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En camino a la paz (II)

Los profetas de Israel habían anunciado la paz –el Shalom– para otro tiempo, el futuro mesiánico en el que habría de llegar el Mesías, el rey descendiente de David, “príncipe de la Paz” (Is 9,5), rey descendiente de David. Entonces, escribió Isaías, “de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4-5). Entonces “habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos (…). Nadie causará ningún daño en todo mi monte santo, porque el conocimiento de Dios colmará la tierra como las aguas el mar” (Is 11,6.9). Entonces gozarán las gentes la paz de la RAE: no habrá guerras ni armas, nadie provocará ni padecerá ningún daño ni desastre. Entonces la Tierra rebosará de paz, como los mares rebosan de agua. Podrá ser un futuro lejano o cercano, futuro en todo caso. “Entonces”. Pero será, no os resignéis. Resistid.

¿Qué sería de la historia de la humanidad sin ese sueño, sin ese impulso y acicate de la utopía? Ernst Bloch, marxista crítico, pensador de la esperanza, explicó perfectamente los dos aspectos o funciones que desempeña la utopía: la función crítica o negativa y la función operativa o positiva; crítica del presente por un lado, esperanza eficiente y constructiva del futuro por otro lado. No podemos conformarnos con la permanente guerra que vemos, ni con la mera crítica de lo que tenemos. Construyamos hoy la casa de la paz del futuro, la ciudad de paz.

¿Y si no logramos construirla? Aunque nunca lo logremos, merece la pena que intentemos en paz conseguir la paz. Eduardo Galeano lo dijo perfectamente: La utopía es horizonte; no se puede alcanzar el horizonte, pues se aleja a medida que avanzamos hacia él, pero el horizonte nos muestra por dónde caminar, hacia dónde avanzar.

A Jesús le movía el mismo espíritu de los profetas, su clamor de esperanza: habrá paz sin angustia en los corazones, habrá paz sin injusticia en la Tierra. Pero a esa antigua esperanza profética Jesús le dio un nombre nuevo: “reinado” o “reino de Dios”. Y, sobre todo, introdujo una novedad en su profético: “El reinado de Dios, a saber, la supresión de todas las injusticias y opresiones, la curación de todas las enfermedades y malestares, la desaparición de todas las inquietudes y angustias, no es para luego, es para hoy. El reino de Dios ya viene, está llegando, haciéndose presente. ¿Queréis una prueba? Ved cómo los enfermos empiezan a curarse. Ahora es el momento de la gran paz”. ¿Habló así el Jesús histórico? Así parece, en efecto, pero no nos interesa tanto lo que el Jesús histórico pensó, dijo o hizo exactamente, sino la figura inspiradora que nos ofrecen los relatos, releídos libremente, “espiritualmente”.

El mensaje de esperanza de Jesús debió de tener cierto eco y éxito en el pueblo llano de Galilea, especialmente entre los pescadores y campesinos de la zona del lago Genesaret.  Sin embargo, el reto era ganarse a Jerusalén, y allí se encaminó, y allí “fracasó”. La élite social –los “saduceos”– y religiosa –los principales sacerdotes y escribas– de la “ciudad santa” prefería “la paz del orden” que dirá San Agustín 400 años después más bien que la paz subversiva que anunciaba el joven profeta galileo. Y decidieron que era mejor quitarlo de en medio. Sabemos lo que siguió. Jerusalén se convirtió para Jesús en encrucijada y viacrucis. (El fracaso será, sin embargo, reconocido como martirio y, por lo tanto, como pascua, resurrección).

Jesús presintió lo que le venía, pero no lo rehuyó, lo afrontó. Y no lo afrontó con violencia, sino con tristeza, la tristeza de ver que la ciudad santa se negaba a la paz y, al negarse a ella negaba su propio nombre y su ser. Pues Jerusalén, como se sabe, significa en hebreo “ciudad de la Paz”, y era desde antiguo la imagen de todos los sueños y esperanzas de paz. Al avistar la ciudad desde lejos, los peregrinos la saludaban deseándole la Paz, Shalom, y cantando llenos de alegría: “Vivan en paz los que te aman. Reine la paz dentro de tus muros. En nombre de mi familia y de mis amigos te digo de todo corazón: La Paz contigo” (Sal 122,6-8). También para Jesús, escuchar Jerusalén significaba respirar la paz, decir Jerusalén significaba ofrecer la paz. Había llegado a la ciudad como peregrino, quizá albergando la ardiente esperanza de que, justamente con ocasión de su peregrinación, iba a reventar y florecer el reinado de Dios, la paz plena transformadora de todo, la paz renovadora de todas las cosas.

