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La justa medida: empieza por ti mismo y respeta a la Madre Tierra

Los cambios y la propia historia no se hacen mecánicamente. Siempre se producen dentro de condicionamientos del pasado y del presente, pero no excluyen nunca la actuación de los sujetos históricos, que usan su libertad y toman posiciones. Ellos son, dentro de cada contexto determinado, los que hacen la historia. Esto mismo sirve para el rescate de la justa medida, tan urgente en los tiempos actuales.

La justa medida está presente en todas las éticas mundiales. El verdadero humanismo solamente se da si se funda en la moderación, en el camino del medio, y en la justa medida.

¿Por dónde empezar?

Empieza por ti mismo

Los cambios personales, las llamadas revoluciones moleculares, que marcan el primer paso de cualquier proceso de transformación, son fundamentales. Esta sólo será efectiva si la persona se dispone a vivirlos en su propia vida. En este aspecto debemos ser concretos: el exceso de marketing hace que las personas sean seducidas por el consumo y pierdan la justa medida; el exceso de selfies denota narcisismo; el tiempo dedicado a viajar por pura curiosidad por los programas de internet y otros del mismo género son demostraciones de falta de la justa medida. Rehenes de la virtualidad nos negamos el gusto del encuentro y de la amistad. Bien observó el Papa Francisco en la encíclica Todos hermanos y hermanas: «Los medios digitales nos privan de la comunicación directa. Hacen falta los gestos físicos, las expresiones del rostro, los silencios, el lenguaje corporal y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y es parte de la comunicación humana» (n.43).

Tales medios nos hacen próximos, pero no hermanos. Constituye un principio de la física cuántica y de la nueva cosmogénesis ver toda la realidad, también la materia, como formas de energía con distintos grados de densidad y siempre en redes de relaciones. De acuerdo con esta comprensión, no existe nada fuera de las relaciones, ningún acto realizado por una persona física queda retenido en ella. La energía que emite, circula por todas las redes, fortaleciéndolas y de esta forma acelerando la construcción de la Casa Común.

De aquí se deriva el hecho de que ningún acto humano se reduce a lo personal, siempre implica lo social y lo global porque estamos permanentemente conectados con ellos. Veamos algunas expresiones de esta dimensión de la justa medida en el ámbito personal.

Para empezar, cada persona debe conocerse mínimamente a sí misma, sus pulsiones, sus energías interiores, positivas o negativas. Hay personas que por naturaleza son más impulsivas y dadas a perder la justa medida. Hay otras, por naturaleza más tranquilas y ante situaciones conflictivas no pierden la justa medida.

Mantener la justa medida en estos casos es un acto sapiencial: sabe cuando hablar y cuando callar; aprende a dominar sus impulsos y piensa y repiensa antes de actuar. Otros conscientemente hacen un esfuerzo significativo para contenerse y guardar la justa medida. Revelan así madurez y capacidad de autodominio.

Podríamos identificar también la justa medida en el ámbito del ejercicio del poder, en la conducción de una comunidad, en el liderazgo político e incluso en la confrontación de ideas.

Rehacer el contrato natural con la Tierra

Como participantes de la naturaleza y con capacidad de intervenir en ella, es necesario hacer una referencia importante al Contrato Natural entre la Tierra y la Humanidad. Ese contrato nos viene dado, no se hace. Al existir, recibimos todo lo que necesitamos de la Madre Tierra: el suelo, el aire, las aguas, todo tipo de alimentos, los climas favorables a la vida, en una palabra, todos los componentes que permiten a la vida subsistir y reproducirse. Como en todo contrato, hay siempre una contrapartida: cada cual debe cumplir su parte.

Inicialmente los seres humanos vivían el Contrato Natural sin tener que pensar en él. La Madre Tierra les ofrecía en abundancia los medios de vida y ella era amada, celosamente respetada y cuidada en sus ritmos naturales.

Esto se hizo de manera ejemplar durante el matriarcado, hace por lo menos 20 mil años. Las mujeres sentían una especial connaturalidad con la Madre Tierra, pues unas y otra generan vida.

