fondo. En la sociedad de la comunicación, el que mejor comunica y más provoca, parece tener más credibilidad que quien razona. Por eso, concluye: “Con todo, tengo para mí que los que han dado la puntilla a los intelectuales han sido, curiosamente, los tertulianos, si es que podemos generalizar entre tan amplio y variado grupo. Por la propia dinámica del invento, el fugaz y casi improvisado análisis —el “pensamiento rápido”— y el fomento del contraste de pareceres, el mensaje que se transmite es que todo es opinable. Y sin hacer grandes esfuerzos. Incluso en aquellos temas que requerirían el recurso al conocimiento experto. ¿Quiénes son, pues, estos intelectuales —o expertos— que se atreven a imponernos una única visión de la realidad cuando yo ya tengo la de los “míos”? No es de extrañar, pues, que se esté abandonando a los otrora “sacerdotes impecables” para seguir acríticamente a líderes populistas implacables. La razón argumentativa se va supliendo poco a poco por la cacofonía de opiniones sin sustento o el refuerzo emocional de las nuevas consignas. Sí, me temo que el final de los intelectuales tiene todos los visos de ser una profecía autocumplida”.
Segunda aportación al debate: César Calderón en Público
El eco de este ensayo de Fernando Vallespín fue recogido por el politólogo César Calderón en el diario Público con el artículo “De cómo los intelectuales se suicidaron saltando al vacío desde su propio Ego”, el 9 de septiembre de 2019.
César Calderón inicia su artículo alabando a Vallespín. “Fernando Vallespín es uno de los tipos más brillantes que conozco, leo casi todo lo que escribe con placer, he asistido a unas cuantas conferencias suyas con aprovechamiento demostrable e incluso he tenido el privilegio de compartir micrófono y debate en alguna radio nocturna”.
Pero desde el inicio explicita sus diferencias: “Pero Vallespín se equivoca.
Aprecio personal, política e intelectualmente a Fernando Vallespín y les puedo asegurar que es uno de los más rápidos, divertidos e irónicos conversadores que conozco. Pero Vallespín yerra. Su carrera académica ha sido una de las más prematuras y luminosas que se recuerdan, su paso por diversas instituciones, desde el CIS a la Fundación Ortega-Marañón las ha convertido en lugares mejores, más competentes, más serios y más respetados. Pero Vallespín se confunde”.
¿En qué yerra y se confunde Vallespín?
César Calderón es muy directo: “Se equivoca, yerra y se confunde mi admirado Fernando Vallespín en un soberbiamente escrito artículo publicado en el diario El País el pasado fin de semana en el que bajo el título Cómo los tertulianos suplantaron a los intelectuales, un bello texto en el que carga contra la banalización y liviandad de nuestra sociedad describiendo con solvencia alguno de los males que la aquejan mientras absuelve otorgando indulgencias plenarias urbi et orbe a “los intelectuales” de su menguante influencia en la misma”.
La postura de César Calderón es beligerante: “No voy a ser yo quien etiquete a esos intelectuales de los que habla Vallespín como “cabezas de chorlito”, no hace falta, eso ya lo hizo Dolores Ibárruri refiriéndose de esta forma injusta a Claudín y Semprún en una de las incontables purgas con las que se entretenía el PCE en el franquismo, pero les aseguro que no es por falta de ganas”.
Para Calderón, Vallespín tiene una lectura sesgada de la realidad: “Vivimos, como sabiamente sostiene Vallespín, en una sociedad que se encuentra en plena mutación, hacia no sabemos muy bien dónde. Una sociedad que ha perdido sus anclajes sociales más sólidos y en la que la velocidad absurda con la que se transmite un paquete de datos entre dos smartphones sin necesidad de cable alguno ha sustituido en pocos años todo el orden y la cadencia con la que el conocimiento y la información circulaban por nuestras calles, escuelas, empresas y universidades. Y la velocidad, aunque les parezca un elemento menor, no lo es en absoluto, sino que más bien al contrario y como señalaron Spinoza y posteriormente Deleuze determina el pensamiento y al ser en tanto que ser. El pensamiento, siguiendo de nuevo a Spinoza, produce velocidades y lentitudes, y además es inseparable de la velocidad o la lentitud que produce.
