El salmo 95 nos invita en este tiempo de Cuaresma a que escuchemos “su voz”. Pero, ¿qué voz? Sin duda, el salmista lo tiene claro: es la voz de Dios y así no se “endurece nuestro corazón”. La verdadera razón de la escucha de la palabra de Dios es que nuestro corazón no se endurezca, esté abierto tanto a la realidad trascendente como a nuestra realidad y a la que nos rodea. Con razón decía M. Unamuno que “Dios no es un porqué, sino un para qué”.
Ahora bien, la escucha de la palabra divina requiere una atmósfera concreta, adecuada, que la proporciona el silencio, como se pone de manifiesto en personajes bíblicos y en místicos; de ahí que S. Weil nos señala que Dios es palabra de silencio y desde el silencio. “Huir del mundanal ruido”, nos invitan los clásicos renacentistas, pues el ruido incapacita para la escucha, para encontrarse uno mismo con el fin de conseguir armonía, paz y equilibrio… No le faltaba razón a E. Kant, cuando advertía, que un ruido elimina una idea, por eso él vendió su casa, porque el gallo del vecino le molestaba constantemente con su kikiriki a lo largo del día. De ahí que “nadie puede saber quién es, si no es desde el silencio”, sentencia R. Guardini.
La Cuaresma nos indica, casi descaradamente, que para prepararnos como creyentes al gran acontecimiento de la Resurrección, es necesario recurrir al silencio y apoyarnos en el bordón de la esperanza para caminar con paso firme por la existencia humana. Sin duda, para “entender” el acontecimiento pascual hay que crear una atmósfera sin ruidos, que permita escuchar nítidamente esa “voz de Dios”.
El silencio nos proporciona el traje adecuado para la Pascua. Este traje se confecciona a base de una tela de encuentros: consigo mismo, con el otro y con el Otro (Dios). Como bien advierte san Juan de la Cruz, es imprescindible tener nuestra casa sosegada, en armonía y en paz; y para ello necesitamos acogernos, encontrarnos a nosotros mismos. Una vez conseguido el equilibrio interior, estamos en disposición de afrontar el encuentro con el otro y el encuentro con Dios.
El encuentro con el otro, la acogida del otro es imprescindible para el tercer paso, el encuentro con Dios y escucharle. La acogida del otro es la que objetiva nuestra relación orante con Dios. El apóstol y evangelista Juan lo tenía bien claro: si alguien dice que ama a Dios, pero no ama a su hermano, miente (I Jon 4, 20). Por eso, no hay encuentro con el otro si no están presentes la compasión, la misericordia, el perdón, la igualdad, el respeto mutuo, la ausencia de explotación…, como propone el profeta Isaías:”¿Quién habitará en el monte del Señor? ¿Quién de nosotros podrá morar en el fuego devorador…? El que camina en justicia y habla rectitud, el que rechaza ganancias, fruto de violencias; el que sacude sus manos para no tomar soborno; el que cierra sus oídos para no oír proposiciones sanguinarias…” (Is. 33, 14-15).
En el silencio y desde el silencio se da el tercer encuentro: el encuentro con el Otro, con Dios, y escuchar así su voz de manera nítida y clara, como lo hizo el publicano en su oración en el templo. Actuó desde el silencio de su propia existencia, desde un yo que reconoce sus debilidades. En cambio el fariseo no podía escuchar la voz de Dios, porque su ego estaba inmerso en su ruidoso comportamiento de hombre cumplidor de la ley y de las normas establecidas. La escucha orante de la palabra de Dios hace que nos enfrentemos al reto de nuestra existencia y a los retos que conlleva el acontecimiento creyente de la Pascua: la Palabra de Dios, el Hijo de Dios se humaniza, muere trágicamente, pero resucita con una finalidad, un ”para qué”: erradicar del mundo aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre” y que, por el contrario, los hombres y la mujeres somos hermanos por ser hijos de un mismo Padre, de una misma Madre, teniendo siempre presente que la ética compasiva de Jesús de Nazaret es el núcleo de su Evangelio y de su existencia terrena y que condiciona la relación entre Dios y el creyente; de ahí el arrebato del poeta bíblico: “Por la mañana sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo” (Sal 90, 14).
Desde esta perspectiva, la Cuaresma, pues, nos señala el acontecimiento de la Pascua y al mismo tiempo nos invita a prepararnos desde el silencio con sus diferentes tareas y encuentros. S. Kirkegaard nos hace esta recomendación: “En el estado actual del mundo, la vida entera está enferma. Si yo fuera médico y alguien me pidiera un remedio, respondería: “Crea silencio, lleva al hombre al silencio” y el salmista (Sal 95,7-8), por su parte, insiste también desde una actitud de silencio orante: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No endurezcáis vuestro corazón”.
- Por si algún atriero está interesado en un lugar de silencio. Aquí tenéis una referencia en el Alto Tajo, Buenafuente del Sistal (Guadalajara), Monasterio cisterciense, www.buenafuente.org
Está claro que “la verdadera razón de la escucha de la palabra de Dios es que nuestro corazón no se endurezca……..”. Pero ¿Habla Dios a la Humanidad?.
Actualmente se habla bastante del silencio de Dios. Si esto es así, será imposible escuchar su palabra. Pienso que el silencio de Dios no tiene nada de negatividad, sino que manifiesta un profundo amor, un respeto absoluto al ser humano, a su capacidad de iniciativa a favor o en contra de la amistad que Dios le brinda. Por ello, considero acertada la cita que el autor del artículo hace de S. Weil por señalar que “Dios es palabra de silencio y desde el silencio”, sobre todo teniendo en cuenta que la cuaresma exige la necesidad de “crear una atmósfera sin ruidos que permita escuchar nítidamente esa voz de Dios”. No puede haber encuentro con Dios sin el encuentro y la acogida del otro. Esta actitud es una condición sine qua non. Una condición indispensable, necesaria.
Antonio, no puede ser más acertado, en mi opinión, que “no puede haber encuentro con Dios sin el encuentro y la acogida del otro. Esta actitud es una condición sine qua non”, sobe todo en estos tiempos de pietismo exagerado, donde lo que importa es Dios y yo, yo y Dios. No hace mucho escuché en un sermón que lo importante es la solidaridad de la oración, porque la solidaridad con el otro puede tener sus intereses particulares.
Realmente es así, es una constatación: donde hay ruido no se perciben los sonidos nítidos, los finos de oir, los reconstituyentes, los constructores de vida, sino que, envueltos y revueltos con estridencias, no se saca nada claro. Y eso que es así físicamente, lo es sobre todo en nuestra mente, en nuestros sentimientos, en nuestras emociones, en nuestras esperanzas y en nuestros retos. Diríamos que el silencio o el control mental, debería ser como una actitud constante ante la vida, como una brújula para no desorientarnos, independientemente de los tiempos marcados para recordárnoslo.
Dentro de nuestra persona tenemos capacidades diversas que van desde hacer el mal, a estar desnortad@s o ir siempre por el camino hacia el horizonte de la plenitud. Y nuestra plenitud camina sobre el amor en todas sus vertientes, es la energía vital de cualquier persona independientemente de sus diferentes creencias, religiosas o no. En cualquier caso, el sosiego y la templanza son una buena ruta por la que encontrarnos con espléndidas y gratificantes sorpresas.
Desde mi grato recuerdo, un abrazo, Antonio Gil
Gracias, Ana, por esos gratos recuerdos. Como bien dices, el silencio debe ser una brújula para no desorientarnos. En esta vida que tiene tantos cruces de camino y, sobre todo, señales equivocadas o que te pueden inducir a tomar decisiones inapropiadas.