Nacho Dueñas, ( nachodue@hotmail.com ), historiador y cantautor, en este 1º de Mayo muy especial en el mundo entero y en España, desde su constante observación de lo que está brotando y otros quieren abortar, desde sus años pasados en Ecuador y su actual periodo dedicado a la reflexión, nos intenta despertar con esta llamada. AD.
Hoy, quien más o quien menos, e incluso desde las derechas, casi todo el mundo reconoce la necesidad, por poner tres ejemplos notorios, de la lucha del feminismo, de la no violencia y del ecologismo. Pero no hace tanto que las feministas eran tachadas de ignorantes e histéricas, los no violentos de ilusos y utópicos, y los ecologistas de tratar de luchar contra el progreso y el desarrollo.
Y, sin embargo, hoy día se reconoce la importancia de tales causas y, además, podemos deducir que, si se les hubiese tomado en serio (como ya se hace en nuestros días tarde y mal), nos hubiésemos ahorrado una gran cantidad de dolor y sufrimiento totalmente innecesaria. No en vano afirmó Hélder Câmara que “los objetores y los insumisos son los pioneros de un mundo sin guerras”.
A poco que se reflexione, podemos deducir que con la tecnología está pasando hoy día lo que antes con las mujeres, la violencia o el planeta. Nadie parece darse cuenta de la barbarie con que se está utilizando la tecnología, y de la gran cantidad de problemas que está generando.
Nadie sabe, por ejemplo, que la mitad de los españoles, ya en 2004, padecía “nomofobia” (adicción a las nuevas tecnologías y al móvil, habiéndose habilitado en este país una red de granjas de desintoxicación). Que en el mismo año más de un millón de adolescentes japoneses, y hasta el 10% de jóvenes españoles, ya eran “hikikomoris” (personas que viven en su habitación, sin vida afectiva, escolar y familiar, pasando todo el día navegando compulsivamente por la red). O que el “smombie” (peatón que camina por la acera pendiente del celular sin atender a su alrededor) y el uso del móvil sean hoy día la primera causa de accidentes de tráfico.
Tampoco es de general conocimiento los cerca de 6 millones de niños muertos en el Congo, a cuenta de la voracidad de las grandes multinacionales para hacerse con las minas de tantalio y de cobalto, necesarias para la fabricación del coltán, compuesto fundamental para el funcionamiento de los móviles.
Además, los niños apenas juegan entre sí, los jóvenes casi no se comunican, y los adultos están “virtualizando” trámites y procesos. Todo esto lleva a un aumento exponencial de la incomunicación, la soledad y la pérdida de la sociabilidad, toda vez que la obesidad infantil y los problemas psicológicos de adolescentes y adultos avanzan a marchas forzadas. Se trata de un proceso radical de deshumanización (y por tanto de infelicidad) que recién comienza y cuyo desenlace, dantesco, se prevé incierto.
Se dirá, y es cierto, que la tecnología ofrece grandes beneficios. No se pueden negar las ventajas de todo tipo de prestaciones (videoconferencias, operaciones quirúrgicas a distancia, posibilidad de acceder a cualquier biblioteca del mundo, capacidad de crear archivos musicales, escuchar noticias, leer prensa, ver televisión…).
Lo que ya no se dice tanto, y se asume de modo determinista, es la gran cantidad de problemas de salud (escoliosis, problemas musculares, pérdida de visión…), de seguridad (ciber-delincuencia), de acoso sexual a niños y jóvenes, la brecha digital (el 95% de los norteamericanos tiene acceso a la red, frente al 50% de los africanos) que tiende a provocar el aumento de la diferencia entre ricos y pobres; o el hecho de estar absolutamente vigilados, habiéndose creado un estado policial “de facto” en el que los dueños de Google, Facebook y otros, no solo conocen nuestros movimientos, pensamientos y gustos, sino que los provocan y teledirigen a placer. El mito de “El Gran Hermano”, ya hecho realidad, se ha instalado entre nosotros sin excesiva resistencia. No por nada, los dueños de dichas plataformas son hoy las personas más ricas del mundo.
