Uno de los legados más fecundos de Francisco de Asís, actualizado por Francisco de Roma, es la oración por la paz, tan urgente en los días actuales. El primer saludo que San Francisco dirigía a los que encontraba era desearles “Paz y Bien” que corresponde al Shalom bíblico. La paz que ansiaba no se restringía a las relaciones interpersonales y sociales. Buscaba una paz perenne con todos los elementos de la naturaleza, tratándolos con el dulce nombre de hermanos y hermanas.
Especialmente la “hermana y Madre Tierra”, como la llamaba, debería ser abrazada por el abrazo de la paz. Su primer biógrafo Tomás de Celano resume maravillosamente el sentimiento fraterno del mundo que lo invadía al testimoniar: «Se llenaba de inefable gozo todas las veces que miraba al sol, contemplaba la luna y dirigía la vista hacia el firmamento y las estrellas. Cuando se encontraba con las flores, les predicaba como si estuviesen dotadas de inteligencia y las invitaba a alabar a Dios. Lo hacía con tiernísimo y conmovedor candor: exhortaba a la gratitud a los viñedos y a los trigales, a las piedras y a las selvas, a las plantaciones de los campos y a las corrientes de los ríos, a la hermosura de las huertas, a la tierra, al fuego, al aire y al viento”.
Esta actitud de reverencia y de ternura lo llevaba a recoger las babosas de los caminos para que no las pisaran. En el invierno daba miel a las abejas para que no muriesen de escasez y de frío. Pedía a los hermanos que no cortasen los árboles de raíz, en la esperanza de que pudiesen regenerarse. Hasta las malas hierbas debían tener un lugar reservado en las huertas para que pudiesen sobrevivir, pues ellas también anuncian al “hermosísimo Padre de todos los seres”.
Solamente puede vivir esta intimidad con todos los seres quien ha escuchado su resonancia simbólica dentro del alma, uniendo la ecología ambiental con la ecología profunda. Jamás se situó por encima de las cosas, sino al pie de ellas, como quien convive verdaderamente como hermano y hermana, descubriendo los lazos de parentesco que unen a todos.
El universo franciscano y ecológico nunca es inerte ni las cosas están colocadas ahí al alcance de la mano posesora del ser humano ni yuxtapuestas una al lado de la otra sin conexiones entre ellas. Todo compone una grandiosa sinfonía cuyo maestro es el propio Creador; todas las cosas están animadas y personalizadas. Francisco descubrió por intuición lo que sabemos actualmente por vía científica (Crick y Dawson, que descifraron el DNA): que todos los vivientes somos parientes, primos, hermanos y hermanas, porque poseemos el mismo código genético de base. Francisco experimentó espiritualmente esta consanguinidad.
De esta actitud nació una paz imperturbable, sin miedo y sin amenazas, paz de quien se siente siempre en casa, con los padres, los hermanos y las hermanas. San Francisco realizó plenamente la espléndida definición que la Carta de la Tierra encontró para la paz: «es la plenitud creada por relaciones correctas consigo mismo, con las otras personas, otras culturas, otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte» (n.16 f).
La suprema expresión de la paz, hecha de convivencia fraterna y de acogida cálida de todas las personas y cosas está simbolizada en el conocido relato de la perfecta alegría. A través de un artificio de la imaginación, Francisco presenta todo tipo de injurias y violencias contra dos cofrades (uno de ellos es el propio Francisco). Empapados de lluvia y de barro, llegan exhaustos al convento. Allí son rechazados a bastonazos (“golpeados con un palo de nudo en nudo”) por el fraile portero. Aunque han sido reconocidos como cofrades, son vilipendiados moralmente y rechazados como gente de mala fama.
En el relato de la perfecta alegría, que encuentra paralelos en la tradición budista, Francisco va, paso a paso, desmontando los mecanismos que generan la cultura de la violencia. La verdadera alegría no está en la autoestima, ni en la necesidad de reconocimiento, ni en hacer milagros o hablar en lenguas. En su lugar coloca los fundamentos de la cultura de la paz: el amor, la capacidad de soportar las contradicciones, el perdón y la reconciliación más allá de cualquier presupuesto o exigencia previa. Vivida esta actitud, irrumpe la paz que es una paz interior inalterable, capaz de convivir jovialmente con las más duras oposiciones, paz como fruto de un completo despojamiento. ¿No son esas las primicias de un Reino de justicia, de paz y de amor que tanto deseamos?
