Iglesia de Base, Madrid. Marzo 2014.
1.-Los hechos denunciados por la ONU
La Comisión para la Protección de los Derechos de los Niños, de las Naciones Unidas, ha hecho público, a primeros de Febrero de 2014, un duro Informe en el que acusa explícitamente a la jerarquía de la Iglesia Católica (en adelante IC) de ser responsable de numerosos abusos cometidos con menores en sus instituciones (parroquias, colegios, seminarios, orfanatos, etc.). El hecho no es nuevo, pues la pederastia es un cáncer que viene minando desde hace tiempo el prestigio de la I.C. con escándalos que van saltando a los medios en muchas ocasiones y en muchos países. Pero ahora se ponen cifras aproximadas: estos hechos afectan a decenas de miles de clérigos en muchas partes del mundo.
El informe de la ONU es duro, pero ponderado. Reconoce algunos esfuerzos de la jerarquía de la IC, al aprobar ciertas medidas para prevenir tales abusos a menores. Pero subraya que han sido muy insuficientes y denuncia de modo explícito la opacidad y el sistemático encubrimiento que la IC está practicando con los abusadores, “… transfiriendo de una parroquia a otra, o a otros países, a abusadores de niños bien conocidos”.
A ello cabría añadir la incalificable práctica de amenazar con penas de excomunión a algunos de los denunciantes, por el afán de anteponer la propia reputación de la IC a la defensa de las víctimas de estas tropelías, los niños y jóvenes abusados.
Ante estos reiterados hechos, la Comisión para la protección de los derechos de los niños, de Naclones Unidas, exige a la IC que “destituya de sus cargos y entregue a la Justicia a todos aquellos que sean culpables de abusos sexuales a menores”, para lo que pide al Vaticano que haga público el contenido de sus archivos.
2.- La respuesta del Vaticano ante el informe: al contraataque
A pesar de las tímidas medidas tomadas por la IC, incluido el reciente anuncio del Papa Francisco de crear una Comisión específica para investigar los casos de pederastia que se han dado en la Iglesia Católica, cuya composición y funciones aún no se conocen, la reacción del Vaticano a la publicación del Documento de la Comisión de Naciones Unidas ha sido de “contraataque”, intentando descalificar a dicha Comisión. Se la acusa de faltar a la verdad. La Nota oficial dice que el Vaticano “lamenta ver, en las observaciones conclusivas, un intento de interferir en la enseñanza de la Iglesia Católica sobre la dignidad de la persona humana y en el ejercicio de la libertad religiosa” (Comunicado de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 5.02.2014).
Ningún reconocimiento de culpa, ninguna petición de perdón, ningún propósito de cambio radical, de cesar en el ocultamiento y la impunidad de los abusadores y de proteger y defender realmente a las víctimas, los seres más desprotegidos y vulnerables, los menores.
¿Hasta cuándo va a seguir el Vaticano con su tradicional estrategia de culpar al mensajero o al testigo? De momento sigue la estela de lo que ya en 2002 expresaba el entonces cardenal Ratzinger (Univ. Murcia, 2002): “Estoy convencido de que la presencia mediática constante de los pecados de los sacerdotes es una campaña planeada. El porcentaje de esos escándalos no es más alto que en otras categorías profesionales e incluso es menor. Hay un deseo expreso de desacreditar a la Iglesia”.
Estas palabras no dejan de escandalizarnos. Se suponía que los “sacerdotes” no eran una profesión comparable a cualquier otra; que tenían cierto deber de ejemplaridad, de ser irreprochables. Pero parece ser que no.
3.- Contra la impunidad, reforma estructural de la Iglesia Católica
La valoración moral de estas conductas, no puede ser más que negativa. Arrebatar a los niños y jóvenes su dignidad, causándoles graves daños psíquicos y mentales es, cuando menos, un ejercicio de crueldad insoportable que solo puede esperar el rechazo más absoluto del conjunto de la sociedad y, desde luego, de los cristianos.
