Por Ricardo Forster
Página 12, Domingo, 07 de abril de 2013
“Ahora bien, en su concreta historia institucional la religión ha sido un poder legitimador de cuantiosas injusticias. Pero también, desde su cosmovisión salvífica, promesante, resistente, desde su aflicción de amor insondable contra tanta crueldad, desde su ser entre las gentes contra las injusticias del mundo, lo religioso judeocristiano fue esencialmente y profundamente crítico de la Mala Historia. Del dolor, del sufrimiento humano, en su memoria. Comprensión de lo religioso que alumbró o hizo alucinar a la Escuela de Frankfurt, por ejemplo, la cual situó la religión como momento crítico de primer orden en el itinerario de lo humano. Desde este enfoque el momento de verdad en lo religioso, sería la disconformidad con el mundo dado, con el mundo del mal, con el mundo injusto. La Escuela de Frankfurt, mucho del pensar de la teoría crítica en Horkheimer, Benjamin y Adorno heredan eso: la instancia mesiánica, la teología entrando en el campo del pensamiento y la filosofía, la religión como memoria infinita de la irracionalidad del mundo, memoria de la víctima antes y ahora. Lo religioso fue como el último subsuelo de la cultura donde se rescató su momento crítico.”
Nicolás Casullo, Las cuestiones
Ha sido esta permanente tensión la que ha signado el recorrido por la historia de “la religión”. Una tensión entre su dimensión institucional, aquella que la vinculó con los poderes establecidos y que le permitió legitimar las pesadas injusticias que han caído sobre los débiles y los desposeídos; y, esa otra dimensión, nacida del fondo más arcaico de las creencias populares que, al decir de Casullo, se ha nutrido de una “cosmovisión salvífica”, de un ensoñamiento redencional que ha proyectado, la mayor parte de las veces como paliativo, la ilusión de un mundo justo y depurado de tantas miserias materiales y morales. Una tensión, lo sabemos, que en términos históricos no ha dejado de inclinarse hacia un poder institucional asociado, desde su lejana fundación, con los causantes de las injusticias y los males que siguen afligiendo a los desheredados y a quienes escucharon a Jesús pronunciando el sermón de la montaña. Un sermón que, con el paso del tiempo y la consolidación de la jerarquía institucional romana, se fue convirtiendo en lengua ausente, en huella tenue de un camino sellado por quienes fueron en busca del pacto con los poderosos de este mundo. Lo que persistió fue, sin embargo, la lengua religiosa como expresión de todos aquellos que siguieron insistiendo, por fuera de la jerarquía y del poder, con aquello de la “distribución del pan” y de la esperanza mesiánica. Durante 2000 años, pero en especial desde que legitimó un tipo de organización y de poder que nada tenían que ver con los tiempos del comienzo cuando recién surgían las primeras comunidades, se ocupó, con singular esfuerzo, en retrasar e impedir “la llegada del reino”.
Allí, en el comienzo de su camino temporal, cuando se volvió iglesia de Roma, fundamento espiritual del Imperio y de su dominio, la religión católica, organizada bajo la forma de jerarquías inconmovibles y de concilios depuradores de heterodoxias y de herejías amenazantes de la centralidad dogmática, le dio forma a una arquitectura del poder que la fue alejando, cada vez más, de su ya oscuro origen igualitario en el que los miembros de la comunidad de los creyentes compartían bienes e ilusiones. Transformada en leyenda esa historia de las primeras comunidades cristianas, acabaron por dejar su lugar ejemplar a una institución estructurada alrededor de la jerarquía, los oropeles y la riqueza capaz de competir con los otros poderes de este mundo. A lo largo de su más que milenaria historia sufrió rupturas y desprendimientos casi todos asociados al abismo que la fue separando de sus orígenes y que fue profundizando la corrupción de sus prácticas y de sus estructuras organizativas. Caminando hacia “el encuentro de Cristo”, la Iglesia fue ahondando el abismo que la separó del sufrimiento de los débiles al mismo tiempo que pronunciaba aquella frase de vastísimas consecuencias históricas y políticas: “Al César lo que es del César” (traducido venía a significar la legitimación de la injusticias y las desigualdades, de la discrecionalidad de los poderosos y de la perpetuación, mientras durase la vida pecaminosa de los hombres en este mundo, de la pobreza como testimonio de una promesa a cumplirse más allá del tiempo y de la historia).