Posturas contrapuestas
Vallespín y Calderón no llegan a entenderse. “Mientras los intelectuales de los que habla Vallespín sigan pensando, como un conductor que circula en contradirección, que es la sociedad la que se equivoca y él quien acierta, deberán resignarse a la irrelevancia”.
Pero César Calderón parece tener una respuesta: “Hay otra solución, una mucho más costosa, trabajosa y cansada: algunos intelectuales como Daniel Innerarity, Slavoj Žižek o Byung-Chul han están consiguiendo creciente influencia social a base de romper con ese insoportable (pero comodísimo) elitismo que practican sus compañeros intelectuales de plantilla con lenguajes nuevos, el uso de canales emergentes o el aprovechamiento de la velocidad (y la lentitud) para generar historias, metáforas e imágenes que sirvan para hacer inteligibles sus ideas. Pero claro, para eso además de trabajo, hace falta talento y nadie dijo que los intelectuales tuvieran que tener de eso”.
¿Y dónde están los intelectuales cristianos?
Al inicio de este artículo aludíamos al reciente ensayo de Miguel Ángel Quintana Paz titulado: “¿Dónde están (escondidos) los intelectuales cristianos?” (The Objective, 20 noviembre 2020) se abre el debate sobre el papel de los intelectuales en nuestra sociedad, y el papel de los intelectuales cristianos en el debate cultural.
Quintana intenta dar una respuesta a un artículo del joven filósofo Diego S. Garrocho publicó en el diario El Mundo una opinión provocadora. Su título, ¿Dónde están los cristianos?, formulaba sin concesiones una preocupación: que en nuestros debates públicos, nuestras redes sociales, nuestras tertulias políticas y discusiones intelectuales, apenas cabe oír voces cristianas que muestren, verbigracia, «el vigor filosófico del Evangelio de Juan, el mérito sapiencial del Eclesiastés o la revolución moral de las epístolas de San Pablo».
Por tanto, si hay crisis de credibilidad de los intelectuales que están siendo sustituidos por tertulianos, ¿dónde están los intelectuales cristianos? ¿Dónde se aloja el potencial intelectual de los creyentes que postulan un determinado paradigma del mundo coherente con los valores del evangelio?
«Hagan la lista», sugería Garrocho: «Está la izquierda cultural, el marxismo talmúdico, la socialdemocracia, el populismo de izquierdas, el de derechas, el liberalismo erudito, el de audiolibro, los ecologistas, la izquierda de derechas, la Queer Theory, los conservadores estetizantes, la tardoadolescencia revolucionaria, el extremo centro, los del carné de un partido, los del otro carné… Y está, por supuesto, el catolicismo excesivo y de bandería. Están todos, absolutamente todos en un ejercicio de afinación sinfónica, todos menos la intelectualidad cristiana».
Para Quintana, esta carencia, a juicio de nuestro pensador, él mismo cristiano (y, por tanto, el texto no deja de emanar cierto aire autocrítico), es grave. No siempre fue así: Garrocho recuerda debates recientes en que sí que supieron penetrar autores como el papa Benedicto XVI, o los filósofos Gianni Vattimo y Rémi Brague (todos ellos vivos, aunque ancianos; yo añadiría al recientemente fallecido René Girard). Su artículo concluye, pues, de forma tan punzante como bella: «Nadie ensaya a decir ya, ni tan siquiera como ejercicio intelectual, que a lo mejor es cierto que hay una dignidad singular en los que pierden, los que sufren y los que lloran, porque de ellos será lo que los cristianos reconocen desde hace siglos como el Reino. Así sea como hipótesis merecería la pena decirlo en alto alguna vez. Por pura probabilidad. No vaya a ser cierto».
Garrocho lanza, pues, un llamamiento a hablar más en cristiano. Y uno podría esperar que tal llamamiento chocase sobre todo con quienes se alegran de que el cristianismo quede fuera (o «fuerísima», según moderno superlativo) de nuestras batallas culturales: laicistas, podemia, modernez malasañera, cientificistas… Sin embargo, resulta revelador del estado de nuestra opinión pública que las principales críticas que tal texto ha recibido hayan procedido… de los propios cristianos.
