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Muere el jesuita Franz Jalics a los 93 años

Fue apresado y torturado por los militares argentinos en 1976. La hermana de su compañero Yorio acusó al exprovincial Jorge Bergoglio de haberles denunciado. Él escribió unos recuerdos sobre ello en un libro de 1994, reimpreso en 2017. Antes de que Bergoglio llegara a papa, Jalics había quemado documentos, renunciando a acusarle y, tras llegar a papa, celebró con él una misa de reconciliación. Pero esa prisión con torturas, que describe en las páginas del libro citado, fue el inicio de una escuela de espiritualidad, basada en la contemplación, que en España ha difundido Pablo D’Ors. ¡Que su espíritu siga vivo en nosotros! AD.

Por Céline Hoyeau | Hungría | La Croix International

El padre Franz Jalics, un jesuita húngaro cuya detención en 1976 por la dictadura militar argentina planteó dudas sobre el papel del Papa Francisco durante la Guerra Sucia de su país, murió a los 93 años en Budapest, el 13 de febrero.

Jalics se encontró sin quererlo en el centro de una controversia en marzo de 2013 cuando Jorge Bergoglio , su ex superior jesuita en Argentina, se convirtió en el Papa Francisco.

El nuevo Papa fue acusado de no haber ayudado a los jesuitas húngaros y otros que fueron víctimas de la dictadura militar argentina.

Jalics y otro sacerdote, Orlando Yorio, ejercían su ministerio en barrios marginales y fueron arrestados en marzo de 1976 por un grupo paramilitar de extrema derecha.

Fueron llevados a un centro de detención conocido por su crueldad, la Escuela de Suboficiales de la Marina (ESMA), y torturados antes de ser liberados cinco meses después.

Pero en 2003 un periodista argentino, Horacio Verbitsky, acusó a Bergoglio de haber “abandonado” a sus dos hermanos jesuitas.

“Esta sospecha fue injustificada”

El Vaticano rechazó firmemente las acusaciones cuando resurgieron en los días inmediatamente posteriores a la elección de Bergoglio como obispo de Roma.

Y en las semanas y meses posteriores, numerosos testigos salieron con testimonios sobre la “diplomacia silenciosa” que emprendió Bergoglio para asegurar la liberación de los sacerdotes y proteger a los estudiantes de izquierda acosados ​​por el régimen.

El recién electo Papa Francisco dijo que había pasado por “un período de gran crisis interna” en el momento de la junta y admitió que había cometido errores mientras estaba al frente de la provincia argentina de la Compañía de Jesús.

Más importante aún, el padre Jalics lo absolvió de cualquier irregularidad o negligencia.

“Anteriormente, me había inclinado a creer que habíamos sido víctimas de una traición”, dijo el jesuita húngaro el 20 de marzo de 2013, apenas una semana después de que Francisco fuera elegido Papa.

“Pero a fines de la década de 1990, después de varias discusiones, me quedó claro que esta sospecha no estaba justificada”, dijo.

“Vamos a ceñirnos a los hechos: Orlando Yorio y yo no fuimos denunciados por el padre Bergoglio”, dijo rotundamente el húngaro.

Jalics y Bergoglio ya se habían visto en la década de 1990 cuando este último ya era arzobispo de Buenos Aires.

Luego se rencontraron en octubre de 2013 cuando Bergoglio ya era Papa y celebraron la misa en señal de reconciliación.

Una escuela de meditación alimentada por su experiencia de detención

Jálics Ferenc (su nombre originalmente en húngaro) nació en Budapest el 16 de noviembre de 1927.

Su padre lo había empujado a seguir una carrera militar, pero cuando el joven cumplió 20 años en 1947 ingresó en el noviciado jesuita.

Estudió filosofía en Alemania y Bélgica. Luego, en 1956, sus superiores jesuitas lo enviaron a Chile y luego a Argentina, donde terminó sus estudios de teología.

Jalics fue ordenado sacerdote en 1959, fue ordenado sacerdote y decidió permanecer en América del Sur.

Después de ser liberado de la cárcel en Argentina en septiembre de 1976, partió hacia Estados Unidos y luego de regreso a Alemania, donde inició un intenso ministerio de predicación de los ejercicios espirituales ignacianos.

El teólogo húngaro fue muy conocido por sus numerosas obras sobre espiritualidad, en las que buscaba enseñar cómo convertirse en “un contemplativo en la vida diaria”.

Jalics fundó su propia escuela de meditación en Wilhelmsthal, Baviera, en 1984, que se nutrió en parte de su experiencia en detención.

Dirigió ese centro hasta 2004, cuando regresó a su Budapest natal.

 

12 comentarios

  • carmen

    Gracias.

    A veces pienso que vivo en una realidad paralela. La cabeza me hace eses.

    Y no sé lo que es el perdón. A lo mejor porque no soy ningún dios. O a lo mejor porque no he entendido bien eso que se llama evangelio. Lo que he leído habla de no odiar, porque el odio destruye. Habla de no vengarte, porque la venganza trae una espiral de violencia imparable. Habla de socorrer a todos, hasta a tus enemigos. Pero no he leído nada que me haga pensar que me tengo que ir a cenar con un enemigo, ni quererlo con toda mi alma.

    A mí, como a todas las personas, me han hecho daño. A veces un daño muy profundo. Pero no odio a nadie. Ni por mi cabeza pasa ningún tipo de vengaza. Ahora, tomarme una cerveza, me la tomo con quién me apetece, salvo cuando las reglas sociales te piden sencillamente lo que se llama saber estar. Pero saber estar en un lugar en una determinada situación, no quiere decir más que eres una persona educada.

    Aquí cada cual interpreta el evangelio a su manera, así que me van a permitir que también lo pueda hacer.

    Y que cada cual se perdone a sí mismo. Cuando pueda.

    Ven? Entienden por qué no creo en el sacramento de la confesión? Porque las cosas no son tan sencillas. Y Mi Jesús imaginario no murió por mí. Cargo con mis responsabilidades, que no son pocas y me he equivocado millooooooones de veces.

    Es que esto no tiene solución. Es cómodo verdad? Jesús murió por mí. Me confieso y punto. Así que pido disculpas por no haberme comportado como tendría que haberlo hecho, y…los cristianos perdonamos. Es la base de nuestra fe. Pues que me perdonen y pelillos a la mar.

    Pues va a ser que no. Hay quienes, de momento tenemos memoria. Por aquello de ese tipo de justicia romántica, que no otra.

    En fin.

    Gracias Giordano. Ya somos dos.