Esta visión de la paz de San Francisco representa otro modo de ser-en el-mundo, una alternativa al modo de ser de la modernidad y de la posmodernidad, asentado sobre la posesión y el uso irrespetuoso de las cosas para el disfrute humano sin ninguna otra consideración.
Aunque haya vivido hace más de ochocientos años, el nuevo es él, no nosotros. Nosotros somos viejos y estamos envejecidos porque con nuestra voracidad estamos destruyendo las bases que sustentan la vida en nuestro planeta y poniendo en peligro nuestro futuro como especie. El descubrimiento de la hermandad cósmica nos ayudará a salir de la crisis y nos devolverá la inocencia perdida que es la claridad infantil de la edad adulta.
Leonardo Boff es autor de La oración de San Francisco: un mensaje de paz para el mundo de hoy, Sal Terrae 32012.
Traducción de MJ Gavito Milano
Este hilo se adentra en la frontera de mística y la realidad. Revestir la realidad (las flores del prado, las estrellas del cielo…) de un halo interpretativo que le de sentido “para mí” es propio de la poesía, de la filosofía, de la religión, de la mística. Y también de la ciencia, que no cesa de relacionar la realidad del aquí y ahora con la inmensidad del tiempo y el espacio.
A propósito de esto último acabo de leer un bello testimonio de la hija de Carl Sagan que cuenta las conversaciones con su padre cuando era niña. Copio los últimos párrafos:
Tienes el placer de vivir en un planeta en el que ha evolucionado a respirar aire, beber el agua, y me encanta el calor de la estrella más cercana. Estás conectada con las generaciones a través del ADN y, aún más atrás, con el universo, porque cada célula de tu cuerpo fue cocinada en los corazones de las estrellas.
Nos vamos a morir, y eso nos convierte en afortunados. Somos polvo de estrellas, mi papá dijo la famosa frase y él me hizo sentir de qué manera.
De esta forma mi padre me enseñó que a pesar de que la vida no es para siempre -y precismenteporque no es para siempre-, estar vivo es algo profundamente hermoso por lo que cada uno de nosotros debe sentirse profundamente agradecido. Si viviéramos par siempre no sería tan divertido.
Me encanta el realismo crítico de Pepe Blanco, centinela siempr alerta para que no se vuelva a colar el realismo de los mitos, origen de los fundamentalismos. Yo intento estar lo más alerta que puedo y cuestionar mis visiones místicas continuamente. Pero, sabiendo que es un mito, qué humano y científico es sentir que somos polvo de estrellas y que nuestras células fueron cocinadas en el corazón de las estrellas.
[El texto original y completo de Sasha Sagan en el Magazine de New York Time]
Asun, me gustaría algún día volver a escribir sobre estas cosas. Si digo volver a escribir, es porque en el pasado ya lo hice. Conducen al centro del laberinto, por decirlo de alguna manera. Pero en estos tiempos que corren, no tengo el sosiego necesario. Esperaré a que vengan tiempos más relajados.
Solamente me gustaría matizar (bueno, en realidad es mucho mas que un matiz), recogiendo tu metáfora de las estaciones, que el conocimiento de y el amor a uno mismo, son algo diferente de una simple estación de paso. Tampoco pienso que sean una estación de final de recorrido. Me parecen más bien, algo así como una estación central.
Sí, estoy de acuerdo en que sin autoestima, no se puede dar pasos hacia delante o en profundidad, llámalo como quieras, pero cuidado, no es más que una estación de paso, la autoestima, no la estación de término.
Lo de abrirse a sí mismo es, creo, más acertado, pues en ello hay aceptación de luces y sombras, todo queda al descubierto, y a pesar de todo lo que suceda y ocurra, hay alegría de fondo, que no se queda en amarse a uno/a mismo/a , sino también a los demás, en donde llegamos a reconocernos y descubrir que compartimos lo que realmente somos.
Así, como dices, una espiritualidad sin equilibrio psicológico se quedaría coja, y quedarse sólo en lo sicológico puede hasta cegarnos y no ver más allá de nosotros mismos o nosotras mismas. Y el ego religioso puede ser terrorífico.
Sí, Pepe, creo que esto se ha descuidado, bien por ignorancia, perfeccionismo, inseguridad y miedo, un sentido exagerado de culpa desde una visión heterónoma antropomorfa. Lo cual es comprensible, pues las personas que así lo transmiten se ciñen a la literalidad como norma, y no a su comprensión y vida en coherencia.
