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El budismo entre nosotros

       Ya hace años que se puede constatar entre nosotros la presencia de personas que se han adherido al budismo o que han adoptado prácticas contemplativas influidas por él. He querido cuestionarme las razones de esta nueva tendencia.

      Por poco que se conozca del budismo  se sabrá sin duda que Buda se propuso como objetivo acabar con el sufrimiento. Y como el sufrimiento es la consecuencia de deseo, el budismo persigue la renuncia al deseo. Por eso he leído  alguna vez que el budismo es sobre todo un monacato y su símbolo más representativo  sería el lama, es decir, el monje que  que medita y pide limosna.

      Otra cosa es que luego haya una pluralidad de tradiciones budistas y hasta un  budismo popular que acaba convirtiendo a Buda en un dios, cosa que sin duda el Gauthama nunca pretendió.

      Pero volviendo a lo primero, yo no me acabo de imaginar un occidental budista si tengo en cuenta que el deseo está en la entraña de la cultura de Occidente y ha sido el motor de sus logros históricos. Recuerdo que una vez le preguntaron a Panikkar el por qué de la influencia de las espiritualidades orientales y contestó: es que la salvación siempre viene de lejos.  Y en efecto, en un momento de cambio religioso, mucha gente no se va a hacer cristiana, que más o menos ya lo ha sido y le resulta algo conocido y poco atractivo, sino “budista”, que trae un aura nueva y algunas ventajas añadidas: no tiene un dios ni dogmas ni jerarquía…

      De todos modos no creo que la gente se haga budista sino que más bien adopta modos de meditación  en la tradición oriental, budista o hindú. ¿Y eso por qué? Por las razones que sean, se ha desplegado hoy una tendencia a la “espiritualidad”. Pero la tradición cristiana favorecía o bien la oración vocal o bien la oración meditativa.  De repente llega esta otra tradición más contemplativa, articulada en torno silencio, y muchos se enganchan a ella. También sin duda personas que no han abandonado el cristianismo. En ese caso ¿hay alguna diferencia entre unas y otras?

      Ya se conoce la distinción entre religiones proféticas y místicas. Las segundas intentan alejarse de la realidad, las segundas –sobre todo las del Libro- pretenden por el contrario profundizar en ella.

      ¿Qué es lo que pretende la meditación budista? Siempre creí que era llegar a la iluminación pero quizá no sea sólo eso sino también una experiencia de profundidad, de trascendencia, que lleve más allá de este mundo secular y profano.

      Frente a esto ¿que dice el cristianismo? Jesús anuncia que con El ha llegado el reino de Dios pero en realidad, aparte algunas curaciones y anuncios, nada nuevo ocurre. El reino de Dios es una promesa de plenitud para el final, destinada sobre todo a los pobres, a los marginados, a las víctimas de la historia. Pero es una promesa que ya está aquí. Cada gesto de fraternidad, de ayuda, de apoyo es un signo de ese reino. Cada acción humana es una presencia de Dios pero solamente para los ojos capaces de percibirlo. “Ya sé lo que me queréis decir”, decía san Ignacio de Loyola mirando a unas flores. Mucho más mirando a los seres humanos cuando lo son verdaderamente.

      Alcanzar esa capacidad no puede hacerse sin el entrenamiento de la meditación. Por medio de la contemplación se va llegando a la experiencia de la presencia de ese Viviente a quien nadie ha visto nunca pero que está presente, como compañía y apoyo, por medio de su Espíritu.

      “En El vivimos, nos movemos y somos” , dijo san Pablo en el Areópago”. Se trata de experimentarlo. A cumplir ese deseo -no a matarlo- ayuda y conduce la meditación.

