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Donde está tu corazón

teresa sanchezQue las cosas más valiosas ni son “cosas” ni se compran con dinero es un tópico que todos conocemos. Que su valor depende del peso que les damos en nuestra vida es algo que conviene recordar de vez en cuando. El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante revela el zorro al Principito, y acaso sea bueno pararse a pensar cuál es el foco de atención que ahora nos ocupa. El de la sociedad es a todas luces evidente. En las noticias, la televisión y la radio, en las redes sociales, todo gira en torno a los mismos temas: la crisis económica, el rescate de los bancos, el paro, la corrupción política, la (más que lógica) indignación y el malestar generalizado.

Está claro que no podemos vivir al margen de estas cuestiones, que resulta imprescindible tomar conciencia y aún alzar la voz para revertir esta situación y empezar a construir un mundo más justo y solidario. Sin embargo, quisiera llamar la atención sobre el hecho de que la crisis se haya convertido en el eje central de nuestras vidas, motor de nuestras acciones, causa de nuestros desvelos, responsable de muchas partidas, fin que justifica los medios y tema de todas las conversaciones. Lógico que así sea, pero me da por pensar que al cabo – seamos o no conscientes – el “dios” al que nos entregamos cada día no es más que aquello en que nos centramos “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente”. Y me pregunto si verdaderamente “queremos” darle tanta importancia a este culto desmedido, a esta cultura de la economía.

Porque verán ustedes, sucede que miro a mi alrededor y veo a todo el mundo triste y desesperanzado; que desde hace un tiempo todo se ha vuelto gris, que hemos perdido el interés (nunca mejor dicho) por esos otros valores que no se compran con dinero, cuyo brillo es más hermoso y duradero que el de cualquier metal. Miro a mi alrededor y veo una sociedad en la que, por economizar, se ha recortado hasta en compartir las emociones: economía del lenguaje (¡pocas palabras bastan!), de las letras de un mensaje (140 caracteres) y hasta damos las noticias por whatsapp o mensaje para ahorrar tiempo. Contemplo una sociedad en la que ya no nos miramos a los ojos: los apartamos con pudor apenas se cruzan las miradas, fijas en una pantalla de móvil o en el lado opuesto de la acera si pasamos junto a un mendigo. Ojos esquivos para evitar que nos paren por la calle porque (¡seguro!) algo querrán pedirnos. Y la vida transcurre a nuestro lado plagada de encuentros que pudieron haber sido… y no. Suerte que la maravilla sigue fluyendo entre nosotros, a la espera de que queramos atenderla.

Dejen que les cuente una anécdota: hace unas semanas estaba sentada en una terraza con una amiga. Charlábamos animadamente cuando un señor con un acordeón vino y empezó a tocar junto a nosotras. Mi primera reacción fue de cierta molestia por la interrupción inoportuna. Sonriendo, el hombre nos dirigió algún piropo y tocó algunas piezas, todo con una amabilidad exquisita. Tendría unos sesenta años. Tras unos minutos en que nadie detuvo su conversación ni levantó la cabeza del plato, se acercó a pedir una moneda. Me llamó la atención su dignidad, su serena presencia, la sensación de ser alguien con mucho vivido. Por su acento deduje que era argentino. Extendí el brazo para darle algo mientras le daba la típica excusa de que no llevaba más dinero encima. Entonces él me tocó delicadamente la mano, me sonrió y mirándome con ojos profundos dijo: «Muchas gracias, princesa. ¡Soy afortunado! No importa si es mucho o poco lo que se da. Lo importante es QUERER DAR algo».

Comprendí que aquel hombre no sólo no pedía sino que me había hecho un precioso regalo: me ofreció la música, la caricia, la mirada, la sonrisa, la gratitud desbordada, una perla de sabiduría. ¡Qué pobre había sido yo, y cuánta su riqueza! Me hizo comprender que siempre tendré algo que ofrecer a los demás: detalles que no responden al pragmatismo de “me piden, doy y listo”, sino que implican un detenerse ante el otro, un mostrarse disponible con la atención puesta en el “qué” y el “cómo”, una mirada cálida, una sonrisa amiga. En Asia esta actitud se denomina “Namasté”, y corresponde al gesto de detenerse ante el otro, unir las manos a la altura del corazón y hacer una inclinación de cabeza. “Namasté” significa: “Yo honro el lugar dentro de ti donde el Universo entero reside. Yo honro el lugar dentro de ti habitado por el amor, la luz, la paz y la verdad. Yo honro el lugar dentro de ti donde, cuando tú estás en ese punto y yo en el mío, somos sólo Uno”.