Pero no basta la condena moral. Para que la IC pueda mirarse en el espejo, urgen cambios radicales en su propio seno. Porque no estamos sólo ante un problema de conductas individuales, sino ante un mal estructural. El gran pecado de la Iglesia no es tener manzanas podridas en su seno, sino mantenerlas y protegerlas. Las prácticas de pederastia ponen de relieve que es necesario y urgente una reforma profunda de la Iglesia–institución, eliminando todas las estructuras de poder y autoridad no democráticas, y cuestionando la misma realidad del Vaticano como Estado.
Para que el Cristianismo pueda tener credibilidad en el mundo de hoy, son necesarios cambios radicales en el seno de la IC. Sólo desde las cenizas podrá resurgir una nueva Iglesia. Y el primer paso para ello, deberá ser reconocer públicamente los delitos de pederastia cometidos y ocultados, poner fin a la impunidad de los abusadores, abrir los archivos de la Iglesia a la Justicia civil, pedir perdón, y adoptar medidas de reparación del daño causado.
En esta hora de vergüenza pública, los cristianos de base reclamamos de la Iglesia Católica, ¡Verdad, Justicia y Reparación!
George amigo: Copio de una de tus entradas:
“Si cada parroquia (o comunidad) escogiera a su clero (o responsables) entre sus hombres y mujeres de buena fama y capacidad, maduros, casados o no, posiblemente fuera más difícil o imposible el maltrato y la pederastia y mucho más efectivo el servicio de acompañamiento prestado a la comunidad.”
Totalmente de acuerdo; otro paso muy importante, dado los tremendos problemas que ha acarreado el celibato tanto en hombres como en mujeres; el celibato tiene que ser una opción personal, no una obligación.
Presidir los actos de las comunidades… toda persona equilibrada, sensata, de buen corazón, puede presidir por tiempos cortos las comunidades, y contar con un equipo, donde todo, absolutamente todo se ponga en común.
Se evitaría tanto dolor, secretismo, familias ocultas, hijos, mujeres nunca reconocidas…
Como se ve ¡hay tanto que quitar, cambiar, restaurar, mejorar…!
mª pilar
¡Enhorabuena, Justiniano! ¡Que seías muy felices! Un abrazo.
Gracias George por tu excelente análisis que me cae como anillo al dedo en mi caso personal.
Después de de 36 años como fraile Capuchino, 27 años como sacerdote, y 25 feliz años de misionero en la Costa Caribe de Nicaragua, llegó la situación de encontrarme marginado por mi propia comunidad de frailes por motivo de expresar y mantener mis posiciones eclesiásticas y políticas.
En 1980 (¡Que viva la Revolución Popular Sandinista Nicaragüense!) me separé de los frailes, y me casé con una ex religiosa Nica con quien había estado trabajando en pro de nuestra Revolución. Ya son 33 feliz años de matrimonio eclesiástico y bendecido con dos maravillosas hijas.
A tu análisis George, solo pongo mi: “Amén – Aleluya“.
Justiniano de Managua
Un refrán muy antiguo dice que “la cuerda quiebra por el lado más flaco”. La afectividad es uno de los pilares del funcionamiento maduro adulto. ¿Qué tiene que sacrificar el cura sin recibir a cambio una compensación adecuada? Su vida afectiva. La soledad es mala consejera, en general.
Por ser un “agente de poder social”—si se acepta la imagen que propone el magisterio católico, nada más ni menos que el intermediario in persona Christi de la comunidad con Dios—y ese carácter tan exclusivo le obliga a evitar la intimidad que le polarice o le comprometa y por lo tanto la proximidad a los miembros de su comunidad sobre todo si la misma es afluente. Valga la aclaración que con los ricos de la parroquia posiblemente si haya proximidad siempre.
Hubo una época en la que se propuso que los curas vivieran en equipo. Los curas de parroquia no lograron abrazar la idea y los obispos obviamente no la promovieron.
Al menos dos factores han influido determinantemente en la crisis del celibato. Uno de ellos es la soledad del sacerdote que le permite llevar una vida en público y otra en privado. Si viviera más cercano a su comunidad le fuera más difícil una vida secreta y recibiría una mayor y más efectiva compensación afectiva.