Sencillamente, debe mover a profunda reflexión el hecho de la falta de conciencia frente a todos estos elementos negativos, bien por inercia (ya instalados en nuestras cotidianidades de modo progresivo), o bien por determinismo (pensando que no se puede hacer nada al respecto).
Asimismo, las indudables ventajas de todo esto han posibilitado lo que podríamos denominar “fetichismo tecnológico” o “tecnolatría”, consistente en un aumento cuantitativo, acrítico y compulsivo de su uso, considerando “de facto” que sea cual sea el problema en cuestión, la solución será más tecnología, y que los problemas que esto cause se resolverán con más tecnología todavía.
Por lo demás, es tan inexistente el pensamiento crítico al respecto, que cuando alguien plantea un poco de reflexión es observado como a un lunático o a un demente (como antes pasaba con feministas, no violentos o ecologistas). Y aún se le perdona la vida aleccionándole con las infinitas ventajas (reales) y con que “no se puede ir en contra de la tecnología”. Respuesta absurda, pues nadie pretende ir en contra. ¿A alguien se le ocurriría acusar al que lucha contra la gula de querer imponer la desnutrición? Lo que se pretende no es prescindir de la tecnología, sino utilizarla de modo crítico y cualitativo, y pasar del actual “fetichismo tecnológico” a una necesaria “ecotecnología”, pues “otra tecnología es posible”.
Ahora bien, si se analiza un poco hacia donde se encamina todo este proceso, la conclusión no es muy halagüeña ni positiva. La inteligencia artificial (o “disciplina dentro de la ingeniería o de la informática cuyo objetivo es hacer sistemas no biológicos que sean inteligentes, y donde se toma como referencia la inteligencia humana”, según define Nuria Oliver) va a transformar el presente “humanismo” al “transhumanismo”, y de ahí al “posthumanisno”.
Esta apertura de la caja de Pandora que recién comienza se nos irá de las manos cuando, como sostiene el historiador Yuval Noah Harari, la inteligencia artificial, cada vez más sofisticada, supere a la inteligencia humana. Y, además, la oligarquía propietaria de dicha inteligencia artificial (articulada a través de Google, Facebook, Amazon y Apple para generar, procesar y utilizar las big data), podrá esclavizar a la humanidad transformándola en lo que podemos calificar como “zombis ultratecnologizados” o suerte de ciborgs teledirigidos.
¿Exageración? Pensemos un poco: pronto será posible la denominada “internet del pensamiento”, es decir, el interconectar cerebros con la nube mediante el implante de nanorobots neuronales, pudiendo cargar y descargar pensamientos, según la revista “Tendencias 21”, de la Universidad de Comillas. Además, ya es casi posible conectar cerebros a computadoras, lo que permitirá controlar nuestras mentes, emociones y conductas. Quien logre conectar nuestros cerebros, dominará en mundo. El teólogo franciscano José Arregi lo plantea de este modo: “Y, si así fuera, ¿qué decidirán? ¿Qué harán con nosotros, los pobres humanos? ¿Se comportarán con nosotros como nosotros lo hemos hecho con los bosques y los mares, los insectos y los peces, las ballenas y los elefantes, las gallinas de corral (…), o con las negritudes, los esclavos, los países colonizados?”
Al respecto, no en vano Vladimir Putin afirmó que quien domine la inteligencia artificial dominará el mundo. Por algo el presidente de China, Xi Jinping, instó a su nación, en el Congreso del Partido Comunista, celebrado en 2017, a liderar la tecnología artificial que “cambiará el mundo”.
El único peligro de todo esto no es la esclavitud de la humanidad, sino la pérdida de la corporeidad, la emocionalidad y la instintividad (es decir, la deshumanización total de la especie), en primer lugar por atrofia progresiva (lo cual ya viene ocurriendo a marchas tan forzadas como poco advertidas). Y en segundo lugar, alterando el ADN y conectando todos los cerebros a una gran red, la persona como tal desaparecerá, y la humanidad se transformará, mediante un proceso lineal de robotización, en otra especie dotada de una corporeidad híbrida humano-máquina, y en la que las emociones, los instintos y las inquietudes espirituales se habrán extinguido, pues como afirma el teólogo Leonardo Boff, “la inteligencia artificial olvida aquello que es esencial al ser humano: la inteligencia cordial, sensible y emocional (…). Ningún aparato artificial inteligente llorará con nosotros por la pérdida de la persona amada”. Éste es el “posthumanismo” al que nos dirigimos a marchas forzadas.