Prosigue Quintana: “Pero no solo Garrocho (a quien tuve la fortuna de conocer hace años en un congreso dedicado a Paul Ricoeur), sino cualquier persona culta conoce bien estos nombres. Lo que denuncia su artículo, pues, no es que no existan. Volvamos al título: lo que se pregunta es más preciso, ¿dónde están? Pues, desde luego, no son nombres que resuenen en nuestros diálogos públicos.Ante esta evidencia, los críticos con el artículo que estamos comentando contraatacan: “Oh, cierto, pero ¡no es culpa nuestra, cristianos, si no estamos presentes en el mainstream! ¡Es culpa de quienes controlan este! Si nos excluyen, nos silencian, o si simplemente no se nos escucha, ¿qué responsabilidad nos puede caber?”.
Y prosigue: “Esta queja parece plausible hasta que uno recapacita sobre ella. Que es a lo que me gustaría invitar al amable lector aquí. Porque cabría ver ese lamento como razonable si procediera de algún grupo marginal, pongamos a los mormones o a los adventistas del Séptimo Día. O a los jugadores de bádminton. Todos ellos dependen, por sus escasos recursos, de la voz que les concedan los demás. Pero ¿de verdad pueden miembros de la Iglesia católica quejarse de que «otros» les acallan? ¿No tiene tal iglesia hoy en España una red de colegios, de universidades, una cadena de radio, una de televisión, editoriales, asociaciones, organizaciones, institutos, congregaciones, edificios, museos… suficientes como para no depender de si «otros» te otorguen o no la palabra? ¿De veras se están empleando estos enormes recursos del modo óptimo que permitiría ir bien pertrechados a la guerra intelectual?”
Y concluye el ensayo de Quintana: “Mi impresión es la contraria. Todos esos talentos se están dilapidando de forma difícilmente perdonable (recordemos la parábola de los ídem). Y parte del problema es que ese desperdicio se ha convertido ya en una inercia que pasa desapercibida a los propios dilapidadores. De ahí que estos reaccionen del modo tan airado en que lo han hecho con el artículo del profesor Garrocho”.
Conclusión
Parece que en nuestra sociedad española renace el debate sobre la función de los intelectuales en la construcción de un pensamiento basado en razones y ciencia que orienten y den sentido a una sociedad que parece estar a la deriva.
Precisamente, en la revista Ethics de 19 de noviembre, con el título de “Diez entrevistas a filósofos para repensar el mundo”, leemos: “En tiempos convulsos y oscuros como los que hoy vivimos, la filosofía es a menudo la grieta por donde se cuela la luz. Por eso, desde nuestro nacimiento hace casi una década, en Ethic hemos buscado en los pensadores el faro para alumbrar el camino hacia un futuro más próspero. En 2005, Naciones Unidas declaró oficialmente el 19 de noviembre el Día Mundial de la Filosofía para, entre otras cosas alentar el análisis, la investigación y los estudios filosóficos sobre los grandes problemas contemporáneos para responder mejor a los desafíos con que se enfrenta hoy en día la humanidad y subrayar la importancia de su enseñanza para las generaciones futuras. Además publicar centenares de fragmentos de las obras de algunos filósofos de referencia como Steven Pinker, Byung-Chul Han o Zygmunt Bauman, también hemos entrevistado a algunas de las voces más relevantes del pensamiento de nuestro país, algunas de las cuales tenemos el honor de que formen parte de nuestro Consejo Editorial. Te dejamos una selección de estas entrevistas a filósofos que pueden inspirarte para entender mejor un momento como este”.
Mi reflexión sobre el artículo.
Intelectualismo sería lo que se opondría a intelectualidad y al parecer por lo que entendí tras leer a uno y a otro pienso que F. Vallespín defiende el intelectualismo, una especie de elitismo intelectual en el que lo afectivo y lo volitivo se le aparta en el ejercicio de su función con lo cual a la realidad se la distorsiona y una vez distorsionada se le ofrece como maleable a la opinión.
