El papa Francisco y la “conversión” de los tradicionalistas.
Por Sergio Paronetto
Adista, nº 38 Segni Nuovi, 2-XI-2013, pp. 8-9.
Il Foglio, de Giuliano Ferrara, el hasta hace poco órgano de los “ateos devotos” y convertido ahora en la vanguardia de la lucha contra Francisco, se mueve en tres direcciones: publicar los ataques frontales del mundo católico reaccionario y anticonciliar contra un papa considerado traidor de la doctrina católica; recoger toda tipo de oposición y crítica al papa, incluyendo la que proviene del ala “ultraliberal”, considerada antes como maligna, pero vista ahora útil para poner de relieve las contradicciones del actual pontificado; minimizar el “malestar” interno, como escribe Massimo Introvigne, y mediar con interpretaciones relativizadoras con el fin de evitar el riesgo de un cisma. El objetivo general consiste en resaltar la desconfianza en un Papa peligroso para la unidad de la Iglesia.
El periódico más papista se convierte así, casi de repente, en abiertamente antipapista. Quienes han hecho durante años apología (ideológica) de Ratzinger en apoyo a Berlusconi, Bush y la superioridad del “Occidente”, ahora denuncian a Bergoglio al que ven como un incómodo innovador, demasiado franciscano o, simplemente, demasiado cristiano.
El 9 de octubre se le dio gran importancia a la larga declaración “Este papa no nos gusta”, firmada por Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro, presentada como “expresión autorizada del mundo tradicionalista católico”. Sus razonamientos atacan, por este orden: la “imponente exhibición de pobreza” en la visita a Asís; el diálogo con Scalfari y con los no creyentes fundado en la centralidad de la conciencia; la ruptura con toda la tradición de la Iglesia; la declaración de la irreversibilidad del Concilio; la proximidad al jesuita amigo Carlo Maria Martini; la deformación del Evangelio acomodandolo al “mundo”; las expresiones “yo creo en Dios, no en un Dios católico”, “el proselitismo es una estupidez”, “la Iglesia está como un hospital de campaña”, “los pobres son carne de Cristo”; la insistencia en la misericordia y el perdón.
Ni asomo de ver estas frases en el contexto para interpretarlas. Dicen: “el error, cuando se da, puede ser reconocido a simple vista”, “los seis meses de papa Francisco han cambiado una época”. Han sido “un escaparate de relativismo”. Constituyen” un cambio de rumbo”. Estamos ante el “derrocamiento del pasado”. El Papa se ha hecho cómplice del juego mediático que tiende a exaltar episodios marginales, pero queridos por las masas. Brevemente, el papa Francisco es jesuítico, desconcertante, inquietante, relativista, modernista, permisivo, amoral, populista, pauperista, exhibicionista, sembrador de dudas, anticristiano.
Mucho más duro aún es el artículo de Matías Rossi (Il Foglio, 11 de octubre) titulado “Francisco está fundando una nueva religión opuesta al Magisterio Católico”. El Papa estaría disolviendo la doctrina católica a través de un “corrosivo magisterio líquido”, un “antropocentrismo radical” (más que el expresado en el n. 22 de la Gaudium et Spes), sentimientos humanitaristas que “huelen fuertemente a herejía” y niegan el valor redentor de la encarnación. Sus palabras, con su “monótono goteo disgregante”, se basan en “un sutil engaño, intolerable para un católico”.
Por mi parte, tres opiniones. Observo, en primer lugar, que los tradicionalistas (yo prefiero llamarles reaccionarios porque la tradición es una cosa seria), siempre amantes de la absoluta primacía de Pedro e infalibilistas a tope, se convierten de repente en relativistas respecto a gestos y palabras que no comparten y que consideran pareceres desprovistos de cualquier carácter magisterial. Veo, además, que denuncian la supuesta falsa humildad del Papa y se presentan a sí mismos como poseedores de la verdad católica, como inquisidores de un papa considerado desviado. Noto, en tercer lugar, otra contradicción: precisamente quienes quieren tener la verdad de forma doctrinaria e inmutable, en apoyo de una política reaccionaria y un modelo de desarrollo considerado igualmente inmutable o natural, dominado por el “dios dinero”, predican una fe alternativa al mundo corrupto y pecador. En esta ideología sadomasoquista, propia de “un cristianismo sin Cristo”, está tal vez el núcleo del ataque al papa. Probablemente, lo que molesta es la denuncia del mundo injusto, de la “idolatría del dinero”, de la cultura “de la exclusión”, de la locura de la guerra. Lo que les perturba es la centralidad de Cristo, la invitación a desnudarse, el “amor por los pobres y la imitación de Cristo pobre”. Una exageración demagógica para los tradicionalistas. Un reto importante para todos, incluso para los “progresistas”.
Por supuesto, las cuestiones planteadas son difíciles, expuestas a la verificación de una aventura común, pero una cosa es que se hagan críticas argumentadas y otra cosa es la hipercrítica ideologizada y llena de prejuicios. Es siempre inadecuado definir al papa por categorías fijas de conservación, tradición, progreso, reforma, rupturas, revolución o conceptos semejantes. Ni es necesario ni sirve para aclarar nada. Estamos dentro de un acontecimiento que hay que cuidar y acompañar con lúcida y activa responsabilidad. Estamos tal vez ante una innovación basada en la interconexión no violenta entre medios y fines. El cambio de estilo, de hecho, es siempre parte integrante de la verdad que es siempre “relacional”. Los católicos están llamados a una regeneración, a un camino de fe renovada. Como confirmación de todo ello ahí está la gran Vigilia por la Paz del 7 de septiembre, que comenzó con la “bendición original ” a todo lo creado y a la humanidad (“Y vio Dios que era bueno”) y el proyecto de expropiación presentado en Asís con las palabras de Mateo 11:25: “Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños “. ¿Comienza la revolución de los pequeños? En cualquier caso, las bienaventuranzas y el capítulo 25 del Evangelio de Mateo (“el protocolo con lo que se nos juzgará”) constituyen para el papa el “plan de acción” para los creyentes (discurso a la jóvenes argentinos en Brasil). Los detractores más acérrimos del papa Francisco me hacen recordar el augurio de Tonino Bello, dirigido en forma de oración a Oscar Romero, para liberar el mundo de todos “los aspirantes a ocupar el puesto de Dios”.
[Traducción de Atrio.org]
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