Frente a esta realidad, el propio Steven Hawking denunció la posibilidad de que las máquinas autogeneren inteligencia propia y lleguen a controlar del mundo. Y ante tal riesgo, Bill Joy, fundador de Sun Mycrosystems, propuso abandonar la carrera tecnológica ante la posibilidad no remota de extinguirnos en solo un par de generaciones. Leonardo Boff también se pregunta si la Revolución 4.0 será el final de la humanidad, tras afirmar que la intención del transhumanismo consiste en que la inteligencia artificial someta a la inteligencia humana.
Es preciso declararlo, asumirlo y redireccionarlo: el presente modo de utilizar la tecnología es, junto con el hambre, la guerra nuclear y el colapso ecológico, entre otras, una de las principales amenazas letales de la humanidad. Con una diferencia: contra el hambre, la guerra nuclear y el colapso ecológico hay una cierta toma de conciencia de resistencia y de construcción de alternativas.
¿Qué hacer pues? Cambiar la actitud y la dirección de su uso. Repetimos, pasar de la presente barbarie de la “tecnolatría” a la “ecotecnología”. ¿Cómo? Hacer que vuelva a ser un medio más y no un fin lineal. Hacer que sea un complemento más y no un sustituto de nuestras capacidades. Hacer que sea un elemento más de la vida y no el centro hacia el que ella converge.
El presente “fetichismo tecnológico” se corresponde con la mentalidad propia del paradigma de la modernidad y sus principales elementos (lo material, lo mensurable, lo cuantitativo, lo exacto, lo rígido, lo independiente…). Pero la irrupción de la física moderna, y la reflexión filosófica irrumpida a partir de las características con que opera la realidad según dicha física (flexibilidad, supramaterialidad, interrelacionalidad, ecuación espiritual mente-conciencia, autorregulación o autopoiesis, holoarquía…), así como su aplicación a varias disciplinas (Margulis, Sheldrake, Progogine, Vigil, Shelby Spong, Maturana, Bateson, Boff, Capra, Wilber…), han hecho emerger el paradigma de la transmodernidad.
En el marco de este novedoso paradigma, se debe reorientar el uso de la tecnología en función de cómo opera la realidad según tal transmodernidad. Y de facto esto consiste en que dicha tecnología pase a ser un elemento complementario (y por tanto contingente) de la vida: un medio y no un fin, un complemento y no un sustituto. Así, se debe cambiar de mentalidad mediante varias premisas prácticas; entre ellas analizar la necesidad real o prescindibilidad aconsejable de cada aplicación, posibilidad y novedad; proyectar al largo plazo las consecuencias que pueda tener, y discernir el a dónde nos lleva todo esto, a nivel individual y al sistémico.
Vamos tarde, nos quedan un par de generaciones. Si mañana se erradicaran el hambre, la guerra, el patriarcado, el capitalismo y el inminente colapso ecológico, de poco serviría si igualmente no evitamos el colapso tecnológico. Este artículo es una invitación a que activistas, pensadores, espirituales, jóvenes, idealistas, contraculturales, poetas, inquietos…comiencen a crear corriente de opinión a favor de que “otra tecnología es posible”, para impulsar todo un movimiento social (como en su momento pasaron a serlo el feminismo, la no violencia y el ecologismo) que logre que los hijos de nuestros nietos nazcan con neuronas y corazón, y no con voltios y microchips.
Esta necesaria “ecotecnología”, elemento necesario para nuestra supervivencia como especie, consiste en volver, repetimos, la tecnología a su dimensión complementaria. Y no sofisticar por sofisticar, cayendo en lo que Iván Illich denominó “tecnofascismo”. El reloj de pulsera, cuanto más complejo, es más frágil y difícil de reparar. No así el reloj de sol, que dura milenios sin necesitar reparación alguna.
