Este texto de Javier Elzo recoge los materiales usados por él para una intervención en el Curso de Verano 2021 de UPV/EHU, dirigido por Javier Urra con el título “El silencio. Sin aditivos” en Donostia- San Sebastián. Creo que es un texto básico para lo que queremos que sea ATRIO, donde el encuentro entre personas se produzca siempre en esa dimensión de escucha y palabras auténticas. Atrio invitará a ello presentando el texto en tres viernes seguidos. El guión previo que adelanta el autor muestra cada parte en el contexto global. AD.
. Introducción
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- Los silencios en algunas de sus muchas acepciones
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- El silencio introspectivo
- El silencio en relación con la escucha
- El silencio condición de la relación.
- El mutismo y sus variantes
- El silencio de la comunidad tácita
- El otro silencio de Arnoldo Liberman. Auschwitz
- La muerte como el silencio absoluto. Jacques Sédat
- El silencio angustioso.
- Las trampas de la imprescindible memoria. Paul Ricoeur
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- “El silencio y lo sagrado”
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- Breve clarificación de unos conceptos
- La sociedad del ruido
- Cuando el silencio es necesario
- El silencio religioso de un creyente
- El silencio “religioso” de un ateo
- Joas, Habermas y Fraijó ante el silencio de lo religioso en la sociedad de hoy
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- Calasso, Durkheim y la sociedad divinizada. La sociedad y los individuos
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- La sociedad – dios
- La sociedad fuente de lo sagrado
- Experiencias colectivas y ruidosas de lo sagrado y su interpretación personal y silenciosa
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Cerrando estas páginas, que no concluyendo.
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- Sacralidades religiosas y laicas
- ¿Hacia una nueva guerra de dioses?
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Introducción
Cuando el mes de septiembre del año pasado, poco después de finalizado el curso sobre “Los miedos”, también en el marco de estos Cursos de Verano de la EHU/UPV, y también dirigido por Javier Urra, nuestro director nos envió un correo señalándonos que el título del curso de este año 2021, sería “El silencio. Sin aditivos”. Aquel verano de 2020 estuve trabajando en los contenidos de un libro, para mi excepcional, de un sociólogo alemán, no muy conocido en España, Hans Joas, del que no se habían traducido al castellano sus últimas publicaciones. Particularmente, la última, editada en alemán en 2019, traducida, entre otros idiomas al francés, idioma en el que lo leí, releí y llegué a escribir 120 páginas con recortes del libro, y añadidos de otros autores y reflexiones mías. El título del libre, en castellano, es “Los poderes de lo sagrado. Una alternativa al relato del desencantamiento” en referencia, principalmente, a los trabajos de Max Weber de hace un siglo y, también al de Marcel Gauchet de 1985, “El desencantamiento del mundo”, así como a la abundante literatura de los, – ya minoritarios, pero hace cincuenta años, muy mayoritarios -, defensores de la tesis de secularización. El libro de 330 páginas y otras cien de nutridas notas y bibliografías, libro de gran densidad, que exige lectura atenta con papel y bolígrafo, me resultó de enorme riqueza intelectual, que me obligaba a detenerme en su lectura pues no había página que no me incitara a la reflexión. Pero no voy a comentar aquí el libro, pero, si me detengo un poco en él, es para mostrar la razón inmediata, del motivo o circunstancia, por el que propuse a nuestro director, Javier Urra, el título de mi aportación a este curso, “El silencio y lo sagrado” y así redacté las líneas en las que explicitaba algunas ideas que pensaba exponer en mi conferencia, como aparecen en el Programa del Curso. Algunas de estas ideas provenían del libro de Hans Joas, en cuya lectura estaba enfrascado.
Pero, meses después, a medida que se acercaba la fecha de esta intervención, me iba informando de otras reflexiones sobre “el silencio” de diferentes autores que iba anotando en mi Cuaderno de trabajo, junto a las ideas que, sobre “el silencio”, bullían en mi cabeza. Constaté, rápidamente, que el silencio, las ideas sobre el silencio, nos mostraban que el término “silencio” era polisémico, que reflejaba realidades bien distintas y, no solamente eso, sino que las valoraciones que cabía hacer de diferentes manifestaciones de “silencios” eran muy diversas. Desde las heroicas hasta las más abyectas e ignominiosas. De ahí que, como acabo de hacer, creo que es más correcto hablar de “los silencios” que de “el silencio”. Además, con la coletilla de “sin aditivos” al término Silencio, que nos enviaba nuestro director, nos permitía pasar al plural.
En consecuencia, voy a entretenerme en esta conferencia en dos partes muy diferenciadas. En primer lugar, en la presentación de diferentes significados asociados al término silencio, para, en segundo lugar, centrarme en el silencio en relación a lo sagrado.
Primera Parte. Los silencios en algunas de sus muchas acepciones.
