“El tiempo es oro” ha sido una frase que a lo largo de muchos años se ha vivido como un eslogan y ha funcionado sin dejar de ser una falacia. Así un trabajo era valorado por el precio que se le daba. No era el capital, el primer valor, sino el trabajo. Por ello ¡cuántas horas dedicadas al trabajo! Sin límites. Era necesario trabajar mucho. El trabajo era el primer valor a costa de muchos otros: familia, amistades, tiempo libre, reflexión interior.
No en balde, un libro fundamental de nuestra cultura occidental, la Biblia, marcaba por obra de Dios que el sábado fuese respetado. No era más que una norma para que los hebreos, esclavos, pudiesen tener un día de descanso a la semana. Recuperarse físicamente. Retomar con fuerzas la próxima semana. Las otras jornadas que estaban por venir. Una necesidad convertida en norma o ley; y para darle más fuerza: un mandamiento divino. En síntesis, una auténtica necesidad humana.
Muchos son los que se han saltado este descanso, volviéndose adictos, atados al trabajo. Convirtiendo un desequilibrio emocional en una actitud virtuosa o de compromiso. Un modelo de equilibrio fue la vida monástica: Un horario donde todos los valores eran respetados, pero envueltos o impregnados de una Presencia a quien se le dedicaban sus momentos a largo de la jornada. Así los monasterios rindieron económicamente hasta que también cayeron en la perversidad. De aquí tantas escisiones o ramas para regresar al Espírito del Fundador.
Este nuevo siglo nos presenta como primer valor al dinero, en detrimento del trabajo. Es suficiente con abrir los ojos y ver el día a día. Nos encontramos en la tercera guerra mundial donde las armas o las balas son el dinero. Así lo reflejan ciertos films para que nos demos cuenta. En la película “El capital” hay un breve y corto diálogo entre la esposa y su marido, que había de escoger entre ir a la prisión o bien, le confiaban otra vez un alto cargo en una empresa financiera: “Si vas a la prisión, yo te esperaré; pero si tomas la nueva presidencia, no me esperes”. Era: el dinero o la vida. El hombre eligió el dinero. La mujer la libertad.
Ya sea el trabajo o el capital, el tiempo adquiere una importancia más allá de estos valores. El tiempo para la vida, pero no únicamente para el buen placer, la familia, las amistades o para el trabajo. Un tiempo que no produce rendimiento de capital, ni amistades ni placer, sino un tiempo para uno mismo o para una misma. Un tiempo gratuito. Un tiempo que por ser gratuito, es muy rico. Rico de autoconocimiento, de auto penetración, de profundidad, de silencio para encontrar el Silencio. Con el fin de conectarse, esto es, conectarse no con otra realidad, separada -dicotómica- sino vivir de forma consciente otro nivel de nuestra única y sola Realidad. Ello requiere un tiempo no laboral ni capitalista, ni tampoco psicologista ni hedonista, sino un tiempo gratuito. Un tiempo de gratuidad, basado en el ser, no un tiempo cronológico o de rentabilidad, basado en el tener.
Situar este tiempo gratuito en la narración de una sociedad de consumo, y en un consumo además agresivo, parece que no sea posible. No tiene lugar. Como no tiene lugar, aparentemente, en esta palabra que se ha convertido en un fantasma: Crisis. Palabra desgastada, manipulada. Actualmente pronunciada por los adolescentes sin saber qué quiere decir, sino ¿cómo explicar que continúen exigiendo sin comprender siquiera el esfuerzo, la angustia o la preocupación de los padres? Crisis es una moneda sin sentido. Tiene un uso como otras monedas de nuestra sociedad de consumo agresivo: mentira, engaño, calumnia, afecto superficial y falso como otros. Es necesario este tiempo gratuito para recuperar otras monedas y otras escalas de valores: serenidad, sinceridad, verdad, coraje, amor, compasión, misericordia, solidaridad, compromiso y otras más.
Eso sí, el tiempo gratuito pide esfuerzo personal, constancia. Tal vez el grupo sea uno de los aspectos más necesarios y vitales de hoy en día, dentro de una globalización en anonimato. Un lugar donde hacerlo, que puede ser en la misma casa, o en el coche o en el metro. También puede hacerse en grupo en la casa de otro e ir alternando. Un tiempo donde en el interior se encuentra la paz, la tranquilidad. El amor profundo. La presencia de la Presencia, que tiene muchos nombres y ninguna es ella. Esto es intrínseco a la antropología humana. No es una dimensión superflua o añadida. Son necesarias las dos dimensiones antropológicas que pertenecen a la misma Realidad como son necesarias las dos alas del pájaro para poder volar, aunque no se sea consciente. El tiempo gratuito puede y de hecho lleva a ser consciente de ello. Cuantas excusas, resistencias o defensas pueden salir de nuestro mundo mental inconsciente con el fin de no llevarlo a la praxis. Es necesario siempre un esfuerzo, el rendimiento del cual siempre es muy fructífero. Tan solo es necesario ponerse a ello y tener, vivir la experiencia, no hacer tan sólo el experimento.
Creo que puede ayudar la pirámide de las necesidades humanas realizada por el psicólogo transpersonal Abraham Maslow con el fin de comprender como hacer una escala de valores y colocar en ella el tiempo gratuito.
“Un tiempo que por ser gratuito, es muy rico. Rico de autoconocimiento, de auto penetración, de profundidad, de silencio para encontrar el Silencio. Con el fin de conectarse, esto es, conectarse no con otra realidad, separada -dicotómica- sino vivir de forma consciente otro nivel de nuestra única y sola Realidad”
Fantástico.
(Es una pena que estos días andemos obsesionados deshojando la margarita con el desasosegante asunto del papa nuevo y un artículo como este, que transmite un mensaje maravilloso, pase totalmente desapercibido)