     

  • Al cabo de los años vuelven los hechosque allá por la época de la DICTADURA ARGENTINA DE LOS MILITARES GOLPISTAS, ´Videla, Massera y Cía realizaron con la complicidad de muchos y el silencio culpable de más . Entre ellos el actual papa, pero con el blanqueamiento que se le ha dado a lo largo del mismo. Recuerdo que lo que entonces se supo es, que,  si salieron con vida los jesuítas jORIO Y YALICS fue gracias a la influencia del entoncesNUNCIO VATICANO (no recuerdo su nombre) mientras hablaba con MASSERA, mientras jugaban un partido de tenis. Cinco meses de tortura les causó su cautiverio, después que el actual papa les conminó a abandonaran  sus actividades misioneras en  una de las llamadas  “VILLAS MISERIA” . Al negarse estos, supieron que quedaban fuera de la protección de su jurisdicción. Eso era condenarlos a ser denominados “GUERRILLEROS O TERRORISTAS”. como así fue.   Luego vino el lavado vaticano, pero no era de extrañar de una persona que estando como estaba la Plaza de Mayo, a una cuadra de la catedral de su sede, NUNCA PASÓ por allí ante las abuelas y madres clamando por sus DESAPARECIDOS. Que llamó siempre a los buscados por LA PATOTA, “zurditos”. Siendo característico de su expresión facial una seriedad perenne, que cambió totalmente al ser nombrado papa, a una sonrisa no menos perenne.¡¡¡¡ A pesar que sus predecesores le dejaron el CAMPO SEMBRADO DE MINAS, como  hs sido LA HERENCIA DE UN  CLERO PUTREFACTOPEDÓFILO.

  • Y no, no soy argentina, no. Soy española y en mi país también sabemos mucho sobre el comportamiento de los obispos durante una dictadura militar. Por eso me llega al alma.

    Me ha llegado al alma la comprensión de las madres de la plaza de mayo, las del pañuelo blanco, hay que comprender que sonadres de hijos desaparecidos y…

    Menuda indignación me ha entrado. Para mí, son todo un referente. No es que las comprenda, pobrecillas, no. Es que las admiro profundamente.

  • Y no me quedo sin decir esto.

    En España nos vendieron la teología de la liberación como nos la vendieron. Les habla una oveja, a los pastores ni idea, son de otra clase. En eso soy marxista. En algo tenía que ser.

    Y , de repente salta a los medios de comunicación el asesinato de monseñor Romero. Y busco, y leo, y pregunto. Y con el tiempo, me doy cuenta de una cosa. Era un señor conservador. Pero la realidad se impuso, miró a su alrededor y, mayor, mayor, se horrorizó de lo que vio. Y empezó a decir cosas. Y le avisaron: por ahí no, monseñor, por ahí no. Dijo un sermón en una catedral que le costó la vida. A los pocos días, creo recordar, hace tiempo que leí todo esto. Mientras decía misa o terminaba de decirla o la iba a decir en una capilla pequeñica.

    Y me dejó totalmente atrapada. Porque ya lo creo que se puede luchar. En fin. No sigo porque me puede la impotencia, la rabia. Tengo muy claro que el Poder está reñido con el evangelio. Y claro, no pudo llegar a Papa. Entre otras cosas porque estaba muerto. Y porque, además, no gustaba en la iglesia oficial, por mucho que este papa argentino lo haya canonizado junto a Juan XXIII.

    En fin, no les voy a contar a ustedes una historia que saben. Pero una persona da la talla en momentos difíciles, no cuando te bailan el agua.

    Porque ustedes  no sé, pero las ovejas ni somos tontas ni estamos ciegas.

    Siento haber entrado, pero ha sido superior a mí. Y no me voy a dormir tranquila si no digo esto último.  Creo que alguna vez alguien los tendría que comparar. Por pura justicia. Y, al menos mi persona nunca lo ha leído.

    Pues ya está dicho.

     

  • oscar varela

    [Separata de los Capítulos 13 del Libro “EL JESUITA”.]
     
    EL ARDUO CAMINO HACIA UNA PATRIA DE HERMANOS
     
    Si hay una prédica que se repite en los documentos de los obispos argentinos de las últimas décadas es la referida a la reconciliación nacional, tras la violencia política que enlutó al país hasta el retorno a la democracia, en 1983. Golpes militares, acciones terroristas, provenientes, de uno y otro extremo del arco ideológico, y una atroz represión surgida desde las propias entrañas del Estado durante la última dictadura militar, dejaron heridas profundas que siguen lacerando la conciencia de los argentinos e interpelando gravemente a sus ejecutores, muchos de los cuales continúan amparados en la impunidad. Heridas que siguen compungiendo a los familiares de las víctimas, a miles y miles de padres que no tienen un lugar a donde ir a llorar a sus hijos, porque estos permanecen desaparecidos. Y que marcaron para siempre a los que sufrieron detenciones ilegales, torturas y un largo exilio.
     
    El papel de la Iglesia en aquellos años, particularmente durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional comandado por sucesivas juntas militares abrió una polémica, ya que no faltaron acusaciones de debilidad —y hasta de complicidad de ciertos miembros del clero— frente a las sistemáticas violaciones de los derechos humanos.
     
    En ese marco, el concepto “reconciliación nacional” —sobre bases de verdad, justicia y perdón— blandido por los obispos, suscitó interpretaciones encontradas. Hubo quienes creyeron ver, detrás, una ofensiva para que no se insistiera con el pasado y se cerrara su revisión judicial (lo que implicaba un apoyo a cuanta ley de cese de la acción penal surgiera), garantizándose así, centralmente, la impunidad de los militares involucrados. Otros, en cambio, consideraron esa prédica como un apone a la pacificación, sobre todo en momentos en que la democracia recuperada daba, trabajosamente, sus primeros pasos. Pero ¿cómo debe interpretarse la prédica a favor de la reconciliación? ¿Cuál es el verdadero sentido y alcance del perdón cristiano? ¿Cómo se compagina con el castigo judicial? ¿Se debe perdonar al que no se arrepiente? ¿Implica, necesariamente, una reparación del perdonado? En fin, ¿se puede pensar que un país reconciliado es posible o se trata de una utopía y sólo hay que dejar que el tiempo cure las heridas?
     
    Finalmente, ¿estuvo la iglesia a la altura de las circunstancias durante la dictadura como para convertirse con los años en creíble promotora de la reconciliación nacional?
     
    Lo consideramos un tema de abordaje imprescindible.
     
    — El Evangelio determina que hay que amar al enemigo —los biblistas aclaran que la expresión debe interpretarse como “desearle el bien” — y perdonar setenta veces siete. ¿No son premisas utópicas que van, en cierta forma, contra la naturaleza humana?
     
    — Jesús es, en este punto, tremendo; no afloja y lo hace con ejemplos. Cuando le hicieron las mil y una – un juicio falso, las peores torturas y los responsables se lavaron las manos— exclamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Él se las arregló para buscar una excusa y, así, poder perdonarlos. En cuanto a la frase: “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber”, apareció una traducción al castellano buenísima. Hasta ahora, leíamos: “Así, amontonarás ascuas o brasas de fuego sobre su cabeza”. Eso de meterle un brasero en la cabeza ”no me cerraba”. La traducción nueva la convierte, en cambio, en “así, su cara arderá de vergüenza”. Esto, de alguna manera, está indicando una estrategia: el que se llegue a una actitud tan humana, y que tanto nos honra, que es la de tener vergüenza de algo malo que hemos hecho. El que no tiene vergüenza perdió la última salvaguarda que lo puede contener en su tropelía; es un sinvergüenza. Jesús en esto no negocia. ¡Ojo!; no dice “olvídate”.
     