El silencio introspectivo
En efecto, hay silencios y silencios. Comencemos por el silencio introspectivo. Es ese silencio en nuestro alrededor, fuera de nosotros que buscamos y llegamos a exigir para poder introducirnos en nuestro yo más profundo mediante el ejercicio de la meditación. Es un silencio que exige recogimiento, un tiempo de descanso del ajetreo cotidiano con el propósito de reencontrarnos y renovarnos. Hay, además, lugares donde se requiere el silencio porque participa en el desarrollo de la vida interior, en el trabajo sobre uno mismo, en la meditación y, en los creyentes, en la oración. Un ejemplo manifiesto de este silencio es el de la vida monástica. La vida monástica nos invita a cultivar el silencio en toda circunstancia, en el quehacer diario, en el compartir las comidas, en la oración: “ya no se trata de interioridad, sino de intimidad entre Dios y cada hombre”, dirán no pocos monjes. Quizá Ustedes han visto el extraordinario film- reportaje, “El Gran Silencio”, en el que un cineasta, tras 17 años de larga espera, obtuvo el permiso para filmar durante casi seis meses la vida cotidiana de los cartujos de la “Grand Chartreuse” al pie de los Alpes franceses. Un film absolutamente extraordinario, que capta y mantiene la atención del espectador, pese a su larga duración.
Pero este silencio introspectivo no es privativo de los monjes ni de los claustros de la vida monástica. Muchas personas buscan ese silencio en su vida cotidiana, cuando ponen en paréntesis el bullicio del día a día, para encontrarse consigo mismos. Unos practican el yoga, otros peregrinan a Guadalupe, a Lourdes, en búsqueda de ese silencio, otros hacen el Camino de Santiago, o un parte de mismo, en silencio, un Camino de Santiago, en el que la motivación religiosa se da en menos de la mitad de los que hacen el Camino. Luego la búsqueda del silencio exterior, lo repito, no es privativo de la experiencia religiosa. Cuantitativamente hablando, en la era secular, dominante en nuestros días, cabe afirmar que, en este modelo de silencio, hay una mayoría de personas que lo ejercen sin motivación religiosa alguna: simplemente se buscan a sí mismos.
El silencio en relación con la escucha
Hay que detenerse también en el silencio que está fundamentalmente del lado de la escucha del otro, o de los otros. Exige estar en silencio, tiene que haber un silencio interior para poder escuchar al otro, aprehendiendo lo que realmente quiere decir. Es un silencio difícil y, desgraciadamente, poco frecuentado en demasiadas ocasiones. Pero, si no se aplica el silencio interior cuando el otro está expresándose, normalmente quiere decir que estamos pensado en replicarle más que en escucharle. Es una situación que podemos encontrar en los pugilatos dialecticos en muchos “debates” en los parlamentos, donde no se escucha al otro, sino que, en el mejor de los casos, se subraya algo de lo que el otro esgrime para oponerse o, también, se le contesta sin atender en nada a lo que ha dicho. “¿Qué tiempo hace? Manzanas traigo”. El silencio de escucha es tanto la condición del habla del otro como la condición del propio habla como sujeto, en la medida en que uno responde en su propio nombre y no en lugar del otro, que actuaría como interlocutor impositivo, y que, al final anularía nuestro propio razonamiento. En efecto, cuando interrumpimos el silencio interior para interrumpir al otro, podemos decir que, al romper el discurso del otro, corremos el riesgo de poner nuestras palabras en las suyas.
El silencio condición de la relación
Como corolario de lo anterior, cabe decir que el silencio es también, la condición de la relación. Para que haya una relación, tenemos que poder hacer el silencio interior. Pero, este silencio interior significa que estamos en lo relativo, es decir, escuchamos al otro como el discurso de un sujeto que nos habla, nos interpela, en un nivel de horizontalidad, donde todos estamos al mismo nivel. Algunos, como Jacques Sedat [1], a quien sigo en esta parte de mi reflexión, afirman que “no puede haber relación con el otro excepto en su propia relatividad con él. Solamente hay relación en lo relativo “. Pero no siempre es así. Pues no todas las relaciones con otra u otras personas se dan en un nivel de horizontalidad. Por ejemplo, cuando estamos en una relación de autoridad y, no digamos, de poder. El alumno ante su profesor, el marinero ante su capitán, el soldado ante su superior, el hijo menor ante sus padres, etc., etc. Aquí vivimos en una relación de diferenciación jerárquica en la que el silencio puede tener diferentes formas y modo de expresarse. Tanto, por decirlo simple y brevemente, en el lado del superior como en el del inferior.
El mutismo y sus variantes
Así llegamos al mutismo como otra variante del silencio. O estamos atrincherados en una fortaleza interior que nos impide o desaconseja comunicarnos con el otro, o nos encerramos en un silencio que significa: “no quiero decirle nada al otro”. Si continuamos reflexionando sobre el silencio como condición para la relación, hemos de reconocer que, a menudo, el mutismo es una forma de silencio, que puede ser libremente adoptado (aun con motivaciones bien diversas) o forzado, por ejemplo, en al caso de una relación jerárquica.