La visión de C. Calderón es distinta, defiende la intelectualidad que como tal es algo que exige todo el potencial cognoscitivo, el afectivo y el volitivo que es lo que en su estructura capacita a la inteligencia de cara al objeto cognoscente que le es propio: la realidad y, por tanto, es esta capacidad la que nos puede alertar, pero como dice el propio Calderón para eso hace falta talento aunque no creo que sin más sea cuestión de imaginación, sino de entendimiento.
A la intelectualidad le pasa lo mismo que le pasa a la Democracia según Adela Cortina que es pensar que ambas ya están conquistadas.
Pensar que en 13tv o en cuaquier medio de comunicación de la iglesia va a salir algún cristiano tal como los define el artículo es de una ingenuidad palmaria…Los obispos españoles están a lo que están a favorecer a los que traten bien sus múltiples intereses económicos….y sus obsesiones particulares : el aborto,la eutanasia….Por lo demás creo yo que hay que meterse en las batallas culturales de la sociedad que vivimos ,algunas francamente interesantes,aportando la perspectiva cristiana,el que la tenga ,y poco más…Pero el “intelectual cristiano” para qué? Y para qué quiere estar un cristiano en el mainstream?
El artículo de Leandro Sequeiros, contiene un debate sobre la figura del intelectual en estos tiempos, entre Vallespín y Calderón.
Este tema, es muy clarificador, y muy oportuno aquí en Atrio, pues hemos llevado unos últimos años, una dinámica en la que constantemente afloraba este tema por medio, sin acabar de explicitarlo y debatirlo.
Es muy clarificador la división entre intelectual, experto y tertuliano. Hasta hace 50-70 años, (por poner una fecha), los conocimientos tenían una magnitud, relativamente controlable por una persona dedicada a la formación de pensamiento.
Y así, un filósofo, o incluso un escritor, o en general alguien de letras y humanidades, podía abarcar bastante bien todo el pensamiento, y su opinión sobre cualquier tema servía al resto, de guía y faro necesarios.
Pero a partir del florecimiento del pensamiento, y su necesaria especialización, y de la importancia de las ciencias en el conocimiento del mundo y de la persona humana, ese dominio global en una sola persona, ya no es tan fácil, y se exige la contínua presencia de expertos especializados, que yo considero que es el que ha escrito al menos un libro sobre temas de su especialidad.
La capacidad de tener todo el conocimiento en la cabeza, se convierte en titánica y heroica, solo al alcance de muy escasas personas. Y ahí empieza a decaer la figura del gran gurú intelectual individual.
Ha sido sustituido por el “intelectual colectivo”, que es el conjunto de todos los expertos en cada tema. A primeros del s. XX, a lo mejor, se publicaban en el mundo 30-40 libros importantes al año en psicología, algo que un intelectual dedicado, podía leer anualmente. Hoy se publicarán 3.000 o 4.000, o quizás más.
Menos mal que la tecnología, que ha sido la causa de este brutal incremento, a su vez sale en nuestro auxilio, facilitándonos el acceso a mucho de esa creación cultural. En el futuro próximo, con la I. A., y su capacidad de procesar informáticamente ideas, cada mañana habrá un boletín con las noticias sobre cada tema que no nos podemos perder. (Y los tan temidos por algunos, implantes cerebrales del futuro próximo, harán de nosotros titanes intelectuales).
De ahí la importancia presente de foros, blogs colectivos, y asociaciones y organismos como el que preside el amigo Sequeiros, dedicados a la divulgación y popularización de altos contenidos cognitivos de vanguardia.
Y también, en otro nivel, la grandeza y utilidad de “Atrio”, que intentaría modestamente, constituirse como un “intelectual colectivo”, en donde los saberes de cada uno se solapan y complementan, rellenando mutuamente los déficits y perspectivas de los otros.
El aumento del grado de cultura general, con un alto acceso a bachilleratos y carreras universitarias, ha generado unas generaciones de personas, que tenemos una formación muy superficial de muchos temas, pero que creemos que tenemos un alto conocimiento de casi todo.
