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La iglesia ortodoxa reivindica a Constantino

Honorio2En 2013 se he celebrado el centenario del Edicto de Constantino que reconocía a los cristianos la libertad de practicar su religión.

Con ese motivo, el Instituto Católico de París invitó al Patriarca de Constantinopla, Bartolomé, a pronunciar una conferencia conmemorativa de ese centenario, cuya traducción os ofrecemos. VER DISCURSO DEL PATRIARCA.

El Patriarca, en contraste con otras valoraciones del Edicto de Constantino, al que se culpa de haber uncido a la iglesia con el yugo del poder civil y viceversa, ha preferido centrarse en una valoración positiva del mismo, al que considera como el punto de arranque del reconocimiento de la libertad religiosa de las personas y un poco también de las proclamaciones de los Derechos del Hombre que más tarde proclamaron, entre otros, la Ilustración Francesa y la ONU.

En su discurso reonoce no obstante que la Iglesia, las Iglesias, han caído muchas veces en contubernios y apaños opresores para la ciudadanía, aliándose con los poderes civiles. Reconoce asimismo que sectores de las iglesias orientales han encajado muy mal y con maneras hostiles las declaraciones de los derechos humanos, como un producto típicamente occidental y antiortodoxo. Por su parte, Bartolomé intenta demostrar la sintonía de esas declaraciones civiles con los principios religiosos del cristianismo y más en concreto con los de las iglesias ortodoxas del Oriente.

Con las reservas de que estas declaraciones de las sociedades civiles no tienen en cuenta el destino del ser humano que trasciende la vida en este mundo y se proyecta hacia la trascendencia, y que por otra parte no son capaces de entender que los cristianos, movidos por el mandato del amor fraterno, sean capaces de renunciar al disfrute personal dee esos derechos en beneficio de sus semejantes.

Es de subrayar el respeto y consideración del Patriarca de Constantinopla hacia las Iglesias occidentales, y sobre todo la claridad y firmeza con que las iglesias orientales comulgan con las declaraciones de derechos del hombre promulgadas en Occidente. Asimismo, la valoración positiva que hacen de todas las religiones, fruto sin duda de esa coexistencia pacífica y fraternal y de ese respeto mutuo entre islamismo y religiones no cristianas de Oriente y las Iglesias ortodoxas. Se ve claramente que en ese sentido ecuménico, en ese respeto mutuo, los cristianos orientales nos han aventajado a los occidentales a lo largo y ancho de la historia.

También insiste en proclamar, a tono con escritores y pensadores occidentales, en al nuevo florecimiento de la religiosidad, frente a las profecías que anunciaban el fin de las religiones como signo definitivo de la era moderna. Este resurgimiento de las religiones, con sus notas propias y específicas de los países del antiguo bloque socialista del Este europeo, no está exento de tentaciones y ramalazos de fundamentalismo y fanatismo. En todo caso, el Patriarca de Constantinopla lo describe con detalles y precisiones que quizá se nos escaparían a observadores de Occidente.

Asimismo, las propuestas y sugerencias relativas a la colaboración y mutua ayuda y comprensión entre la iglesia y la sociedad civil son muy dignas de tener en cuenta. Como si las iglesias orientales ortodoxas, purificadas por el sufrimiento en su convivencia con los regímenes comunistas y herederas de una experiencia histórica multisecular, hubiesen encontrado una fórmula l para situar las relaciones iglesia-estado superior a las fórmulas que practicamos en Occidente.

Tantas guerras religiosas, tantas inquisiciones, tanta persecución de los herejes, tantas alianzas de la cruz y de la espada, tantas conversiones de infieles haciéndoles renunciar y renegar de sus culturas ancestrales…son fórmulas típicas de las iglesias occidentales que en las iglesias ortodoxas no han existido o no han tenido tanta virulencia como entre nosotros.

En fin, que el Patriarca de Constantinopla Bartolomé nos ofrece la oportunidad de mirarnos al espejo y de encontrarnos con la viga que tenemos clavada en los ojos.

5 comentarios

  • George R Porta

    Este es el enlace al texto en francés del Patriarca Bartolomé I a la Academia de Ciencias Sociales y Políticas por si hay quien desee leerlo:
     
    http://www.lavie.fr/actualite/documents/religion-et-liberte-par-le-patriarche-oecumenique-bartholomee-ier-28-01-2014-49154_496.php
     

  • George R Porta

    Amigo Cadarso: Gracias por el enlace al discurso de Patriarca Bartolomé 1ro.  Veo lo que argumentó en cuanto a la trascendencia del Edicto de Milán y el empate entre ese gesto y los modernos derechos humanos. Desde luego una conexión legítima aunque no sé si atribuible solo a Constantino.
     