Hay diferentes manifestaciones de mutismo. Mutismo, tras consumos de drogas, por enfurruñamiento. Los jóvenes cuando sus padres les indican o abroncan, (así en la película “Historias del Kronen”), al descubrir su estado por haber abusado del alcohol o consumido drogas; en una entrevista, Marisol Touraine, siendo ministra con Hollande, confesaba que cuando su padre, el gran Alain Touraine se enfadaba, guardaba mutismo total durante dos días o, como me decía mi peluquera que cuando su pareja la enfadaba estaba dos o tres días sin dirigirle palabra alguna.
En una relación asimétrica puede haber un mutismo parcial por parte del superior. Por ejemplo, cuando un profesor se limita a decir con tacto a un alumno que debe estudiar más sin humillarle por un examen catastrófico.
También en una relación horizontal, paralela, por ejemplo, en una matrimonio o pareja bien avenida, cuando uno de los dos enmudece ante alguna inconveniencia del otro, manifestándole con el silencio, su respeto y cariño. Es un mutismo de oro que mantiene la armonía de la pareja.
El silencio de la comunidad tácita
En este orden de cosas, cabe una breve referencia al silencio que los antropólogos llaman comunidad tácita. Es el hecho de que las parejas no hablan mucho, sobre todo cuando llevan muchos años juntos. A menudo las únicas palabras que se intercambian se limitan a “pásame la sal”, porque no saben hablar y todo se desarrolla al nivel de los actos de la vida cotidiana, de su repetición, como si todo hubiera ya sido dicho. Se habla más con los amigos y amigas, en el trabajo, en los lugares de ocio y se calla, o habla menos, en el hogar. Encontramos en la vida social, incluso en nuestra vida cotidiana, silencios organizados de esta manera.
El otro silencio de Arnoldo Liberman. Auschwitz
Quiero traer aquí el inicio de un texto de un buen amigo mío, judío ashkenazi, que nació hace 90 años en Argentina en donde sus padres recalaron huyendo del horror nazi. Me refiero a Arnoldo Liberman, musicólogo y psicoanalista. A menudo me envía sus textos antes de publicarlos. Este que hoy traigo aquí, y que no creo haya publicado todavía, lo titula “El otro silencio”. Lo inicia con estas palabras: “El silencio. Era el mismo silencio, el día de la partida, en el patio de la gran sinagoga que servía de lugar de agrupamiento. Locos de rabia, los nazis corrían en todas direcciones dando alaridos y golpeaban a los hombres, mujeres y niños, no tanto para hacerles daño como para quebrar su silencio. Pero la multitud guardaba silencio. Ni un grito. Ni un gemido. Herido en la cabeza, un anciano se ponía de pie con aspecto despistado. El rostro ensangrentado, una mujer caminaba sin aminorar el paso. Nunca se había conocido un silencio semejante. Ni un suspiro. Ni una queja. Ni siquiera los niños lloraban. El silencio perfecto del último acto. Los judíos hacían mutis. Para siempre”. Y cierra así su texto Liberman con unos versos que Pardo Zapatero cita, de autor aparentemente anónimo:
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- “La botella ya vacía
el mensaje por descifrar
Ludwig se ha quedado dormido
Sólo quedan los pajarillos /
que en el olvido están
junto al chapoteo de carcajadas
la manía y tu callar”.
- “La botella ya vacía
“Tu callar”: ¿es necesario insistir que el otro silencio es Auschwitz?
La muerte como el silencio absoluto
De una forma no tan trágica como la del exterminio de los judíos en el nazismo alemán, cabe hablar también la muerte como el silencio absoluto, en expresión de Jacques Sédat. “El silencio absoluto es muerte. Rendir el alma es perder la posibilidad tanto del habla como del silencio, ya que el silencio es correlativo del habla. El silencio definitivo ya no es silencio en el sentido de que el silencio es una experiencia subjetiva del sujeto. El muerto no guarda silencio desde este punto de vista. Está en el vacío, como sea que lo llamemos. Pero, el silencio es siempre, como el habla, una categoría del sujeto. El silencio de las estrellas no es silencio”.
El silencia angustioso
Pues, un sujeto se construye con palabras y con silencios, que se concluye con la muerte. Pero, entre tanto, también está el silencio agonizante, el silencio angustioso: cuando uno se entrega al otro, al decirle al otro “te quiero”. Es un riesgo, una aventura. Es abrirse y comprometerse frente a alguien sin tener ningún poder sobre él, sin tener la seguridad de un eventual retorno positivo. Los que hemos vivido la experiencia del enamoramiento y hemos dado el paso de declararlo a la persona amada, sabemos de la angustia en la espera de la respuesta. En este caso, la ansiedad es, amén de legítima, evidente. Es abrirse en canal al otro lo que preocupa. Que puede ser fuente de sufrimiento si la respuesta es negativa. Es “el mal de amores” tantas veces evocado en la literatura de todos los tiempos y de todos los idiomas.