Una “Iglesia de los pobres” que nunca se propuso combatir las causas de la pobreza y que prefirió, siempre, naturalizar esa condición transfiriéndola al misterio de Dios que, eso sí, acabaría por preferir, el día del juicio, a las multitudes incontables de quienes sufrieron la amargura de la pobreza en la vida terrenal. “Más difícil será que un rico entre al paraíso que pasar un camello por el ojo de una aguja.” De ironías también está empedrado el camino de la salvación. Lo cierto, es que las señales que emanaron desde la cúpula eclesiástica han convertido ese antiguo refrán en un hazmerreír o, peor aún, en una cruel evidencia de la falsedad de una institución que ha venido trabajando con sistemático denuedo en garantizar la sumisión de los pobres y la perpetuación del reino de los ricos. Claro que siempre quedará como paliativo la promesa de ese otro reino allende la vida terrenal. De infinitas postergaciones está hecho el largo camino del Señor. Y, en el mientras tanto, se trata de sostener a rajatablas el poder de todos aquellos que, eso sí, no lograrán “entrar al paraíso”. Por supuesto que siempre están a la mano, para no perder la esperanza de la salvación, la caridad, la filantropía y las indulgencias. La Iglesia ha sabido negociar con “sabiduría” ese delicado equilibrio entre la satrapía del poder de los ricos y la interdicción a sumarse al rebaño de los salvados. El pastor quiere que su Iglesia “huela a ovejas”, que sea la casa a la que peregrinen los pobres para recibir, de su “santa madre”, la eucaristía y la promesa siempre postergada. Lo que no quiere es que “sus ovejas” dejen de ser un rebaño manejado por los poderosos ni que logren empoderarse de sí mismas buscando acercar el día de la redención bajo la forma de la conciencia social, cultural y política. Ante la amenaza de que eso pueda llegar a ocurrir, de que las ovejas se vuelvan rebeldes, siempre ha sabido a quiénes recurrir. Su ojo ha sido infalible e impiadoso para su propio “rebaño”. De eso sabe mucho la abrumadora mayoría de la jerarquía de la Iglesia latinoamericana. Bergoglio, antes de ser Francisco, también supo de estas imprescindibles “transacciones” con los poderes terrenales. ¿Querrá o será capaz de cambiar esta historia recurrente? ¿Irá contracorriente de lo que él ayudó a construir siendo jefe de la curia metropolitana y luego cardenal primado de la Argentina? ¿Logrará sustraerse a su doble faz, aquella del sacerdote austero preocupado por los más pobres y aquella otra de la complicidad con lo peor de nuestra historia? Un razonable escepticismo nos acompaña. También estamos atentos a la novedad que entraña la entronización del primer papa latinoamericano. La historia, lo sabemos, nunca es lineal ni carece de sorpresas y cambios de dirección. Veremos.
Dar cuenta de esta diferencia entre lo institucional y lo salvífico, entre la construcción sistemática de un poder asociado a todos los poderes terrenales y cada vez más alejado de sus orígenes míticos, y una iglesia clandestina preocupada y ocupada de la “criatura sufriente”, voz secreta y minoritaria que a lo largo de la historia no dejó de ofrecer ejemplos de entrega y heroísmo en nombre de los “pobres de espíritu”, constituye un tema no menor cuando hoy, entre nosotros y en una época fuertemente caracterizada por la secularización y la profanación de casi todas las formas de religiosidad, la “institución” Iglesia católica, envuelta en una tremenda crisis de legitimidad, y aferrada a su deseo de eternidad, busca, con la astucia y la inteligencia que la ha caracterizado desde su primeros conflictos internos y externos, sortear sus dificultades buscando borrar, en parte, esa absoluta distancia entre lo “institucional” y lo religioso como vivencia social y popular.
