Desde hace meses los medios de comunicación nos trasladan cada día números y números de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos. Las personas nos hemos convertido en casos de una estadística. Sin embargo habrá sin duda miles de historias personales que apenas nadie cuenta. Yo he sabido de algunas que me han parecido relevantes. Un grupo se ha unido para pagar la hipoteca de un amigo común que, habiendo perdido el trabajo, estaría en riesgo de desahucio. Otro grupo colabora para pagar la habitación a un mantero y proporcionarle alimentos. Una señora jubilada comparte su pensión con una madre soltera sin medios. En otro caso una familia de un pueblo de Granada, desesperada durante el confinamiento, acude a un usurero y obtiene un préstamo de 1.000 euros… a un interés de 300 euros mensuales. Al fin ha encontrado a alguien que le pagado la deuda. Habrá sin duda miles de historias semejantes.
Esto me ha llevado a recordar el papel que en la tradición judía ha tenido -hasta hoy mismo- el concepto de justo. “Como pasa el torbellino, así el malo no permanece; mas el justo permanece para siempre”, lo dice el libro de los Proverbios en su capítulo 10 y de acuerdo con él la tradición cabalística ha pensado a los justos como los portadores del Divino Semblante, como la Shechinah o reflejo de Dios. Y se ha llegado a afirmar: En el mundo, cada generación no tiene menos de treinta y seis personas justas sobre las cuales la divina Presencia reposa.
De hecho el Estado de Israel desde 1963 otorga un titulo oficial que designa a los Justos de las Naciones, a personas que ayudaron a judíos en tiempo de la persecución nazi, con una medalla con una frase del Talmud: “Quien salva una vida, salva al mundo entero”.
Y en la tradición occidental ¿no existen también los justos? Vivimos en un mundo de acumulación, de opresión y violencia económica, política y medioambiental y todos somos cómplices de ella, al menos en cuanto participamos de las ventajas que proporciona a una minoría. ¿Quién podrá librarse de esa complicidad? Solamente los justos.
González Faus ha escrito alguna vez que la espiritualidad cristiana tiene una sola norma: cada uno ha de consumir el dinero que necesite para vivir dignamente y dar el resto a quienes tienen menos. Es la moraleja del episodio del encuentro con el joven rico.
Es una propuesta que hay que tomar en bloque y sin matices porque perecerá sometida a una casuística; ¿quién determina qué es eso de vivir dignamente? ¿no exige también precaverse ante las sorpresas del futuro? ¿y no hay personas allegadas a las que hay que atender `primero?. Pero Jesús no entró en matizaciones: “Ganaos amigos con el dinero injusto”, es decir, con el dinero que es siempre injusto.
¿Contará Occidente en cada generación con al menos treinta y seis justos?
Se dirá, y es cierto, que esos justos, si existen, no arreglan la sociedad. Pero son lo que Ducquoc ha llamado claros en el bosque, espacios en que la opacidad de la historia se tiñe de luz. Y para un creyente, siguiendo la tradición judía, son un indicio del Reino que está entre nosotros, son una presencia de lo divino.
Porque como decía Santa Teresa, nosotros somos las manos de Dios.
Gracias, es como una puerta a la esperanza; a quien le llegue:
¡Le salvará la Vida!
Gracias de coeazón.
El 17 de julio pasado se cumplieron 73 años del asesinato la siniestra prision de Lubianka devla Rusia sovietiva, de Raoul Wallenberg, un sueco que había recorrido de muchacho y de joven medio mundo hasta trabajar en una empresa de comercio internacional de su país. En 1944 cuando los nazis invadieron Hungría y comenzaron las masacres y deportaciones de judios, se ofreció a dirigir su empresa en Hungría. Desde esa cobertura y con protección diplomática sueca y occidental facilitó salvoconductos, visados y pasaportes a nueve mil personas judías que salvaron sus vidas gracias a su audacia e inventiva. Distribuyó carteles para ser exhibidos en casa de judios: BAJO LA PROTECCIÓN DE LA EMBAJADA DE SUECIA. Con él colaboró Ángel Sanz Briz embajador español en Budapest que salvó muchas vidas gracias a los documentos expedidos para otros tantos judios. Cuando los rusos entraron en Budapest y ocuparon H7ngria lo detuvieron y lo encerraron en la Lubianka donde murió torturado. Que nadie os engañe, escribió Pablo de Tarso, judio y perseguido.