18 comentarios

  • Isidoro García

         Las lecturas de los “clásicos”, tienen dos componentes contradictorias. Por una parte de admiración y guía, y por otra parte de crítica e intento de superación. Ortega para los hispánicos, es un gran ejemplo, de que no es preciso ser alemán o anglosajón, para intentarlo.
       No dejaba de ser un hombre de su tiempo, de hace 100 años, en los que el cambio no solo de conocimientos, sino principalmente de perspectivas, ha sido revolucionario. Y mucho más en el tema de la cultura oriental. En sus tiempos las traducciones eran escasas y casi todas eran retraducciones del francés, alemán, o del inglés. Así y todo, seguir siendo estimulador, inspirador y legible, en estos tiempos, dicen mucho de su categoría intelectual.
        (Cuenta Borges como, “en 1916, resolví entregarme al estudio de las literaturas orientales. Al recorrer con entusiasmo y credulidad la versión inglesa de cierto filósofo chino, di con este memorable pasaje: “A un condenado a muerte no le importa bordear un precipicio, porque ha renunciado a la vida”.
         En ese punto el traductor colocó un asterisco, y advirtió que su interpretación era preferible a la de otro sinólogo rival, que traducía de esta manera la misma frase: “Los sirvientes destruyen las obras de arte, para no tener que juzgar sus bellezas y sus defectos”. Dejé de leer”).
     
          El mismo Ortega decía que “nadie puede tener las mismas ideas que otro, si de verdad tiene ideas”. Por eso, García Morente habla del maestro como “el hombre de las despedidas, el hombre del camino, que prepara a otros para que puedan irse”.
        Parece que Confucio decía que “todas las verdades tienen cuatro esquinas. Yo como maestro, os doy una esquina, encontrar las otras tres, es cosa vuestra”.
        Por eso todos los clásicos nos ofrecen una esquina de la verdad, luego nos toca a nosotros.
     

  • Asun Poudereux

    No sé si esto es tuyo, Oscar. Si es así, es de agradecer.

    Dice mucho y es profundo como cambio de inercia. Llamada a ser libres, honestos y sobre todo prácticos.

     

    * ¿No es incitante la idea de convertir por completo la actitud y, en vez de buscar fuera de la vida su sentido, mirarla a ella misma? ¿No es tema digno de una generación que asiste a la crisis más radical de la historia moderna hacer un ensayo opuesto a la tradición de ésta y ver qué pasa si en lugar de decir «la vida para la cultura» decimos «la cultura para la vida»?

  • Santiago

    Como nos quiere decir Carlos Barberá en su magnífico artículo el cristianismo nos ofrece una vía más coherente y más práctica de “espiritualidad” que cualquier otra filosofía antigua o contemporánea.

    El camino hacia esa unión con lo trascendente puede empezar con la oración vocal y llegar hasta el más alto grado de contemplación. Teresa de Ávila nos va mostrando esa senda que es como un castillo interior en espiral y por el cual podemos ascender hasta llegar a la cumbre.

    Hay un camino, o sùbito como el de Pablo de Tarso derribado del caballo y de su malicia en su viaje a Damasco, o el del ateo periodista francés André Frossard convertido en catolico r o m a n o  al momento de entrar casualmente a una  i g l e s i a  en París, según el mismo lo narra impresionantemente…o más frecuente es el camino gradual de la fe que es como un “grano de mostaza” que puede crecer hasta convertirse en un árbol robusto, pues la FE es un don sujeto a los cambios “humanos” y puede aumentar o disminuir hasta desaparecer. Es una virtud infusa pero que requiere cuidado como cualquier “hábito” de nuestro ser. Requiere el cultivo de la espiritualidad profunda cristiana.

    Siguiendo  a Jesus de Nazaret que estaba en constante contemplación con el Padre podemos ascender al monte Carmelo como El mismo, que se alegraba  en las bodas de Caná  multiplicando el vino y que lloraba con Marta por la muerte de su amigo Lázaro, que se retiraba a la montaña a meditar y a contemplar y que abrazando la Cruz pudo llegar al tope del Calvario puesto que la  c r u z  siempre nos lleva al èxtasis de la Resurrección.

    Un saludo cordial

    Santiago Hernández

     

  • oscar varela

    1- Ninguna actuación humana es inteligible
    -si no se analiza el subsuelo de creencias incuestionadas
    -que operan tácitas a espaldas del hombre.
     
    2- Así el budismo es ininteligible
    – si no se advierte que Budha parte, como de algo incuestionable,
    – de que el individuo no muere,
    -sino que está prisionero en la cadena eterna de las reencarnaciones.
     
