Iniciamos hoy esta reflexión de Román en tres partes, que completaremos en días sucesivos. Como otras veces es un tema que nos propone para la reflexión un autor surgido desde el interior de ATRIO y estas publicaciones siempre tendrán aquí preferencia.
Dos posiciones encontradas:
El tema de la sexualidad se ha convertido en objeto de posturas frontalmente encontradas durante las reuniones que celebró el Sínodo sobre la Familia.
La dialéctica fundamentalismo-progresismo y la formación de dos grupos enfrentados durante los debates de los temas más sensibles monopolizan las informaciones que se reciben a través de los medios. Tal debate se ha estado viendo, no sé si de manera virtualmente deformada, entre dos posiciones ideológicas que antagonizan en el plano político y cultural, como un tema que afecte a la sociedad civil.
Unos desean introducir en la comunidad eclesial, y oficializar, lo que ya son valores comúnmente admitidos y regulados en Derecho en un número creciente de países y que se suscriben a derechos individuales con especial incidencia en colectivos emergentes donde tienen cabida la regulación del aborto, la eutanasia, el divorcio con la aceptación del matrimonio para las parejas homosexuales, asuntos casi todos ellos tocantes a la sexualidad y que tienen mucho que ver con la sociedad familiar.
Desde una postura conservadora se reclama un tratamiento tradicional de estos temas para la comunidad cristiana en lo tocante a la moralidad sexual como lo único aceptable tanto en nombre de la doctrina cristiana como en su concepción antropológica aspirando que deba regir para toda la sociedad civil; una moral cristiana apoyada en el soporte del Derecho Natural. Ambos aspectos presentados con una fundamentación teológica.
La postura contraria se argumenta en dos campos a la vez. Uno sería el valor laico irrenunciable de la religiosidad, sentencia apoyada en la apertura humana a lo trascendente, es decir, que lo verdaderamente auténtico representa todo lo humano en sus manifestaciones. El otro campo lo situamos frente al Jesús histórico, un paisano del pueblo de los judíos del primer siglo de nuestra era, como único referente asimilable de la historiografía profana, mientras que su doctrina trasmitida en los documentos refleja lo auténtico de todo lo humano frente a la esquematización alienante de las religiones organizadas, tanto de su entorno cultural, el judaísmo de su tiempo en vida, como la idealización posterior de sus seguidores en un proceso de mitificación.
Esta segunda concepción teológica se considera también heredera del Concilio Vaticano II en su intento por la interpretación de los signos de la sociedad actual con una síntesis obligada de la necesaria encarnación de la doctrina para aceptación de las realidades terrenas en el misterio de la Salvación.
En la oposición está la defensa de la ortodoxia entendida como artículo de fe, el buen depósito del legado de Jesús trasmitido a la primera Asamblea formada por sus seguidores representados y administrados por el colegio de los doce apóstoles. Esta Asamblea, o Ecclesía, ha permanecido fiel a este legado e inmutable durante este período histórico tanto en el fondo como en las formas de trasmisión, aspectos todos que han estado celosamente guardados por la Tradición, el Magisterio y la Jerarquía de orden y de jurisdicción.
Una representación de la Jerarquía reunida en Roma reclama para sí constituirse en los auténticos intérpretes del mensaje y la doctrina, y concediendo para el pueblo fiel la obediencia en la seguridad de la fe.
El problema está servido, si no en el Sínodo sí en los círculos católicos, porque si para algunos la cultura es determinante, para otros lo será tanto el dogma como sus derivaciones disciplinarias lo más substancial. Tal es el ambiente que estamos viviendo a través de la Red y en nuestras discusiones.
- La comunidad de fe renovada por la liturgia y la Palabra de Dios tras el Concilio Vaticano II.