Entiéndanme, sé que parece una postura muy mística que en nada nos ahorra los disgustos y preocupaciones que tenemos encima. No crean que me es ajena esta problemática: el inmenso dolor, la dignidad herida, los sueños frustrados de tantos jóvenes y adultos, de tantas familias… Yo soy uno de esos 4.980.778 parados de España que recogen las estadísticas. Pero aunque éste sea un problema que toca enfrentar, me niego a concederle el papel central en mi vida. Y comprendo ahora el alcance de la expresión: No podéis servir a Dios y al dinero (Mt. 6,24). No hay por qué restringirlo al modelo cristiano: piense cada uno cuál es el “dios” de su vida, la fuerza que le hace levantarse, aquello para lo que vive, que absorbe su tiempo y su energía. En mi caso, si “mi dios” es el amor, la sensibilidad y la ternura; si por encima de todo quiero hacer de mi vida un canto a la belleza, la humanidad y la justicia… no puedo entregarme a esos valores y a la vez hundirme porque va mal la economía. Pura cuestión de interés, pero no puedo vivir con el corazón divido. Así que seguiré en paro, buscando como todos una salida, pero mientras ELIJO la alegría de quien sabe en el fondo cuál es su verdadera riqueza: Porque donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón (Mt. 6,21).

Creo que ésta es una época privilegiada para replantearnos en qué basamos (o tasamos) nuestra felicidad cotidiana; cuál es nuestro “Dios” y el corazón de nuestra vida (porque “de lo que rebosa el corazón, hablan los labios”). Momento de replantear no lo que tenemos sino lo que somos; no lo que damos sino la voluntad de dar; no el intercambio sino el compartir amoroso que brota de mirar el mundo con ojos recién nacidos, de tener el oído atento a la escucha humilde, abiertos los brazos, el corazón despierto y disponible. «Ubi Amor, ibi oculus» (donde hay amor, hay visión). Es importante ver los “signos de los tiempos” en esta época que toca vivir y afrontarlos con ánimo renacido. Y saber que no caminamos solos, que muchas personas están en búsqueda, convencidas de que otra sensibilidad es aún posible.

Quizá esta actitud no nos arregle los problemas financieros, pero ayuda a plantear desde otra clave nuestra vida. Es la firme opción por empezar cada mañana sonriendo, por tener una palabra amable, privilegiar las buenas noticias, por tener siempre listo un abrazo (venciendo ese pudor que nos hace esperar “el momento oportuno”. ¡No perdáis ocasión! ¡abrazad a los que amáis hoy, ahora, sin excusas, sin motivo!). Quizá no tengamos dinero pero sí una pasión capaz de sanar este mundo dolorido. Estamos llamados a tener un corazón imbatible. En los tiempos que corren, la mayor heroicidad consiste en sembrar gestos de esperanza que resuciten esta tierra yerma. No porque vivamos al margen de los problemas, sino por puro convencimiento de que el optimismo, la gratuidad y la bondad son hoy una apuesta necesaria y un revulsivo.

Por supuesto que la crisis nos afecta, pero héroes son aquellos – decía Thomas Carlyle – que aun siendo frágiles como todos, enfrentan sus miedos y siguen adelante. Hoy más que nunca necesitamos héroes de carne y hueso: vecinos, hermanos, amigos que emprendan ese otro rescate igualmente necesario: cultivar el placer de los detalles, el gusto por simplificar la vida, el deseo de conectar con lo esencial que da saber y sabor a cada día. Necesitamos mujeres y hombres, niños, abuelas que – despojados de títulos y méritos, cheques y chaquetas – nos saquen del mono-tema y nos recuerden lo que de verdad importa, qué «queremos dar» a la gente que nos rodea. No sé hacia dónde irá la crisis, pero acaso baste con saber dónde está nuestro corazón… y hacia dónde nos lleva.

8 comentarios

  • oscar varela

    Hola!
     
