Los católicos estamos asistiendo a un fenómeno nuevo en la Iglesia. Hasta Benedicto XVI, ningún “buen católico” debía poner en duda la sumisión incondicional al papa. Hasta entonces, se mantenía firme la convicción tradicional, que estaba vigente desde el papado de Gregorio VII (s. XI): “Obedecer a Dios significa obedecer a la Iglesia, y esto, a su vez, significa obedecer al papa y viceversa” (J. Daniélou, H. Küng). Esta idea quedó difuminada y se tambaleó sobre todo en las últimas décadas del s. XVIII con los planteamientos de la Ilustración, la Revolución y la modernidad. Por eso, con la eclesiología ultramontana que se desarrolla entre los años 30 y 70 del s. XIX, se prepararon los ambientes católicos para aceptar sin condiciones las afirmaciones tajantes del Vaticano I, que se mantuvieron firmes hasta el pontificado de Pío XII. Afirmaciones de obediencia al papa (fuera quien fuera), que se enseñaban en los tratados de eclesiología de Zapelena y Salaverri, los manuales de eclesiología, que aprendíamos, seminaristas y frailes, en casi toda Europa, en América y en todos los centros de estudios eclesiásticos en los que se enseñaba la doctrina católica.
En esta doctrina era central oponerse al laicismo, al relativismo, a la izquierda política y a la revolución mediante un principio fundamental: la soberanía del papa. Porque el papado era fundamento de seguridad y estabilidad para la paz y la religiosidad que defendía la derecha política. Pensar así era capital para un buen católico. Joseph De Maistre lo dijo en frase lapidaria: “No hay moral pública ni carácter nacional sin religión, no hay religión europea sin cristianismo, no hay cristianismo sin catolicismo, no hay catolicismo sin papa, no hay papa sin la supremacía que le corresponde”. Esta convicción fue difundida por F. Lamennais, L. Bonald, Blanc de Saint-Bonnet, Karl Ludwig Von Hurter, Donoso Cortés y J. L. Balmes (cf. Y. Congar). Estos autores representaban la derecha política y la derecha religiosa. Las dos grandes corrientes fundidas en un sola pirámide cuya cúspide era (y sigue siendo) el papado.
No entro en más datos y detalles de esta historia del pensamiento político y religioso que llegó hasta el concilio Vaticano II. El pensamiento que, en este concilio, fue defendido apasionadamente por los hombres de la Curia Vaticana. Y que se vio cuestionado seriamente por la más sólida teología centroeuropea y los grandes cardenales que la representaban. Las indecisiones de Pablo VI y la firme voluntad restauracionista de Juan Pablo II y Benedicto XVI desembocaron en el caos que impulsó a Joseph Ratzinger a dimitir de su cargo de papa.
La solución a esta crisis del papado ha sido tan inesperada como desconcertante. Un papa, el papa Francisco, que ha desplazado el centro de la Iglesia y del papado: del “ritualismo religioso”, que siempre ha fomentado la derecha, a la “bondad evangélica”, siempre tan cercana a los últimos de este mundo. Y lo que estamos viendo ahora en la Iglesia – y en otras muchas gentes que no querían saber nada de la Iglesia – resulta tan lógico como problemático. Los que antes predicaban la sumisión al papa, como criterio de autenticidad católica, ahora no quieren ni oír hablar del papa. Éstos dan la impresión de que les interesaba más la derecha política que la bondad evangélica. Hay otros que, por lo visto, querían trepar por la derecha. Y para eso les venía muy bien ser más papistas que el papa. Estos “trepas” han tenido mala suerte. No saben qué hacer ni dónde ponerse en esta nueva situación. También los hay quienes pretendían trepar por la izquierda. Son los que, desde el día en que Pablo VI publicó la “Humanae Vitae” (sobre la píldora), han andado a la greña con Pablo VI y con los dos papas que le siguieron, sus obispos y sus teólogos. Pero, es claro, ahora no saben cómo trepar. Y se les está notando demasiado. Porque han estado unos meses que no sabían dónde ponerse. Ahora, como es lógico, elogian al papa Francisco tanto cuanto les conviene. Pero no acaban de fiarse. Porque querrían que el papa fulminase a todos los que ellos fulminan.
Por eso, quienes no buscan, tanto en la religión como en la política, nada más que lo que les conviene para instalarse bien en la vida, ésos son los que, desde la tarde de la “fumata bianca” hasta el día de hoy, no acaban de ver, en el papa Francisco, no sólo al hombre que la Iglesia necesita, sino, antes que eso, el “jefe de fila” (Heb 12, 2) que nos está trazando el camino de nuestra creciente humanización, en este mundo tan deshumanizado.
¿Hay que “obedecer” al papa Francisco como a los demás papas? En la medida en que este hombre singular y ejemplar nos acerca al modelo de vida que nos presenta el Evangelio, en esa misma medida, más que “obedecer”, lo que tenemos que hacer es intentar parecernos en humanidad y bondad a la desconcertante cercanía al sufrimiento humano que nos enseña cada día el papa Francisco. En esto, tenemos que ser como este papa y como los demás. En la medida en que éste y todos los otros fueron modelos de humanidad y bondad, es decir, modelos del Evangelio.