Las trampas de la imprescindible memoria. Paul Ricoeur
Hay un silencio ante lo que es difícilmente verbalizable. Es, ciertamente el silencio del espacio que se produce en el análisis psicoanalítico. Un silencio muy difícilmente interpretable. Nunca se sabe lo que sucede en el silencio hasta que se llegue al habla. Entretanto no se puede interpretar, es decir, poner palabras en algo que no conoces. Es un silencio de espera por lo que pueden surgir como pensamientos, ya que la regla del análisis es dejarlos surgir, libremente. Y es, precisamente, esta libertad de expresión la que causa problema. Pues, a menudo, es un silencio de vergüenza para decir cosas difíciles que la psique humana, en un principio de autodefensa, lo envía al ámbito del subconsciente inconsciente. En el idioma francés hay una distinción entre el subconsciente consciente, con el término “reprimé” que lo diferencia del subconsciente inconsciente para el que utiliza el término “refoulé”. Para el que no encuentro término en castellano.
Pero esta situación se da también fuera del espacio psicoanalítico del que, si se trata del “refoulé” no tenemos consciencia, pero está ahí. Tiene que ver con lo que Paul Ricoeur denomina “las trampas de la memoria”, cuando se refiere a la memoria reprimida, memoria que hace que distorsionemos la memoria de lo sucedido para quedarnos con lo que nos satisface y ocultemos y tratemos de olvidar lo que nos denigra o nos avergüence de nuestro comportamiento, actitud o valores del ayer. Es, exactamente, lo que sucede, con la memoria de la guerra, del terrorismo, situaciones en la que, solamente a través del tiempo y la búsqueda de la verdad, es posible llegar a un relato compartido. Y no siempre. Así, más de un siglo después, no se ha llegado a un relato compartido del origen de la primera guerra mundial.
Estamos ante un silencio de vergüenza para decir cosas difíciles que la psique humana, en un principio de autodefensa, lo envía al ámbito del subconsciente, a menudo, inconsciente. Según el concepto judío de memoria, nos recuerda Arnoldo Liberman, la memoria es antes que nada un asunto hermenéutico, pues consiste en ver lo que algunos intentan considerar olvidable o menos relevante. Pero, sin memoria, las injusticias pasadas dejan de ser injusticias pues dejan de existir. Sin memoria nos quedamos sin identidad. El sujeto se vuelve amnésico. Sin memoria la racionalidad sucumbe. Por eso la memoria es la única jurisprudencia posible, la que impide olvidar lo que no debe ser olvidado. La que es capaz de oír el silencio de los muertos y recordarlos para que no mueran por segunda vez.
En las personas, existe el temor de que ciertas cosas del pasado estremezcan y nos flaqueen. Hay ciertas verdades que tenemos la impresión de que si las contamos nos amenazarán, ya que el trauma fue muy duro y decirlo será revivirlo. Lo que nos lleva al silencio. Se necesita tiempo para domesticar pensamientos terribles relacionados con hechos que pueden habernos trastornado, antes de poder transformarlos en palabras y salir de ese silencio cercano al terror, ese terror que, al superar el bloqueo y las digamos, vuelvan a la memoria del presente y las revivamos de nuevo, mientras que, sin embargo, es diciéndolas, como podemos conjurar el efecto que pueden haber tenido en nosotros, que puede llegar a ser un terror interior. Es el efecto benéfico de una confesión, una declaración a otro, de algo que nos pesaba en la conciencia y que nos impedía la serenidad de espíritu. Es, por eso, el efecto benéfico de una confesión, una declaración a otro de algo que nos pesaba en la conciencia y que nos impedía la serenidad de espíritu y descerrajar la verdad.
He aquí un ejemplo de un silencio difícil a negociar. De aquí, daremos el paso el próximo viernes a la segunda parte de este texto, sobre el silencio y lo sagrado.
[1] En Sophie Périac-Daoud et al., « Silences », Érès, 2004, p, 233 y ss.
Hola señor Elzo.
Me levanto temprano y leo la prensa. He leído un artículo en El País, firmado por David Trueba, que también habla del Silencio. El artículo lleva de título En el Colegio. Lo he encontrado precioso, si es posible que hablar sobre este tema pueda tener algo de belleza, pero así son algunas personas, capaces de escribir sobre un tema absolutamente espinoso, indignante, abrumador, desolador…y pese a todo, hacerlo con belleza. Eso es lo que me hace pensar que no todo está perdido.
Cuando tenga un ratito, si le apetece, lo lee. Cuídese mucho.
Un abrazo
Carmen, de Murcia.
Comienzo por dar las gracias a J. Elzo por su artículo tan estimulante y terapéutico -el silencio bien utilizado es enriquecedor, comunicativo y terapéutico-, y luego a los comentaristas por vuestras aportaciones, también enriquecedoras.Por mi parte también aportaría o más bien reforzaría estas dos ideas:
1. El silencio como recarga de energía, que se da… sin buscar devoluciones, y
2. El silencio ante lo inefable, que es la lección-vivencia más elocuente y convincente, que cristaliza en un amor humilde, que se da aún más.Un abrazo, de esos que son encuentros silenciosos, que elevan y transmiten paz. Un abrazo que sea más, mucho más que solo teoría y buena educación. Por imitar a Béquer, añado que hay abrazos y silencios que saben a poesía. (Excusas, por si me paso, pero en ciertos silencios también puede haber poesía.)