    ¿Regalos que “con-mueven”, Teresa?
     
    Volvamos a la Calma, aunque ardorosamente ¿no?
    …………….
     
    Se ha ampliado gigantescamente la periferia de la vida. Se ha ampliado y se ha perfeccionado: sabemos muchas más cosas, poseemos una técnica prodigiosa, material y social. El repertorio de hechos, de noticias sobre el mundo que maneja la mente del hombre medio ha crecido fabulosamente.
    * Cierto, cierto. Es que la cultura ha progresado —se dice.
    * Falso, falso. Eso no es la cultura, es solo una dimensión de la cultura, es la cultura intelectual.
    …………….
     
    1.- EL CONFLICTO
     
    Y mientras se progresaba tanto en ésta, mientras se acumulaban ciencias, noticias, saberes sobre el mundo y se pulía la técnica con que dominamos la materia, se desatendía por completo el cultivo de otras zonas del ser humano que no son intelecto, cabeza; sobre todo, se dejaba a la deriva el corazón, flotando sin disciplina ni pulimento sobre la haz de la vida.
     
    Así al progreso intelectual ha acompañado un retroceso sentimental; a la cultura de la cabeza, una incultura cordial.
     
    Es sumamente grave el desequilibrio que hoy se padece entre su progreso de inteligencia y su retraso de educación sentimental.
     
    Mientras no se logre una nivelación de ambas potencias y el agudo pensar quede asegurado, garantizado por un fino sentir, la cultura estará en peligro de muerte.
     
    Hay una persistencia en creer que el núcleo decisivo de su ser es el pensamiento.
     
    Cualquier corte que hagamos en la historia nos presentará al ser humano agarrado a su intelecto como a la raíz de sí mismo.
     
    * Si preguntamos a la vetustísima sabiduría de la India hallaremos frases como esta de los Vedas: «El hombre es sus ideas. La acción sigue dócil al pensamiento como la rueda del carro sigue a la pezuña del buey».
     
    * Si, dando un salto superlativo, caemos en el siglo XVI, oiremos a Descartes que repite una y otra vez: “¿Que suis je? Je ne suis q’une chose qui pense.” El hombre, una caña pensativa, va a decir poco después, barrocamente, Pascal.
     
    Y la razón que se da para ello es siempre la misma. Todo lo que haya en nosotros que no sea conocimiento supone a este y le es posterior.
     
    Los sentimientos, los amores y los odios, el querer o no querer, suponen el previo conocimiento del objeto. ¿Cómo amar lo ignoto? ¿Cómo desearlo? Ignoti nulla cupido —Nit volitum quim praecognitum.
     
    La razón es de tanto peso, que amenaza con aplastar sin remisión al que intente sostener lo contrario. ¿Quién se atreve a afirmar, sin caer en lo absurdo, la posibilidad de amar algo que nunca hemos visto y de que no tenemos noticia alguna?
     
    Por consiguiente, la cabeza precede al corazón: este es un poder secundario que sigue a aquella como aditamento que va a su rastra.
     
     
    2.- CON LA MIRADA ATENTA
     
    Sin embargo, sin embargo… Para simplificar el problema, sin perjuicio grave, reduzcamos el conocimiento a una de sus formas más elementales: el ver. Lo que en este orden valga para el ver valdrá con mayor fuerza para los modos más complejos del conocimiento —concepto, idea, teoría. No en balde casi todos los vocablos que expresan funciones intelectuales consisten en metáforas de la visión: idea significa aspecto y vista; teoría es contemplación.
     
    Pues bien; yo me pregunto:
    * ¿amamos lo que amamos porque lo hemos visto antes
    * o en algún serio sentido: vemos lo que vemos porque antes de verlo lo amábamos ya?
     
    En cualquier paisaje, en cualquier recinto donde abramos los ojos, el número de cosas visibles es prácticamente infinito, más nosotros solo podemos ver en cada instante un número muy reducido de ellas.
     
    El rayo visual tiene que fijarse sobre un pequeño grupo de ellas y desviarse de las restantes, abandonarlas.
    No podemos ver una cosa sin dejar de ver las otras, sin cegarnos transitoriamente para ellas.
    El ver esto implica el desver aquello, como el oír un sonido el desoír los demás.
     