    El Edicto de Milán no es una innovación Constantiniana. Desde la Paz Romana y antes la tendencia de los emperadores romanos—alcanzó su máxima expresión en la inclusividad de los Antoninos—era conceder estas inclusiones a sectores de súbditos que de hecho quedaban sometidos si a la cultura del Imperio también a las leyes del Imperio. San Pablo es un ejemplo de ello muy anterior a Constantino y Séneca lo constituye también. Ambos arguyen su ciudadanía romana en su defensa.
     
    Por otra parte no menciona el Patriarca—comprensiblemente porque estaba en Francia y porque Roma está tratando de acercarse rápidamente—a la infame acción de Pipino el Breve que consagró la corona de su hijo y es conocida como la Donación de Constantino, un abuso del Papado para tener control sobre la corona imperial occidental y definitivamente sobre los concilios, y sobre la propagación de la religión cristiana vista desde Roma que puso un largo punto final al uso de la tolerancia expresada en las Cartas de Comunión que ahora solamente emitirá el Obispo Romano en su Patriarcado Occidental a quienes le reconozcan un primado universal.
     
    Esta mentalidad imperial católico romana del siglo noveno fue instrumentalizada no por Constantino, es cierto, pero dentro de la línea que originó.
     
    No soy tampoco historiador pero me permito el siguiente juicio que desde luego pudiera ser cuestionado. La fragmentación pluralista del Imperio Romano en el siglo IV (por la amplitud territorial y la correspondiente mezcla cultural (por lo tanto religiosa) dentro de la única ciudadanía conjugada con las enormes distancias que todo ello suponía, demandaba una solución. La dificultad de mantener un status legal integrador debió empujar a Constantino a reconocer al grupo de la diáspora cristiana una cierta identidad en ascenso y recurrir a la tradición imperial romana de extender la ciudadanía y, es cierto, en este caso lo hizo como tantas veces antes, respetando las diferencias religiosas y adoptando él mismo la identidad cristiana aunque no sin resistencia.
     
    Este gesto facilitó intencionadamente o no la unificación del discurso doctrinal cristiano que había reproducido entre los cinco grandes patriarcados el modelo imperial con las Cartas de Comunión. Ya circulaban muchísimas copias, no siempre libres de incuria artesanal, de los documentos no mucho después declarados neo-testamentarios y canónicos, por lo tanto la solución de las diferencias o distinciones en la formulación de un Credo común era necesaria. De la suciedad de la historia de los concilios no cabe aquí hablar.  Son todas estas circunstancias a mi modesto y desautorizado técnicamente modo de ver las que impiden rehabilitar a Constantino como el héroe cristiano aunque pudieran rehabilitarlo como emperador y de alguna manera imputarle al mismo tiempo la facilitación, si quieres involuntaria, de la corrupción del poder cristiano-católico sucesivo  en Occidente.
     
    El resto desde luego es imputable solamente a la ambición pontificia. Siempre será un enigma pendiente de solución la falta de documentación acerca de la relación de Pablo y Pedro, o la indiferencia aparente de Pablo que se concentra en las comunidades que funda o sobre las que obtiene influencia y su tendencia misionera que no se puede reconocer documentalmente en el NT Canónico con respecto a Pedro.
     
    Lo demás es historia. Al final todo sugiere, sobre todo con el gesto atrevido de Juan Pablo II en El Cairo (febrero de 2000) al decir inesperadamente “Por lo que se refiere al ministerio del obispo de Roma, pido al Espíritu Santo que nos dé su luz, iluminando a todos los pastores y teólogos de nuestra Iglesias, para que podamos buscar juntos las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de amor reconocido entre unos y otros” con lo que colocó al Obispo de Roma no por encima sino al mismo nivel de las Iglesias separadas y aceptó la imposibilidad de imponer una solución romana a la división.
     
     
    Desde ese momento, que tampoco es exclusivo de JP II por los precedentes de, al menos, Juan XXIII y Pablo II, Francisco no pudiera separarse del lenguaje inclusivo ni el Patriarca tampoco y eso desde luego no es separable históricamente de las mismas ambiciones universales que alcanzaron su última altura digna y pacífica en los Antoninos muchos siglos ha.