Como decía Antonio Machado: “del arte del buen comer, / primera lección: / no has de coger la cuchara / con el tenedor”. Por fortuna, Machado fue poeta y no programador virtual. No niego que el programador virtual sirva para programar virtualmente, pero, ¿para qué sirve programar virtualmente? De nuevo el vate sevillano: “bueno es saber que los vasos / nos sirven para la sed, / lo malo es que no sabemos /para qué sirve la sed”.
Pienso que el miedo a las nuevas tecnologías y sus inmensas posibilidades que se están abriendo hoy, se debe a un más que posible mal uso, a la concentración del poder que generan en unos pocos generando la distopía del “Gran Hermano”, o lo que es más grave el final de nuestra especie dominante sustituida por máquinas superinteligentes como expone Y.N. Harari. Miedo bastante justificado que a mí me parece sostenido por creer que el poder del mal es más fuerte que el del bien, dando crédito a conspiranoias varias y poco que ver con las cosmovisiones que se tengan como apunta Isidoro. No comparto que estemos sujetos a Leyes Universales que guíen nuestro comportamiento y que escapen a nuestro control, pues a mí me parece que desde que la ciencia se puso las pilas sobre el conocimiento de las Leyes Universales lo que se hace no es someterse o resignarse a ellas, sino que las utiliza poniéndolas a su servicio. Hasta ahora las tecnologías consideraban al mundo natural inagotable y lo sometió a una sobreexplotación sin medida, sin embargo, hoy estamos obligados a un desarrollo sostenible para poder sobrevivir. No confío en un cambio de actitud de tipo ecomoral generalizado, sino más bien en el empleo de tecnologías limpias y renovables que sean más rentables que las no-sostenibles.
Si por medio de la biotecnología podemos intervenir en nuestra genética mediante la edición de genes por ejemplo, no existe impedimento bioético alguno para eliminar enfermedades hereditarias. Lo que se discute en bioética es la posibilidad de mejorar nuestra especie introduciendo en nuestro ADN nuevas características que potencien las capacidades humanas. Soy de la opinión que debería hacerse si los riesgos no fuesen limitantes y sus consecuencias inasimilables. Lo mismo opino sobre la IA, la interacción cerebro-máquina, los implantes “ciborg”, los robots inteligentes, etc., si se trata de avanzar mejorando por medio de las tecnologías al ser humano, pues bienvenido sea. Sin duda se trata de un salto evolutivo sin precedentes, pues se deja de lado la evolución natural darwiniana acelerándola como nunca antes. ¿Es esto malo éticamente hablando? Si se hace bien, si se incluye a toda la nueva humanidad sin exclusiones ¿qué problema hay en acelerar cuanto podamos nuestra evolución si no perdemos los valores humanos, como dignidad, justicia, libertad, empatía, amor, …? ¿por qué pensar que se va a hacer mal? Tengo fuerte esperanza en el triunfo del bien. Y es que pienso que es hora de acelerar nuestra evolución hacia la Plenitud y tenemos los medios para hacerlo como nunca antes.
Lo que me molesta es el haber nacido demasiado pronto, a las puertas del inminente despegue humano. Aún no controlamos las causas del envejecimiento, sujetos a una corta esperanza de vida, inmersos en la perspectiva de la muerte, … Somos aún muy vulnerables a la enfermedad y al sufrimiento, … Nuestras capacidades de conocimiento, de sociabilizar, de empatizar, de amar, …, son aún muy limitadas … ¡Pero despegaremos y pronto!
Para entender hacia dónde vamos, debemos entender el Universo y las fuerzas que lo determinan. Si no lo entendemos bien, nuestras opiniones no pueden ser más que ocurrencias y deseos personales, de cada uno, que no son más que flatus vocis.
Hay dos hipótesis centrales sobre el Universo. La primera es la clásica de la modernidad, que se apoya sobre todo en Darwin. Según esta hipótesis, el curso del Universo es fruto puramente del azar.
Todavía se oye decir entre gente científica que la vida ha surgido en la Tierra, por puro azar, sin atender las miles y miles de “casualidades” azarosas, que se habrían tenido que producir para producir la extraordinaria complejidad de todos los renglones de la vida.
