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La revolución de la buena gente

      En 1848 Marx anunciaba una inminente revolución proletaria: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”. Ciento setenta años después los fantasmas que recorren Europa son muy otros: el paro, el trabajo precario, la bajada de salarios, la privatización de los servicios públicos, y últimamente un microscópico virus ante el que los poderosos mercados se han quedado temblando. Es evidente que un capitalismo neoliberal implacable está detrás de esos fantasmas que, como el paro, llevan mucho tiempo con nosotros, pero además hay muchos científicos que relacionan la aparición del virus con los destrozos que este brutal neoliberalismo está causando en la biosfera de nuestro planeta.

Neoliberalismo que campa por sus respetos, no sólo por los campos y ciudades de Europa, sino por todo el mundo, sin que aparezca una fuerza capaz de pararle los pies. Grandes esfuerzos se han hecho para vencerle, pero creo que ya es hora de reconocer abiertamente que el intento de una revolución proletaria ha fracasado y, si no queremos seguir sometidos al neoliberalismo para siempre, tenemos que plantearnos qué hacemos en esta situación.

      La gran mayoría de la humanidad reconoce el fracaso de los anteriores intentos revolucionarios, pero no se analizan los motivos de ese fracaso, no se sacan las consecuencias. Implícitamente hemos llegado a admitir que el capitalismo es inamovible y que lo único que se puede hacer es adecentarlo lo más posible. Es lo que ha hecho la socialdemocracia y, en la práctica, casi toda la izquierda. Pero adecentar el capitalismo también es un objetivo inalcanzable —ahí sí que tenía razón Marx— el capitalismo es radicalmente indecente. Durante unos pocos años, mientras seguía vivo el fantasma del comunismo, aceptó ponerse una máscara de rostro humano. Fueron los años del Estado del Bienestar. Claro que ese Estado del Bienestar se dio solamente en unos pocos países de Europa y Norteamérica. Si los europeos hubiéramos levantado la mirada por encima de nuestras narices, hubiéramos podido ver el verdadero rostro del capitalismo reflejado en la miseria y la explotación de los países del Tercer Mundo.

       El problema es que no hemos reflexionado suficientemente sobre las causas del fracaso. En mi opinión la revolución proletaria no ha fracasado porque el capitalismo sea inevitable, o porque pueda ser sensiblemente mejorado hasta hacerlo aceptable. Ha fracasado porque estaba mal planteada. El supuesto fundamental del que partía Marx era que en las sociedades existe una infraestructura económica, las fuerzas productivas y las relaciones de producción, de las que dependen todos los demás aspectos de la sociedad, como los valores culturales y morales. Y Marx defiende un materialismo histórico, según el cual la evolución de la Historia está determinada por las condiciones materiales de producción.

      Pero el desarrollo de la historia humana desde que Marx lanzó sus teorías, nos obliga a pensar que ahí Marx estaba equivocado. Que estaba excesivamente influido por el positivismo científico de su época. Indudablemente la estructura económica tiene una gran importancia. Pero no es el determinante último y decisivo de los seres humanos. Los seres humanos no somos el homo economicus propio de la mentalidad burguesa. Es precisamente el capitalismo el que se fundamenta en el hombre unidimensional, el hombre para el cual lo económico es lo esencial, el que busca el beneficio económico por encima de todas las consideraciones humanas.

      Aunque no lo quieran reconocer, en el fondo del espíritu humano están actuando las creencias más profundas, los valores últimos, las opciones éticas fundamentales. Eso es lo que rige la vida de cada persona. Algunos matan por dinero —y no me refiero a los gánsteres, sino a los buitres de Wall Street— mientras que otros dan la vida defendiendo a los que son explotados y pisoteados por el poder económico. Porque en los seres humanos hay algo más profundo que lo económico, y aunque muchos cierren los ojos a esa realidad y piensen que el dinero es nuestro único dios y a él tenemos que adorar, hay valores morales que vencen al atractivo del dinero.

      La gran revolución no la ha hecho el proletariado, ni la va a hacer ningún grupo social que hoy pueda pretender el protagonismo en un nuevo intento de transformación de estructuras. La gran revolución sólo la puede hacer la buena gente, la que ante todo, quiere un mundo justo para todos, no sólo para los de mi país, la que quiere vivir de su trabajo y no explotando el trabajo de los demás, la que quiere vivir todo lo feliz posible, pero no a costa de la miseria de nadie, la que no se encoge de hombros ante la última patera que ha llevado a la muerte a decenas de seres humanos, la que quiere dejar un mundo habitable para nuestros hijos. Sólo esa buena gente puede hacer la gran revolución pendiente.

     

     

     

     

     

2 comentarios

  • Miguel Ángel Mesa

    Muy buen artículo, Antonio, y muy acertado. Estoy completamente de acuerdo con tu último párrafo.

    Un gran abrazo.

  • Pedro Bosch

    Marx no estaba equivocado. Marx estaba solo. Sus ideas eran (son) fundamentales para un cambio en la sociedad, pero todos, absolutamente todos tenemos que ser así. Si como ha pasado en los regímenes socialistas y comunistas, se proclama una idea, pero después lo que se pone en práctica es algo distinto, evidentemente esta condenada a su desaparición. Si yo soy el que mando, tengo que ponerme a la altura del más pequeño de mis súbditos. Todos los que ocupan el poder, pretenden ser y sentirse superiores al resto de sus coetáneos.

    En el famoso Estado de Bienestar, solo se beneficiaron unos cuantos pero la mayoría de aquellos que no disponían de medios para subsistir, lo pasaron muy mal, extremadamente mal. Por desgracia vemos al capitalismo y lo que ahora llaman neoliberalismo, adueñarse definitivamente de la vida en este planeta. Todo el mundo quiere más, pero nadie quieres compartir. Con lo cual, la sociedad alternativa que demostro Jesús de Nazaret que era la solución es imposible plantearla,

    Un saludo.