Se me olvidó terminar así: …poesía, que tanta falta nos hace en estos momentos de barbarie.
Estoy seguro de que será apasionante.Lo leeré con interés.
“ Nuestro gran éxito como especie, será el haber sido capaces de haber creado a nuestros sucesores en la escala de inteligencia del planeta: ese será el Reino de Dios que Jesús anunció” Ay Isidoro, la capacidad humana ya está ahí entre nosotros, solo hace falta ejercitarla, hacerla funcionar. Como especie no estamos retados a ningún éxito…sería el colmo de la soberbia.
Este comentario va sobre el silencio, (aunque no lo parezca): Leo un titular en un periódico, de un entrevistador a su entrevistado: “¡No le voy a dejar mentir!”. Y sin entrar en el episodio concreto, me sugiere varias reflexiones.
La realidad es tan compleja y tan complicada, y nuestras mentes son tan “sencillitas”, que al juntarse ambas realidades, inevitablemente nos producen callos y dolorosas rozaduras, como un zapato estrecho y malo, ante un pie desnudo.
Y por eso necesitamos crearnos un “interface”, una protección artificial, a base de reduccionismos simplificadores, que realicen el “milagro” de convertir lo complejo e inabarcable, en sencillito y fácilmente comprensible.
Decía Arturo Pérez-Reverte, que “quien te diga que tiene claro quién es el bueno y el malo en el conflicto de Israel y los palestinos, se lo han explicado mal”, advirtiendo de que estaba “lleno de contradicciones y perplejo ante muchas cosas”.
Pérez concluía que “en el mundo hay dos temas que son el “veneno”: los nacionalismos y la religión. Lo que pervierte, enfrenta a la gente, agría, hace matar es el fanatismo nacionalista y religioso. Es el cáncer de la humanidad”.
Y además, como dice Edgar Morin: “El mundo es cada vez más complejo, y las mentes confusas se simplifican cada vez más”.
Por eso, yo a esas dos fuentes cancerígenas, añado una tercera: la facilidad con que todos, incluídas personas inteligentes y honradas intelectualmente, caemos en admitir fácilmente, postulados culturales falsos, sobre los que cimentamos nuestro edificio mental.
Uno de estos falsos postulados es la falsa idea de que “toda la realidad es accesible a nuestra mente”, con lo que todos podemos saber y hablar de todas las cuestiones, simplemente con haber oído dos telediarios y cuatro titulares de mi periódico.
Y el segundo postulado falso es la consabida y connatural idea de que todo lo que nos viene a la mente, es la pura verdad sobre la realidad.
Esa es la base teórica del fanatismo, funda-mentalismo, rigidez mental y puritanismo. Si nuestra idea constituye la verdad absoluta, toda idea contraria es como mínimo errónea, y muy posiblemente mentira deliberada.
Esta triste realidad nos aboca a un claro relativismo, y a una sensación de perplejidad, inseguridad e incertidumbre, que es muy desagradable y hasta angustiosa.
Y enseguida empezamos a fabricar nuestra pomada mental a base de becerros de oro: “Los conceptos crean ídolos. Sólo el asombro conoce”. (Gregorio de Nisa, en el siglo IV).
Francis Bacon, decía que el camino del ser humano hacia la verdad se ve obstaculizado por cuatro ídolos,
-los de la caverna, (prejuicios personales del individuo).
– los de la tribu, (imágenes engañosas del género humano).
– los del foro o mercado, (prejuicios del lenguaje).
– y los del teatro, (prejuicios de las escuelas filosóficas). Estos últimos se refieren a las figuras que aparecen en el teatro cultural de la vida, y a cuyas opiniones se atribuye un valor especial. (Enrique Miguel Sánchez Motos).
Lo que pasa, es que es tan grato hablar de esto, y de lo otro, y hasta de lo del más allá, como si lo supiéramos todo, que el silencio, callándose, es privarse de uno de los grandes placeres que tenemos en la vida: vivir la borrachera de pensar que somos omniscientes, como “Dios”. Nuestra autoestima y el narcisismo que nos vertebra a todos, necesitan su ración diaria de autosuficiencia, (yo el primero).
Pero no lo haremos por necesidad de mantenernos en pie de una pieza, sino lo hacemos por amor a la Verdad y a la Justicia: “¡ahí queda eso!”.
El ser humano actual, solo adquiere sentido, desde la comprensión de su deficiencia estructural, que nos hace admitir y desear que deberemos ser una especie a sustituir por unos sucesores nuestros, mucho mas completos y mejor estructurados, ya sea por la vía evolutiva emergente natural, o autocreados por la futura tecnología que se acerca.