    3- Esta creencia en la inmortalidad,
    – en un inexorable no poder morir, produce horror al hombre, y
    – el budismo no es sino la técnica de un suicidio trascendente,
    – del desvanecimiento o disolución del ser indivi­dual,
    – del terrible yo imperecedero en el Variochana,
    – en el ser universal y desindividualizado.

    • Isidoro García

      Amigo Oscar: Concuerdo plenamente con el ruego de Rodrigo, respecto a que aclares la autoría de tus magníficas aportaciones.

      Ya sé que la verdad, lo es independientemente de que la diga Agamenón o su porquero. Pero los que tenemos la manía de copiar y guardar aportaciones interesantísimas, como estas tres últimas tuyas, nos gusta saber, (quizás por culturilla vana), a quien se las atribuímos, por si las tenemos que citar en un futuro.

      Si fuesen de Ortega, (como todo hace suponer), no desmerecería en nada tu mérito y esfuerzo de acercarnos la sabiduría, en estos tiempos tan banales, ocurrenciales y diarísticos. (“Cuando cito a Buda, yo soy Buda” – Osho).

      • oscar varela

        Hola Isidoro!
        1- Ya te respondió A.D.
        2- Lo que me interesa ahora es esto:
        a) Me preocupaba tu NO PRESENCIA en ATRIO.
        b) por eso del Covid-19
        c) nadie está exento ni des-preocupado a n/edad.
        d) y parece que si te agarra no te deja tiempo a la “comunicación”.

        POR ESO: PROPONGO
        A- que “atrieras/os” (99% de España)
        B- se comuniquen telefónicamente (no debe ser tan caro)
        C- con los “asiduos” presnciales atrieros
        D- e informen SEMANALMENTE
        E- que SIGUEN CON VIDA.

        La tarea “samaritana” no debe recaer en el EQUIPO ATRIO.

        Abrazo!

  • oscar varela

    1- Los siglos modernos representan una cruzada contra el cristia­nismo.
    – La ciencia, la razón ha ido demoliendo este trasmundo celes­tial
    – que el cristianismo había erigido en la frontera de ultratumba.
    – A mediados del siglo XVIII, el más allá divino se había evaporado.
    – Sólo quedaba a los hombres esta vida.
    – Parece haber llegado la hora en que los valores vitales van a ser, por fin, revelados.
     
    2- Sin embargo, no pasa así.
    – El pensamiento de las dos postreras centurias, aunque es anticristiano,
    – adopta ante la vida una aptitud muy parecida a la del cristianismo.
     ¿Cuáles son para el «hombre moderno» los va­lores sustantivos?
    – La ciencia, la moral, el arte, la justicia —lo que se ha llamado la cultura—.
    – ¿No son éstas actividades vitales? Cierta­mente;
    – y en tal sentido puede pensarse un momento que la moder­nidad ha conseguido descubrir valores inmanentes a la vida.
    – Pero un poco más de análisis nos muestra que esta interpretación no es exacta.
     
    2- La ciencia es el entendimiento, que busca la verdad por la verdad misma.
    – No es la función biológica del intelecto, que, como todas las demás potencias vitales,
    – se supedita al organismo total del ser viviente y recibe de él su regla y módulo.
    – Asimismo, el sentimiento de la justicia y las acciones que suscita nacen en el individuo;
    – pero no vuelven a él, como a su centro,
    – sino que concluyen en el valor extravital de lo justo.
     
    3- La cultura, supremo valor vene­rado por las dos centurias positivistas,
    – es también una entidad ultra-vital que ocupa en la estimación moderna
    – exactamente el mismo puesto que antes usufructuaba la beatitud.
    – Sólo puesta al servicio de la cultura —lo Bueno, lo Bello, lo Verdadero—-
    – adquiere peso estimativo y dignidad.
    – El culturalismo es un cristianismo sin Dios.
     Los atributos de esta soberana realidad —Bondad, Verdad, Belleza—
    – han sido desarticulados, desmonta­dos de la persona divina, y,
    – una vez sueltos, se les ha deificado.
    4- Vida espiritual suele llamarse a la vida de cultura.
    – No hay gran distancia entre ella y la vita beata.
    – Si se mira, bien pronto se advierte que la cultura no es nunca un hecho, una actualidad.
    – El movimiento hacia la verdad, el ejer­cicio teorético de la inteligencia es ciertamente un fenómeno que en varia forma se verifica hoy, como ayer, o en otro tiempo, no menos que la respiración o la digestión.
    – Pero la ciencia, la posesión de la verdad, es, como la posesión de Dios, un acontecimiento que no ha acontecido ni puede acontecer en «esta vida».
    – La ciencia es sólo un ideal. La de hoy corrige la de ayer, y la de mañana la de hoy. No es un hecho que se cumple en el tiempo;
    – sino que sólo se consiguen en el proceso infinito de la historia infinita.
    – De aquí que el culturalismo sea siempre progresismo.
     