    — Suele decirse “yo perdono, pero no olvido”.
     
    — De las cosas que me hicieron no me puedo olvidar, pero puedo mirarlas con otros ojos, aunque en el momento me haya sentido muy mal. Con el paso de los años nos vamos añejando, nos vamos, como diría Perón, “amortizando”, nos vamos volviendo más sapienciales, más pacientes. Y, cuando la herida está más o menos curada, vamos tomando distancia. Esa es una actitud que Dios nos pide: el perdón de corazón. E1 perdón significa que lo que me hiciste no me lo cobro, que está pasado al balance de las ganancias y de las pérdidas. Quizá no me voy a olvidar, pero no me lo voy a cobrar. O sea, no alimento el rencor.
     
    — No se trata, entonces, de un “borrón y cuenta nueva”.
     
    En todo caso, sólo de una cuente nueva.
     
    — Borrón, no. De nuevo, olvidar no se puede. En todo caso, voy aquietando mi corazón y pidiéndole a Dios que perdone a quien me ofendió. Ahora bien: es muy difícil perdonar sin una referencia a Dios» porque la capacidad de perdonar solamente se tiene cuando uno cuenta con la experiencia de haber sido perdonado. Y, generalmente, esa experiencia la tenemos con Dios. Es cierto que, a veces, se da humanamente. Pero, únicamente el que tuvo que pedir perdón, al menos una vez, es capaz de darlo. Para mí hay tres palabras que definen a las personas y constituyen un compendio de actitudes —-dicho sea de paso, no sé si yo las tengo— y que son: permiso, gracias y perdón. La persona que no sabe pedir permiso atropella, va adelante con lo suyo sin importarle los demás, como si los otros no existieran. En cambio, el que pide permiso es más humilde, más sociable, más integrador.
     
    ¿Que decir del que nunca pronuncia “gracias” o que en su corazón siente que no tiene nada que agradecer a nadie? Hay un refrán español que es bien elocuente: “el bien nacido es agradecido”. Es que la gratitud es una flor que florece en almas nobles. Y, finalmente, hay gente que considera que no tiene que pedir perdón por nada. Ellos sufren el peor de los pecados: la soberbia.  E insisto, sólo aquel que tuvo la necesidad de pedir perdón y experimentó el perdón, puede perdonar. Por eso, a los que no dicen estas tres palabras les falta algo en su existencia. Fueron podados antes de tiempo o mal podados por la vida.
     
    — ¿Pero se puede perdonar a quien no se arrepintió por el daño que infligió? ¿Y a quien, si seguimos la línea del catecismo, no manifestó la voluntad de enmendar de cierta manera el mal que hizo?
     
    — En la homilía de una celebración de Corpus Christi dije algo que provocó escándalo en algunas personas, acaso porque interpretaron que estaba haciendo una especie de apología de todo lo malo que nos pasó y llamando livianamente a dar vuelta la página. Fue cuando me referí a quienes maldicen el pasado y no perdonan; más aún, aludí a quienes utilizan el pasado para sacar ventaja. Concretamente, afirmé que hay que bendecir el pasado con el arrepentimiento, el perdón y la reparación. El perdón tiene que ir unido a las otras dos actitudes. Si alguien me hizo algo tengo que perdonarlo, pero el perdón le llega al otro cuando se arrepiente y repara. Uno no puede decir: “te perdono y aquí no pasó nada“. ¿Qué hubiera pasado en el juicio de Nüremberg si se hubiera adoptado esa actitud con los jerarcas nazis? La reparación fue la horca para muchos de ellos; para otros, la cárcel. Entendámonos: no estoy a favor de la pena de muerte, pero era la ley de ese momento y fue la separación que la sociedad exigió siguiendo la jurisprudencia vigente.
     
    — Por tanto, el perdonar no es una acción unilateral, únicamente una disposición del que perdona.
     
    — Tengo que estar dispuesto a otorgar el perdón, y sólo se hace efectivo cuando el destinatario lo puede recibir. Y lo puede recibir, cuando está arrepentido y quiere reparar lo que hizo. De lo contrario, el perdonado queda —dicho en términos futbolísticos— off-side. Una cosa es dar el perdón y otra es tener la capacidad de recibirlo.
     
    Si yo le pego a mi madre y después le pido que me perdone, sabiendo que si no me gusta lo que hace le volvería a dar una paliza, ella quizá me otorgue el perdón, pero yo no lo recibiré, porque tengo el corazón cerrado. En otras palabras, para recibir el perdón hay que estar preparado. Por eso, en la historia de los santos, en los relatos de las grandes conversiones, aparece aquella expresión famosa de “llorar los pecados” para describir una acritud tan cristiana como llorar por el mal hecho, lo que implica el arrepentimiento y el propósito de repararlo.
     
    —Pero cuando las faltas son muy graves, cuando se cometen delitos terribles, ¿no se dispara, a veces, un mecanismo de negación y, en cierta forma, de justificación, bajo el argumento de que “no hubo más remedio” que cometerlos?
     
    — Creo que eso no pasa sólo con las cosas más graves, sino también con las menores. A mí me sucedió —y esto lo hablé con mi confesor— tener instantes de mucha luminosidad interior, donde caí en la cuenca de fallas en mi vida o de pecados en los que no había reparado. Observé lo hecho con otros ojos y sentí terror. Si a mí me dio pánico en esos instantes de mucha luz, entre una oscuridad y otra, cuando tomé conciencia de la dimensión social de lo que hice, o dejé de hacer, puedo fácilmente imaginar que haya personas que, frente a yerros tremendos, apelen a un mecanismo de negación o a argumentaciones de todo tipo para no morirse de angustia.
     
    — De todas formas, el problema en la Argentina es que “nadie fue …”
     
    —En eso hay que reconocerle a los protagonistas de los turbulentos acontecimientos de nuestras primeras décadas de historia, que daban la cara cuando se mataban entre ellos. Por ejemplo: “A este lo fusilé yo”. Firmado: Lavalle. Tras la violencia política de la última parte del siglo XX, prácticamente, nadie se hizo cargo de nada y, si alguien asumió algo, no siempre mostró arrepentimiento y propósito de reparación. Durante la última dictadura militar —cuyas violaciones a los derechos humanos, como dijimos los obispos, tienen una gravedad mucho mayor ya que se perpetran desde el Estado- hasta se llegó a hacer desaparecer a miles de personas. Si no se reconoce el mal hecho, ¿no es eso un modo extremo, horripilante, de no hacerse cargo?
     
    — Hay también quienes ven actitudes de revanchismo. ¿Cree que el papel, por caso, de la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, ayuda a la búsqueda de la reconciliación?
     