Nuestro gran éxito como especie, será el haber sido capaces de haber creado a nuestros sucesores en la escala de inteligencia del planeta: ese será el Reino de Dios que Jesús anunció.
Isidoro acertado, en mi opinión, tu comentario. Nuestra era de la información es una época en la que todos parecen ser expertos y tener una opinión firme sobre todo lo que sucede. Paradójicamente, la era de la información permite la difusión pública de opiniones desinformadas. El silencio es conveniente, pero callar no es olvidar, es profundizar, al final el propio silencio habla, y lo hace de un modo distinto al lenguaje.
No siempre es adecuado o entendible el uso de la expresión: “und wovon man nicht reden kann, darüber muß man schweigen” (y de aquello de lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio) de Wittgenstein. Existen hechos, pero ciertas relaciones entre esos hechos y el lenguaje no son expresables en el propio lenguaje. Así que Wittgenstein sugiere que usemos el lenguaje para hablas de ciertas cosas todo lo claramente que se pueda y no intentemos forzar el lenguaje para hablar de aspectos que escapan a las capacidades del propio lenguaje.
Importante mensaje para todos, de Javier Elzo y de los que han seguido desglosando aquí el gran significado del silencio, ya que éste forma parte fundamental de nuestra vida física y anímica..Como dice Micael el silencio es “necesario” para ese encuentro personal diario, para sentir “con nosotros mismos” y lograr conversar con nuestro espíritu. El bullicio de afuera y la intensidad del trabajo nos impide esa introspección silente…
De ahi que esta vida de dentro sólo puede experimentarse en la “paz” del silencio… Ignacio de Loyola impone el silencio en sus Ejercicios Espirituales como imprescindible para “entender” y “comenzar” la vida del espíritu, y para lograr el “clima” propicio para que el Espíritu Santo ilumine la conciencia en las verdades eternas..a la que la razón natural no puede llegar. La fe se manifiesta más claramente en el silencio espiritual.. Dios habla en el silencio..Como señala el autor, el silencio cobra significados diferentes según las circunstancias y el momento: debemos callar cuando hablar puede hacer daño, cuando algo debe permanecer secreto y cuando existan tergiversaciones imprudentes..y cuando nuestro silencio sea una forma de luchar contra lo injusto y puede dar una lección constructiva a sus autores.
Solo callando y oyendo podemos entender y descubrir lo que otros intentan decirnos en su angustia vital. El silencio es imprescindible a los profesionales del espíritu y de la psique.
Un saludo cordial
Santiago Hernández
Santiago es muy cierto “Dios habla en el silencio”, un ambiente de silencio, de recogimiento, de intimidad hace posible y conduce al silencio interior, sin el cual el exterior, más que silencio, sería mero mutismo. Tal vez el silencio es Dios, una luz interminable y pura. Puede que Dios, cuando habla, sea un verbo, una acción, nos hace estar en comunicación con el mismo, por lo tanto es silencio. Dios es silencio, un silencio positivo, vivo, real y fruto de su “naturaleza” inquebrantable.
“Una sola Palabra habló el Padre, que fue su Hijo,
y esta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”.
(San Juan de la Cruz)
Buenas tardes. Mi enhorabuena por la elección del tema, del artículo y del autor. El silencio en todas sus dimensiones, sí que es de unas conferencias de hace diecinueve años, pero está muy vigente y merece ser comentado y desarrollado. El silencio tiene el valor, en primer lugar, de auto-observación. Y de llegar a un nivel importante de auto-conocimiento. Hay mucha gente que no mira dentro de sí, no se regala unos minutos de silencio para poder conocerse, aceptarse. El silencio es necesario para buscar dentro de uno mismo. Puede parecer que no hay comunicación cuando hay silencio, pero no es así, todo lo contrario. Existe el lenguaje no verbal, y muchas veces el silencio da más información que la palabra.
Me gustaría, y me van a perdonar por el atrevimiento, que les motivara estos temas y que interviniesen más, que se produjera un dialogo más fluido, interactuar más. No son solamente los artículos los motivadores, también las personas que intervienen y los enriquecen.
Así pues, a los habituales que intervienen durante años, con sus conocimientos, con su moderación, y a los que leen y no se atreven a intervenir, yo, humildemente, le pido que hagan más vivo este espacio que bien dice ser un “lugar de encuentro”. Me parece admirable y muy destacada la labor de Antonio Duato y de sus colaboradores, los presentes y los pasados. Y sin duda, su proyecto merece tener una continuidad. Lo deseo de verdad.
Yo estoy de paso, y no es mi intención quedarme, ya lo sabe Antonio, mis razones tengo y se les he explicado. Pero no renuncio a cambiar de idea en alguna ocasión, pero no es el momento.
Gracias Antonio.
Quiero adverti a todos de un doble error cometido wn la edición de este artículo, debido tal vez por lo que me ha costado trasladar la tabla del guión inicial (manejo de los comandos
año 2021 con el 2001. ¡Hace solo2 años que Javier escribió este texto, inédito hasta hoy!