Con esta hipótesis general del Universo, la actuación del humano hacia su futuro, es más decisiva y trascendente. Si el Universo lo dirige el azar, solo quedamos nosotros para manejar la barca.
Muchos niegan el determinismo, porque no les gusta. Piensan que niega al humano un papel determinante en el destino de la humanidad. Pero el determinismo será acertado o no, en el grado que esté próximo a la realidad. Las cosas son lo que son, no lo que nos gustaría que fuesen.
La segunda hipótesis es la determinista. Según esta hipótesis, es claro que existe el azar como un factor evolutivo, pero siempre dentro de una poderosísima corriente general que circula en un sentido determinado.
Este sentido determinado iría hacia un principio general que, desde el segundo uno del Universo, ha tendido hacia la formación constante y progresiva de formas organizativas cada vez más complejas y sofisticadas.
Según el botánico y genetista, Hugo de Vries, “la selección natural puede explicar la supervivencia de los más aptos pero no puede explicar la aparición de los más aptos”.
El azar puede ser la causa de algunos casos, pero para explicar todo el fenómeno, sería necesario un principio evolutivo general, que funcionaría paralelo y antitético al principio termodinámico de la entropía.
Pero además la evolución no se reduce a la evolución biológica señalada por Darwin. La evolución se inicia ya con la materia inanimada, desde el momento uno del Universo, (“La selección natural empezó en la materia, antes que en la vida”, –Brian Green).
Este principio evolutivo hacia formas cada vez más complejas, es el causante de la tendencia a la autoorganización y el autodespliegue de formas nuevas, funcionando todas las forma del Universo como sistemas autopoyéticos.
La autoorganización emergente, significa que de las interacciones locales entre sus partes, emerge espontáneamente algún tipo de orden a nivel global.
Todo esto viene a cuento de que lleva razón el amigo Nacho Dueñas, en que la humanidad está en una bifurcación crucial. Nos lo jugamos todo a una carta: el ser alguien en el Universo cercano, o simplemente desaparecer como especie, y dejar sitio y fortuna, a una futura y no tan lejana evolución inteligente de algunos de los primates actuales.
Pero el catastrofismo que apunta Nacho, es el resultado de que utiliza la hipótesis primera del Universo: nuestro destino está únicamente en nuestras manos.
Y las perspectivas sobre nuestras decisiones son muy tenebrosas. Estamos prisioneros de una pinza feroz: entre el hedonismo individualista y codicioso de muchos, y el idealismo buenista y cortoplacista de otros, que no atiende al futuro y solo a las muchas necesidades del presente.
Ante los enormes problemas que se nos plantean, lo primero que necesitamos y no tenemos es una voz y una dirección única como especie. Los nacionalismos nos están desangrando y matando literalmente. Cada parcelita de la humanidad, quiere resolver sus propios problemas, muchas veces a costa de las otra naciones.
La segunda hipótesis, la de la evolución emergente, da lugar a un mayor optimismo. Si estamos inmersos, (como el resto del Universo), en una poderosa corriente telúrica hacia formas cada vez más sofisticadas y complejas, es claro que queramos o no queramos, acabaremos allí.
El mundo lo mueven las ideas-eje, o axiales. Y estas ideas-eje, surgen emergentemente, mediante mecanismos mentales estimulados por las situaciones de grave crisis y desequilibrio.
La mente humana funciona como un sistema emergente más. Y por eso es verdad que donde nace el peligro, nace también la solución.
Pero para aceptarlo, hay que rechazar la falacia racionalista de que el comportamiento humano y las ideas que produce, son fruto único de su actividad racional consciente.
La realidad es que la fuente de las intuiciones, brota en lo más profundo de nuestra mente, en la sede de nuestras guías interiores inconscientes, que esas sí, navegan en la gran corriente evolutiva del Universo, que rige desde para las estrellas, hasta en el más diminuto gorrión.
