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Ni rosa ni azul

En este ATRIO de sesudos discursos, bienvenida siempre la frescura de pequeña y trascendente crítica que emanan siempre los artículos de Esther Vivas. Este fue escrito originalmente en Público.

Y si vistiésemos a las niñas de azul y a los niños de rosa, ¿qué pasaría? ¿Por qué nos obcecamos en resaltar el sexo de nuestros bebés? ¿Es niña o niño? ¿Tan importante es? A los pequeños, por ahora, parece que no les importa. La “obsesión” de la sociedad por identificarnos y asociar a cada uno de los sexos unos patrones determinados de conducta, nos marca desde el minuto 0 de nuestra vida. De hecho, la pregunta más repetida a una embarazada es: ¿Esperas a un niño o a una niña? Y en función de su sexo puede que le regalen un tipo de ropita u otra y complementos de unos colores u otros. También, muy probablemente, las expectativas asociadas a ese nuevo bebé serán distintas.

Normativizadas desde el útero materno

La sociedad heteropatriarcal, nos otorga una serie de roles y funciones dependiendo de nuestros genitales. Nos normativizan ya desde muy pequeños, yo diría incluso desde el útero materno, construyendo un ideal de masculinidad y feminidad, con una clara diferencia y desigualdad entre sexos. A los hombres se les otorga un rol masculino, a las mujeres un rol femenino, con toda la carga social y cultural que ambos conllevan. No hay libertad para poder sentir, explorar, escoger y decidir. Estamos condicionados socialmente, y a menudo de la manera más sutil. La norma es la norma también en lo que al género se refiere. Pensamos algunas, ilusas de nosotras, que seremos capaces de combatirlo. No es tan fácil.

Las niñas y los niños no solo socializan y construyen sus identidades a partir de lo que ven en casa, que no siempre es perfecto ni coherente aunque se intente, sino también a partir de sus vivencias en la escuela, junto a familiares y amigos o viendo la televisión. Nuestro decálogo “impoluto” de la igualdad entre sexos, se hace añicos cuando topa con la realidad. Me lo comentaba recientemente una amiga: “Mi hija me pide vestir de rosa. Dice que es el color de las niñas”. Y añadía: “Y mira que en casa nunca le hemos comprado ropa de ese color”. No es la primera vez que oigo una historia parecida. Nuestra sociedad está más interesada en establecer las diferencias entre un género y otro, con las consiguientes desigualdades, que fomentar la equidad y la libertad.

Mi tortazo con este “día a día”, vino justo antes de parir, a la hora de ir a comprar ropa para el bebé que esperábamos. Cuál fue mi sorpresa al ver que muchas tiendas y centros comerciales dividen la ropa entre niñas y niños. Y no me refiero solo a la sección de unos pocos años para arriba, cuando tal vez uno puede empezar a identificar a primera vista, o no, el sexo del pequeño, sino al vestuario del recién nacido. Así en las tallas de la 50 a la 80, de 0 a 12 meses de vida, tal vez puedas encontrar un pelele o un body o una manta o un gorrito de color crema o blanco, pero el mundo de la indumentaria del bebé está dominado, sin lugar a dudas, por el rosa y el azul. La paleta de colores se reduce a dos para que quede bien claro quien es niño y quien es niña. Lo que no quita que cada vez más, poco a poco, pequeñas tiendas intenten combatir esta dinámica mainstream, dando una alternativa a aquellas familias que no quieren reproducir los estereotipos de género en la vestimenta infantil.

Del blanco a los colores por género

Pero, la distinción entre niñas y niños con el rosa y el azul no siempre ha sido así. La historiadora Jo B. Paoletti lo deja claro en su libro ‘Pink and Blue: Telling the Boys from the Girls in America’ (Rosa y azul: explicando a los niños sobre las niñas en América), donde cuenta cómo durante siglos en Estados Unidos los pequeños, hasta los seis años, llevaban vestidos, con falda incluida, algo impensable hoy en día, y de tono blanco. Se trataba de una “cuestión práctica”, la ropa y los pañales de algodón eran fáciles de blanquear y quedaban más limpios. Algo habitual en la época, donde, por contra, se consideraba de mal gusto vestir a los recién nacidos como niña o niño. Una tendencia que les permitía tener identidad propia, como bebés, al margen de su sexo.