Quizá sea interesante esta reseña de un libro:
“Rodrigo Borgia quedó huérfano en su infancia, tutelado por su tío Alonso, que sería el papa Calixto III, aprenderá desde joven que, en la convulsa época que le tocó vivir, todo vale en la política. Su ambición fue tan grande como su habilidad diplomática y, en soledad tras la muerte de su tío el papa, alcanzará el trono de San Pedro con el nombre de Alejandro VI logrando también que se reconociera su progenie que usó para aumentar su riqueza en una época en que la mentira, los matrimonios concertados o el asesinato eran herramientas políticas.”
Es “aconsejable” poner a cada cual en su correcto lugar, sin “santificar” solo por el lugar que ocupan o su cargo.
No solo sirve para los papas, es bueno, necesario, conveniente… ¡Para todos!
mª pilar
Leo hoy tu comentario, J. Mª, y te lo agradezco de corazón, pues al hacer mi otro, al leer tu escrito, quise aportar mi punto de vista , que desde lo que te he leído desde hace mucho, no me terminaba de encajar como me topaba con lo de la obediencia, más lego que tu en su profunda acepción.
En este comentario tuyo he percibido lo que ya era vivencia mía, al conocer cuanto te había sucedido y por lo qué caminábamos como aquellos pares de mulos o vacas tirando del mismo carro, mirando hacia delante, y sin obsesionarnos con su carga, pero sí, y mucho, notando que se avanza y ello es, no solo por la individual fuerza en un lado del yugo, sino porque alguien, a nuestra vera y en nuestra misma condición, mantiene la horizontalidad del yugo. Un fraternal y cálido abrazo.
Gracias, María Luisa. Me siento temeroso de prolonger la conversación en personal porque cuesta mantenerse al día con todo lo que ocurre y sale a la palestra en Atrio, lo que celebro y lamento. Si me lo permites volveré a por el tema pronto. Un abrazo. Jorge
La ayuda, pienso, es mutua George pues también yo aprendo mucho de ti.
Pero ahora déjame para terminar, que dé el último toque a las anteriores reflexiones y lo haga sobre algo que me preguntabas referente a qué ha de entenderse por real.
Pienso que los humanos vamos haciendo la experiencia de las cosas reales por un proceso de irrealización que en última instancia deriva en una casi-creación. Lo irreal como creación nos reabre a la anchura misma de lo real. Esto pone de manifiesto que antes de hallarnos entre las cosas, los humanos en donde estamos es en la realidad y que precisamente esa experiencia de la anchura de lo real en forma de experiencia creadora, pertenece al hecho del tener que habernos con nuestra inteligencia respecto de las cosas.
Lo negativo y frustrante sería quedarnos en la irrealidad aunque sea esto lo que sucede con más frecuencia(ámbito creo de la psicología) debido a lo que ya expresé sobre el dominio imperante de la dualidad tradicional. Pero si el sentir es lo primero con respecto al conocimiento y el sentir es un fluir en el tiempo es esta misma fluencia que nos lanza al conocimiento, es decir, a la comprensión de lo que son las cosas en realidad y por tanto nos deja instalados en lo real.
Bien, no sé si he respondido a cuánto deseabas, en cualquier caso ha sido un placer!
PD. Agradezco a JM Castillo su comentario.
Si en el comentario-artículo inicial había dudas, en el comentario,largo y profundo, a los que aquí se iban publicando, Castillo explica con precisión, las lagunas del primero y lo hace a plena satisfacción, por lo menos para mí. La iglesia católica no es una institución que tenga que ser obedecida, debiera ser una asamblea de reunión, de manifestación, de testimonio y de profundización en el “ESTILO” propio de Jesús de Nazaret puesto de manifiesto, a pesar de las interpretaciones de los distintos autores y comunidades que tuvieron algo que ver en su redacción, por los Evangelios. La larga historia eclesiástica está llena de contradicciones y de luchas por el poder, por la influencia y por la continua y descarada adaptación del mensaje que en ells se contiene, a los intereses de quienes lo utilizaban para acrecentar su poder personal, sus riquezas, sus posesiones y las de quienes los apoyaban. Esto lo sabemos todos. Y si duele lo de los trepas de izquierdas, será porque habrá que hacer un análisi personal a ver cuánto de verdad hay en ello en cada quien. Porque lo que más duele es una verdad no aceptada como tal.
Así que mi enhorabuena a Castillo que sigue tan lúcido y tan sincero como siempre.
Por lo que a mí respecta lo que diga el papa y lo que digan quienes tienen poder dentro de este organigrama antievangélico y anticristiano, me tiene sin cuidado por lo que no les debo ninguna obediencia y sí, en cambio, mi total insumisión. Lo tengo claro desde hace ya tiempo.
Jos’e Mar’ia: Gracias por sus aclaraciones que iluminan mucho esquinas del post original. En Miami no es f’acil conseguir libros en castellano y es pena que a usted no le traducen al ingl’es a menudo. De cualquier modo leo de usted lo que me caiga en las manos. Saludos cordiales.