Ante la multitud de situaciones que vivimos, muchos piden que el Papa Francisco se pronuncie sobre esos problemas. Recientemente se esperaba que hablara de lo que está sucediendo en Nicaragua y, finalmente lo hizo, en el Ángelus del domingo 21 de agosto: “Sigo desde cerca con preocupación y dolor la situación creada en Nicaragua que involucra a personas e instituciones. Quisiera expresar mi convicción y deseo que por medio de un diálogo abierto y sincero se pueda aún encontrar las bases para una convivencia respetuosa y pacífica. Pidamos al Señor por la intersección de la Purísima que inspire en los corazones de todos tal concreta voluntad”. Esas palabras seguro decepcionaron a muchos porque esperaban que el Papa condenara a unos y defendiera a los otros. Pero Francisco se expresó en los términos que nos brindó en su última Encíclica social, Fratelli tutti, sobre la fraternidad y la amistad social. Se refirió al diálogo abierto y sincero para encontrar las bases de una convivencia posible en esa realidad.
Como cristianos, es necesario plantearnos, una y otra vez, cuáles son las actitudes que debemos proponer y sostener. Y “desde dónde” debemos hacerlo. Para el primer aspecto, es urgente liberarnos de esa perspectiva binaria que clasifica la realidad en buenos y malos. Más aún, liberarnos de la idea de que la verdad solo está de un lado y que hay que acabar a toda costa con los puntos de vista contrarios que se consideran falsos. La Iglesia, muchas veces, ha caído en esa lógica y, al final, resulta apoyando lo más contrario a los valores del evangelio. No es gratuito que algunos sectores eclesiales hayan resultado, décadas atrás, aliados con dictaduras o, para no ir muy lejos, que no hayan apoyado los Acuerdos de Paz en Colombia.
Para el segundo aspecto, qué importante es para los cristianos mirar la realidad “desde dónde Dios la mira”. La praxis de Jesús de Nazaret nos mostró del lado del que Dios se coloca. Su anuncio del Reino se sitúa siempre desde abajo, desde los pobres, desde los últimos (Lc 4, 18-19). En esto el papa Francisco también es bastante explícito al hacer la llamada a colocarnos del lado del pueblo, entendiendo su sentir, solidarizándonos con sus luchas, alegrándonos con sus conquistas.
Algunos pasajes de la Fratelli tutti nos ayudarán a comprender más este llamado de Francisco al diálogo: “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo esto se resume en el verbo ‘dialogar’. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar (…). El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta” (n. 198). Además, en la misma encíclica, Francisco dice que los medios de comunicación muchas veces instalan noticias que hacen imposible el diálogo, descalificando al adversario, promoviendo intereses egoístas que no favorecen para nada el bien común (n. 201). Esto es innegable. Muchos titulares de los periódicos y muchos mensajes de las redes sociales desvirtúan la realidad. Así resultamos defendiendo posturas falsas y repitiendo slogans que todo hacen menos que contribuir a la solución de los problemas. La realidad es mucho más compleja y se necesita una información más completa para hacer juicios y tomar posturas. De nuestra parte, necesitamos discernir cuáles son los medios que leemos y hasta qué punto podemos creerles, para no contribuir a divulgar mentiras, instalándolas en el imaginario colectivo. Otras afirmaciones contundentes de la Encíclica sobre el diálogo invitan a reconocer que el otro puede tener convicciones e intereses legítimos y que las diferencias son creativas, crean tensión y en la resolución de una tensión está el progreso de la humanidad (n. 203).
Con respecto al “pueblo”, Francisco lo relaciona con la cultura del encuentro: “Hablar de cultura del encuentro significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida. El sujeto de esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos profesionales y mediáticos” (n. 216). Refiriéndose a la paz social, Francisco dice: “Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque aún las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Ensenémosles la buena batalla del encuentro! (n. 217). Pensando en la realidad colombiana, no parece que algunos sectores -incluso eclesiales- entendieran estas propuestas de diálogo y encuentro. Sus comentarios, predicaciones y actitudes desdicen de los esfuerzos de tantos sectores sociales que trabajan por el bien común (líderes sociales, movimientos sociales, movilizaciones juveniles, etc). Con esa actitud no es de extrañar que cuando el pueblo celebra los pasos en favor de la vida, muchas veces, la gran ausente es la institución eclesial.
Asimilar mejor lo que dice la Encíclica Fratelli tutti nos ayudaría a situarnos de otra manera frente a la realidad social, política, cultural y religiosa que vivimos. Y esto es urgente para lograr ser estos abanderados de los valores del reino que siempre cuestionan la lógica humana de buenos y malos, de verdad y mentira, de gracia y pecado y que parten de los seres humanos concretos en donde ninguna ley es superior a la dignidad de la persona y donde ninguna situación se resuelve con la ley del más fuerte. Hemos de sentir preocupación y dolor por las situaciones que se viven en tantos lugares del mundo y hemos de levantar nuestra palabra frente a ellas. Pero que ojalá sean palabras de evangelio que alimenten la esperanza y no palabras hostiles que impiden el diálogo y hacen muy difícil la convivencia social
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