    — Hay que ponerse en el lugar de una madre a la que le secuestraron sus hijos y nunca más supo de ellos, que eran carne de su carne; ni supo cuánto tiempo estuvieron encarcelados, ni cuántas picaneadas, cuantos latigazos con frió soportaron hasta que los mataron, ni cómo los mataron. Me imagino a esas mujeres, que buscaban desesperadamente a sus hijos, y se topaban con el cinismo de autoridades que las basureaban y las tenían de aquí para allá. ¿Cómo no comprender lo que sienten?
     
    — ¿La Iglesia defendió cabalmente los derechos humanos en aquellos años?
     
    — Para responder hay que tener en cuenta que en la Iglesia —que formamos todos los bautizados—, como en toda la sociedad, se fue conociendo, de a poco, todo lo que estaba pasando. No es que se tuvo clara conciencia de entrada. En mi caso debo admitir que partí de muchas limitaciones para interpretar ciertos hechos: cuando, en 1973, Perón vuelve a país y se produce el tiroteo en Ezeiza, no entendía nada. Tampoco cuando Cámpora renunció a la presidencia. No tenía por entonces información política como para entender todo eso.
     
    Ahora bien, fuimos cayendo progresivamente en la cuenta de la guerrilla, de su pretensión de hacer pie en Tucumán de las acciones terroristas, en las que también fueron víctimas civiles que nada tenían que ver y jóvenes que estaban haciendo la conscripción, hasta que llegó el decreto de 1a presidenta Isabel Martínez de Perón (que ordenaba “el aniquilamiento del accionar de la subversión“). Allí empezamos a tomar conciencia de que la cosa era brava. Paralelamente, casi todo el mundo comenzó a “golpear las puertas de los cuarteles“. El golpe de 1976 lo aprobaron casi todos, incluso la inmensa mayoría de los partidos políticos. Si no me equivoco, creo que el único que no lo hizo fue el partido comunista revolucionario, aunque, también, es verdad que nadie, o muy pocos, sospechaban, lo que sobrevendría. En esto hay que ser realistas, nadie debe lavarse las manos. Estoy esperando que los partidos políticos y otras corporaciones pidan perdón como lo hizo la iglesia (el Episcopado difundió en 1996 un examen de conciencia y, en 2000, realizó un mea culpa con motivo del Jubileo).
     
    — Hay quienes sostienen que la Iglesia sabía bien lo que pasaba durante la dictadura.
     
    — Repito: al principio se sabía poco y nada, nos fuimos enterando paulatinamente- Yo mismo, como sacerdote, si bien comprendía que la cosa era pesada y que había muchos presos, caí en la cuenta algo después. La sociedad, en su conjunto, recién tomó conciencia total durante el juicio a los comandantes. Es cierto que algunos obispos se dieron cuenta antes que otros sobre los métodos que usaban con los detenidos. Es verdad que hubo pastores más lúcidos, que se jugaron mucho. Monseñor Zazpe, siendo arzobispo de Santa Fe, fue uno de los primeros que se percató de cómo estaba actuando la dictadura a partir del secuestro y la salvaje tortura de quien fuera, hasta el golpe, intendente de la capital de la provincia: Adán Noe Campagnolo.
     
    Hubo otros también, entre ellos Hesayne, Novak y De Nevares que, enseguida y con fuerza, comenzaron a moverse en defensa de los derechos humanos. Otros que hicieron mucho, pero hablaron menos. Y, finalmente, algún otro que fue ingenuo o torpe. Por otra parte, a veces uno, inconscientemente, no quiere ver episodios que pueden llegar a ser desagradables, no quiere aceptar que pueden llegar a ser ciertos. Pasa con los padres frente a un hijo que es drogadicto, o jugador, o tiene cualquier otro vicio. Es una actitud muy humana. A mí me costó verlo, insisto, hasta que me empezaron a traer gente y tuve que esconder al primero.
     
    — De eso, después hablaremos. Suele decirse que el Episcopado privilegió las gestiones reservadas sobre las declaraciones públicas por temor a que éstas aceleraran las ejecuciones. ¿Fue una estrategia acertada? ¿No terminó quedando como un silencio cómplice?
     
    — Es verdad que, en parte, se siguió esa estrategia, Sin embargo, pese a las gestiones reservadas, las declaraciones del Episcopado no dan lugar a dudas. Y cualquiera puede leerlas, porque fueron compendiadas en un libro, que presentamos cuando se cumplieron 25 años de nuestro documento, Iglesia y Comunidad Nacional. En el capítulo tercero, titulado La Iglesia y los derechos humanos”, desde la página 625 hasta la 727, están las principales. Y, de modo completo, en cuanto al tema que nos ocupa, no con omisiones, como algunos periodistas señalaron con mala intención. La Iglesia habló. Es más, hay una carta pastoral del 15 de mayo de 1976 en la cual ya se refleja la preocupación de los obispos. Y una de abril de 1977, que advierte sobre la tortura. También hubo otras en la época de la presidencia de Isabel Perón. De todas maneras, algunos términos son dubitativos porque realmente, como dije, no se sabía bien lo que pasaba. Pero hechos como la masacre de los sacerdotes y seminaristas palotinos fueron sumando fuerza a las declaraciones.
     
    — Cada vez que la Iglesia habló, en los años siguientes, de la necesidad de alcanzar la reconciliación, no faltaron aquellos que creyeron ver detrás un aval a la impunidad. ¿Qué piensa?
     
    — La farsa no. Quiero ser claro: debe actuar la justicia. Es verdad que después de las grandes conmociones mundiales, de tremendas guerras, siempre está el mecanismo sociopolítico de la amnistía. Después de la Segunda Guerra Mundial se la dictó en varios países, pero también existió el juicio a los responsables. Francia tuvo que enfrentar a los colaboracionistas de Petain y actuó con generosidad. Si bien De Gaulle era duro, temió ser injusto con ellos, pues resultaba muy difícil discernir en su momento si convenía para el bien de Francia colaborar o no con los nazis. A Petain no lo mataron, sino que lo enviaron a la Guyana francesa. De los 35 obispos que habían tenido relación con Petain, De Gaulle quería descabezar a todos. Entonces entró en escena Angelo Giusseppe Roncalli, a la postre Juan XXIII, como Nuncio en París y terminaron renunciando tres o cuatro. Creo que se distinguió entre situaciones ambiguas, producto del miedo, y situaciones delictivas. Mientras las primeras se pueden llegar a comprender, las otras no. Petain actuó como actuó pensando que lo hacía de patriota. Pero se equivocó, aunque tenía buena intención. De lo contrario, le hubieran “cortado la cabeza”, porque los franceses no andan con chiquitas.
     
    — En estos temas suele traerse a colación el caso de Juan Pablo II que perdonó a quien intentó asesinarlo, pero el juicio siguió su curso.
     