Y aparece así la figura de los tertulianos, que antes estaba reducida a la típica figura del charlista de barra de bar con una buena jarra en la mano, o de cuñados en las fiestas familiares, pero que con el moderno fácil acceso a las redes sociales, hemos alcanzado un alto nivel de expresión, lo cual nos genera mucho orgullo y satisfacción.
Aislados y solos, no valemos casi nada. Pero eficientemente congregados y coordinados en un foro, podemos transmutarnos, y ser copartícipes de grandes ideas que tan necesarias son hoy día.
Es un nuevo y diario milagro de las bodas de Caná: el transmutar a un grupo de “cuñados”, en miembros de un intelectual orgánico, en el que muchos vamos al rebufo de los más adelantados, que nos cortan el aire, y nos señalan el camino.
Y solo se nos pide que estemos dispuestos a aprender día a día, cosas nuevas, que no tengamos cerrada la carpeta cognitiva de cada uno, sino que vivamos dispuestos a aprender cosas nuevas, y olvidar cosas viejas obsoletas.
Solo se nos pide, que sigamos vivos de verdad, y que como los niños pequeños, estemos abiertos a todo lo nuevo. (¿Y si a eso se refería Jesús, cuando dijo lo de que teníamos que volver a nacer, como niños?).
Los “intelectuales” griegos antiguos, ante todo eran chamanes gnósticos y tenían un espíritu elevado. Su filosofía eran como “virutas” de ese tronco de personalidad elevado. Por eso todavía nos valen lo que eran sentencias maduradas por el espíritu.
Un maestro Zen fenecido Taisen Deshimaru, el primer maestro con quien me encontré cuando me inicié el la practica del Zen. En un libro autobiográfico contaba que estudió filosofía occidental y que, con su maestro que aprendió hasta que este le dio la transmisión o reconocimiento de maestría, Kodo Sawaki. Pues bien, en un momento dado. La vomito toda…
¿Porque?. No lo explica Taisen Deshimaru y yo aventuro una teoría hipotética:
¿Qué practica transformativa cultivan intelectuales cristianos o no cristianos?. gnosis o conocimiento no es solo saber, es también ser. Y cuando alguien es grande. Es escuchado por los grandes en potencia. Por los necios y estúpidos no.
Los intelectuales que vomitó Taisen Deshimaru tenían por techo la razón y su lectura se hace árida a causa de que les falta espíritu. Y los intelectuales cristianos si los hay, carecen de espíritu también. Porque profesan una religiosidad volcada hacia afuera que no sebe mas que hacer “política religiosa” por muy pretendidamente progresista que sea. ¿Dónde está la gnosis? en el cristianismo. Sepultada y borrada de la historia.
Todo no se puede explicar con la razón. Si nos limitamos a ello es igual que ponernos a escribir borrachos. Nos falta la luz que está mas allá de la razón y que nos hace tener una visión amplia de la realidad. y eso si que transmite. Muchos “sabedores” que se pavonean con un saber enciclopédico adquirido quizá por un privilegio de casta, nos ahogan en palabras muertas que… no llegan…
La mente es una mera herramienta al servicio del espíritu. Si no hay espíritu, le “falta la gasolina a la maquina”.
Quizá los ausentes intelectuales cristianos callan porque no tienen nada que alegar coherente con el devenir de las Ciencias Humanas.
Que se pongan a practicar el zazen de un “Zen cristiano” y seguro que de su fuente manará agua vivificadora.
Para Antonio Llaguno.
Hay que distinguir popularización frente a divulgación. Ambas buscan acercar la ciencia a la sociedad, pero con una diferencia sustancial. Mientras que la popularización tiene por objetivo interesar a quien inicialmente no tiene ningún interés especial por la ciencia, la divulgación se dirige a ese ciudadano con cierto interés y conocimientos sobre ella.
La popularización está a cargo de periodistas científicos; la divulgación, en manos de los científicos pues en ella se da la personalísima visión del autor sobre su especialidad.
