Otros temas

Autores

Archivo de entradas

Temas

Fechas

Calendario

febrero 2016
L M X J V S D
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
29  
7411 Artículos. - 112726 Comentarios.

Antoine de Saint-Exupéry, la vida del espíritu y la ética de la Tierra

BoffSi es verdad que los trastornos climáticos son antropogénicos, es decir, tienen su génesis en los comportamientos irresponsables de los seres humanos (menos de los pobres y mucho más de las grandes corporaciones industriales), entonces es claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras relaciones con la naturaleza y con la Casa Común no eran y no son  adecuadas y buenas.al Papa Francisco en su inspiradora encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015): “Nunca maltratamos y herimos nuestra Casa Común como en los dos últimos siglos… Esas situaciones provocan los gemidos de la hermana Tierra, que se unen a los gemidos de los abandonados del mundo, con un clamor que reclama de nosotros otro rumbo” (n.53).

Ese otro rumbo implica, urgentemente, una ética regeneradora de la Tierra. Esta ética debe estar fundadamentada en algunos principios universales, comprensibles y practicables por todos. Es el cuidado esencial, que es una relación amorosa con la naturaleza; es el respeto por cada ser porque tiene un valor en sí mismo; es la responsabilidad compartida por todos acerca del futuro común de la Tierra y de la humanidad; es la solidaridad universal por la cual nos ayudamos mutuamente; y, por último, es la compasión por la cual hacemos nuestros los dolores de los otros y de la propia naturaleza.

Esta ética de la Tierra debe devolverle la vitalidad vulnerada a fin de que pueda continuar regalándonos todo lo que nos ha regalado siempre durante todos los tiempos de nuestra existencia sobre este planeta.

Pero no es suficiente una ética de la Tierra. Necesitamos acompañarla de una espiritualidad. Esta hunde sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el cuidado y un compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión con la Casa Común.

El conocido y siempre apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo escrito en 1943, Carta al General “X”, afirma con gran énfasis: “No hay sino un problema, solamente uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que es aún más alta que la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer al ser humano” (Macondo Libri 2015, p. 31).

Otro texto, escrito en 1936, cuando era corresponsal de “Paris Soir” durante la guerra civil española, lleva como tíyulo “Es preciso dar un sentido a la vida”. En él retoma el tema de la vida del espíritu. Para eso,  afirma,  “necesitamos entendernos recíprocamente; el ser humano solamente se realiza junto con otros seres humanos, en el amor y en la amistad; sin embargo, los seres humanos no se unen aproximándose los unos a los otros, sino fundiéndose en la misma divinidad. Tenemos sed, en un mundo convertido en desierto, sed de encontrar compañeros con los cuales compartir el pan” (Macondo Libri 2015, p.20). Y termina la Carta al General “X”: “Tenemos tanta necesidad de un Dios” (op.cit. 36).

Efectivamente, sólo la vida del espíritu satisface plenamente al ser humano. Ella es un bello sinónimo para espiritualidad, a veces identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu es más, es un dato originario de nuestra dimensión profunda, un dato antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra esencia.

 Sabemos cuidar de la vida del cuerpo, hoy un verdadero culto celebrado en tantas academias de gimnasia. Los psicoanalistas de varias tendencias nos ayudan a cuidar de la vida de la psique, de cómo equilibrar nuestras pulsiones, los ángeles y demonios que nos habitan, para llevar una vida con relativo equilibrio.

Pero en nuestra cultura prácticamente olvidamos cultivar la vida del espíritu que es nuestra dimensión más radical, donde se albergan las grandes preguntas, se anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí, desenraizados y sin un sentido que nos orienta y que hace la vida apetecible.

Una ética de la Tierra no se sustenta sola por mucho tiempo sin ese supplément d’âme que es la vida del espíritu. Ella nos convoca a lo alto y a acciones salvadoras y regeneradoras de la Madre Tierra. Ética y vida del espíritu son dos hermanas gemelas inseparables.

*Leonardo Boff es ecoteólogo y escribió  Saber cuidar: ética de lo humano-compasión por la Tierra,  Vozes 1999.

Traducción de María José Gavito

3 comentarios

  • oscar varela

    Hola!

    Leo la conclusión final:

    – “Una ética de la Tierra no se sustenta sola por mucho tiempo sin ese supplément d’âme que es la vida del espíritu.

    * Ella nos convoca a lo alto y a acciones salvadoras y regeneradoras de la Madre Tierra.

    * Ética y vida del espíritu son dos hermanas gemelas inseparables.”-

    ……………………

    Pienso que la  frasesita “la vida del espíritu” sirve para cualquier cosa ¿no?

    Ni Boff mismo parece saber dónde poner a ese muchachito “espíritu”.

    Por un lado es un “suplemento”.

    Por otro lado es “hermana gemela”.

    ……………………

    Sin embargo estoy de acuerdo con su planteo, que dice:

    – “Una ética no se sustenta sola por mucho tiempo”-

    ……………………

    Porque la “ÉTICA” es un parido de una “ESTÉTICA”, que es:

    * Vista y Relato desde un Punto de vista,

    La Realidad es una Perspectiva

    (ni cuerpo, ni alma ni cosa alguna)

    …………………..