    — Claro. El juicio contra Alí Agca siguió. El Papa lo perdonó, pero igual fue condenado y siguió preso hasta que cumplió la pena y, después, fue enviado a Turquía, donde continuó encarcelado por otros delitos que había cometido en su país. Además, aquí aparece claramente lo que señalaba antes en cuanto a que uno puede ofrecer de corazón el perdón, pero de parte del otro debe haber arrepentimiento y reparación. Según la versión que tengo, que creo es veraz, cuando el Papa lo fue a visitar a la cárcel, en ningún momento Alí Agca mostró arrepentimiento. Por el contrario, le dijo; “No entiendo por qué usted no murió… mi gatillo nunca falla.”
     
    — De todas formas, la búsqueda de una autentica reconciliación ¿no implica renunciar a algo? ¿No demanda gestos magnánimos?
     
    — Siempre debemos renunciar a algo. Para alcanzar una reconciliación hay que renunciar a algo. Todos tienen que hacerlo. Pero cuidado, a algo que no afecte la esencia de la justicia. Quizá, al que tenga que perdonar se le pida que renuncie al resentimiento. El resentimiento es rencor Y vivir con rencor es como beber agua servida, como alimentarse de las propias heces; supone que no se quiere salir del chiquero.
     
    En cambio, el dolor, que es también otra llaga, es a campo abierto. El resentimiento es como una casa tomada, donde vive mucha gente hacinada que no tiene cielo. Mientras que el dolor es como una villa donde también hay hacinamiento, pero se ve el ciclo. En otras palabras, el dolor está abierto a la oración, a la ternura, a la compañía de un amigo, a mil cosas que a uno lo dignifican. O sea, el dolor es una situación más sana. Así me lo dicta la experiencia.
     
    — La madre de Michelle Bachelet, la presidenta de Chile, relató que una vez se encontró en un ascensor con su torturador, que lo perdonó y que experimentó una gran paz.
     
    — Perdonar siempre hace bien, porque pertenece a lo que ustedes me consultaban en la pregunta anterior la virtud de la magnanimidad. El magnánimo está siempre feliz. El pusilánime, el de corazón arrugado, no alcanza la felicidad.
     
    — ¿El perdón es lo que más asemeja al hombre y a la mujer a Dios?
     
    — El amor es lo que más nos acerca a Dios. El perdón nos asemeja en cuanto es un acto de amor.

  • Óscar.

    Sé que tú sabes mucho más de este asunto que yo. Entre otras cosas porque eres argentino. Solamente digo que la cosa no es tan sencilla. No lo es.

    Y no tengo nada más que decir salvo mandarte un fuerte abrazo.

    Ha sido superior a mí el callarme.

    Sorry.

    Cuídate mucho.

  • oscar varela

    [Creo que está en el mismo Cap. 14 del Libro – Por interpósita persona –Clelia Luro- conocí a Alicia Oliveira]
    Cuando el joven padre Jorge Bergoglio golpeó la puerta de su despacho, la doctora Alicia Oliveira pensó que mantendría una más de las tantas reuniones de trabajo que celebraba como jueza en lo penal, allá, por la primera mitad de la década del setenta. No se le pasó por la cabeza que establecería una buena sintonía con el sacerdote de la que surgiría una larga amistad, que la terminaría convirtiendo en una testigo calificada de buena parte de la actuación de Bergoglio durante la dictadura militar. Es que Oliveira cuenta con una larga militancia en la defensa de los derechos humanos, que fue abrazando desde que comenzó a ejercer como penalista. Una militancia que, tras el último golpe militar, le costó su cargo de magistrada, al ser la destinataria del primer decreto de exoneración.
     
    Firmante de cientos de habeas corpus por detenciones ilegales y desapariciones durante la última dictadura, se desempeñó como letrada e integró la primera comisión directiva del Centro de estudios Sociales y Legales (Cels), una de las más emblemáticas ONGs dedicadas a luchar contra las violaciones a los derechos humanos.
     
    Con la vuelta a la democracia ocupó diversos cargos, entre los que se cuenta haber sido constituyente de la convención nacional de 1994 (resultó electa como integrante de la lista del Frente Grande, una agrupación peronista disidente de centro izquierda); Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires entre 1998 y 2003 y, desde entonces —con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia—, Represéntame Especial para los Derechos Humanos de la Cancillería, tarea que desempeñó durante dos años, hasta que se jubiló.
     
    Recuerdo que Bergoglio vino a verme al juzgado por un problema de un tercero, allá por 1974 o 1975, empezamos a charlar y se generó una empatía que abrió paso a nuevas conversaciones. En una de esas charlas hablamos de la inminencia de un golpe. Él era el provincial de los jesuitas y seguramente, estaba más informado que yo. En la prensa hasta se barajaban los nombres de los futuros ministros. El diario La Razón había publicado que José Alfredo Martínez de Hoz sería el ministro de Economía”, evoca Oliveira
     
    – y agrega que “Bergoglio estaba muy preocupado por lo que presentía que sobrevendría y, como sabía de mi compromiso con los derechos humanos, temía por mi vida. Llegó a sugerirme que me fuera a vivir un tiempo al colegio Máximo, Pero yo no acepté y le contesté con una humorada completamente desafortunada frente a todo lo que después sucedió en el país: ‘Prefiero que me agarren los militares a tener que ir a vivir con los curas’”.
     
    De todas maneras, la magistrada tomó sus prevenciones. Le dijo a la secretaria del juzgado, de su máxima confianza, la doctora Carmen Argibay —a la postre ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, a propuesta de Kirchner- que estaba pensando en dejarle un tiempo los dos hijos que, por entonces, tenía para esconderse por temor a ser detenida por los militares. Finalmente, no tomó la decisión, ni fue apresada. En cambio, Argibay fue detenida el mismo día del golpe. Oliveira, desesperada, trató de dar con su paradero hasta que en la cárcel de Devoto le informaron que estaba allí, pero nunca supo —ni ella ni la propia detenida— el motivo por el que Argibay pasó varios meses presa.
     
    Tras la caída del gobierno de Isabel Perón, las reuniones de Oliveira con Bergoglio se hicieron más frecuentes. “En esas conversaciones, pude comprobar que sus temores eran cada vez mayores, sobre todo por la suerte de los sacerdotes jesuitas del asentamiento“, relata Oliveira.
    – “Hoy creo que Bergoglio y yo —acota— comenzamos a entender tempranamente cómo eran los militares de aquella época. Su inclinación a la lógica amigo-enemigo, su incapacidad para discernir entre la militancia política, social o religiosa y la lucha armada, tan peligrosas. Y teníamos muy claro el riesgo que corrían los que iban a las barriadas populares. No sólo ellos, sino la gente del lugar, que podía ‘ligarla de rebote’.”
     