Al laicado, formado por cristianos y cristianas de a pie, nos está sosteniendo la reforma litúrgica que fue en su día introducida por el Concilio con la revitalización de la Palabra de Dios. Hemos aprendido a contrastar nuestra vida y actuaciones con la Palabra, encontrando en ella la Revelación de Dios, y porque Jesucristo, nuestro Maestro es él mismo la Palabra viva del Padre. Por él sabemos con certeza quién es Dios, cómo es, y cómo se manifiesta a los seres humanos, y lo que es más importante: Jesucristo es nuestro libre acceso a Dios porque su obra a favor nuestro nos ha hecho aceptable en justicia y alcanzar la vida eterna, o sea, nuestra vida divina en la tierra que llamamos vida sobrenatural. Porque, ¿de qué nos valdría conocer lo que está bien o lo que está mal, si somos incapaces de alcanzar el bien que deseamos? ¿De qué me sirve conocer lo recto, si no existe fuerza humana que me permita conducirme por ese camino?
Entonces, al fracaso de la vida que es toda muerte, sería añadido también al fracaso permanente de no permitirnos ser felices, al menos la búsqueda ansiosa de tal felicidad, debido a una moral estrecha que nos hunde como personas al errar en sus objetivos.(¿Quién puede alcanzar el modelo que está construido sobre una abstracción?) Una persona consecuente deduce que la conclusión lógica viene a ser que la única moral válida será aquella que nos hace mejores personas poniendo a nuestro alcance los medios para conseguirlo, y tal cosa está servida en la ética social.
- ¿Y la ética de Jesús?
Visto así comprenderemos entonces que Jesús de Nazaret nos está ofreciendo una moral superior ofreciéndose él mismo como garante para la solución de nuestros conflictos. Se nos manifiesta como maestro bondadoso. ”Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11,28) Jesús dice de sí mismo lo que los profetas de Israel decían de Yahvé: “Esto dice Yahvé: Paraos en los caminos y mirad, preguntad por los senderos antiguos, cuál es el buen camino y andad por él, y así encontraréis sosiego”. (Jeremías 6,16)
A Jesús se le hizo una pregunta sobre el divorcio que leemos en Mateo 19. El Maestro resulta siempre sorprendente en sus respuestas, no se limita a aclarar la cuestión referente a la Ley, aquella por la cual regían sus vidas los judíos, remontándose de manera directa a los principios y al origen de donde mana la realidad de las cosas que nos preocupan y que luego han hecho posible, como en este punto concreto la formación del Derecho. También explica que la manifestación clara de la voluntad de Dios la tenemos frenada y condicionada, oculta esta visión como a través de un velo. Responde a nuestra mentalidad encerrada en nuestro hecho cultural: “Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres”.
La comunidad cristiana enfrentada a la Palabra de Dios le alaba con sinceridad de corazón teniendo que reconocer que sus actos y actitudes de vida son manifestaciones de la torpe e inconsecuente respuesta humana. La Ley de Dios no cesa en sus dos exigencias principales de justicia y santidad pero tiene que sortear el obstáculo de que siendo expresión de la voluntad de Dios se ha hecho también expresión de nuestra cultura judeo-cristiana. El Dios de Israel expresado en Jesús no cesa en transformar las costumbres y educar al pueblo de la Nueva Alianza mediante la efusión y permanencia de su Espíritu.
El nacimiento de los hijos, el milagro de la vida, nos resulta fácil entenderlo como un acto creador. La vida adquiere por tanto un carácter sagrado; no tiene nada de extraño que existan leyes sobre la sexualidad que sean una expresión de la voluntad de Dios.
A mí me suena el tratamiento que se da aquí a este problema como que se ventila mediante un paseo por los libros sagrados, a espaldas de la realidad y del momento histórico que nos toca vivir. La parejas están sometidas por la economía capitalista a una situación que hace prácticamente imposible vivir la sexualidad como un goce que conlleva un segundo goce de la paternidad y maternidad, y que presupone una atención del colectivo social para que los progenitores o las parejas puedan vivir su vida sexual y su paternidad-maternidad mediante decisiones libres, soberanamente libres.
Esta situación reclama una respuesta muy concreta que no es ni la superpoblación y la espantosa mortandad infantil de los países subdesarrollados, ni la preocupante baja de natalidad y el alarmante envejecimiento de las poblaciones de los países desarrollados.