    ¡Voy todavía! – Óscar.

  • oscar varela

    CIUDADELAEl Silencio de Dios” (A. de Saint Exupèry) págs.200/3

    Dadme la paz de los establos -dije a Dios-,

    el de las cosas ordenadas y de las cosechas hechas. Déjame ser, pues he acabado de transformarme. Estoy fatigado de los duelos de mi corazón. Estoy demasiado viejo para recomenzar todas mis ramas. He perdido, uno tras otro, mis amigos y mis enemigos y se ha hecho en mi ruta un haz de ocios tristes. Me he alejado, he retornado y observado: he vuelto a encontrar a los hombres alrededor del buey de oro, no interesados, sino estúpidos. Y los niños que nacen hoy me son más extranjeros que los jóvenes bárbaros sin religión. Me pesan los tesoros inútiles como una música que jamás será comprendida.

    ………………….

    “Comencé mi obra con mi hacha de leñador en la selva,

    ebrio del cántico de los árboles. Así pues, es preciso encerrarse en una torre para ser justo. Pero ahora, que he visto a los hombres demasiado cerca, estoy cansado. “Aparéceme, Señor, pues todo es duro cuando se pierde el gusto de Dios.”

    ………………….

    Me vino un sueño después del gran entusiasmo.

    Porque había entrado vencedor en la ciudad, y la multitud se extendía en un sembrado de oriflamas, gritando y cantando a mi paso. Y las flores se volvían lecho para nuestra gloria. Pero Dios me invadió con un sentimiento amargo. Me parecía ser prisionero de un pueblo débil.

    ………………….

    ¡Pues esa multitud que te glorifica te deja tan solo!

    Lo que recibes se separa de ti; porque no hay pasarela de ti a otro, sino por el camino de Dios. Y mis verdaderos compañeros, son los que se prosternan conmigo en la plegaria. Confundidos en la misma medida; y granos de la misma espiga en vista del pan.

    ………………….

    Pero aquellos me adoraban y hacían en mí el desierto;

    pues no sé respetar al que se equivoca y no podía consentir en esta adoración de mí mismo. No sé recibir el incienso porque no me juzgaría según los otros, y estoy fatigado de mí, que soy pesado de llevar y tengo necesidad, para entrar a Dios, de desvestirme de mí mismo. Así, pues, los que me incensaban me volvían triste y desierto como un pozo vacío cuando el pueblo tiene sed y se inclina. No tenían nada que dar que valiera la pena y, puesto que se prosternaban ante mí, tampoco tenían ya nada que recibir. Porque en primer lugar necesito de aquel que es ventana abierta sobre el mar y no espejo donde me aburro. Y de esta multitud sólo me parecieron dignos los muertos, a los que no agitaban las vanidades.

    ………………….

    Entonces me vino este sueño,

    habiéndome cansado las aclamaciones como un ruido vacío que ya no podía instruirme. Un camino escarpado y resbaladizo desnivelaba el mar. La tormenta había reventado y la noche fluía como de un odre lleno. Obstinado, subía hacia Dios para preguntarle la razón que se me había pretendido imponer. Pero en la cima de la montaña sólo descubrí un bloque pesado de granito negro; el cual era Dios.

    ………………….

    Por supuesto es Él, me decía, inmutable e incorruptible;

    porque todavía esperaba no volver a hundirme en la soledad.

    — Señor -le dije-, instrúyeme. He aquí que mis amigos, mis compañeros y mis súbditos sólo son para mí como fantoches sonoros. Los tengo en las manos y los manejo a mi agrado.

    ………………….

    Y no me atormento porque me obedecen;

    porque es bueno que mi sabiduría descienda a ellos. Sino porque se han convertido en ese reflejo de espejo que me deja más solitario que un leproso. Si río, ríen. Si me callo, se ensombrecen. Y mi palabra, que conozco, los llena como el viento a los árboles. Y estoy solo para colmarlos. Y ya no hay cambio para mí, pues en este auditorio desmesurado no escucho más que mi propia voz que me devuelven como los ecos helados de un templo. ¿Por qué me espanta el amor y qué tengo que esperar de este amor que es multiplicación de mí mismo?

    ………………….

    Pero el bloque de granito, que rezumaba una lluvia brillante, permanecía impenetrable.

    — Señor -le dije (porque había un cuervo negro sobre una rama vecina)-, comprendo bien que sea señal de Tu majestad callarte. Sin embargo, tengo necesidad de un signo. Cuando termine mi plegaria, ordena volar a ese cuervo. Eso será como el parpadeo de otro distinto a mí y no estaré solo en el mundo. Estaré ligado a ti por una confidencia, aunque sea oscura. No pido nada sino que me sea significado que hay, quizá, algo por comprender.

    ………………….

    Y observaba al cuervo. Pero se mantuvo inmóvil. Entonces me incliné hacia el muro.