Los colores como identificadores del género no se empezaron a utilizar hasta principios del siglo XX, poco antes de la I Guerra Mundial, aunque ya en el XIX emergieron algunos tonos pastel, con el rosa y el azul entre ellos. Sin embargo, hace cien años cuando se empezó a vestir a los niños de un color y a las niñas de otro, la tendencia no era la actual. A veces incluso era la contraria: se vestía a los niños de rosa y a las niñas de azul. Lo explica el artista surcoreano JeongMee Yoon en su proyecto ‘The Pink and Blue Project‘ (Proyecto azul y rosa), donde retrata de manera extraordinaria a decenas de pequeños rodeados de sus juguetes monocolor: “El rosa fue tiempo atrás un tono vinculado a la masculinidad, se apreciaba como un ‘rojo aguado’ y se consideraba que mantenía la fuerza de este último color. En 1914, el periódico estadounidense Sunday Sentinel llegó a recomendar a las madres ‘utilizar el rosa para los niños y el azul para las niñas’, si querían seguir las convenciones”.

Lo mismo cuenta Jo B. Paoletti en su obra al citar un artículo del año 1918 de la revista Earnshaw’s Infants’ Department que decía: “La norma generalmente aceptada es el del rosa para los niños y el azul para las niñas. La razón es que el rosa, siendo un color más fuerte y decidido, es más adecuado para los varones, mientras que el azul, más delicado y exiquisito, es mejor para ellas”. Aunque la misma autora aclara que dicha tendencia no fue tan universal como la que existe actualmente y que “el rosa nunca fue considerado un ‘color de niño’ como ahora se considera al rosa para las niñas”. Otras publicaciones de la época, según Paoletti, decían que el azul era para los bebés con ojos azules y el rosa para los que los tenían marrones o que el azul favorecía más a las rubias y el rosa a las morenas. Como vemos, el color asociado a un sexo u otro no es nada más que una convención social y cultural y varia en función de la geografía y el tiempo.

A partir de los años 40, el rosa y el azul tomaron el significado que tienen en la actualidad, como resultado de lo que los fabricantes y minoristas consideraron las preferencias de los compradores norteamericanos, aunque su generalización entre los consumidores no fue ni rápida ni lineal. A partir de los 60, en Estados Unidos, y a raíz del auge del movimiento feminista, las cosas cambiaron temporalmente. La moda infantil unisex volvió a hacer acto de presencia, y durante unos pocos años algunos catálogos comerciales retiraron el color rosa de la ropa para los más pequeños. Una moda “unisex” que no solo incidió en el vestir infantil sino también en el de hombres y mujeres. Según el artista JeongMee Yoo: “Como sociedad moderna entrada en la corrección política del siglo XX, emergió el concepto de igualdad de género y, en consecuencia, se acabó con la perspectiva de los colores asociados a cada género”.

Hoy, el rosa y el azul, como colores vinculados a lo femenino y a lo masculino, se imponen como nunca antes lo habían hecho. Según Jo B. Paoletti, haciendo referencia a los Estados Unidos, dicha tendencia se generalizó especialmente a partir de mediados de los años 80 con el desarrollo de las técnicas de diagnóstico prenatal que detectaban el sexo del feto. Una técnica que indirectamente abrió grandes oportunidades de negocio, ya que al saber con antelación el sexo del pequeño se podían individualizar mucho más las compras y aumentar las ventas, ante unos padres ansiosos por decorar la habitación infantil. A partir de entonces, y con el auge del consumismo, ya no solo empezamos a encontrar ropa de color azul o rosa sino todo tipo de gadgets, desde biberones pasando por cunitas hasta chupetes, tronas, cambiadores, bañeras, cochecitos…, que no dejaban dudas del sexo del bebé gracias a su color.