2. No haber advertido que en una de esas operaciones de edición se suprimiera la Introducción, muy importante para entender toda la serie de las tres partes que vamos a publicar.
Me alegro. Micael, que hayas seguido comentando y animando este hilo, a pesar de las razones por las que me explicáste que tendrías que estar menos activo aquí. Yo también quiero participar como uno más…
Y os expongo mi primer dilema: ya que el horror de la actual guerra entre Israel y Hamás (para simplificar la complejidad de partes y aliados) me sumerge en profunda angustia y ansiedad, ¿debo hacer callar las radios e informativos para tener más calma interior y centrarme en meditar y editar atrio o debo seguir atento a lo que pasa con esos niños que mueren, como los hijos de ese reportero de Aljazeera que vi en la Rai en directo? Lo mismo a un padre israelí hablando de sus hijos menores rehenes de Hamás… Es que yo viví a los 4 años bombardeos y tiroteos en Valencia, bajar a los refugios y llevo todo eso muy grabado, tal vez un trauma que ha condicionado mi vida…
Sí Antonio, yo tampoco puedo guardar silencio con lo que ocurre en Gaza, la guerra entre Israel y Hamás. La crueldad de épocas pretéritas de unos y la sed de venganza de otros. Y en medio los pobres, los niños, los ancianos, los sin voz, a los que se les obliga a estar en silencio, un silencio que nosotros tenemos que romper ese silencio. Porque ese silencio es siempre invisibilidad, ocultamiento, en un tiempo y en un espacio circunspectos, restringido. Una realidad que está compuesta de sufrimientos, de pérdidas, de soledades, de miedo. Ante todo el miedo tangible, concreto e hiriente de la represión, de la fuerza disuasoria, de la violencia.
Antonio, a mí me pasa lo mismo que a ti con lo que está ocurriendo en Gaza y en Israel, muchos y angustiosos sentimientos. Procuro dosificar la información y mantener activa mi compasión y mi empatía con las víctimas. Todo lo demás, que es mucho y gravísimo, me supera.
Hola Micael
Dices que el silencio en todas sus expresiones es de unas conferencias de hace unos diecinueve años.
Bueno, podemos ir más atrás.
Podemos decir que es de unas conferencias de hace unos mil cuatroscientos años, compiladas en el libro conocido como La escalera del ascenso divino, de Juan Clímaco. Y en general las distintas enseñanzas de las madres y los padres del desierto (justo hace unos días le compartía a Antonio parte de mi camino personal, y el papel que ha tenido en mí la espiritualidad del desierto y el hesicasmo).
Y fuera de la tradición cristiana podemos ir más atrás aún, a las enseñanzas de Lao Tsé en el Dao De Jing, hace unos 2600 años
En fin; que es un tema antiguo y siempre renovado. Cada época lo vuelve a descubrir y a resignificar. No creammos que somos los únicos.
Hola Rodrigo
Sí dos errores he cometido en mi comentario. Primero: hablaba con respecto al tiempo no del silencio, sino de las conferencias, aunque creo que se entendía bien. Segundo: no son de hace diecinueve años sino de veintidós.
Yo también tengo una experiencia en esa dimensión del silencio que mencionas. Pero no es la única, la conferencia que lustra el artículo nos habla de otras formas de silencio, y es cierto, como indicas, que se vuelve a descubrir y a resignificar, y por eso es posible otorgarle un sentido nuevo y distinto.
Por ejemplo, hoy conocemos que la ausencia de ruidos o de estímulos auditivos tiene casi el mismo efecto que el descanso. El silencio nos permite pensar en nosotros mismos y esto reafirma la identidad y depura las emociones.También sabemos que regenera la neuronas, lo que permite la aplicaciones de terapias en psicología. Se crean células nuevas en el hipocampo, que es la región del cerebro encargada de regular el aprendizaje, la memoria y nuestras emociones. Se tiene conocimiento que con dos minutos de silencio es suficiente para disminuir el ritmo cardíaco y la presión arterial. Esta es otra dimensión.
Un saludo.
Al respecto del hesicasmo, cuando era algo más joven busqué y hallé la soledad, el silencio y la paz. En desiertos diferentes, con espiritualidades distintas, pero con un mismo fin. Y hasta hoy, que soy un poco más mayor, me han ayudado en mi peregrinar por este mundo. Sería muy presuntuoso decir que me encuentro equilibrado, que vivo en paz y a la vez, callo y guardo silencio, pero en gran medida es así. Y esta actitud me sirve de gran ayuda en mis dos campos de actividad profesional, en la docencia y en la consulta, y sobre todo en mi vida privada con mi familia y con las personas que quiero.
Gracias Micael por la aclaración de que te referías al tiempo de las conferencias, porque efectivamente no lo había entendido.