    Señor -le dije-. Sin duda tienes razón. No corresponde a Tu majestad someterte a mis consignas. Si el cuervo se hubiera volado, me hubiese entristecido más hondamente. Porque un signo tal sólo lo hubiera podido recibir de un igual; por lo tanto, de mí mismo, reflejo todavía de mi deseo. Y nuevamente hubiera encontrado mi soledad. Así pues, luego de prosternarme, volví sobre mis pasos.

    ………………….

    Mas sucedió que mi desesperación cedía a una serenidad inesperada y singular.

    Me hundía en el fango del camino, me arañaba en las zarzas, luchaba contra el látigo de las ráfagas, y sin embargo, se hacía en mí una especie de claridad. Porque nada sabía que hubiera podido conocer con repugnancia. Porque no había tocado a Dios; pues un dios que se deja tocar no es ya un dios. Ni tampoco si obedece a la plegaria. Y por primera vez adiviné que la grandeza de la plegaria estriba en que no tiene respuesta y que no entra en ese cambio la fealdad del comercio. Y que el aprendizaje de la plegaria es el aprendizaje del silencio. Y que el amor comienza donde no hay ya don que esperar. El amor ante todo es ejercicio de la plegaria y la plegaria ejercicio del silencio.

    ………………….

    Y volví a mi pueblo, encerrándolo por primera vez en el silencio de mi amor.

    Y provocando así sus dones hasta la muerte. Estaban ebrios de mis labios cerrados. Era pastor, tabernáculo de sus cánticos y depositario de sus destinos, señor de sus bienes y de sus vidas, y sin embargo, más pobre que ellos, y más humilde en mi orgullo que no se dejaba doblegar. Sabiendo bien que nada recibiría. Simplemente,  llegaban a ser en mí y su cántico se fundaba en mi silencio. Y para mí, ellos y yo sólo éramos plegaria que se fundaba en el silencio de Dios.

  • oscar varela

    Texto en “Ciudadela(recopilación de escritos de A.S.E que no terminó en libro):

    Para mostrarme la ciudad se me conducía a veces a la cima de una montaña.

    – “¡Mira nuestra ciudad!”, me decían.

    Y admiraba lo ordenado de las calles y el dibujo de las murallas.

    – “He aquí —me decía yo— el colmenar donde duermen las abejas. Al amanecer se dispersan por la llanura de la que succionan las provisiones.

    * Así los hombres cultivan y cosechan.

    * Y procesiones de borriquitos conducen a los graneros y los mercados y las reservas, el fruto del trabajo del día…

    * La ciudad dispersa sus hombres en la aurora, luego los recoge en sí con sus fardos y sus provisiones para el invierno.

    * El Hombre es aquél que produce y que consume.

    * Por tanto lo favoreceré estudiando sin dilación sus problemas y administrando el hormiguero.

    ……………

    Pero otros para enseñarme su ciudad

    me hacían atravesar el río y admirarla desde la otra orilla.

    * Descubría sus casas perfiladas en el esplendor del crepúsculo, unas más altas, otras menos altas, unas pequeñas, otras grandes;

    * y la flecha de los alminares traspasando como mástiles la humareda de purpúreas nubes.

    * Se revelaba en mí semejante a una flota que parte.

    * Y la verdad de la ciudad no era ya orden estable y verdad geométrica,

    * sino asalto de la tierra por el hombre en el gran viento de su crucero.

    – “He aquí —decía yo— el orgullo de la conquista en marcha. Al frente de mis ciudades colocaré capitanes, porque es de la creación de donde el hombre extrae principalmente sus alegrías y el gusto poderoso por la aventura y la victoria.”

    * Y esto no era más verdadero ni menos verdadero, sino otra cosa…

    …………………

    Algunos, sin embargo, para hacerme admirar su ciudad

    me llevaban con ellos al interior de sus murallas y me conducían primero al templo.

    * Y entraba, conmovido por el silencio y la sombra y la frescura.

    * Entonces meditaba.

    * Y mi meditación me parecía más importante que el alimento y la conquista.

    * Porque me había nutrido para vivir, había vivido para conquistar y había conquistado para retornar y meditar y sentir mi corazón más vasto en el reposo de mi silencio.

    – “He aquí —decía yo— la verdad del hombre. Existe por su alma. Al frente de mi ciudad instalaré poetas y sacerdotes. Y harán dilatarse el corazón de los hombres.”-

    * Y esto no era más verdadero ni menos verdadero, sino otra cosa …

    …………………..

    Y si ahora en mi sabiduría, empleo la palabra ciudad,

    * no me sirvo de ella para razonar,

    * sino para especificar simplemente

                – todo lo que ella carga en mi corazón y

                – que la experiencia me ha enseñado y

                – mi solicitud en sus callejas y

                – la partición del pan en sus moradas y

                – su gloria de perfil en la llanura y

                – su orden admirado desde lo alto de las montañas.

    * Y muchas otras cosas que no sé decir o en las cuales no pienso en este momento.

    ¿Y cómo emplearía yo la palabra para razonar, pues lo que es verdadero bajo un signo es falso por otro?

    ……………….