    En la visión colabora normalmente, necesariamente, una cierta dosis de ceguera.
    Para ver no basta que exista de un lado el aparato ocular, de otro el objeto visible situado siempre entre otros muchos que también lo son:
    es preciso que llevemos la pupila hacia ese objeto y la retiremos de los otros.
     
    3.- ¡FIJATE, Ché!
     
    Para  ver, en suma, es preciso fijarse.
     
    Pero fijarse es precisamente buscar el objeto de antemano,
    y es como un preverlo antes de verlo.
    la visión supone una previsión, que no es obra ni de la pupila ni del objeto, sino de una facultad previa encargada de dirigir los ojos, de explorar con ellos el contorno: es la atención.
     
     
    4.- ¡ATENCIÓN, ATENCIÓN!
     
    Sin un mínimum de atención no veríamos nada.
     
    La atención es una preferencia anticipada, preexistente en nosotros, por ciertos objetos.
     
    Llevemos al mismo paisaje un cazador, un pintor y un labrador: los ojos de cada uno verán ingredientes distintos de la campiña; en rigor, tres paisajes diferentes.
     
    En el ver vamos dirigidos por un sistema previo de intereses, de aficiones, que nos hace atender a unas cosas y desatender a otras.
     
    Todo ver es un mirar; todo oír, un escuchar y, en general, toda nuestra facultad de conocer es un foco luminoso, una linterna que alguien, puesto tras ella, dirige a uno y otro cuadrante del Universo, repartiendo sobre la inmensa y pasiva faz del cosmos aquí la luz y allá la sombra.
     
    5.- ¿QUÉ SOMOS, EN ÚLTIMA INSTANCIA?
     
    Un Sistema de Pre-ferencias: “Dime lo que “atiendes” y te diré quién eres”
     
    No somos, pues, en última instancia, conocimiento, puesto que este depende de un sistema de preferencias que más profundo y anterior existe en nosotros.
     
    * Una parte de ese sistema de preferencias nos es común a todos los hombres, y en alguna medida conseguimos entendernos;
     
    * pero sobre esa base común, cada raza y cada época y cada individuo ponen su modulación particular del preferir,
     
    * y esto es lo que nos separa, nos diferencia y nos individualiza, lo que hace que sea imposible al individuo comunicar enteramente con otro.
     
    Solo coincidimos en lo más externo y trivial; conforme se trata de más finas materias, de las más nuestras, que más nos importan, la incomprensión crece, de suerte que las zonas más delicadas y más últimas de nuestro ser permanecen fatalmente herméticas para el prójimo.
     
    * A veces, como la fiera prisionera, damos saltos en nuestra prisión —que es nuestro ser mismo, con ansia de evadirnos y transmigrar al alma amiga o al alma amada—;
     
    * pero un destino, tal vez inquebrantable, nos lo impide.
     
    * Las almas, como astros mudos, ruedan las unas sobre las otras, pero siempre las unas fuera de las otras condenadas a perpetua soledad radical.
     
    * Al menos, poco puede estimarse a la persona que no ha descendido alguna vez a ese fondo último de sí misma, donde se encuentra irremediablemente sola.
    …………….
    (Ver: Ortega y Gasset OCT6 – “Corazón y Cabeza”)

  • oscar varela

    Hola!
     
    “regalos que conmueven”
    ………………
     
    ¿De qué está hecha la emoción que Tagore nos proporciona?
     
    Rabindranath no necesita nada histórico y suntuario, nada peculiar de un tiempo y de un pueblo.
     
    Con un poco de sol, de cielo y de nube, de hontanar y de sed, de tormenta y de ribera, con el quicio de una puerta o el marco de una ventana donde asomarse, sobre todo con un poco de amoroso incendio y de fiebre hacia Dios, elabora sus canciones.
     
    Esta lírica se compone, pues, de cosas universales, que dondequiera hay, dondequiera ha habido, y hacen de ella un pájaro pronto a cantar desde toda rama.
     
    Oigamos, por ejemplo, esta voz, que en un aire inquieto y juvenil de primavera, llega hasta nosotros, anónima:
     
    «Como corre la gacela, loca de su propio perfume, por la sombra del bosque, así en esta noche del corazón de mayo, caliente de la brisa del Sur, corro yo loco. He perdido mi camino y yerro al azar. Y quiero lo que no tengo y tengo lo que no quiero.»
     