    5- El sentido y valor de la vida, la cual es por esencia presente actualidad,
    – se halla siempre en un mañana mejor, y así sucesivamente.
    – Queda a perpetuidad la exis­tencia real reducida a mero tránsito hacia un futuro utópico.
    – Cultu­ralismo, progresismo, futurismo, utopismo son un solo y único ismo.
    – Bajo una u otra denominación hallamos siempre una actitud, para la cual es la vida por sí misma indiferente, y sólo se hace va­liosa como instrumento y substrato de ese «más allá» cultural.
     
    6- Es iluso querer aislar de la vida ciertas funciones orgánicas
    – a que se da el nombre místico de espirituales.
    – Ha habido sólo una suplantación de entidades, y donde
    – el viejo pensador cristiano decía Dios,
    – el contemporáneo alemán dice «Idea» (Hegel),
    – «Primado de la Razón Práctica» (Kant-Fichte) o
    – «Cultura» (Cohén, Windelband, Rickert).
     
    7- Esta divinización ilusoria de ciertas energías vitales a costa del resto,
    – esa desintegración de lo que sólo puede existir junto
    —ciencia y respiración, moral y sexuali­dad, justicia y buen régimen endocrino—-
    – trae consigo los grandes fracasos orgánicos, los ingentes derrumbamientos.
    – La vida impone a todas sus actividades un imperativo de integridad, y quien diga «sí» a una de ellas tiene que afirmarlas todas.
     
    * ¿No es incitante la idea de convertir por completo la actitud y, en vez de buscar fuera de la vida su sentido, mirarla a ella misma?
     
    * ¿No es tema digno de una generación que asiste a la crisis más radical de la historia moderna hacer un ensayo opuesto a la tradición de ésta y ver qué pasa si en lugar de decir «la vida para la cultura» decimos «la cultura para la vida»?
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  • oscar varela

    Es sobremanera instructivo dirigir una ojeada, aunque sea muy somera, a las distintas valoraciones que se han hecho de la vida.
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    1- La vida asiática culmina en el budismo:
    – es éste la forma clásica, la fruta madura del árbol de Oriente.
    – ¿Qué es la vida para el Buda?
     
    2- Sorprende Gautama la esencia del proce­so vital, y lo define como una sed: trsna.
    – La vida es sed, es ansia, afán, deseo.
    – No es lograr, porque lo logrado se convierte automáti­camente en punto de arranque para un nuevo deseo.
    – Mirada así la existencia, torrente de sed insaciable, aparece como un puro mal, y tiene sólo un valor absolutamente negativo.
    – La única actitud razo­nable ante ella es negarla.
     
    3- Si Buda no hubiese creído en la doctrina tradicional de las reencarnaciones,
    – su único dogma hubiese sido el suicidio. Pero la muerte no anula la vida;
    – el sujeto personal transmi­gra a existencias sucesivas, prisionero de la rueda eterna,
    – que gira loca, impulsada por la sed cósmica.
     
    4- ¿Cómo salvarse de la vida, cómo burlar la cadena sin fin de los renacimientos?
    – Esto es lo único que debe preocupar, lo único que en la vida puede tener valor:
    – la huida, la fuga de la existencia, la aniquilación.
    – El sumo bien, el valor supre­mo que Oriente opone al sumo mal del vivir,
    – es precisamente el no vivir, el puro no ser del sujeto.
     
    Nótese cómo la sensibilidad del asiático es en su raíz última de signo inverso a la europea.
     