    Recuerda que a una chica amiga que iba a catequizar también al asentamiento —y que no tenía militancia alguna- le imploró que no fuese más. “Le advertí que militares no entendían, y que cuando veían en la villa a alguien que no vivía allí pensaban que era un terrorista-marxista-leninista internacional“, cuenta. Le costó mucho hacérselo entender. Al final, la chica se fue y, años después, le reconoció que su consejo le había salvado la vida. “Pero otros que se quedaron no corrieron la misma suerte y, por eso, Bergoglio estaba tan preocupado, por los sacerdotes de la villa y quería que se vayan”, redondea.
     
    Oliveira recuerda que el padre Jorge no sólo se preocupó por localizar a Yorio y Jalics y procurar su liberación; también, se movió para dar con el paradero de muchos otros detenidos. O para sacar del país a otros tantos, como a aquel joven que se le parecía y a quien le dio su cédula. “Yo iba, con frecuencia, los domingos a la casa de ejercicios de San Ignacio y tengo presente que muchas de las comidas, que se servían allí, eran para despedir a gente que el padre Jorge sacaba del país“» señala.
     
    Bergoglio también llegó a ocultar una biblioteca familiar con autores marxistas. “Un día lo llamó Balestrino de Careaga para pedirle que fuera a su casa a darle la extremaunción a un familiar, cosa que le sorprendió, porque no eran creyentes, pero una vez allí ella le dijo que el verdadero motivo era pedirle que se llevara los libros de su hija., que estaba siendo vigilada y que, luego, fue secuestrada y, finalmente, liberada (a diferencia de lo que sucedería con ella)”, rememora
     
    En cuanto a la actitud de la Universidad del Salvador durante la última dictadura y el papel que jugó allí el futuro cardenal, Oliveira asegura que lo que a ella le tocó vivir en esa casa de altos estudios no puede emparentarse con ninguna complicidad con la dictadura, ni mucho menos. “No sé lo que pasó en la universidad, pero muchos nos fuimos a resguardar allí“, subraya. Cuenta que compartía la cátedra de derecho penal con Eugenio Zaffaroni (otro exonerado por la dictadura, pero como profesor de la UBA, que también llegó a la Corte Suprema promovido por Kirchner). Y que en sus clases hablaba con libertad. “Cuando exponía sobre la ley de ordalía (las terribles pruebas para establecer la culpabilidad o inocencia en la Edad Media) los alumnos me decían que eso era horroroso y yo, entonces, les contaba lo que estaba pasando en el país; Bergoglio me marcaba que los militares iban a venir a buscarme con el Falcon verde“, recuerda.
     
    Con su compañero de cátedra, Oliveira vivió un episodio que para ella es muy ilustrativo de la posición de Bergoglio frente a la dictadura. Hacia el final del gobierno militar, en la etapa preelectoral, Zaffaroni se enteró que el jurista Charles Moyer —ex secretario de la Corte Interamericana de Derechos Humanos— quería venir al país para convencer a los candidatos sobre la importancia de que la Argentina adhiriera a la Convención Interamericana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica). Dado que, en ese momento, estaba cumpliendo funciones en la sede de la OEA en Washington, su secretario general, el argentino Alejandro Orfila, al enterarse de su propósito, lo amenazó con despedirlo si viajaba a Buenos Aires. “Es que Orfila tenía intereses muy grandes con la dictadura”, acota Oliveira. Entonces, Zaffaroni le preguntó a ella qué podían hacer para que igual viniera, pero con un motivo falso. Oliveira recuerda: “¿Que hice? Recurrí, claro, a don Jorge, que me dijo que no me preocupara. Al poco tiempo, cayó con una carta en la que la universidad invitaba a Moyer a dar una charla sobre el procedimiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos… ¡Una cosa aburridísima! Para la ocasión, se convocó a los profesores de derecho internacional. Bergoglio me pidió que ni pasara por la puerta. El gringo no sabía de qué hablar. Después, discreta mente, lo llevamos a ver a los candidatos. Fue patético: casi nadie conocía el Pacto de San José de Costa Rica. A su regreso, Moyer le envió a Bergoglio una carta de agradecimiento. Y Raúl Alfonsín, ni bien asumió, ratificó el pactó.”
     
    De todas maneras, Oliveira —crítica de la actuación de muchos obispos durante la dictadura— admite que siempre flotará el interrogante acerca de si los miembros del clero, que se ocuparon personalmente de víctimas de la represión ilegal, siguieron la mejor estrategia al privilegiar por las gestiones reservadas, en vez de la denuncia pública ¿Era lo más conveniente para la seguridad de las víctimas? ¿Un superior de una comunidad religiosa, podía “cortarse solo” y salir a la palestra? “La verdad es que no sé qué hubiera sido lo mejor, ni cómo se manejan los diversos estamentos de la Iglesia”.
     
    Con todo, considera que las legítimas dudas—surgidas, muchas veces desde la perspectiva que brinda el paso del tiempo- sobre el camino que se siguió, no invalidan comportamientos como el de Bergoglio. Ni mucho menos, dejan lugar a acusaciones infundadas. Por eso, Oliveira califica como “una operación de inteligencia bazofia” el que se haya enviado al correo electrónico de los cardenales, que se aprestaban a elegir al sucesor de Juan Pablo II, el artículo donde se denunciaba su supuesta complicidad con la dictadura. Sobre todo, porque –según asegura- el periodista que lo escribió “había redactado otro, unos años atrás, donde decía cosas bien distintas, donde decía la verdad”.
     
    No obstante, admite que se sintió aliviada al enterarse de que Bergoglio no fuera electo Papa. “La verdad es que, si lo hubieran elegido, habría experimentado una sensación de abandono ya que para mí es casi como un hermano y, además, los argentinos lo necesitamos“, concluyó.

  • oscar varela

    [Separata de los Capítulos 14 del Libro “EL JESUITA”.]
     
    La noche oscura que vivió la Argentina
     
    Cuando la vida de Juan Pablo II se apagaba, se intensificaban las especulaciones sobre tos candidatos a sucederlo y el nombre de Bergoglio figuraba en casi todos los pronósticos de los periodistas especializados. En esos días, volvía a agitarse una denuncia periodística publicada unos pocos años atrás, en Buenos Aires, sobre una supuesta actuación muy comprometedora del cardenal durante la última dictadura. Más aún: se asegura que, en las vísperas del cónclave, que debía elegir al sucesor del Papa polaco, una copia de un artículo –de una serie del mismo autor- con la acusación fue enviada a las direcciones de correo electrónico de los cardenales electores, con el propósito de perjudicar las chances que se le otorgaban al purpurado argentino.
     
    En la denuncia se le atribuía al cardenal una cuota de responsabilidad por el secuestro de dos sacerdotes jesuitas, que se desempeñaban en una villa de emergencia del barrio porteño de Flores, efectuado por miembros de la Marina en mayo de 1976, dos meses después del golpe. De acuerdo con esa versión, Bergoglio —quien, por entonces, era el provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina— les pidió a los padres Orlando Yorio y Francisco Jalics que abandonaran su trabajo pastoral en la barriada y, como ellos se negaron, les comunicó a los militares que los religiosos ya no contaban con el amparo de la Iglesia, dejándoles así el camino expedito para que los secuestraran, con el consiguiente peligro que eso implicaba para sus vidas.
     