Hay que entender también que la religión al convertirse en doctrina pierde su sabor original, es decir, no llega la comprensión de que el Dios de Jesús es un Dios de vivos, de aquí y ahora, y no un Dios de muertos, y lo digo en todos los sentidos.
Un abrazo.
Hola Asun,
Ya que me pides que te diga, te digo. Y te digo encantado que hay algo en ese párrafo que me parece contradictorio e inadmisible. Me parece inadmisible (en el sentido de imposible) que la alegría no pase por la autoestima. Creo que la verdadera alegría necesariamente tiene que pasar por la autoestima, por el amor a uno mismo. Por eso también me parece contradictorio que se reclame una actitud de amor hacia los demás, si previamente no se ha reivindicado el amor a uno mismo.
Y eso, a los cristianos no debería suponerles ningún problema, porque eso que, para muchos es un descubrimiento personal, para los cristianos es un mandato divino que, tradicionalmente, se han pasado por el forrillo de los cataplines o de los ovarillos. Ya sabes a qué me refiero, a aquello de amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, mandato que lleva implícito el mandato anterior de amarse a uno mismo.
Y sinceramente, no creo que nadie pueda abrirse a las demás personas, ni al universo, si previamente no se ha abierto a sí mismo.
Un abrazo
Hola, Pepe, te dejaste atrás esto otro que cito, que bien puede merecer la pena a tener en cuenta:
Francisco va, paso a paso, desmontando los mecanismos que generan la cultura de la violencia. La verdadera alegría no está en la autoestima, ni en la necesidad de reconocimiento, ni en hacer milagros o hablar en lenguas. En su lugar coloca los fundamentos de la cultura de la paz: el amor, la capacidad de soportar las contradicciones, el perdón y la reconciliación más allá de cualquier presupuesto o exigencia previa. Vivida esta actitud, irrumpe la paz que es una paz interior inalterable, capaz de convivir jovialmente con las más duras oposiciones, paz como fruto de un completo despojamiento.
Visto así, Francisco de Asís, ya no parece tan “tontito”. Mucha fuerza tenía que haber ahí dentro. Digo yo. Porque está costando mucho a la Humanidad entenderse y cesar los enfrentamientos, los abusos de poder, las guerras…etc.
Ya me dirás.
Un abrazo
Leonardo Boff parece empeñado en ponerse una venda en los ojos. La misma que se ponía Francisco de Asís. El radicalismo en el sentimiento de hermandad con la naturaleza, la Tierra y el universo en general no está justificado, ni por la experiencia cotidiana ni por el conocimiento que tenemos de sucesos pasados.
Hay muchos seres vivos que son muy puñeteros, y que yo me niego a tratar como hermanos, como el bacilo de Koch, o el virus del sida, sin ir más lejos. Y si disfrutamos contemplando una verde pradera, es gracias a que alguien, durante mucho tiempo, se ha encargado de cargarse todas las malas hierbas que el ganado no come. Y si estamos orgullosos de nuestras redes públicas de agua potable es, entre otros motivos, porque alguien dosifica el cloro que mata a cualquier bicho que haya en el agua y que nos pueda dañar. Con el mismo fin exterminador las personas llevamos siglos lavándonos las manos con jabón. Y si un padre ve que su hija tiene piojos en la cabeza, se la lavará inmediatamente con un champú exterminador de piojos. Y si en una relación sexual alguien nos transmite ladillas o algún hongo genital, haremos mal si, movidos por el sentimiento de hermandad con la naturaleza, les dejamos que se queden a vivir ahí. Etc., etc., etc.
Respecto a la “madre” Tierra que, como ya expliqué otra vez, si es madre, quizás sea madre putativa, qué decir de una madre que solo se apiada de sus hijos millonarios? Por ejemplo, hay un terremoto en Japón, y se mueren pocos japoneses. Hay un terremoto en Haiti, y se mueren miles de haitianos pobres. Bueno, hay que ser ecuánimes. La verdad es que cuando la Tierra tiene que moverse, simplemente se mueve. Pase lo que pase, caiga quien caiga. Que se lleve por delante a algunos o a miles de sus adorables hijos e hijas, humanos o vacunos, me parece a mí que le importa un pimiento.
Y una reflexión parecida podríamos hacer sobre el hermano universo, hermano déspota, trágico y cruel donde los haya. Como pasa en muchas familias, si nos llevamos bien con él, es “porque está lejos” y, habitualmente, tenemos poco trato con él. Creerme, mejor dejarlo así: distante e indiferente, desapercibido de nuestra existencia..