En la cultura china antigua, especialmente en el ruísmo (mal llamado confucionismo), se insistía en buscar el Camino Medio. Ésto tiene varias implicaciones, una de ellas es que excederse del medio inicia la decadencia. Varios milenios después, Alfred Adler insistía en una psicología de uso: más importante que poseer, es entender cómo se usa. Un uso del silencio puede ser reparador; un uso excesivo, puede ser dañino. Así como esos estudios muestran usos del silencio tienen efectos regeneradores, otros estudios muestran que una privación excesiva de estímulos provoca confusión y otros daños. Por ello es que incluso se ha usado la privación sensorial como método de tortura. Maravillosa y fascinante la mente humana. Terrible las maneras en que podemos llegar a usarla en contra de los demás.
Gracias por esta conversación; especialmente gracias por la parte personal que me/nos has compartido. Me alegra mucho tu presencia, el tiempo que nos regales, en este lugar de encuentro.
Gracias Rodrigo.
Sí estoy de acuerdo contigo. Es otra dimensión del silencio, en este caso negativa, entenderlo o utilizado como castigo. La persona que recurre al silencio como castigo suele hacerlo porque no tiene otros recursos psicológicos para hacer frente a la situación, el silencio es su respuesta. El uso del silencio como castigo implica una actitud manipuladora y agresiva, utilizar el silencio como arma psicológica para castigar a alguien es una actitud que no resuelve nada, porque aunque proporciona una gratificación egoísta para quienes lo aplican, deja un sabor amargo en su interlocutor y también deja huellas en la relación, dejar de hablar con una persona puede ser una agresión velada.
Y también está el silencio institucionalizado. Estar 23 horas al día en una celda de 2 por 3 metros, produce daños irreparables y no consigue la corrección del recluso. El aislamiento es un factor de riesgo de muerte prematura similar al del consumo de drogas y superior al de la obesidad, según varios estudios. Hay cambios en la estructura de las neuronas y una reducción del volumen de las mismas de alrededor del 20%” en tan solo un mes de aislamiento, ello produce cambios psicológicos que van desde la depresión hasta la psicosis. En España, que es un país con garantías democráticas, la ley penitenciaria permite hasta 42 días seguidos de régimen de aislamiento en caso de sanción disciplinaria, un medida que casi triplica la recomendación del Comité contra la Tortura de Naciones Unidas que lo fija en 15.
También hay otros silencios forzosos y obligados que se dan en colegios y residencias de ancianos, y cómo no, entre parejas que desembocan en violencia de genero o familiar. Pero eso para otro comentario.
Veo que este tema, que va de relación consigo mism@ y con el otro, conjugándolo con el silencio necesario para un@ misma@ y prudente para con l@s demás, es tan complejo como lo son las distintas situaciones humanas que se dan en la realidad familiar, con las amistades, y la convivencia en general, incluyendo las relaciones profesionales en todos sus ámbitos, especialmente las relaciones, o no, sobre temas políticos.
Es decir, especialmente tiene que ver con la comunicación verbal o escrita con l@s demás. Como el lenguaje está íntimamente relacionado con la mente, es decir con un cerebro sano (o no), la clave de nuestra relación social depende de todo lo que retenga nuestra mente de lo que ha visto, vivido y aprendido, lo que nos lleva a la deriva ad infinitum la propia diversidad en la vida real. De lo que deduzco, (quizá esté equivocada), que cada situación requiere un tipo de silencio, un tipo de diálogo, o un silencio total. Siempre partiendo de un silencio personal fructífero para no se un o una bocazas más.
Acabo de escuchar en la televisión a una periodista palestina, que vive en Palestina, hablando de la barbarie que Israel está cometiendo con Gaza, a continuación, habló el portavoz de asuntos exteriores de Israel, centrado en la barbarie de Hamas en Israel. Imposible cualquier otra cosa. Ya sé que este ejemplo es extremo, pero si rebajamos la escala del asunto, ocurre lo mismo en las pequeñas distancias. Por eso el diálogo, es un máximo a lo que aspirar, porque requiere silencio-escucha, y, en ocasiones silencio total. Voy a poner un ejemplo. El otro día me encontré con un conocido con el que nunca habíamos hablado de política, y, en la conversación, él tenía necesidad de manifestar (debido a la crispación social actual) su ideología política que, no era otra que la VOX. Yo me callé y le manifesté que no me apetecía hablar del tema y, aquí terminó la conversación con la necesaria corrección por ambas partes. ¿Alguien piensa que yo iba a conseguir que me escuchara mis argumentos acerca de el cambio climático, de la violencia de género, los derechos humanos del colectivo LGTBQ, de las personas inmigrantes, etc.?
Es obvio que yo no hablo desde ninguna ciencia especializada en sicología ni en sociología, sino que hablo de lo que la vida me ha enseñado. Quizá alguien piense que digo obviedades, y sí, no lo niego, pero también afirmo que, en ocasiones complicamos la vida de tal forma que nos tragamos las obviedades con la consiguiente indigestión, es decir, con los consiguientes problemas.
Efectivamente, necesitamos sosiego personal y ambiental.
Gracias, Javier.