Pero no perdamos de vista una cosa: el gran problema de la comunicación de la ciencia se encuentra en la popularización. ¿Cómo interesar a quien no está especialmente interesado? ¿Cómo captar su atención y “convertirlo” cuando compites con otros temas muy diferentes?
Pero aparte de eso, hay que comprender que la popularización, por necesidad es limitada, y por ejemplo se nos ofrecen descripciones del cerebro como si todas las respuestas hubieran sido dadas y no implicaran dilemas filosóficos.
Pretender que con la popularización, ya se ha aprendido todo, y todos sus matices, es absurdo. Se aprende todo lo que a uno le puede interesar. Y si se necesita más, se acude a la divulgación, (libros populares de científicos o especialistas del tema y reseñas y blogs especializados), o incluso más aún, según el interés personal. Es una tarea sin fin, como la de Sísifo.
Pretender hacerse sabio con la Wikipedia, es absurdo. (Es magnífica, si eres consciente de tus limitaciones, y de que por cada cosa que aprendes te salen cinco cosas por aprender).
Yo creo que ha producido una nueva subespecie de humano, el wikilistillo, que se cree que lo sabe todo: (el “cuñado” de toda la vida). Es un instrumento magnífico, para cubrir huecos de la educación reglada, y para ampliar nuestro horizonte mental y cultural. Yo personalmente la uso mucho, y le estoy muy agradecido.
Me voy a centrar hoy, en la última parte del artículo de Leandro Sequeiros, (que es un gran honor que nos acompañe como colaborador-máster), el de lo referente a los intelectuales cristianos.
La posición del intelectual autónomo e independiente cristiano, es difícil, exactamente igual que la del orgánico y clericalizado.
El enorme cambio de zeigeist general del mundo actual, ha pillado al cristianismo tradicional, vestido con ornamentos romanos y poco menos que pensando en latín.
Decía Jung, que “por Zeitgeist se entiende algo que afecta al individuo de forma muy profundamente, por hacerlo a un nivel transpersonal:
«Equivale a una religión, mejor dicho, a una confesión o credo cuya irracionalidad no deja nada que desear, y que a la vez reúne la desagradable condición de pretender ser considerado como la medida absoluta de la verdad».
Viene a ser como «una inclinación determinada por el sentimiento, una deriva sentimentalmente determinada, hacia la dirección intencional de la energía psíquica, y que por causas inconscientes, ejerce una poderosísima sugestión sobre todos los espíritus débiles, arrastrándolos consigo».
Por eso, el «pensar por cuenta propia», es considerado no sólo raro, sino socialmente peligroso.
Y así se explicaría que, «del mismo modo que antes, era natural suponer que todo lo existente nació, a su tiempo, de la voluntad creadora de un Dios espiritual, el siglo XIX descubrió la verdad, no menos natural, de que todo procede de causas naturales».
Total que estamos inmersos en una fortísima corriente cultural, que nos arrastra queramos o no queramos, y lo único que podemos hacer es negociar y adaptarnos a ella, para minimizar daños y desperfectos y sobrevivir.
Y además esta situación no la podemos considerar como una lucha entre Dios y el Mal, porque la sociedad y el Universo entero se mueven siguiendo unas leyes físicas, psicológicas y sociológicas del Universo, que para un creyente son producto de Dios.
La situación pinta muy mal: aquí hay que amputar un miembro, para salvar la vida. Leía hace días un artículo sobre los rizomas, que son un sistema de supervivencia del que disponen muchos vegetales, por el cual, almacenan reservas en las raíces, y les sirven para sobrevivir en el caso de que la parte superior aérea, se seque o sea destruída.
El cristianismo tiene un kerigma, un cluster ideológico, muy válido, potente y muy valioso, especialmente para estos tiempos.
Y lo tiene almacenado en el rizoma, en la raíz. No importa que todo lo demás se derrumbe y perezca, siempre y cuando, se mantenga disponible ese kerigma, ese núcleo de verdades cósmicas.