    «La imagen de mi propio deseo se sale de mi corazón, y, danzando ante mí, centellea una vez y otra, súbita. La quiero coger y se me va; y ya lejos, me llama otra vez desde el atajo… Y quiero lo que no tengo y tengo lo que no quiero.»
     
    Intentemos localizar esta voz:
     
    * ¿Desde dónde suena? ¿Viene de Oriente o de Occidente? ¿De cerca o de lejos?
     
    * No sabemos, no sabemos;
     
    * mas bien parece que a la par viene de toda la línea redonda que hace el horizonte vital, porque no hay punto de él donde no se levante, como el espectro de un chopo, la inquietud de un deseo insatisfecho.
     
    * Es más, si inclinamos el oído hacia nuestro propio corazón disponiéndonos a escuchar, ¿no oímos salir de allí la misma voz en blando rumor ascendente?
     
    Tal vez convenga guardar este exquisito secreto que hemos sorprendido y no decir nunca a nadie que llevamos un poeta indio dentro del corazón.
    ……………
    ¿Vamos todavía? – Oscar.

  • Eugenio González

    Es evidente que el término “tesoro” tiene un matiz distinto cuando se encuentra en el Nuevo Testamento. Nos hace pensar en muchas cosas pero nunca en acciones bursátiles, propiedades inmobiliarias o lingotes de oro. El sereno discurso de Jesús, discurso verbal y no verbal, a través de su convivencia con sus contemporáneos provoca un anhelo que huye de la ambición por las cosas materiales y más bien ilumina la esperanza del más pesimista y el más apático, y lo sigue haciendo aún veinte siglos después. Soy de los que creen en la admiración y el respeto que tenía el Señor por los libros del Antiguo Testamento, de entre los que con toda seguridad hubo de aprender muchas cosas. Una muy bella que encontramos en el Eclesiástico, y que imagino que a Él debe haberle arrancado una sonrisa, dice así: “Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor” (Si. 6,14-15). Ello a propósito del hermoso artículo de Teresa. Un abrazo.

  • José Ignacio Ardid

    Paz para todos.

    Creo que es un artículo muy lúcido, respecto a la nueva espiritualidad que se va abriendo y que nos habla de un despertar. Estamos dormidos ante tanta indignidad y falta de compasión. Sólo, cuando miremos con el corazón, comenzaremos a despertar y a ser lúcidos en nuestro camino.

    Jesús de Nazaret vivió con esa lucidez cuando caminó por esos lugares de Galilea, llamando a todo el mundo a despertar. No sólo hay que quitarse las legañas por las mañanas cuando seguimos teniendo la suerte de levantarnos, sino en todo momento para descubrir lo que hay en el Fondo de lo que vemos, pero no comprendemos.

    Espero seguir comentando en Atrio, un saludo a todos,

  • mª pilar

    ¡Otra mirada es posible! escribí hace algunos años aquí… en esta como “mi” casa.

    Cuán importante es:

    “La mirada entrañable, gozosa, confiada y aun temerosa,  pero llena de ternura para quien la reciba”

    Soy abuela mayor…pero cuidando todavía a mis nietos chicos… compruebo con algo de tristeza… que ahora, las miradas no son acogidas, quizá, ni queridas; casi nadie mira a los ojos de manera:
     
    ¡¡¡Entrañable!!!

    Me sucedió un día ya lejano… Comento que a mí personilla, siempre le ha causado un… como temor estar cerca de una persona ebria, algo en mí, se encoje y me llena de una gran tristeza y ¿temor?

    Al salir del mercado, había un grupo de hombres, machacados por el alcohol, con su perro sus guitarra y algún otro instrumento;  uno de pie, animaba a cuantas personas pasaban a su lado pidiendo con gracia una ayuda.
     
    Cargada con mis bolsas… decidí pasar entre ellos (no sin temor y temblor… sé, inexplicable, pero real en mí) me pidió con alegría y gracia, bailó en torno a mí… y le ¡miré! con inmensa ternura,  le dedique una sonrisa profunda y verdadera sin demostrar (creo)  mi inseguridad.

    Nada le di, pero él respondió con la misma alegría con que nos rodeaba a cuantas personas pasaban a su lado:

    ¡No importa! me basta y me sobra con su mirada acogedora ¡gracias!