  • h.cadarso

       Inmaculada: Siento que la traducción haya salido un tanto macarrónica; hice algunas correcciones sobre el texto que me dió internet, y me pareció que se podía entender tal como ha quedado. En todo caso, he pedido a Antonio Duato que incluya también el texto original en francés, por si te interesa conocerlo directamente.
      Mis disculpas.

  • Inmaculada Sans Tache

    Lo que me extraña es que alguien pueda comentar ese artículo que parece traducido por  un alumno principiante y con el diccionario constantemente abierto, o ¿ ha sido una máquina?. Pero bueno, como no me he enterado muy bien lo que quiere decir, digo lo que yo creo. Es indudable que la historia no la podemos cambiar y que Constantino, pese a todo, hizo posible la extensión del cristianismo y es cierto también que la historia del cristianismo está llena de claroscuros. Lo que no parece justificable es que hoy en la división de la cristiandad, primen los aspectos doctrinales y que el criterio de acierto  sean las creencias y no la búsqueda y realización del ” reinado de Dios”, lo cual sigue originando divisiones que no se pueden considerar como una riqueza “cultural”. En lugar de tantas diferenciaciones teológicas bastaría recordar que,  según Jesús, “…en eso conocerán que sois mis discípulos” es la señal única para distinguir a los cristianos: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

  • Antonio Vicedo

    Queda claro que, cualquier actitud relacional de una persona, en tanto SUJETO inalienable de igual condición a todas las demás PERSONAS, tiene que basarse y partir de esta VERDAD REAL de la IGUALDAD radical humana.
     
    Tanto las relación de la persona, libremente aceptada con Dios por la fe en Él, como las mutuas relaciones con sus semejantes humanos, libres o condicionadas, serán propias de humanidad, si parten y se fundamentan permanentemente  es esa REALIDAD ESPECÍFICA IGUALITARIA, en la que se actualizan permanentemente  con plena propiedad y coherncia las facultades fundamentales de racionalidad, libertad y responsabilidad.
     
    La naturaleza propia de los seres que pertenecemos a la Humanidad, pide y exije, por imperativo de natural justicia que TOD*S permanezcamos permanentemente HUMAN*S tanto en el ámbito individual, como en el relacional cualquiera sea su relación.
     
    Para quienes acepten su relación real con Dios por su fe libre, ya que a Dios ni ojo le vió , ni oído le oyó, la consideración de su propio ser y el de tod*s l*s demas es la aceptación de la común realidad humana de ser permanentemente Imagen, Semejanza e Hij*s del Dios Absoluto. Madre-Padre; lo que entraña, según su natural y divino proyecto considerarnos y considerar a tod*s l*s demás  permanente y humanamente  HUMAN*S.
     
    Concebidas así la Sociedad Laica y las Comunidades Religiosas,  ambas tienen la inalienable tarea de ser expresión vital humana.
     
    Jesús no negó ninguna relacionalidad, ni la interhumana, ni la de los humanos con el Padre Dios.
    Su empeño vital, compartiendo nuestra HUMANIDAD,  fue poner orden de valoración relacional máxima y finalista con Dios, pero finalidad práctica real y concreta como expresión de la verdadera relación con Dios Padre, la verdadera relción de amor mutuo humano práctico, con su Humanismo testimonial, su mensaje de mutuo amor universalmente fraterno, concretando que la religiosidad durante la vida terrena quedaba al servicio del  PROYECTO HUMANO y no al revés, con aquella lapidaria frase: “-NO ES LA HUMANIDAD PARA EL SÁBADO, SINO ESTE PARA LA HUMANIDAD.
     
    Si esto se hubiera entendido así por la Comunidad de L*S DISCÍPUL*S DE JESÚS, la HUMANIDAD se hubiera librado de tanto enfrentamiento, habría recibido el efecto de la fermentación de su masificación y el AMOR MUTUO habría actuado de eficaz antídoto o vacuna solidarios contra el virus del poder corruptor.
     
    Pero la caída en la tentación de competencia de poderes marcó la división y el caminar desorientados hasta el presente.
     
    ¿De que nos han servido tantas teologías, escritos y doctrinas ideologizadas, si no hemos sabido aceptar la sencilla y profunda verdad contenida en las dos primeras palabras del PADRE NUESTRO, o de la inmediata deducción lógica y coherente de las mismas en el profundo y claro concepto de HERMANDAD HUMANA?.-