    5- Mientras ésta imagina la felicidad como una vida en plenitud,
    – como una vida que fuese lo más vida posible, el afán más vital del indo es
    – dejar de vivir, borrarse de la existencia, sumirse en un infinito vacío, dejar de sentirse a sí mismo. Así dice el iluminado:
    – «Como el enorme mar del Universo sólo tiene un sabor, el sabor a sal,
    – así la Doctrina entera sólo un sabor tiene: el sabor a salvación».
    – Y esta salvación consiste en la extinción, nirvana, parinirvana.
     
    6- El budismo proporciona la táctica para conseguirla, y
    – el que ejercita sus preceptos logra dar a la vida un sentido que por sí no tiene:
    – la convierte en un medio de anularse a sí misma.
    – Las estaciones en esta vía de aniquilación marcan a la vez el grado de santidad.
     
    7- Cuatro rangos principales distingue el viejo canon:
    * El Srotaapana, literalmente «el que ha llegado al río», es decir, el que ha puesto su planta en el sendero de la doctrina e inicia, por tanto, su obra de salvación.
    * El Salcrdagamin, «el que aún vuelve una vez»: en este grado se halla el que ha conseguido anular sus deseos y pasiones, pero aún con­serva un último resto que le obliga a renacer una vez todavía en este mundo.
    * El Anagamin, «el que ya no vuelve», no renace en la tierra, pero sí vuelve a existir una vez en el mundo de los dioses.
    * El Arhat, grado sumo a que sólo puede llegar el monje. En él se conquista plenamente la extinción nirvánica.
     
    8- La vida budista es un «sendero», una ruta hacia la aniquilación de la vida.
    – Gautama fue el «maestro del sendero», el guía de las calzadas hacia el Nihil.
    – El nirvana no consiste, desde el punto de vista oriental, en un es­tricto nada.
    – Es, en efecto, la anulación de la existencia del sujeto, y, por tan­to,
    – para un europeo equivalente a la total inexistencia.
    – Pero lo característico es que el asiático tiene de esa existencia transubjetiva
    – un concepto positivo.
    ………………………………………
     
    9- Mientras el budista parte de un análisis de la vida
    – que da por resultado la valoración negativa de ésta, y
    – lleva a descubrir en el aniquilamiento el sumo bien,
     
    10- el cristiano carece primariamente de aptitud estimativa ante la existencia terrenal.
    – Quiero decir que el cristianismo no parte de consideraciones sobre la vida,
    – sino que, desde luego, comienza con la revelación de una suprema realidad:
    – la esencia divina, centro de todas las perfecciones.
    – La infinitud de este bien sumo hace de todos los demás que puedan existir cantida­des desdeñables.
    – «Esta vida», pues, no vale nada, ni en bien ni en mal.
     
    11- El cristianismo no es pesimista como Buda, pero, en rigor,
    – tampo­co es un optimista de lo terrenal.
    – El mundo le es, por lo pronto, indife­rente.
    – Lo único que para el hombre tiene valor es la posesión de Dios,
    – la beatitud, que sólo se logra más allá de esta vida,
    – en una existencia posterior, que es «otra vida», la vita beata.
     
    12- La valoración de la existencia terrena comienza, para el cristia­no,
    – cuando es puesta en relación con la beatitud.
    – Entonces, lo que por sí es indiferente y carece de todo valor propio e intrínseco (inma­nente) puede convertirse en un gran bien o en un gran mal.
    – Si estimamos la vida por lo que ella es. si la afirmamos por sí misma,
    – nos apartamos de Dios, único valor verdadero.
    – En tal caso es la vida un mal incalculable, es un puro pecado.
    – Porque la esencia de todo pecado consiste para el cristiano
    – en que tributamos a nuestra carrera mundanal estimación.
     
    13- Ahora bien;
    – en el deseo, en el placer va incluida una tácita y honda aquiescencia a la vida.
    – Por eso el cristianismo hace del deseo de placeres, de la cupiditas,
    – el pecado por excelencia.
    – Si, por el contrario, negamos a la vida todo valor intrínseco, y adver­timos que
    – sólo adquiere justificación, sentido y dignidad cuando se la mediatiza y
    – se hace de ella tiempo de prueba y de eficaz gimnasia para lograr la «otra vida»,
    – cobra un carácter altamente estimable.
     