La elección de Francisco (ya he hablado de la significación de su nombre que por primera vez ha sido utilizado por un papa) debe ser interpretada en el conflictivo escenario por el que se desenvuelve una Iglesia profundamente dañada y corrompida. Francisco, en todo caso, no surge de un momento de reespiritualización de Roma o, mejor todavía, de una decisión unánime de regresar sobre las huellas de ese origen mítico de una ecclesia de los creyentes, sino que es el resultado de su escándalo y confusión o, dicho desde otro lugar, un nuevo giro para intentar paliar su decadencia y su pérdida de credibilidad. En la hondura de su crisis es que hay que ir a buscar una de las claves de la elección del primer papa latinoamericano, ese mismo que, como dijo cuando se asomó por primera vez al balcón vaticano, “lo fueron a buscar al fin del mundo”. ¿Acaso porque en Europa ya resultaba imposible encontrar a un sucesor de Benedicto XVI que pudiera sustraerse a una enorme ola de corrupción económica y moral? ¿O, tal vez, porque en el sur de América viven la mayor parte de los católicos del planeta y resulta imprescindible frenar el drenaje hacia las “otras” iglesias cristianas (pentecostales, testigos de Jehová, evangelistas diversos e, incluso y fuera de la grey emanada del crucificado, mormones y religiosidades afroamericanas) es que se ha elegido a alguien que conoce muy bien el territorio y las dificultades del catolicismo para construir un dique sobre todo en el mundo de los pobres? ¿O, más grave todavía, para frenar a los movimientos democrático-populares sudamericanos que hoy constituyen la principal oposición al neoliberalismo?
Pero Francisco, que se llama Bergoglio y que conoce la historia compleja de las injusticias y las desigualdades latinoamericanas, sabe que con promesas abstractas no se volverá a conquistar el corazón de los pobres. Sabe, también, que en las últimas décadas “su” Iglesia no sólo ha clausurado lo mejor del Concilio Vaticano II sino que, de un modo abrumador y a través de su jerarquía, ha apoyado los peores proyectos político-sociales regresivos y dictatoriales. Si América latina sigue siendo el continente más desigual del planeta no es por causas naturales sino por la construcción sistemática, a lo largo de su historia, de un sistema brutal e injusto que fue santificado por la propia Iglesia. Cuando ese poder intentó ser cuestionado por “las ovejas”, desde el tiempo de las primeras rebeliones indígenas hasta los grandes movimientos populares del siglo XX, la cúpula de la Iglesia no dudó en alinearse del lado de los poderes reaccionarios y conservadores. Incluso cuando algunos de sus mejores hombres y mujeres intentaron regresar al mensaje de Cristo, sobre todo traducido a la lengua de los desamparados, cuando hicieron una “opción por los pobres” más allá de los circuitos de la filantropía, cuando se comprometieron con proyectos de liberación, fueron denunciados y perseguidos como herejes por sus propios “hermanos” o simplemente abandonados a su suerte. De Angelelli a Romero, de Mujica a las monjas francesas, de los jesuitas asesinados en El Salvador a los curas palotinos de Buenos Aires, el silencio y la complicidad fueron las respuestas de esa misma jerarquía. Quizás Francisco tenga ahora la oportunidad de desandar ese camino para iniciar otro de reparación, de memoria y de justicia. De nuevo, ¿querrá?, ¿podrá?, ¿imaginará otra suerte para las “ovejas” que no sea la de reproducir eternamente su condición de pobres?, ¿encontrará las palabras adecuadas para nombrar las causas reales de tantas injusticias? Es probable, regresando al texto de Casullo con el que comenzaba este artículo, que la contradicción entre la “institución religiosa” y la religiosidad como crítica del mundo y como promesa de libertad e igualdad sigan profundizando su discordia histórica.
Me parece enormemente esclarecedor este hilo abierto por Ricardo Foster y N. Casullo; me va como anillo al dedo, Diego Olvera, tu comentario sobre lo de Venezuela. Considero muy importante y definitorio el posicionamiento del personal en ese debate que se plantea en Venezuela y en toda la América latina, donde el mensaje cristiano se presenta con la claridad más clara y la crudeza más sincera.
El amigo Hans Kung, desde luego, no es mi teólogo preferido, ni mucho menos, es un teólogo para el “primer mundo” en exclusiva, y con esto me paso a las entrevistas de Kung y González Faus que aparecen después en Atrio.