Gracias, Nacho, por tu invitación -una más, como Harari, Boff y algunos otros, invitación siempre necesaria- a la reflexión sobre un tema tan radical, en el que nos va la dignidad humana y acaso la misma vida libre, no robotizada… Me uno, y suscribo tu reflexión.
Y poco más que añadir a ese boceto de barbarie, que en el fondo pretende acabar con el hombre y la tierra. El instinto de depredar… puede llevar a esto. Y los que “programan así” (o mandan a los que programan) sufren otra adición: la de poseer, la del poder…, adición de la que parece que esos “poderosos” no son conscientes de que también ellos se autodestruyen como personas humanas… El poder y el afán de poseer CIEGA y DESHUMANIZA.
¿Qué hacer? Yo siempre guardo la esperanza de que, antes de que sea tarde, el hombre ENTRE EN RAZÓN y vea…, y enmiende y desande caminos que no levan a ninguna parte… constructiva. En este tema me serviría de Machado para decir: “Caminante sí hay canino…”, vuelve atrás y comienza de nuevo… El camino se encuentra en el hermano… y en la solidaridad con él. ¿Cómo hacerlo? A mi juicio, para que el hombre salve la amenaza de convertirse en un “homo robóticus”, debe formarse en VALORES que enseñen a vivir con menos, a convivir con más sentido social, solidario, y a pensar sin el influjo de las pos-verdades…, y los cretinos intereses que son y en el mundo han sido…
Otra visión del hombre, de la tierra y de la vida es posible y necesaria, a fin de mejorar esta PANDEMIA robótica…, mucho más destructiva.
Ana y Mª Pilar, comparto también vuestras reflexiones.
Realmente la reflexión que hace Nacho sobre la nueva etapa que estamos viviendo con las tecnologías, como él mismo dice, tiene un sin fin de fantásticas ventajas prácticas evidentes, y, al mismo tiempo, encierra una serie de riesgos apocalípticos en el caso de que el ser humano no reaccione y reconduzca a tiempo, pudiendo llevarnos hasta la deshumanización.
Ahí tenemos la balanza de los beneficios, por un lado y los posibles riesgos casi imposibles de evitar, por otro, y que nos ponen, no sólo en manos de la tecnología, sino del poder de quienes las controlan. Mi sentimiento en este campo es de impotencia y de terror, me paraliza mentalmente porque veo que la parte negativa viene como un tsunami. Dudo que se pueda prevenir, controlar y evitar.
Estoy leyendo el inmensamente maravilloso y sumamente recomendable libro “El infinito en un junco” de Irene Vallejo, donde nos narra el trauma que supuso la aparición de la escritura que hacía desaparecer la oralidad en la que se había vivido muchos miles de años. De hecho ni Sócrates ni Jesús escribieron nada, y la oralidad posterior a ellos hizo sus propias aportaciones a la memoria de sus vidas junto a quienes, desde esa misma oralidad escribieron, en el caso de Jesús, sus propias intenciones, y las ideas de quienes escribieron, o hicieron teología directamente. Y ello salvó lo que se pudo de la vida y dichos de Jesús, sometidos nuevamente a los ríos de tinta que han corrido, modificando, camuflando, manipulando o inventando lo que le ha parecido a la “SANTA” TRADICIÓN. Y es la escritura la que sigue interpretando, actualizando o tergiversando los mensajes implícitos y explícitos, según la época en la que se haga. Como dice Pepe Castillo: “el clero que rige a la Iglesia, ha modificado el proyecto del evangelio a Jesús.”
Pues con estos bueyes tenemos que arar, Los seres humanos somos muy vulnerables y permeables a lo que nos viene de fuera, pero siempre quedan a resguardo determinados “tarros de esencias” que nos mantienen alerta, afortunadamente. Pero las masas se nos escapan ante el poder omnímodo y todopoderoso de las multinacionales controladoras de nuestros pensamientos, sentimientos y autonomía propia. Algo parecido a las campañas electorales…… y al éxito de Ayuso…
¡Gracias de corazón!
Desde mi pequeñez, algo de esto me ronda hace ya tiempo por mi cabeza; y pensando en mis nietos:
Siento temor de, hacia donde les llevarán estos deseos de controlarlo todo.
Gracias.