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Sin espiritualidad no salvaremos la vida en la Tierra

 En momentos de grandes crisis, de desastres naturales y ahora con la epidemia del coronavirus, los seres humanos dejan salir a la superficie aquello que está en su esencia como humanos: la solidaridad, la cooperación, el cuidado de unos a otros y de su entorno y la espiritualidad.

En los encuentros para la elaboración de la Carta de la Tierra oímos de boca de Mijaíl Gorbachov, justamente de él considerado ateo por ser comunista y jefe de Estado: o desarrollamos una espiritualidad con nuevos valores, centrados en la vida y en la cooperación o no habrá solución para la vida en la Tierra.

Esta pandemia es un llamamiento a esa espiritualidad salvadora. Como dice la Carta de la Tierra: “Como nunca antes en la historia, el destino común nos convoca a un nuevo comienzo… Esto requiere un cambio en la mente y en el corazón; requiere un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal… solo así se llega a un modo sostenible de vida” (Conclusión).

Estamos viviendo una emergencia ecológica planetaria. Acertadamente nos alertó la Laudato Sì del Papa Francisco (2015): “Las previsiones catastróficas ya no se pueden mirar con desprecio e ironía. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes” (n.161).

Esta advertencias refuerzan la urgencia de una espiritualidad de la Tierra. Ella demanda un nuevo paradigma, presentado por el Papa Francisco en su última encíclica Fratelli tutti (2020): debemos dejar de imaginar que somos los dueños (dominus) de la naturaleza para poder ser de hecho hermanos y hermanas (frater, soror). Si no hacemos esta transformación habrá que tener presente esta advertencia: “nadie se salva solo, únicamente es posible salvarse juntos” (n. 32).

En función de esa misión común se ha establecido una colaboración y una articulación entre dos familias religiosas, con sus tradiciones espirituales, amigables con la creación y la vida de los más destituidos: los franciscanos con el Servicio Interfranciscano de Justicia, Paz y Ecología de la Conferencia de la Familia Franciscana de Brasil y los jesuitas con el Observatorio Luciano Mendes de Almeida, la Red de Justicia socioambiental de los Jesuitas y el Movimiento Católico Global por el Clima, sumándoseles como compañeros el centro juvenil MAGIS, y la Facultad Jesuita de Filosofía y Teología (FAJE).

Las espiritualidades y los valores de cada una de estas dos tradiciones nos podrán inspirar nuevas formas de cuidar la herencia sagrada que la evolución y Dios nos han entregado, la Tierra, la Magna Mater de los antiguos, la Pachamama de los andinos y la Gaia de los modernos.

En su encíclica de ecología integral Laudato Si, el Papa Francisco presenta a San Francisco “como el ejemplo por excelencia de todo lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos” (n.10). Y dice todavía más: “Corazón universal, para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe… hasta de las hierbas silvestres que debían tener su lugar en el huerto” de cada convento de los frailes (n.11.12).

Para San Ignacio de Loyola, gran devoto de San Francisco, ser pobre significaba más que un ejercicio ascético, un despojamiento de todo para estar más próximo a los otros y construir con ellos fraternidad. Ser pobre para ser más hermano y hermana.

Para los primeros compañeros de San Ignacio la vida en pobreza, individual y comunitaria, siempre acompañó el cuidado de los pobres, parte esencial del carisma jesuítico. Y San Francisco vivía estas tres pasiones: a Cristo crucificado, a los pobres más pobres y a la naturaleza. Llamaba a todas las criaturas, hasta al feroz lobo de Gubbio, con el dulce nombre de hermanos y hermanas.

Ambos vislumbraban a Dios en todas las cosas. Como lo expresó bellamente San Ignacio: “Encontrar a Dios en todas las cosas y ver que todas las cosas vienen de lo alto”. Y decía más, muy en la línea del espíritu de San Francisco: “No es el mucho saber lo que sacia el alma, sino el sentir y saborear internamente las cosas”. Sólo puede saborear internamente todas las cosas si las ama verdaderamente y se siente unido a ellas. En San Francisco abundan afirmaciones semejantes.

Tales modos de vida y de relacionarse son fundamentales si queremos reinventar una forma amigable, reverente y cuidadosa de la Tierra y la naturaleza. De ahí nacerá una civilización biocentrada. Como afirma la Fratelli tutti, fundada en una “política de la ternura y de la gentileza”, “en el amor universal y en la fraternidad sin fronteras”, en la interdependencia entre todos, en la solidaridad, la cooperación y el cuidado de todo lo que existe y vive, especialmente de los más desprotegidos.

La Covid-19 es una señal que la Madre Tierra nos envía para que asumamos la misión que nuestro Creador y el universo nos han confiado de “proteger y cuidar el Jardín del Edén”, es decir, de la Madre Tierra (Gn 2,15). Si juntos, estas dos Órdenes de los franciscanos y los jesuitas, asociados a otros, se proponen realizar este sagrado propósito, darán una señal de que no se ha perdido todo del Paraíso terrenal. Él empieza a crecer dentro de nosotros y se expande hacia fuera de nosotros, haciendo, de verdad, de la Madre Tierra, la verdadera y única Casa Común en la cual podremos vivir juntos en fraternidad, amorosidad, justicia y paz y alegre celebración de la vida. ¿Son sueños? Sí, son los Grandes Sueños, necesarios, que anticipan la realidad futura.

*Leonardo Boff, ecoteólogo, por parte de la familia franciscana.

Traducción de Mª José Gavito MilanoV

 

Un comentario

  • Juan A. Vinagre Oviedo

    Amigo (y con permiso de Oscar) hermano Leonardo: Estoy muy de acuerdo contigo: Sin espiritualidad no salvaremos la vida en la Tierra, ni siquiera la vida de los descendientes de los que la depredan. Sin un poco de espiritualidad, es decir, sin ver e ir más allá de lo inmediato material que resuena y brilla, y de nuestros egos obnubilados, obsesionados con la materia, no trascenderemos esas dependencias que nos sujetan a esa materia. Y en este caso el sentido de “nosotros”, de convivencia solidaria, de familia, no se admitirá… Y así, ciegos inconscientes, veremos la tierra como un campo a depredar… Caeremos en la tentación de un   “Carpe terram…”  Tierra que se deja expoliar, sin ofrecer resistencia… En este sentido, la tierra -aún siendo rica y generosa- se halla entre los más pobres, pues queda empobrecida por tanto obligarla a dar de sí… para unos pocos…

    La espiritualidad salvadora es la que nos ayuda a curar nuestra ceguera, y desarrolla en nosotros un sentido más lúcido, solidario y también agradecido. ¡Bendita seas, madre tierra!

    Esto que digo no es mera poesía, sino la defensa de un valor fundamental que nos haga entrar en razón y nos salve de la tentación de deificar la materia, y de caer en la pobreza-miseria espiritual, que es la que mata el espíritu…  Y hoy lo que más necesitamos es espíritu, es crecer en espíritu.