El segundo factor es el hecho de que el clero es una iglesia dentro de la Iglesia y de ahí la frecuente confusión al menos coloquial en el uso de “Iglesia” para referirse a la jerarquía eclesiástica y para designar a la totalidad de la Iglesia.
Si cada parroquia escogiera a su clero entre sus hombres y mujeres de buena fama y capacidad, maduros, casados o no, posiblemente fuera más difícil o imposible el maltrato y la pederastia y mucho más efectivo el servicio de acompañamiento prestado a la comunidad.
El papado es la única función de la Iglesia que es elegida por una base constituyente y la misma es en realidad diseñada para garantizar la continuidad en el ejercicio del poder, es decir escogida exprofeso por el Papa de turno. El o la ministro que acompañase espiritualmente a la comunidad debiera ser elegido/a y supervisado/a por la propia comunidad y lo mismo el/la obispo diocesano/a. La magnitud de la institución no permite aplicar literalmente el mismo procedimiento por encima del episcopado, pero no fuera inconcebible que los obispos, sin cardenales, eligieran varios vicarios papales, algo así como los antiguos cinco Patriarcas/Matriarcas y entre éstos/as pudieran elegir por períodos de cinco o diez años a uno que fuera Primero/a entre Iguales.
La raíz de los problemas del celibato está en este falso carácter sagrado y excluyente, opuesto al carácter servicial que caracterizaba a Jesús, del cual se tiñe la supuesta llamada al sacerdocio: No solo impone un carga enorme sobre los hombros del ministro sino que le separa o aísla como si perteneciera a una casta especial y al hacerlo le impone la privación de afectividad que deshumaniza.
Hola!
Entiendo que la cosa está mal. Muy mal!
También está mal la Fiebre en el enfermo.
Pero no basta “bajar” la fiebre.
Hay que averiguar qué cosa la causa.
Y hay que poner ahí el visturí sanador.
Las “estructuras-religiosas” (y las “místicas” en que se abrevan) ofrecen un caldo de cultivo de patologías heroicas que a la vida normal no le con-vienen.
Y sin embargo, se siguen manteniendo condiciones depravantes en la formación del curerío (no sé del monjerío) “empoderados-de-Jesús”.
¡Voy todavía! – Oscar.
Es evidente y permanentemente actualizada la necesidad de que, el Discipulado de Jesús al que llamamos cristianismo de cualquier formato o colorido institucional, asuma la vergüenza propia y la concretada en acusaciones propias y ajenas, de los actos de pederastia cometidos por sus miembros, sean laicos o no, generalmente encubiertos desde su posición y estructuras de poder.
Este párafo aportado y resaltado por la Iglesia de base de Madrid (-En esta hora de vergüenza pública, los cristianos de base reclamamos de la Iglesia Católica, ¡Verdad, Justicia y Reparación!) encaja perfectamente en aquella proclama de Jesús: –Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará como añadidura.
Si los remiendos fueron rechazados por Jesús por no apropiados para la Novedad de su proyecto humanizador de la Humanidad, en este extremo tan importante de la victimación de l*s mas peque*s de sus herman*s por el abuso de su libertad y dignidad, tratándolos como medios de utilización por abusiva satisfacción sexual propia pederasta, la práctica de encubrimiento, o disimulación de la misma, merece toda la carga de repudio de aquel criterio de Jesús tan radical : Ay de aquell*s que escandalicen a un* de est*s pequeñ*s; mas les valiera que, con una piedra atada a sus cuellos, fueran arrojados al fondo del mar.
En la Iglesia tiene que predominar la condena clara de este criminal delito, muy grave para el humanismo por el hecho abusivo mismo sobre la libertad y dignidad de las pequeñas víctimas y por sus más que deplorables y difícilmente reparables consecuencias, en las vidas de las víctimas, agravadas por el impacto venido desde la impunidad críptica de los pederastas cristianos, sobre todo a los jerarcas,clérigos y religios*s a l*s que se les condicioa vitalmente por imposiciones de castidad celibataria.; extremo que también afecta a la corresponsabilidad de quienes mantienen una normativa celibataria de más que probable causalidad de la inmensa mayoría de estas actitudes pederastas que, ocultadas, quedan impunes