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El reencuentro entre el águila y el cóndor

El planeta Tierra está en un franco y peligroso declinar debido a la agresión sistemática de los últimos siglos. La irrupción de la Covid-19, afectando directamente a todo el planeta y exclusivamente a la especie humana, es una de las serias señales que la Tierra viva nos está enviando: nuestro modo de vida es demasiado destructivo y lleva a la muerte a millones de seres humanos y a otros seres de la naturaleza. Tenemos que cambiar nuestro modo de producir, de consumir y de vivir en nuestra única Casa Común, en caso contrario podemos conocer un armagedón ecológico-social.

Curiosamente, a contracorriente de ese proceso, considerado por algunos como la inauguración de una nueva era geológica –el antropoceno y el necrocenoes decir, la sistemática destrucción de vidas perpetradas por el propio ser humano, irrumpen los pueblos originarios, portadores de una nueva conciencia y de una vitalidad reprimida durante siglos. Están rehaciéndose biológicamente y surgiendo como sujetos históricos. Su manera de relacionarse amigablemente con la naturaleza y la Madre Tierra los hace nuestros maestros y doctores. Se sienten tan unidos a estas realidades que al defenderlas se están defendiendo a sí mismos.

Fue un gran error de los invasores europeos llamarlos “indios” como si fuesen habitantes de una región de la India que todos buscaban. Ellos, en realidad, se llamaban con diferentes nombres: Tawantinsuyo, Anauhuac, Pindorama entre otros. Prevaleció el nombre de Abya Yala, dado por el pueblo Kuna del norte de Colombia y de Panamá que significa “tierra madura, tierra viva, tierra que florece”. Eran pueblos con sus nombres como taínos, tikunas, zapotecas, aztecas, mayas, olmecas, toltecas, mexicas, aymaras, incas, quechuas, tapajós, tupís, guaranís, mapuches y cientos de otros. La adopción del nombre común, Abya Yala, forma parte de la construcción de una identidad común, en la diversidad de sus culturas y expresa las articulaciones que los unen en un inmenso movimiento que va del norte al sur del continente americano. En 2007 crearon la Cúpula de los Pueblos de Abya Yala.

Pero sobre ellos pesa una vasta sombra que fue el exterminio infligido por los invasores europeos. Ocurrió uno de los mayores genocidios de la historia. Por guerras de exterminio o por enfermedades traídas por los blancos contra las cuales no tenían inmunidad, por trabajos forzados y mestizaje forzado murieron cerca de 70 millones de representantes de estos pueblos. Los datos más seguros han sido recogidos por la socióloga y educadora Moema Viezzer y por el sociólogo e historiador canadiense radicado en Brasil, Marcelo Grondin. El libro, impresionante, con prefacio de Ailton Krenak lleva como título Abya Yala: genocidio, resistencia y supervivencia de los pueblos originarios de las Américas (Editora Bambual, Rio de Janeiro 2021) [En el enlace se puede comprar en kindle el libro en portugués. No hay traducción española todavía. Nota de Atrio]. Recogen los datos del genocidio de las dos Américas. Demos un pequeño resumen:

  • En 1492, cuando llegaron los colonizadores había en el Caribe cuatro millones de indígenas. Años después no había ninguno. Fueron muertos todos, especialmente en Haití.
  • En 1500 había en México 25 millones de indígenas (aztecas, toltecas y otros), setenta años después quedaban solo dos millones.
  • En 1532 existían en los Andes 15 millones de indígenas, en pocos años quedó solo un millón.
  • En América Central en 1492 en Guatemala, Honduras, Belize, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Panamá había entre 5,6 y 13 millones de indígenas, el 90% de los cuales fueron muertos.
  • En Argentina, en Chile, en Colombia y en Paraguay murieron en promedio, en algunos países más y en otros menos, cerca de un millón de indígenas.
  • Las Antillas menores como en las Bahamas, Barbados, Curação, Granada, Guadalupe, Trinidad-Tobago e Islas Vírgenes conocieron el mismo exterminio casi total.
  • En Brasil, cuando los portugueses atracaron en estas tierras, había cerca de 6 millones de pueblos originarios de decenas de etnias con sus lenguas. El desencuentro violento los redujo a menos de un millón. Hoy, lamentablemente, debido al descuido por parte de las autoridades, ese proceso de muerte continúa, víctimas del coronavirus. Un sabio de la nación yanomami, el pajé Davi Kopenawa Yanomamy relata en el libro La Caída del Cielo [ Este enlace lleva a un vídeo de 2:30 mintos en el que el autor, chamán, explico el contenido del liro. NdA] lo que los chamanes de su pueblo están vislumbrando: la carrera de la humanidad se dirige hacia su fin.
  • En los Estados Unidos de América vivían en 1607 cerca de 18 millones de habitantes de pueblos originarios y tiempo después sobrevivieron solo dos millones.
  • En Canadá había en 1492 dos millones de habitantes originarios y en 1933 apenas se contaban 120 mil.