Pero no. Tampoco esta vez sucedió. Intuyéndolo, y mirando a la ciudad desde el monte de los Olivos, lloró sobre ella y en tono de pesar y lamento más que de queja y reproche le habló diciendo: “¡Ay Jerusalén, si en este día comprendieras tú también el camino de la paz!” (Lc 19,42). “¡Si supieras cómo encontrar la paz!”. No hay palabras de condena. Pero el camino a la paz es más difícil de lo que Jesús había creído al principio, y no solo en los notables de Jerusalén, sino incluso en aquellas y aquellos que le siguen más de cerca y peregrinan con él. Y en el mismo Jesús, a quien pronto se describe bañado en sudores de angustia en el huerto de Getsemaní, perdida la paz, y poco después gritando en la cruz, perdido también Dios… ¿Cómo podríamos reprocharle haber perdido la paz?

Nadie pierde ni quita la paz a sabiendas, sino por ignorancia. Nadie pierde y quita la paz a propósito, sino por impotencia. Incluso quien provoca una guerra la provoca con el propósito de lograr una paz a su manera. Quien hace daño lo hace en busca de algún beneficio. Quien renuncia a la paz lo hace porque no conoce la paz, no porque no la quiera o porque prefiera el enfrentamiento. No hay enemigo que no prefiera la paz, no hay malhechor que prefiera el mal. Somos errantes que no encuentran el camino, no culpables. Tal vez fue esto lo que el mismo Jesús comprendió, incluso mejor que cuando habló con dolor a Jerusalén, cuando sufrió la congoja de Getsemaní y de la cruz. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Y su última palabra es el Todo, vacío y plenitud que queda cuando todo se ha perdido: “Padre, en tus manos confío mi aliento vital” (Lc 23,46). Lo que queda es el eterno Aliento de la Vida.

Desde esta su última palabra y desde su plenitud de aliento nos habla también a nosotros, como nos hablaría cualquiera que ha encontrado el camino de la paz a través de la angustia, nos hablaría con pesar y compasión: “¡Ay si encontraras el camino de la paz! ¡Si supieras distinguir entre la apariencia de la paz y el don de la paz, entre la paz del poder y la paz de la misericordia, entre la paz del Imperio y la paz del Aliento, entre la paz ilusoria y la paz verdadera! ¡Si dejaras de castigarte a ti mismo y al prójimo y dejaras que la paz que te habita te guíe por el camino de la paz! ¡Si comprendieras que, como para todos los peregrinos, también para ti lo esencial no es la meta sino el camino, que el camino mismo es el destino! Está en tus manos. Tienes a mano el camino de la paz, abierto ante ti: en ti mismo, en el prójimo, en la naturaleza, en todo cuanto es. Levántate y camina en paz”. Caminemos en paz.

Todos los caminos –tú mismo, tu prójimo, la naturaleza, todo cuanto es– son uno, como una es la paz. El caminante de la paz recorre a la vez todos los caminos. Y no para llegar alguna vez a la paz plena y definitiva, sino para seguir el camino en paz aun cuando pierda la paz. El horizonte de la paz nos guía en el camino.

(Versión libre del artículo publicado en euskera en la revista HEMEN 68, octubre-diciembre de 2020, pp. 8-11)

Aizarna, 2 de diciembre de 2021

www.josearregi.com

4 comentarios

  • carmen

    Cogí los folios y al día siguiente me fui directa a mí compañero Paco el cura, daba clase de religión y de ética en cuarto. Estudiaba arte en la universidad y daba unas clases. Por aquel entonces era canónico o algo así, o era diácono y ahora es canónico de la cátedral? No sé exactamente. Antiguo alumno mío e hijo de otro compañero al que adoro   . Nuestras discusiones era superdivertidas. Sabía muy bien mis puntos flacos. La gente se tronchaba.  Bueno, pues le enseño los folios y le pregunto: oye, esto es cristiano o republicano? Le echó un vistazo y dijo: es cristiano, no precisamente muy ortodoxo, pero cristiano. Maneras de pensar. Y se fue a clase.

