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La vulnerabilidad

La lectura de este artículo y la visión de la película que nos recomienda Jorge han producido en mí un impacto interior fuerte. No sé si han sido sus palabras, donde vuelca lo mejor que le han dejado su larga práctica de psicoterapeuta y su itinerario cristiano o las secuencias de la película iraní lo que me ha impresionado.  Recomiendo hoy lectura sosegada y visión de ese ejemplo del gran cine el iraní. Espero que os llegue a lo hondo de todas y todos. Gracias, Jorge. AD.

Hacerse vulnerable es abrirse, abandonar la actitud defensiva irracional del estado pre o paranoico.

Existir en pasado es existir anclado en un punto anterior imaginando que aún ocurre conforme a cómo se recuerda, lo cual es irracional y algunos pensamos que pueda ser un pelín psicótico, en la medida que sea afirmar un recuerdo como real —material o substancial— cuando ya no lo es. Aprender requiere recordar, es cierto, pero solo para verificar que lo que se conoce aún es válido y para actualizarlo si no lo es ya.

Hoy los neurólogos hablan de varias memorias, incluyendo una memoria que no radica en el cerebro. Las investigaciones avanzan y son prometedoras, pero aún están en ciernes.

Siendo cristiano mi existir de cada momento ha de significar que sigo a Jesús y que ese es un proyecto de vida (Cf. El curso de Salvador Santos sobre el «Proyecto de Jesús» según el evangelio marcano) que no he acogido como propio para salvarme sino para contribuir a o no estorbar el mejoramiento del mundo. La salvación entendida a la católica, si ocurre, no es ganada o merecida, es gratuita (Rom 3, 24).

El sentido de «vulnerabilidad» excluye cualquier obsesión, por leve que sea, con el beneficio propio. La humildad es andar en la verdad (Teresa de Ávila, (Moradas Sextas, 10, 8). Por eso, pienso que la humildad facilita la vulnerabilidad tan necesaria en las relaciones interpersonales, sociales. El orgullo y la soberbia nunca han ayudado. La vulnerabilidad requiere mirar buscando la verdad de uno mismo que está atada a la realidad de las propias limitaciones, más que a nuestras virtudes. Aquellas harán fracasar el servicio a los demás y por eso requieren un conocimiento cuanto más realista mejor, aunque revisarlas pueda tener otros fines.

La vulnerabilidad solo es posible cuando se es humilde: No me sorprenderé cuando yerre, pero tampoco cuando acierte. No se puede negar que la repetición perfecciona las habilidades y que su ausencia las perjudica. Sé lo que puedo hacer y también puedo aprender qué no puedo. Nada me impide intentar esto último, pero no como un desafío personal, sino con miras a contribuir mejor a la consecución del «bien común», no solo un derecho sino sobre todo un deber saludable. Si vuelvo a fracasar no tardar mucho en rectificar para no incurrir en testarudez soberbia. Según Francisco, el 27 de mayo de 2017, durante la inauguración de la 48va Semana Social de Italia, «la comunión debe ganar a la competición».

En la Vía Crucis celebrada en la Liturgia, la segunda caída es la más representativa de la vulnerabilidad de Jesús. Hasta quienes la exacerbaron tuvieron que reconocerla. En cuanto a Jesús nada cuentan los evangelios de que se haya avergonzado de caer, no una, tres veces.

La competitividad es lo opuesto. La vulnerabilidad rebela el conocimiento realista de sí. Competir, aceptar un desafío personal es posiblemente algo muy poco cristiano. Ya sé que explica el mundo actual, pero desear que los demás fallen para uno ganar, no puede ser cristiano.

Una sugerencia sobre la vulnerabilidad: La película iraní «Los niños del cielo» (Majín Mahidi, 1997). Este enlace permite verla aunque esta copia no sea la mejor: https://www.bing.com/videos/search?q=los+ni%c3%b1os+del+cielo+pelicula+completa&docid=608041965246373469&mid=7340D4EC8D4DC6910B657340D4EC8D4DC6910B65&view=detail&FORM=VIRE). El argumento gira alrededor de Alí, un niño que desea no ganar el primer premio sino el tercero, no por el éxito implícito, sino para con el premio compensar a su hermanita por el daño que en una ocasionó. El final es no solo sorprendente sino aleccionador.

La interpretación anselmiana de la redención sacrificial falla precisamente porque la aceptación voluntaria de algo tan terrible como la crucifixión, será muy propia de la divinidad, pero ciertamente no de la humanidad de Jesús. Una especie de martirio que no lo es.

Juan XXIII tenía razón en cuanto a la prioridad absoluta del «bien común» (Pacem in Terris, 52) según el principio de subsidiariedad (Mater et Magistra, 52) porque no se trata, nunca, de un desafío personal.

Pienso que nada hay en el Evangelio de Jesús más humano ni más de agradecer que el grito (Mt 27, 46: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?) que precede a su muerte y que materializa su vulnerabilidad como ningún otro momento de su existencia.

 

Un comentario

  • ELOY

    Sn muchos los matices que presenta este artículo.

    Me fijo en uno. Dice:

    Aprender requiere recordar, es cierto, pero solo para verificar que lo que se conoce aún es válido y para actualizarlo si no lo es ya. ”

    Pienso, no sé si estaré en lo cierto, que ese recordar con aprendizaje (actualizar lo que ya no es válido y confirmar lo que sí es válido) viene a ser lo que llamamos “aprender de la experiencia”.

    Y me parece que ese “aprender de la experiencia” es un proceso que muchas veces se va realizando lentamente en el tiempo, sin un expreso acto de voluntad de recordar y aprender, sino que fluye y se produce muchas veces sin tener plena conciencia del proceso.

    Eso no quiere decir que , en algún momento, uno no se percate, a veces de pronto, del cambio de perspectivas y creencias, que con el paso del tiempo ha ido experimentando.

    Este momento de reflexión (voluntario y buscado o espontáneo)  es un encuentro con uno mismo, que yo en este momento calificaría de feliz, aunque tengo dudas de que siempre lo haya vivido así, o que así lo perciba en el futuro.

    Gracias George R. Porta por tus reflexiones.