El libro no solo narra la inconmensurable tragedia, sino especialmente las resistencias y las cúpulas organizadas modernamente entre esos pueblos originarios del sur y del norte de las Américas. Con ello se refuerzan mutuamente, rescatan la sabiduría ancestral de los chamanes, las tradiciones y las memorias.

Una leyenda-profecía expresa el reencuentro de esos pueblos: la del Águila, representando a América el Norte y el Cóndor, a América del Sur. Ambos, engendrados por el Sol y por la Luna, vivían felices volando juntos. Pero el destino los separó. El Águila dominó los espacios y casi llevó al exterminio al Cóndor.

Sin embargo, quiso ese mismo destino que a partir de la década de 1990, al iniciarse las grandes cúpulas entre los distintos pueblos originarios del sur y del norte, el Cóndor y el Águila se reencontraran y empezaran a volar juntos. Del amor de ambos nació el Quetzal de América Central, una de las aves más bellas de la naturaleza, ave de la cosmovisión maya, que expresa la unión del corazón con la mente, del arte con la ciencia, de lo masculino con lo femenino. Es el comienzo del tiempo nuevo de la gran reconciliación de los seres humanos entre sí, como hermanos y hermanas, cuidadores de la naturaleza, unidos por un mismo corazón pulsante y habitando en la misma y generosa Pachamama, la Madre Tierra.

Quien sabe si en medio de las tribulaciones del tiempo presente en que nuestra cultura ha encontrado sus límites insuperables y se siente urgida a cambiar de rumbo, esta profecía pueda ser la anticipación de un fin bueno para todos. Aún volaremos juntos, el Águila del Norte con el Cóndor del Sur, bajo la benéfica luz del Sol que nos mostrará el mejor camino.

*Leonardo Boff escribió El casamiento entre el Cielo y la Tierra: cuentos de los pueblos indígenas de Brasil, Mar de Ideias, Rio de Janeiro 2014.

Traducción de Mª José Gavito Milano

2 comentarios

  • Lola Cabezudo

    Artículos de este corte son cada vez más necesarios. Queremos estar informados, con plena garantía, y no podemos leer todos los textos especializados, y la mayoría de las veces ni siquiera seleccionarlo. Muchas gracias pues a Leonardo Boff. También me parece esperanzador que los pueblos indígenas muestren fórmulas para defenderse y defender su cultura y su mundo que es el nuestro. ¿Cómo agradecerlo? divulgando estos conocimientos sacados de libros escritos por expertos conocedores del tema.

  • ana rodrigo

    Tanto la cuestión de l@s niñ@s desaparecidos, maltratados, humillados, abusados, asesinados, etc. como estos datos que nos ofrece Boff a mí, personalmente, que rompen, me rasgan, me quiebran mi corazón y mi mente. Me resulta casi imposible comprender cómo los seres humanos, a lo largo de la historia y en el momento actual son capaces de hacer tanto MAL y producir tanto dolor y sufrimiento.

    Ayer vi en la televisión la historia de los orfanatos en Rumanía durante el comunismo, en concreto de Ceausescu, y las imágenes eran insoportables, así como los datos y testimonios de supervivientes de aquellos hechos.

    Y esto no es problema de falta de recursos económicos, como nos demostró el domingo Alberto en el caso de Marruecos y otros países, sino de la podredumbre del corazón humano.

    Y si la responsabilidad ha venido de la Iglesia Católica, es que ésta lo ha hecho muy, pero que muy mal en transmitir el mensaje de Jesús y aceptar, tolerar o no querer ver lo que miembros de la Institución-Iglesia han hecho y siguen haciendo impunemente. Hace muy bien Francisco en ponerse a la cabeza de las denuncias y las condenas.

    Estoy leyendo las Memorias de JM Castillo y el viacrucis que a él le ha supuesto como profesor de teología el poner por delante el evangelio y los más desfavorecidos, hasta llegar a echarlo de la facultad de teología de Granada donde desarrollaba su trabajo, con el sufrimiento humano para él añadido.