    Y esa es la primera vez que leí decir esa manera de entender la muerte de Jesús . Otra historia.

    Yo qué sé el tiempo que pueda hacer, quizás 15 años, entonces tendría 53 años . Mucho tiempo sintiéndome rara. Demasiado

    Me impactó profundamente. No estaba entonces  tan loca…

    Por favor, no dejen a nadie que sienta como me sentía. Bueno, la verdad es que ahora es otra historia, la gente se volatiliza y desaparece . Las personas son mucho más listas que mi persona lo era

    En fin

  • carmen

    Bueno, estoy alucinada.

    Resulta que tengo una hermana mayor, me lleva dieciocho años, murió hace once. Éramos vecinas, ella profesora mítica de matemáticas del colegio durante dos mil años. A mí me dió clase todo el bachillerato. Y aquí, la hermana pequeña daba clases de matemáticas en el otro colegio de la misma congregación en la misma ciudad.  Lo que sucede es que también daba de ciencias.

    Bueno, éramos muy distintas, discutíamos sin parar. Dos cabezonas increíbles. Cuando me dió por todo esto de que si para yo salvarne era necesario que Jesús muriese así, yo prefería irme derechita al infierno, ella callaba. Solamente repetía, no entiendes, Dios es Amor. Yo me subía al techo.

    Pues tenía ella un amigo claretiano, José María se llamaba. No sé por dónde andará. Pues una tarde me dio un par de folios impresos, sacados de una sitio rarísimo que se llamaba Koinonia o algo así. Venía a decir algo parecido a lo que yo pensaba, pero bien dicho y sin subirse al techo. Me quedé muerta. Y esto de dónde lo has sacado? No sé, me dijo la muy mentirosa , mirando cosas en internet.

    Y ahora he oído a este señor Vigil decir que él, claretiano, fundó servicios Koinonia hace treinta años. Dios santo. La vida tiene cosas realmente sorprendentes.

    Echo mucho de menos a mí hermana.

  • carmen

    Hola.

    Sigo viendo vídeos de este señor Vigil o como se llame. Dios santo, qué señor. Habla para personas como yo. Porque muchas pensamos así sin tan siquiera saberlo. Y mucho menos expresarlo. Menuda gozada. Habla sin ningún miedo. Es la primera vez que oigo algo así. He leído y visto muchas personas en esa línea, usted mismo, pero es que esto es totalmente alucinante.

    Y si, una vez deconstruido que esa parte de alguna manera ya lo hemos hecho nosotros y nosotras, los de abajo, una vez que han tomado conciencia de que no estamos por la labor, entonces un grupo de ustedes los teólogos se lo han tomado en serio y tratan de construir un modelo nuevo. Y no va a ser fácil. No van a tener otro camino que el de decir, no sé qué es, pero sé lo que no es. Apofatico, puede ser la palabra o me la estoy inventando? Porque lo que no pueden caer es en decir : esto es así.  Porque entonces estaríamos en las mismas que el modelo teísta.

    Hay que abrir cabezas, caminos y que cada cual elija. Porque cada uno de nosotros , de nosotras porque ahora nosotras existimos, elija. Pero sin sentirnos mal, sin creer que somos unos negacionistas , palabra tan de moda ahora, sin pensar que somos negacionistas de eso que llaman Dios.

    Es una propuesta maravillosa. Saldrá reforzada la imagen humana de Jesús de Nazaret.

    Sigan, por favor. No pueden perder nada, en la iglesia ya lo tienen perdido todo. No sé a quienes le han podido quitar ese título que te permite dar clases en las universidades católicas, pero van a caer todos. Caídos en combate. Y si el combate merece la pena no hay mayor honor. Además, ya no hay hogueras.

    Gracias a todos. Es una gozada escuchar estas cosas cuando las dicen personas con la preparación de ustedes.

  • carmen

    Ay, dios.

    Qué gran dificultad tenemos para entender lo sencillo y como nos gusta decir que entendemos lo complejo.

    En fin.

    Vi un vídeo de una entrevista a Galeano hablando de utopía. Era un hombre intelectualmente  honesto, a mí me lo parece, y dijo que esa frase se le atribuía a él, pero en realidad era de otro de esos grandes, no recuerdo el nombre. La hizo suya y la repetía una y otra vez. A mí también me encanta. La utopía es como el horizonte, jamás lo alcanzarás, pero te indica un camino. Me encanta.

    Buena semana