Estas en esencia son:
-una religiosidad, (o cultivo de la trascendencia) interior y privada,
-bondad general, y bueno y justo trato con los demás,
-búsqueda de la madurez humana y psicológica,
– humanismo, en el sentido de considerar el trabajo pro-humanidad, como el auténtico trabajo religioso, y la especie humana como apta y válida para alcanzar, por sí misma, las más altas cotas de evolución.
-Hasta el extremo de que nuestro máximo representante, (Jesús, como Señor humano), se sienta como igual, en la mesa de las naciones-especies inteligentes del Universo.
Una vez establecido el kerigma irrenunciable del cristianismo, todo lo demás es prescindible, hasta la religión y si así lo exigen los tiempos actuales y futuros.
Los intelectuales cristianos tienen que tener primero, libertad y autonomía, segundo, decisión, y tercero, valor.
Continuamente se han oído voces de profetas modernos, sobre la necesidad de un cambio einsteniano en la antropología base del cristianismo.
El nada sospechoso psiquiatra y jesuita Luis Cencillo, advertía de que “se impone un cambio de concepción, de intención y de métodos en la Antropología, semejante a la que supuso para la Física y la Química tradicionales la revolución einsteniana y cuántica”.
Para intentar cambiar una coma o un punto y seguido, o un cura casado o mujer, o poner el Vaticano en un rascacielos de Nueva York, o en una chabola en Luanda, mejor callarse. No me extraña la invisibilidad de los intelectuales católicos. La vergüenza ajena, también cuenta.
Porque no basta con hacer un esfuerzo personal intelectual de adaptarse a los tiempos. Hay que ir mas allá. Dice la humorista Ellen DeGeneres: “No es suficiente, inclinarse hacia adelante en tu silla, cuando alguien está tratando de atraparte por detrás. También tienes que mover la silla”.
Si vas en un tren directo al precipicio, de nada te vale que corras hacia el último vagón del tren: tienes que tirarte del tren. Y no hay… lo que hay que tener.
La sociedad da más credibilidad al tertuliano que al intelectual y es lógico.
Porque el normal de los mortales entiende mejor a un tertuliano que a un intelectual.
El tema de los agujeros negros y la astrofísica moderna era algo totalmente irrelevante fuera de una muy limitada comunidad científica hasta que llegó Stephen Hawking y escribió un libro de divulgación sobre el tema (“Breve historia del tiempo”) asequible a casi cualquier persona capaz de entender un razonamiento sencillo.
Este ejemplo tan particular, es muy significativo.
Entre un lenguaje incomprensible, y generalmente una actitud de superioridad hacia el “normal”, lo que consigue el “intelectual” es que el “normal” prescinda de sus conocimientos.
A fin de cuentas no los necesitaba para vivir antes de escuchar al “intelectual” y como no los entiende pues sigue prescindiendo de ellos.
Y eso sin entrar en algunas actitudes de intelectuales que van en contra del más común de los sentidos.
Esto último se da especialmente en el arte.
No hace mucho, leí un artículo de un intelectual crítico de arte muy famoso y con cierta presencia oficial en Andalucía, criticando fuertemente la Gioconda de Leonardo y “poniendo en valor” por comparación las obras de Antoni Tapies.
Es lógico que yo no vuelva a leer ninguna crítica de arte de este señor, y no porque no coincidamos en cuestión de gustos sino porque es muy complicado entender su vehemente opinión.
Este tema es muy amplio y muy complejo para atreverse a opinar. Mi impresión es que se necesitan filósofos, científicos, expertos y hasta tertulianos para formarse una opinión de cómo encauzar un mundo más equilibrado y más justo. Esta opinión será inevitablemente subjetiva, razonable pero no demostrable, válida parcial o ampliamente según la amplitud del horizonte de cada uno. Creo que solamente el progreso o el fracaso evolutivo acabarán dando, o no, la razón a la tendencia que logró imponerse.
En cuanto al pensamiento cristiano, ya sea intelectual o intuitivo, creo que va sufriendo altibajos a lo largo de la historia. Ahora, en la cultura occidental, parece estar de baja, o quizás está sufriendo una crisis de purificación, eliminando los retumbantes aplausos que apagaban la voz del Espíritu que inspiró a Jesús de Nazaret.