Desde hace años, entre la muchas felicitaciones navideñas que recibimos por Internet -sustituyendo a los antiguos Chritmas- nos llama especialmente la atención el que envía el colaborador de Atrio Pascual Pont. Ya compartimos con los lectores de ATRIO la de 2011, que contrapusimos a la del papa Benedicto, y la de 2012. Hoy publicamos la de este año, que coincide mucho con los sentimientos de de la nuestra: la continua encarnación.
Jesús no es un ser híbrido, mitad humano, mitad divino.
Es la manifestación de una divinidad encarnada en una realidad evolutiva y trinitaria.
Jesús habló del Padre y del Hijo utilizando el lenguaje de la época.
Hoy sabemos que la sexualidad no es una exigencia de la reproducción,
sino de la abertura de lo finito a lo infinito que va avanzando en plenitud divina.
Dios Triuno está en el rocío, en la bacteria, en el reptil, en el óvulo, en el esperma.
Pero seguimos sumidos en el misterio y precisados de la Fe para sentir
que 15.000 millones de años se transcrean plenamente en un zigoto,
que una punción pueda sustituir al coito y una probeta a la Trompa de Falopio
y que el blastocito precisa ser acogido por el fiat de una mujer con amor y libertad.
Juan Pablo I llamó Madre a Dios, quizá para destacar su fragilidad y su ternura
y la necesidad de Caridad y Esperanza que debe acompañar al parto,
cuando el Hijo se enfrenta al entorno abierto y a la complejidad social.
Es el tiempo del Paráclito, del Espíritu encarnado
en estructuras de justicia y de verdad.
Jesús nació en un pesebre,
pero ahora debe nacer en una clínica de la sanidad pública,
porque ha llegado el tiempo de un salto de plenitud,
en el que toda la humanidad colabore al armónico desarrollo
de cada ser humano, de cada Hijo de Dios.
Feliz y frugal Navidad
La afirmación de “1 Juan” (4,8) me parece subyacente a los mitos que conozco: La memoria de la especie también se oculta. Los mitos parecen todos esencialmente relacionales, que apuntan al reconocimiento de la alteridad propia y la ajena, buena o mala. Yerra quien identifica lo mítico con lo falso. Los estudiosos sugieren que puedan ser verdades esenciales necesarias (Eliade, Jung, Girard, etc.) pudorosamente veladas por los siglos protegerlas de violaciones o manipulaciones fatales (la súper raza).
Orar con el “Prólogo” del Evangelio “Juan” (1, 1-18) cambiando “Palabra” (así traduce Juan Mateos/Schökel del griego a “Logos”) por “Amor” o por “Espíritu” es bueno. Consecuentemente todo resulta ontológica y respectivamente amoroso o espiritual. Hasta los cristales de las rocas buscan la intimidad y pueden expresar belleza inimaginable y eso me parece que sea muy revelador de quien o lo que sea el origen de todo.
El panteísmo o el panenteísmo me parecen, al contrario, una fatalidad (hermenéutica o epistemológica), innecesaria, injustificada, que apuesta por la univocidad entre algún límite de la imaginación y la verdad (v. gr. el “mito” matemático sobre la ecuación del “límite” a un número).
Solamente poder intuir la respuesta acerca del Mal ofrecida mitológicamente me resulta si fascinante también frustrante y encontrarla más urgente que cualquier dato siempre insuficiente acerca del Bien que es continuo, real y naturalmente “envolvente” omnipresente. El Mal es extraño. El Mal es innatural, o peor, es anti natural. De ahí el peligro facilón de condenar formas de intimidad que no apuntan a la procreación porque se quedan en el propósito misterioso de fundirse en el otr* sin pretender mayor trascendencia o materialización ulterior del Amor.
Es muy difícil o imposible ignorar al Mal existente de facto y sus explicaciones pragmáticas filosóficas desafortunadamente no convencen. La Biblia, el Corán, el Popol Vuh, ninguno de los libros sagrados ofrece una explicación plausible y los mitos representados en ellos seguramente la contengan pero implícitamente. No le temo pero quisiera poder sacar al Mal de sus escondrijos sutiles o groseros.
Lo gregario y la tendencia a la intimidad son respuestas incontrovertibles e imposible de saber a qué pregunta esencial respondan. Son un hecho. Y el Amor no necesita de una finalidad práctica. La felicidad de ser en y con el/la otr* puede bastar y basta en la mayoría de los casos incluyendo la del gesto de quien ayude a levantarse de su opresión al oprimid* tanto como de quien sienta en sí la fluidez de la danza que ejecuta u observa.
No hay una mística del Mal. Solamente hay una mística de la intimidad, tendiente a la belleza, al Amor, la unión y la Muerte o desaparición de sí en el otr* pero para deleite. La intimidad sexual amorosa fuera quizás la forma de “Cena Pascual” por excelencia más allá de los ritos y más adentro de los mitos. Quizás no por gusto la extraordinaria mística de los sufíes y la cristiana esté cargada de “analogías, alegorías, metáforas, imágenes” eróticas por las cuales solamente siente miedo a aversión quien a pesar de Jesús todavía tema que el Mal triunfe.
Fundamento emocional de lo social
La emoción fundamental que hace posible la historia de hominización es el amor.
En lo emocional, somos mamíferos. La aceptación mutua funda lo social como sistema de conveniencia.
Esto ocurre también con los llamados insectos sociales.
En un hormiguero, las hormigas que lo constituyen
* no se atacan mutuamente,
* aunque sí atacan y destruyen a un intruso,
* cooperan en la construcción y mantención del hormiguero y comparten alimentos.
A partir del estudio de las distintas clases de insectos que existen actualmente, y de los restos fósiles, se puede mostrar que:
el origen de la socialización de los insectos se produce en el momento en que las hembras ponen huevos y se quedan tocándolos y chupando ciertas secreciones deliciosas que éstos tienen sin comérselos o dañarlos.
La historia de los insectos sociales se inicia cuando las hembras tratan a sus huevos como compañía legítima en una relación de aceptación mutua, y se constituye con la formación de un linaje en el que esa relación de interacciones de aceptación mutua se conserva como modo de vivir y se amplía a las larvas y adultos.
Todas las comunidades actuales de insectos sociales —colmena, hormiguero o termitero— conservan las relaciones de aceptación mutua entre sus miembros, que comienza en la relación hembra-huevo.
Si las hembras se hubiesen separado de sus huevos o los hubiesen destruido al tocarlos o chuparlos, esta historia no habría ocurrido.
Comunidades humanas fundadas en otras emociones distintas del amor no sabrán de la colaboración y el compartir, ni de acciones que implican la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia. No serán comunidades sociales.
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Destilado de “Emociones y Lenguaje” por Humberto Maturana (biólogo chileno)