Interpreto desde este ángulo de visión la aportación de Oscar Varela. ¿O no?
Hola Román!
Te leo en el Comentario:
(1)- “Pero tenemos la bendición de que Yahvé no está en crisis y
(2)- nos hace conocedores de sus designios.”-
Estimo que ambas “posturas” son confesiones de fe:
Con base en un “abordaje desde una base experiencial“-
Sin pretender ninguna base:
* ni filosófica
* ni de Ciencia jurídica
* ni “teológica”.
……………………
¡Ök, Román!
Pienso en este caso que tu Artículo es una Predicación religiosa que patea la pelota fuera de la cancha del “ENCUENTRO”, que es a lo que se hubo decidido ATRIO.
NOTA: este mismo problema ya lo planteó el Cumpa rodrigo respecto a las CITAS BÍBLICAS de pretendida AUTORIDAD incontrovertible; y que yo ya solicitaba de ATRIO que se declare al respecto.
Ahora veo que no solo es un Artículo el proyectado de Román, sino una serie de tres (creo entender), agravado seriamente por esta respuesta a ELOY (no involucro a ELOY en mi aprecación)
Le doy importancia al asunto porque ya es “clásico” de Román chanflear las cuestiones de conciencia humana (¿qué otra sino?) excusándose: -“¿Qué me miran a mí … yo de eso no se nada?” – con una musiquita de fondo que dice melodiósamente: ‘¡Yahvé dixit … me!’“-
No pareciera que esto es lo más alejado de un “fair play“-
¡Voy todavía! – Óscar.
Eloy, en respuesta tu pregunta sobre los actos de conciencia, podríamos introducirnos por los elementos que aporta la filosofía, pero yo no soy filósofo, o por las cuestiones del Derecho, pero tampoco soy jurista.
No me queda, sino abordar estos temas desde una base experiencial esperando haber alcanzado algo de sabiduría, la cual se alcanza no por lo que la vida ha hecho de nosotros, sino de cómo nos hemos conducido en sus vicisitudes. Tampoco me puedo colocar en una situación “muy teológica”, habida cuenta de que la teología la hemos convertido en gran medida en un tecnicismo de la doctrina y enseñanzas del Evangelio para iluminar las situaciones y conflictos personales.
Entonces, si no me aparto de lo que de valor tenga lo testimonial de mi fe en Jesús, en su persona y en su enseñanza haciéndole norma de vida, quizás tu mismo puedas discernir si en verdad estoy siendo un fiel intérprete del amor y el impulso creador que Dios ha reflejado en Jesús hacia los humanos.
Vivimos permanentemente en crisis, en la sociedad, en las iglesias, en la familia, envueltos también en muchos conflictos personales. Pero tenemos la bendición de que Yahvé no está en crisis y nos hace cnocedores de sus designios.
Sobre los temas que planteas tendremos que volver más adelante con las perspectivas que den las siguientes entregas de la Sexualidad y la Palabra de Dios.
Entiendo, amigo Román (y puedo estar errado) que desde el punto de vista moral y ético la valoración de los actos resulta muchas veces marcada por lo circunstancial, más allá de teóricas reglas generales casuísticas.
¿Cómo entrar en la conciencia de quien hiere a otro para no se agredido en un acto legítimo de defensa?.
¿Como entrar en la conciencia de quien interrumpe un embarazo para librar al “nasciturus” de un sufrimiento cierto por haberle sido disgnósticadas determinadas malformaciones o enfermedades graves congénitas?
¿Con qué desconfianza o cansancio pueden ver los parlamentos teóricos aquellos que se encuentran en situaciones vitales, intimas y dolorosas hasta el tuétano y no encuentran una palabra de consuelo y solo se le intentan imponer “reglas” y “reglamentos” ético-morales prefabricados?.
Desde la “misericordia” invocada por Francisco y desde el común sentido del amor y la caridad ( y el sentido común) y la propia conciencia es como creo que tenemos que enfrentar en nuestra vida diaria muchos de los problemas que nos salen al encuentro, más allá de una moral casuística aplicable para todo.