    El cardenal nunca quiso salir a responder la acusación, como, tampoco, jamás se refirió a otras imputaciones del mismo origen sobre supuestos lazos con miembros de la Junta Militar (ni, en general, nunca contó públicamente cuál fue su actitud durante la última dictadura). Pero, frente a nuestro cometido, reconoció que el tema no podía omitirse y accedió a contar su versión sobre los hechos y la actitud que asumió en la noche negra que vivió la Argentina. “Si no hablé en su momento, fue para no nacerle el juego a nadie, no porque tuviese algo que ocultar, afirmó.
     
    — Cardenal: usted deslizó antes que durante la dictadura escondió gente que estaba siendo perseguida, ¿Cómo fue aquello? ¿A cuántos protegió?
     
    — En el colegio Máximo de la Compañía de Jesús, en San Miguel, en el gran Buenos Aires, donde residía, escondí a unos cuantos. No recuerdo exactamente el número, pero fueron varios. Luego de la muerte de monseñor Enrique Angelelli (el obispo de La Rioja, que se caracterizó por su compromiso con los pobres), cobijé en el colegio Máximo a tres seminaristas de su diócesis que estudiaban teología. No estaban escondidos, pero sí cuidados, protegidos. Yendo a La Rioja para participar de un homenaje a Angelelli con motivo de cumplirse 30 años de su muerte, el obispo de Bariloche, Fernando Maletti, se encontró en el micro con uno de esos tres curas que está viviendo actualmente en Villa Eloisa, en la provincia de Santa fe. Maletti no lo conocía, pero al ponerse a charlar, éste le contó que él y los otros dos sacerdotes veían en el colegio Máximo a personas que hacían “largos ejercicios espirituales de 20 días y que, con el paso del tiempo, se dieron cuenta que eso era una pantalla para esconder gente. Maletti después me lo contó, me dijo que no sabía toda esta historia y que habría que difundida.
     
    — Aparte de esconder gente ¿hizo algunas otras cosas?
     
    — Saqué del país, por Fox de Iguazú, a un joven que era bastante parecido a mí con mi cédula de identidad, vestido de sacerdote, con el clergiman y, de esa forma, pudo salvar su vida. Además, hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con que contaba, para abogar por personas secuestradas. Llegué a ver dos veces al general (Jorge) Videla y al almirante (Emilio) Massera. En uno de mis intentos de conversar con Videla, me las arreglé para averiguar qué capellán militar le oficiaba la misa y lo convencí para que dijera que se había enfermado y me enviara a mí en su reemplazo. Recuerdo que oficié en la residencia del comandante en jefe del Ejército ante toda la familia de Videla, un sábado a la tarde. Después, le pedí a Videla hablar con él, siempre en plan de averiguar el paradero de los curas detenidos. A lugares de detención no fui, salvo una vez que concurrí a una base de náutica, cercana a San Miguel, de la vecina localidad de José C. Paz, para averiguar sobre la suerte de un muchacho.
     
    — ¿Habo algún caso que recuerde especialmente?
     
    — Recuerdo una reunión con una señora que me trajo Esther Balestrino de Careaga, aquella mujer que, como antes conté, fue jefa mía en el laboratorio, que tanto me enseñó de política, luego secuestrada y asesinada y hoy enterrada en la iglesia porteña de Santa Cruz. La Serra, oriunda de Avellaneda, en el gran Buenos Aires, tenía dos hijos jóvenes con dos o tres años de casados, ambos delegados obreros de militancia comunista, que habían sido secuestrados. Viuda, los dos chicos eran lo único que tenía en su vida. ¡Cómo lloraba esa mujer! Esa imagen no me la olvidaré nunca. Yo hice algunas averiguaciones que no me llevaron a ninguna parte y, con frecuencia, me reprocho no haber hecho lo suficiente.
     
    — ¿Puede relatar alguna gestión que llegó a buen término?
     
    — Me viene a la memoria el caso de un joven catequista que había sido secuestrado y por el que me pidieron que intercediera. También en este caso me moví dentro de mis pocas posibilidades y mi escaso peso. No sé cuánto habrán influido mis averiguaciones, pero lo cierto es que, gracias a Dios, al poco tiempo el muchacho fue liberado. ¡Qué contenta estaba su familia! Por eso, reitero, después de situaciones como esa, cómo no comprender la reacción de tantas madres que vivieron un calvario terrible, pero que, a diferencia de este caso, no volvieron a ver con vida a sus hijos.
     
    — ¿Cuál fue su desempeño en torno al secuestro de los sacerdotes Yorio y Jalics?
     
    — Para responder tengo que contar que ellos estaban pergeñando una congregación religiosa, y le entregaron el primer borrador de las Reglas a los monseñores Pironio, Zazpe y Serra. Conservo la copia que me dieron. El superior general de los jesuitas quien, por entonces, era el padre Arrupe, dijo que eligieran entre la comunidad en que vivían y la Compañía de Jesús, y ordenó que cambiaran de comunidad. Como ellos persistieron en su proyecto, y se disolvió el grupo, pidieron la salida de la Compañía. Fue un largo proceso interno que duró un año y pico. No una decisión expeditiva mía.
     
    Cuando se le acepta la dimisión a Yorio (también al padre Luís Dourrón, que se desempeñaba junto con ellos) —con Jalics no era posible hacerlo, porque tenía hecha la profesión solemne y solamente el Sumo Pontífice puede hacer lugar a la solicitud— corría marzo de 1976, más exactamente era el día 19, o sea, faltaban cinco días para el derrocamiento del gobierno de Isabel Perón. Ante los rumores de la inminencia de un golpe; les dije que tuvieran mucho cuidado. Recuerdo que les ofrecí, por si llegaba a ser conveniente para su seguridad, que vinieran a vivir a la casa provincial de la Compañía.
     
    — ¿Ellos corrían peligro simplemente porque se desempeñaban en una villa de emergencia?
     
    — Efectivamente. Vivían en el llamado barrio Rivadavia del Bajo Flores. Nunca creí que estuvieran involucrados en actividades subversivas como sostenían sus perseguidores, y realmente no lo estaban. Pero, por su relación con algunos curas de las villas de emergencia, quedaban demasiado expuestos a la paranoia de caza de brujas. Como permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron secuestrados durante un rastrillaje. Dourrón se salvó porque, cuando se produjo el operativo, estaba recorriendo la villa en bicicleta y, al ver todo el movimiento, abandonó el lugar por la calle Varela. Afortunadamente, tiempo después fueron liberados, primero porque no pudieron acusarlos de nada, y segundo, porque nos movimos como locos. Esa misma noche en que me enteré de su secuestro, comencé a moverme. Cuando dije que estuve dos veces con Videla y dos con Massera fue por el secuestro de ellos.
     