    Me dio una gran lección, creo que a la vez que recibió con gozo mi mirada, intuyó ¿mi temor a no sé qué…?

    Siempre suelo mirar profundamente y agradecer con la mirada cualquier detalle, o comprender que la persona que tengo delante, quizá necesite calor, acogida…

    Pero sigo pensando que hoy, casi nadie “mira” para entregarse en esa mirada.
     

    Gracias Mª Teresa, por llevar como bandera esa hermosa sonrisa que posees y seguro, acompañada de una hermosa mirada también.

    mª pilar

  • Teresa

    Oscar sabe hacer regalos que conmueven: aquí Tagore con la sensibilidad tenaz, los gestos efímeros… y un puntito que desasosiega, la verdad. Pero es lindo, muy lindo!! GRACIAS amigo!!

    Y encantada de saludarte, Felix. Tu mensaje ha sido también… no un soplo de aire fresco, sino esa torrentera de energía de que me hablas. Cada vez me reafirmo más en que somos muchos los que sentimos, esperamos y trabajamos porque otra sensibilidad sea posible… y PALPABLE en nuestras vidas. Dedicado tú al mundo educativo y yo… ¡deseando hacerlo! en el campo de la lengua y la literatura… que en realidad comprende ese preciso y precioso campo de decir, de decirnos, de irnos abriendo a un cauce que fluye con los demás y con nosotros mismos. Al cabo todo cuanto hacemos puede ser entendido desde esa clave que proponías… cuando nos volcamos en ello con toda nuestra pasión desbordada. Anima encontrar personas (amigos ya!) con los que compartir esos pasos, cada uno “desde nuestra tierra”, ya sin bordes y abierta. Ya tengo curiosidad por saber qué fue ese regalo tuyo del “amigo invisible”!! … por lo pronto, en mi caso, GRACIAS por el regalo de ese mensaje, que con el poema de Oscar ha ido también directo al corazón. Un GRAAAN abrazo.

  • oscar varela

    Hola!

    Me dijo bajito: “Amor mío, mírame a los ojos”.
    Le reñí, agria, le dije: “Vete”.
    Pero no se fue. Se vino a mí y me tomaba las manos …
    Yo le dije: “Déjame”.
    Pero no se fue.

    Puso su mejilla en mi oído. Me aparté un poco, me quedé mirándolo,
    y le dije: “¿No te da verguenza?”
    Y no se movió.
    Sus labios rozaron mi mejilla. Me estremecí,
    y le dije: “Cómo te atreves, di?”
    Pero no le dio verguenza.

    Me prendió una flor en el pelo.
    Yo le dije: “¡Es en vano!”.
    Pero no cedía.
    Me quitó la guirnalda de mi cuello, y se fue.
    Y lloro y lloro, y le pregunto a mi corazón:
    “¿Por qué, por qué no vuelve?”-
    ………….
    (R. Tagore – “El Jardinero” #36)
    ………….
    Y ¡Vamos todavía! – Oscar.
    …………

    EPÍLOGO: ¡Gracias, morocha!

  • Felix

    Buen día, María Teresa:
    Te escribo desde Euskadi, desde la tierra que me vio nacer. Me he dedicado de por vida al mundo educativo y me ha entusiasmado el artículo  que acabo de leer “donde está tu corazón” Me ha recordado mi año sabático, cuando vivía en Madrid. Esa misma expresión me pusieron en “el regalo del amigo invisible” y al final pude dar con el regalo, que estaba escondido detrás de una imagen religiosa. Me emocionó.
    Yo suelo comentar muchas veces que tenemos que cuidar el corazón, no en el plan de prohibiciones, sino en plan de “encauce”. Como esa torrentera, que bien encauzada, produce y transforma la energía.
    Desde hace varias semanas te sigo en Atrio, porque incides en aquellos aspectos básicos humanos que hoy en día habría que cultivar y educar. Sigue así, además desde la “mirada de una que está en paro”.
    Aquí tienes una persona agradecida. ¡Sé fuerte y, a la vez, sé valiente en la debidilidad! Que seamos capaces de “mirar la realidad que nos toca vivir con otra mirada”.
    Un abrazo.
    Felix