Fueron pasando los tiempos y el hombre-masculinizado acumuló poder e impuso su voluntad y sus propósitos. Dominó a las mujeres y junto con ellas sometió también a la naturaleza. Lentamente pero de manera progresiva se rompió el Contrato Natural. La Matriz Relacional, aquella sagrada relación de todos con todos se perdió. El ser humano se sintió dueño de la naturaleza y no parte de ella.

La Tierra ya no era considerada como Madre generosa, sino como una “cosa extensa” sin propósito, como un granero lleno de recursos, disponibles al gusto de los hombres.

En la actualidad el Contrato Natural ha sido roto totalmente hasta el punto de que la Tierra hace sentir lo grave de esta ruptura a través de los desajustes que están apareciendo. Los humanos, según la naturaleza de todo contrato, han dejado de cuidar a la Madre Tierra, sus biomas, sus selvas, sus aguas y sus suelos. Antes bien, la han agredido.

La alarma actual por el clima planetario es una de las expresiones de haber sepultado el Contrato Natural. Hoy más que nunca urge rehacer ese Contrato Natural. Este implica de nuestra parte tener un sentimiento de respeto, de cuidado, de sinergia y establecer un lazo afectivo con la Tierra y con todos sus elementos. Aquí emerge el valor eminente de la justa medida, de la autocontención de nuestro impulso de poseer más y más, de respeto a la identidad de cada ser y también de sus derechos intrínsecos.

Si no restablecemos los términos justos de este Contrato Natural y lo articulamos con el Contrato Social (el que regula la sociedad) en vano aplicaremos la ciencia y la técnica para recuperar los daños ya producidos. Lo decisivo consiste en crear un lazo afectivo con la Tierra y tratarla como la Madre Tierra, la Magna Mater, la Pachamama y Gaia. Sólo con justa medida y sinergia, entre ambas grandezas, abriremos una ventana para un futuro esperanzador.

*Leonardo Boff ha escrito El doloroso parto de la Madre Tierra: una sociedad de fraternidad sin fronteras y de amistad social, Vozes, 2021.

Traducción de MªJosé Gavito Milano

2 comentarios

  • Juan A. Vinagre

    Tienes razón, Gonzalo. Desde hace tiempo, en sus artículos L. Boff parece estar obsesionado con el mismo tema: la Naturaleza y cómo se la trata.  Cuando vemos los abusos sistemáticos degradantes a los que la sometemos, uno piensa que L. B. es un profeta que clama en el desierto… Pero como esos abusos depredadores van cada día en aumento -con el riesgo de dejar una tierra muy empobrecida a nuestros nietos-, es preciso seguir clamando…, hasta que los “poderosos” tomen conciencia de que con su egoísmo están “linchando” la madre tierra…   Y una vez agotada quede, como una mina explotada, vacía, sin recursos. Como las Médulas de León. Y así quede también como un reflejo de nuestro bajo nivel de humanidad. El ego no respeta, solo se aprovecha y mira a corto plazo.  ¡Así somos!

    Permítase que añada una reflexión poética sobre el mismo tema:

    –¿A dónde va este mundo tan perdido, / tan ciego, sin conciencia, tan salvaje, / que somete la tierra al abordaje / y la entrega a un saqueo enloquecido?

    –¿Qué ceguera o locura ha convertido / el planeta con todo su equipaje / en necia propiedad, en homenaje / a unos pocos que amasan sin sentido?

    –¿Por qué el hombre es tan ciego y usurero, / que trata y utiliza al ser humano / cual número que suma, cual banquero /

    –que va solo al negocio -el soberano-, / y olvida que en la vida es lo primero / el hombre, al que desprecia, que es su hermano?

    ** El feroz -de unos pocos- egoísmo, / que traspasa los fuertes y fronteras, / no advierte que sus ansias son cegueras / que llevan -ay dolor- hacia el abismo.

     

  • Gonzalo Haya

    Aunque insista siempre en lo mismo, Leonardo Boff tiene la habilidad de presentarlo cada vez con lenguaje y aspectos renovados. No me resulta pesado y siempre me aporta algo nuevo.