    — Según la denuncia, Yorio y Jalics consideraban que usted también los tachaba de subversivos, o poco menos, y ejercía una actitud persecutoria hacia ellos por su condición de progresistas.
     
    — No quiero ceder a los que me quieren meter en un conventillo. Acabo de exponer, con toda sinceridad, cuál era mi visión sobre el desempeño de esos sacerdotes y la actitud que asumí tras su secuestro. Jalics, cuando viene a Buenos Aires, me visita. Una vez, incluso, concelebramos la misa. Viene a dar cursos con mi permiso. En una oportunidad, la Santa Sede le ofreció aceptar su dimisión, pero resolvió seguir dentro de la Compañía de Jesús. Repito: No los eché de la congregación, ni quería que quedaran desprotegidos.
     
    — Además, la denuncia dice que tres años después, cuando Jalics residía en Alemania y en la Argentina todavía había una dictadura, le pidió que intercediera ante la Cancillería para que le renovaran el pasaporte sin tener que venir al país, pero que usted, si bien hizo el trámite, aconsejó a los funcionarios de la secretaría de Culto del ministerio de Relaciones Exteriores que no hicieran lugar a la solicitud por los antecedentes subversivos del sacerdote …
     
    — No es exacto. Es verdad, sí, que Jalics —que había nacido en Hungría, pero era ciudadano argentino con pasaporte argentino— me escribió siendo yo todavía provincial para pedirme la gestión pues tenía temor fundado de venir a la Argentina y ser detenido de nuevo. Yo, entonces, escribí una carta a las autoridades con la petición —pero sin consignar la verdadera razón, sino aduciendo que el viaje era muy costoso— para lograr que se instruya a la embajada en Bonn. La entregue en mano y el funcionario, que la recibió, me preguntó cómo fueron las circunstancias que precipitaron la salida de Jalics. “A él y a su compañero los acusaron de guerrilleros y no tenían nada que ver”, le respondí. “Bueno, déjeme la carta, que después le van a contestar” fueron sus palabras.
     
    — ¿Qué pasó después?
     
    — Por supuesto que no aceptaron la petición. E1 autor de la denuncia en mi contra revisó el archivo de la secretaría de Culto y lo único que mencionó fue que encontró un papelito de aquel funcionario en el que había escrito que habló conmigo y que yo le dije que fueron acusados de guerrilleros. En fin, había consignado esa parte de la conversación, pero no la otra en la que yo señalaba que los sacerdotes no tenían nada que ver. Además, el autor de la denuncia soslaya mi carta donde yo ponía la cara por Jalics y hacía la petición.
     
    — También se comentó que usted propició que la Universidad del Salvador, creada por los jesuitas, le entregara un doctorado honoris causa al almirante Massera.
     
    — Creo que no fue un doctorado, sino un profesorado. Yo no lo promoví. Recibí la invitación para el acto, pero no fui. Y, cuando descubrí que un grupo había politizado la universidad, fui a una reunión de la Asociación Civil y les pedí que se fueran, pese a que la Universidad ya no pertenecía a la Compañía de Jesús y que yo no tenía ninguna autoridad más allá de ser un sacerdote. Digo esto porque se me vinculó, además, con ese grupo político. De todas maneras, si respondo cada imputación, entro en el juego. Hace poco estuve en una sinagoga participando de una ceremonia. Recé mucho y, mientras lo hacía, escuché una frase de los textos sapienciales que no recordaba: “Señor, que en la burla sepa mantener el silencio.” La frase me dio mucha paz y mucha alegría.

  • Querido Segre

    No recuerdo su nombre, solamente se que se llama Ignacio, como uno de mis sobrinos.

    Le agradezco la infinita paciencia que tuvo conmigo. Encajaba usted con una elegancia suprema, suponiendo que fuese usted en persona el que me ponía unas letras diciendo de una manera u otra: leído. Y nada más. Pero no me devolvieron un solo correo. Y usted o alguien en su nombre los contestó todos.

    Ahora, con el paso del tiempo soy más consciente del valor de aquello. Le decía todo lo que me pasaba por la cabeza. Hasta que dejó de ser usted el Segre. Cambió el padre general.

    Recuerdo muchas veces aquello que le dije: defraudará, está edificado sobre arena, defraudará. No sé a quiénes ha defraudado y a quienes no. Esto de la iglesia es una sociedad donde impera el silencio. A veces se puede insinuar algo que puedes leer entre líneas. Poco más.

    Entenderá que no puedo hacer como si no hubiese leído este texto. No me lo perdonaría jamás. Y llega un momento en que no puedo aguantar ni una sola contradicción más. Ya tengo suficientes.

    Esto ha sido demasiado para mí. La de jaleos que me costó el tratar de saber. Cuando el Papa recién elegido era totalmente el representante del dios mismo en la tierra, cuestionarlo no era fácil. Pero todo eso ya pasó. Las cosas fueron como fueron y nunca sabremos qué hay de cierto y qué no. Pero sé que una misa concelebrada no quiere decir nada más que se concelebró. Y si de alguien habla bien ese acto de conciliación ante luz y taquígrafos, sé de quién es.

    Espero que esté bien. Le guardo entre las personas que me ha gustado conocer, aunque a veces , ya sabe, le tenía que pedir disculpas, cuando me subía a la lámpara.

    Disculpe que no recuerde su nombre y haya perdido su correo. Soy un desastre.

    Cuídese mucho.

     

  • Por favor…

    Esto no es tan sencillo.

    Leí muchas cosas sobre este asunto. Muchas. No sólo sobre estos dos jesuitas, sino de la posición de la iglesia ante la dictadura argentina.

    Por favor.

    No es tan sencillo.

    No juzgo a nadie porque no estuve allí, gracias a dios. Pero no es tan sencillo como que todo acaba concelebrando una misa. Hay cosas que no tienen solución, solamente cabe la aceptación.

    Perdón, no pensaba entrar , pero esto es demasiado para mí. Estuve mucho tiempo tratando de saber. Imposible, claro. Imposible. Pero no hubo lista Bergoglio. No creo que denunciase a nadie. No lo creo. No parece ese tipo de persona. Pero si hizo o no lo suficiente por este señor y por otros y otras, eso es algo con lo que tendrá que vivir siempre el arzobispo de aquel tiempo en Buenos Aires.

    Lo siento. Pero ha sido superior a mí.  Querido Segre, si lee esto me entenderá , quizás sea la única persona que me pueda entender. Se me partió el alma cuando me enteré de este asunto. Y usted lo sabe.

    En fin

    No podía callarme.

    • Y siento una sensación de paz en este momento, infinita. No creo que me puedan entender. Tampoco hace falta.

    • Perdón
      El superior de los jesuitas en la época de la dictadura. Arzobispo fue después. Al releerlo me he dado cuenta. Un superior tiene el deber de proteger. Al menos así pienso. El problema no está en sí denunció o no personalmente, cosa que no creo, el problema es si protegió a los suyos suficientemente. Y sobre eso hay muchas opiniones.