Arregui ha escrito un artículo sobre el fin de las congregaciones religiosas. Yo no tengo ni idea de si las congregaciones religiosas tienen futuro o no. Además tengo la experiencia de que, como profeta, muy pocas veces doy en el clavo. Así es que no me arriesgo a predecir nada. Es verdad que hay algunas cosas bastante claras, quizás la más evidente son los caracteres medievales que conservan muchas de ellas. Tendrían que hacer cambios muy profundos para adaptarse al mundo de hoy. ¿Serán capaces de introducir esos cambios? ¿Cómo serían esos cambios? ¿Qué efecto tendrían? Sábelo Dios.
Otra cuestión es si debemos cambiar la imagen que tenemos de Dios. Más bien creo que no tengo ninguna imagen de Dios más allá de la que nos da Jesús de Nazaret, y me parece muy difícil tenerla. Nos asomamos aquí a un misterio que nos transciende. Un misterio que creemos que, de una manera u otra, ha estado siempre presente en la mente humana, pero que no podemos describirlo de una forma adecuada a su realidad. Nos acercamos a él tanteando en la obscuridad, guiados sólo por un reflejo más allá del horizonte. Dar vueltas en torno a la imagen de Dios, yo lo veo como un problema que me recuerda las elucubraciones de la teología escolástica.
Pero, así como no me atrevo a hablar de la imagen de Dios, y me fío muy poco de mis cualidades proféticas, tomo muy en serio las predicciones que los científicos hacen dentro de sus campos específicos. Y los científicos llevan bastante tiempo advirtiéndonos –y de una forma cada vez más apremiante– que nuestra forma de vida es lo que ni tienen ningún futuro, que la civilización consumista y derrochadora en que estamos inmersos es insostenible y terriblemente peligrosa. El cambio climático avanza imparable –de una forma irregular, es cierto, el año pasado tuvimos la Filomena y este año un enero primaveral y muy seco– y acarreará consecuencias imprevisibles.
Estos avisos han llegado repetidamente a todos los oídos, pero ¿qué hemos hecho? El negacionismo tiene cada vez menos base, pero el poder económico mundial, que se beneficia de la situación actual, y los políticos a su servicio, no se dan por vencidos. Como no es aceptable hoy en día negar el cambio climático, recurren a la pintura verde par a seguir con su política de siempre, pero pintándola de verde. En ese sentido, algo verdaderamente escandaloso es el acuerdo tomado recientemente por la Unión Europea de declarar energías verdes a la nuclear y al gas natural.
Y nosotros, los ciudadanos del mundo entero ¿qué hacemos? Nos llegan una y otra vez las advertencias sobre los riesgos del cambio climático. ¿Influye eso de algún modo en nuestras vidas? Parece que nos resignamos a aceptar pasivamente lo que venga. ¿Por qué no reaccionamos para hacer frente a la situación?
Yo creo que esta actitud tiene unas raíces profundas. Aranguren decía que los seres humanos ante lo único que no somos libres es ante la propia felicidad. Podemos ponerla en los sitios más dispares, pero inevitablemente tendemos hacia ella. Y aquí está la cuestión fundamental: la filosofía capitalista ha logrado introducir en todo el mundo la idea de que la felicidad está en el consumo, en poder disponer de todo lo que a uno le apetezca. Si hemos asimilado esta mentalidad, supone un esfuerzo sobrehumano renunciar a esta vía de alcanzar la felicidad. Seguiremos atrapados por una civilización, que esquilma alocadamente el planeta que nos sustenta.
Creo que sólo hay una forma de salir de la trampa: mostrar que hay otras formas, mucho más acertadas y más humanas para alcanzar la felicidad. La moderna Psicología Positiva coincide con los pensadores clásicos que mantienen como base de la felicidad unas buenas relaciones humanas, amplias y positivas. Cosa muy difícil de conseguir si estamos dominados por el afán de enriquecernos y consumir.
La búsqueda de los placeres también parece algo básico para el bienestar humano. Sobre esto recuerdo un libro de Rafael Fraguas que leí hace mucho tiempo: Madrid los Placeres Gratuitos. En él expone que hay muchos placeres que son gratuitos, no es necesario pagar para obtener muchas satisfacciones en la vida. Naturalmente con los placeres gratuitos nadie saca beneficio económico, y eso el sistema capitalista no lo puede tolerar. Hay que echarle tierra encima al asunto y publicitar al máximo los placeres costosos, que son los que dejan dinero.
Bueno, otro día seguiré hablando del tema de la felicidad, que, lo digamos o no, es lo que más nos importa en la vida. Y espero que las órdenes religiosas hagan lo que el Espíritu les inspire.
Expongo una pequeña reflexión a propósito del tema sobre el “Futuro de las congregaciones religiosas”, que A. Zugasti (y también J. Arregi) han propuesto. Hablando con un buen amigo religioso (ya mayor, porque jóvenes apenas tienen) acerca de residencias o conventos que casi cada año se ven obligados a cerrar, decía entristecido: “Esto es un fracaso”. Si se mira desde la perspectiva tradicional, tantos cierres por reducción progresiva de personal, pueden generar frustraciones y hasta verse como un fracaso. Ese modo y esas formas -efímeras- de vida no tienen futuro, porque son hijas de otros tiempos. Pero no por ser efímeras han carecido de valor. Han tenido sentido. Si contemplamos la vida religiosa dentro del paradigma evolutivo en maduración progresiva, es normal y lógico que muchas formas de vida religiosa sean mudables y perfeccionables. Pero muchas creaciones, que hoy vemos como mudables y efímeras, han tenido sentido y validez en su tiempo. Han sido positivas: Los monasterios etc. fueron centros de cultura, de arte, de sentido trascendente de la vida… y muchas veces también de buenas obras con el necesitado: enfermos, etc. Por tanto, no pueden concebirse como un fracaso, sino como una etapa en nuestro proceso evolutivo de desarrollo espiritual… Vamos en busca de más perfección en nuestras formas -actualizadas- de vida religiosa, más comprometida con el aquí y siempre con sentido trascendente, unidos en la fraternidad de la oración en común, como recarga… Formas más convincentes de vida, que exige cambios… El error sería resistirse al cambio de esas formas mudables y de las interpretaciones que las han sostenido. Es decir, el error sería persistir en lo efímero. El cambio no debe valorarse como una infidelidad, sino como un renacimiento de la mente y corazón en torno a esencias. Las metas auténticas siguen siendo las mismas, que son las que dan sentido pleno a la vida religiosa, privada o en comunidad. Pasan las formas, pero no pasa el tipo de vida fundado en la Palabra que no pasa. Palabra que nos invita a ir por la vida haciendo el bien y testimoniando el anuncio del Reino, con valores más humanos y trascendentes. Estas reflexiones valen para la Iglesia, todavía con estructuras medievales y con mentalidades de aquella época, inflexibles, inmutables creyendo que así dan mejor servicio y culto a Dios… La Iglesia también necesita acomodarse, RENACER, si quiere convertirse… y luego anunciar, de modo más convincente, la Buena NUEVA. No puede persistir en el inmovilismo, en lo efímero y anunciar el Reino con odres viejos. Persistir hoy en el inmovilismo no es el modo de poder caminar juntos muchos más, muchos más…