Moda sexista

Sin embargo, la moda infantil no solo se limita a los colores. ¿Sabías que la ropa de topos es para las niñas y las rayas para los niños? Yo no, me lo contó mi suegra que de moda sabe un montón. A esto súmale los clásicos de hadas, lazos, princesas y flores para ellas y dinosaurios, coches, súperhéroes y barcos para ellos. El fervor por identificar el género del pequeño con la ropa no tiene límites, llegando incluso a rechazar lo que nos gusta si no es “catalogado” como suficientemente masculino o femenino. Les cuento el caso de una señora que vi en una tienda de ropa. La mujer con una camiseta en mano, no recuerdo ahora ni el color ni el estampado, se acercó a una dependienta y le preguntó: “Perdona, ¿esta ropa es para niña?”. La dependienta toda servicial le contestó: “No, es de niño. La ropa de niñas está justo enfrente”. La mujer suspiró y con aire apesadumbrado dejó la tela al lado de la empleada y dijo: “Qué lástima, con lo que me gustaba”.

Visto lo visto, la moda es sexista y contribuye a crear el estereotipo de la “auténtica mujer” y el “auténtico hombre”, donde tenemos que encajar. La sociedad patriarcal nos normativiza, queramos o no, desde nuestra más tierna infancia y nos discrimina según el género. Algunas marcas lo consideran del todo normal. Así, el año pasado, Hipercor comercializaba, sin ningún tipo de rubor, unos bodies infantiles con el siguiente eslogan: “Inteligente como papá” (en su versión masculina y, obviamente, azul) y “Bonita como mamá” (en la femenina… y rosa). Zara también, este mismo año, sacó a la venta, unos bodies para los más pequeños donde ponía ‘Pretty & perfect. It’s what daddy said’ (Guapa y perfecta: eso dice papá) para las niñas y ‘Cool & clever. It’s what mummy said’ (Genial y listo: eso dice mamá) para los niños. Afortunadamente, la movilización y las denuncias a través de las redes sociales, hizo que las empresas se vieran obligadas a retirar las prendas de sus catálogos.

Los juguetes no escapan tampoco al monocolor. Un simple paseo por el departamento de juguetes de una gran superficie nos lo muestra. Más allá del sexismo que encontramos en muchos de los juegos infantiles (cocinitas, muñecas y peluquería por un lado; coches, héroes y ordenadores por el otro), su color deja claro a quien va dirigido. Incluso compañías como Lego, que desde su fundación en 1934 se habían caracterizado por tratar indistintamente a niños y niñas, sacó ya en 1971 una línea destinada estrictamente a las pequeñas: Lego homemaker, con figuras de entregadas mamás, abuelas e hijas cuidando de los hombres de la casa. Su versión moderna se lanzó en 2012 con el nombre de Lego friends, donde, bajo un sexismo más sutil, muchas de sus piezas están teñidas de rosa.

Incluso el huevo Kinder Sorpresa, tan popular entre los pequeños, no escapa a dichos colores. En 2013, la compañía italiana Ferrero, propietaria de la marca, lanzó en Gran Bretaña un serie limitada de huevos kinder en rosa, con muñecas en su interior, y en azul, con coches. La compañía se defendió de las acusaciones de “sexismo” alegando que de esta manera se facilitaba a los padres la compra en función de los intereses de sus hijos. Pero si esto no es sexismo, que alguien me cuente qué lo es. Lo que está claro es que para muchas empresas, lo unisex ya no vende y sale más rentable consolidar los roles y las consiguientes desigualdades de género.

En nuestras manos está ser cómplices de dicha normativización social o decir “ya basta”. Ni colores ni roles ni tópicos donde encasillarnos desde pequeños. Crecer en libertad implica hacerlo al margen de las imposiciones de una sociedad heteropatriarcal que nos dicta qué y cómo ser. Ni rosa ni azul sino libres y únicas. Sí se puede.

*Artículo en Publico.es, 19/11/2015.

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