Es preciso que todo pensador cristiano se defina y defina todo lo que encuentra de democracia, de mensaje cristiano, de iglesia de los pobres y para los pobres, en la Cuba de Fidel, en la Venezuela de Chavez, en la América y los proyectos revolucionarios de los países de Alba, de Ecuador, de Paraguay, de…Y desde luego Kung en este aspecto no da la talla, sino todo lo contrario…
Aquí en Atrio se critica mucho, tal vez con demasiada insistencia y machaconería, a la Iglesia institucional. Pero ¿se puede esperar algo más de una estructura piramidal en la que el poder sigue siendo el poder? La verdadera religiosidad brota de una rebelión contra el poder, de una exaltación del servicio y la fraternidad y la primacía de los pobres en el reino, de una sociedad sin clases, de un paraíso a semejanza del que soñó Carlos Marx, donde cada uno recibirá según sus necesidades, y aportará según sus posibilidades. Una sociedad en que el poder habrá desaparecido por innecesario y anacrónico, donde “todo monte será allanado y toda hondonada rellenada” dicho sea con palabras de Juan el Bautista.
Para algunos, eso es una utopía, entendiendo utopía por sueño ilusorio e imposible. Para otros, esta utopía es el motor que impulsa a los seguidores de Jesús a la rebeldía, a la esperanza contra toda esperanza, a la acción.
En la medida en que Francisco intente borrar de la iglesia toda sombra de poder y de autoridad y sustituirlas por un aguacero de servicio y atención a los más pobres, en esa medida Francisco estará construyendo la iglesia de Jesús.
Somos iglesia de Jesús en la medida en que trabajamos para construir esa sociedad sin clases, de iguales y hermanos; todo lo demás es completamente superfluo.
Digamos, en términos marxistas, que la Iglesia jerárquica, la ICR, es la tesis, que todos los creyentes o no creyentes que luchan por ese mundo utópico del que hablo, son la antítesis…Y que queremos trabajar para que tesis y antítesis alcancen la síntesis; y que quizá a esa síntesis podríamos llamarla la segunda venida de Jesús.
Es mi teología, un tanto destartalada y absurda, quizá…
!Ah! Y no me hablen de democracia, al estilo Kung y muchos más, en unos países como todos los del primer mundo donde sufrimos la más cruel dictadura del capitalismo, que ahora llamamos los mercados, que maneja a su capricho los ejércitos, los mass-media, las estructuras ideológicas, comprendidas en este paquete las estructuras religiosas… Prefiero a Chávez, a Correa, a Fidel…quizá no por mejores, sino por menos malos. Porque el bien, la perfección, de momento solo son un proyecto. Y los de Alba están quizá más en camino a ese camino que los de los mercados, los de Wall Street, los de la City, los del Deutsche Bank, la Merkel…Os los regalo a todos ellos envueltos en papel de celofán.
De qué movimientos democráticos populares hablan, si lo único que quieren es tener clientes pagados con las arcas del gobierno, la iglesia toda laicos y consagrados debemos velar para que no haya pobres pobres, sino personas que se ganen el pan cotidiano con su trabajo y no con dádivas que hacen indigna a la persona. La Iglesia cúpula comete errores tremendos pero nosotros los laicos avalamos eso por ser tan pasivos y no imitar al Jesús histórico que vivió a favor del hombre.
Hola Rodrigo!
Sí que nos hemos fijado. ¡Dan asco!
Son iguales a las de su momento en el “Golpe” de Honduras.
…………..
Interesante la frase:
– “la religiosidad como crítica del mundo y como promesa de libertad e igualdad “-
Coincide con mis conceptos de “Auditoría“, “Seriedad” de la vida humana en libertad e igualdad.
¡Voy todavía! – Oscar.
¿Alguién se ha fijado en la actuación de las jerarquías católicas (locales y universal) ante la elección venezolana? Creo que más allá del color de los zapatos, ahí se juega una cuestión importante en términos de una preocupación que menciona este artículo y varias personas compartimos
¿O, más grave todavía, para frenar a los movimientos democrático-populares sudamericanos que hoy constituyen la principal oposición al neoliberalismo?