    14- El valor de la existencia es, pues, para el cristiano extrínseco a ella.
    – No en sí misma, sino en su más allá;
    – no en sus calidades inma­nentes, sino en el valor trascendente y ultravital anejo a la beatitud, encuentra la vida su posible dignificación.
    ………………………………………

    • Rodrigo Olvera

      Cómo sucede con frecuencia, no me queda claro si son tus ideas Oscar o es destilado de ideas ajenas. Sería bueno saberlo.

      • carmen

        Diría que el pensamiento de este señor que luego se convirtió en Buda , sufrió una evolución y al final de su vida no decía exactamente lo mismo que al principio. Al menos eso me pareció. Sufrió una evolución importante. Quizás a los cristianos que les gusta o les interesa el budismo están más cerca de esta última etapa que de la primera. Pero de esta cosas no sé casi nada.

    • Antonio Duato

      El texto anterior que aporta Oscar es un “destilado” del cap. 3 (pp. 181 y ss) del libro de Ortega “El tema de nuestro tiempo”, publicado en 1923 y que representa lo que Wikipedia señala como el principio de su Etapa raciovitalista (1924-1955): “se considera que Ortega entra en su etapa de madurez, con obras como El tema de nuestro tiempo, Historia como sistema, Ideas y creencias o La rebelión de las masas”.

    • Rodrigo Olvera

      Gracias Antonio

      En cuanto leí “La vida asiática culmina en el budismo”, me pareció una falacia de falsa generalización a la que era tan proclive Ortega; y lo de que Buda define la vida como sed, como un puro mal, con un valor abosultamente negativo, que hay que negar, me resultó con tanta claridad una caricaturzicación tan mala de la enseñanza de Buda manipulando para ajustar a las propias ideas, que sospeché que era texto de Ortega, pero no ubicaba cual.

      Lo que es significativo, tomando en cuenta que El tema de nuestro tiempo, junto con La rebelión de las masas y precisamente Meditación de la técnica fueron las obras que me convencieron de que Ortega anteponía sus elucubraciones a los fenómenos realmente ocurridoos/ocurrentes.

      Leí hace tantos años El tema de nuestro tiempo, conociendo del budismo sólo generalidades, que en ese momento no precibí este aspecto que ahora, conociendo un poco más, me parece tan evidente.

      • oscar varela

        Hola Rodrigo!
        Justo te iba a responder que Antonio Duato ya había desculado la Info que pedías.

        Abrazo!

  • ana rodrigo

    Estoy de acuerdo contigo, Rodrigo, hay demasiados prejuicios, estereotipos y desinformación, y, hasta simplificación, acerca de la mística, de ahí que su praxis sea tan ineficaz. Lo mismo ocurre con la llamada meditación que, en la espiritualidad cristiana suele ser dircursiva, al estilo de cualquier reflexión teórica , mientras que la meditación “oriental” llevada al silencio interior, te conduce a lo más hondo de tu ser, limpiando tantas tantas “cáscaras de cebolla” que solemos poner para justificar lo que pensamos, hacemos y somos, sin que eso sea una experiencia pasiva, sino que nos activa desde lo más profundo de nuestro ser y nos lleva a desarrollar todas nuestras capacidades humanas con vistas a la mayor eficacia en el cultivo del bien común. Los dos dos místicos clásicos españoles, como Sta. Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, fueron super activos, sospechosos de heterodoxia, y San Juan de Cruz, encarcelado por los suyos, y muy activos y andariegos. Lo que indica que no estaban constantemente mirando al cielo. Lo que indica que su mística era integradora de su persona.

    • mª pilar

      Querida Ana: para mi…meditación… siempre ha sido:

      Reconocer-pensar-quien soy y donde estoy, luego:

      ¡¡¡Silencio!!!

      No solo exterior, sino principalmente, interior.

      Y es una hermosura lo que puede brotar en esos largos ratos de silencio.

  • Rodrigo Olvera

    Demasiado prejuicio.

     

    Enfocándome sólo en uno: para superar el prejuicio de que la religiones místicas intentan alejarse de la realidad, y el prejuicio de la dictotomía radical entre religiones místicas y religiones proféticas, recomiendo Místicos y Profetas, de Carlos Domínguez Morano. Se puede descargar completo en este vínculo

    https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=210406