El autor nos envía directamente a ATRIO esta reflexión en una redacción más extensa de cómo fue publicada ayer en El Periódico. Es un tratamiento oiginal del dicho nietzheano en la actualidad.
Me despierto con una vieja “noticia” sobre la muerte de Dios; es decir, sobre la muerte de Dios en Cataluña o de la fe en Dios de los catalanes y, para ser más exactos, sobre el descenso de las prácticas religiosas en Cataluña. Porque la fe es invisible en todas partes como el amor, la esperanza y los sentimientos en general. Por tanto la noticia se reduce a un hecho sociológico o fenómeno observable, como la precipitación atmosférica, y cuantificable como los garbanzos, los votos y los accidentes de tráfico. Y en consecuencia datado en tiempo y lugar: “Desde 1980 al 2007 el número de católicos practicantes ha bajado en Cataluña del 33,8 % al 18,7 %”. Eso es todo.
La fuente de esa noticia, que publicó La Vanguardia el pasado 11 de enero, es el libro: Catalunya ha deixat de ser católica?, editado por la “Universitat Progressista d’Estiu de Catalunya” cuyo rector, Jordi Serrano, es también el que lo ha escrito. La pregunta, obviamente retórica, se despeja con una interpretación sesgada de los datos estadísticos que se aducen. Cataluña no solo ha dejado de ser católica sino que lo ha hecho a “un ritmo impresionante” -afirma el autor- y sin parangón con lo sucedido fuera y dentro de Iberia, incluido el País Vasco español. Lo que es motivo suficiente de orgullo y de celebración para él, catalán y destacado militante del laicismo, que bien podría emular a Nietzsche proclamando que Dios ha muerto y ¡visca Catalunya! que lo ha matado.
En esta “guerra” me declaro neutral entre ambas partes: los laicistas posmodernos que celebran la muerte de Dios y los fieles premodernos que lamentan como una tragedia la irrelevancia social de la Iglesia Católica. Si los primeros “creen” demasiado afirmando lo que no saben, los segundos me parecen hombres de poca fe en el que creen.
La noticia de la muerte de Dios reducida a sus justos límites, es una vieja noticia de Occidente. Ya la dio Nietzche, y un siglo antes aproximadamente (1796) Jean-Paul en su novela romántica Frau Siebenkäs, la abogada de los pobres. Esa noticia se refiere al ateismo como presunto destino de la civilización occidental. Pero la muerte de Dios en este contexto se entiende primero como negación del Dios de los cristianos y, después, de los ideales, las ideas eternas y los valores absolutos. Lo que vendría a ser para muchos anticipo de la decadencia de Occidente, ocaso del humanismo y presagio de la muerte del hombre.
De hecho la consecuencia del ateismo en la vieja Europa ha sido el nihilismo. Y su alivio, con frecuencia, un sucedáneo de la religión: la fe en el progreso ilimitado de los laicos progresistas, el nacionalismo y el fervor de los patriotas, la superstición del consumo o cualquier otra devoción de masas.
Pero Dios no es una hipótesis que necesite la ciencia, ni el ateismo una consecuencia necesaria del conocimiento científico. No hace falta creer en Dios para ser científico, ni dejar de creer por razones científicas. El ateismo metodológico de los científicos – es decir, la ciencia atea – es perfectamente compatible con la fe en Dios. Más aún, ese ateismo que explica el mundo como si Dios no existiera puede entenderse como una parte de la secularización, y ésta como un proceso histórico universal de origen cristiano. La fe en el Creador, al distinguirlo frente a todas sus criaturas, pondría al mundo en su sitio y a la naturaleza en nuestras manos. Dicha secularización o desacralización seria la causa de la secularización de la ciencia, de la naturaleza, de la sociedad, del mundo y del hombre. Y por tanto del conocimiento objetivo de la realidad y de su dominio técnico, pero también de la autonomía humana. Y de la construcción de un orden para la convivencia, de un mundo humano, fundado y gobernado desde la libertad de todos y para todos. Sin más leyes que las necesarias, ni más absolutos que la condición necesariamente supuesta para la convivencia pacífica. Esa condición incuestionable implicaría la obligación de respetar todos la libertad de los demás y la responsabilidad de todos en el cuidado de la naturaleza y del mundo de la vida.
Es ahí justamente – en esa conjunción de libertad y responsabilidad- donde aparecen los limites de un orden justo fuera del cual el desarrollo y el progreso indefinido se convierten en fanatismo insostenible. Y dentro del cual es perfectamente respetable cualquier otra fe que no se imponga a nadie. Aunque no exista Dios como creen los ateos, lo que sí existen son las religiones. Por eso importa mucho la tolerancia. Pero hay un laicismo y, sobre todo, un nacionalismo que se parece un montón al fanatismo religioso.
La cultura religiosa ha creado conceptualmente doctrinas tales que es de ponerse a pensar en qué “dios” es mejor creer y en cuál no. La religión judaica, por ejemplo, influye tanto en la economía de las personas que la practican que, si queremos entender un poco el accionar de algunos judíos, es de ver en qué dios creen realmente. Es común escuchar que los judíos son más ricos, en relación a otras denominaciones religiosas, que en ciertos estudios judíos son considerados con menos ingresos que ellos, por cierto, hasta hay judíos que afirman trabajar más que otros, de otras denominaciones religiosas y esta es, entre otras, una causa de tener mayor poder adquisitivo. Pero en realidad hay que ver que el dios judaico, considerado por el judaísmo como el único verdadero, es en realidad el respaldo y el amparo de que sus creyentes “hagan negocios”, pues ser próspero, ganar dinero, según la Biblia hebraica, es señal concreta de que D-os los bendice. Tienen, entonces, los judíos, sí o sí, cueste lo que cueste, sentirse bien queridos por Dios y el dinero es una de sus dádivas, bendiciones divinas. En realidad yo no creo en ese ídolo capitalista judaico falsamente llamado D-os. La acumulación de riqueza es propio de los judíos practicantes y se sienten orgullosos de ellos, pero es de ver cuántos en realidad distribuyen a los más necesitados. Yo no creo en el dios que se presta para hacer siempre un nuevo negocio entre los seres humanos. No faltan creencias judaicas, tenidas por muy religiosas, que ayudan a acumular riqueza. En Argentina tenemos, por ejemplo, especialmente en el barrio llamado Once, miles de puestos cuyos dueños son judíos y el pago que reciben la mayoría de sus empleados es comparable a la servidumbre y a la esclavitud, pero hay excepciones, y son pocos los que se atreven denunciar porque falta trabajo y la mano de obra sobra. Al decir esto, seguramente que un judío pensará que soy anti-judío, pero ha de ir a dialogar con los empleados amordazados por la pobreza y necesidad imperante a tal punto que la mayoría “se obliga a callarse” para no perder el único empleo que posee. Es mejor someterse a la esclavitud, en tantos casos, que morirse de hambre. Es digno también mencionar que existen judíos que remuneran a sus trabajadores no apenas como manda la ley vigente sino que viven sus Sagradas Escrituras y por ello en todo socorren a sus empleados, aunque sean muy pocos.
Murió el dios que aseguraba que el tiempo se acaba y que muy prontó vendrá (ese dios). El convencimiento de que “estamos en los últimos días”, cosa que así creen todavía algunos cristianos, es más bien algo que nunca sucederá a no ser que haya una destrucción total del universo, algo que es casi imposible. Una cosa es la posibilidad de que los seres vivos desaparezcan, bien distinta a la hipótesis ingenua de que el universo entero tenga su fin contado.
Mas bien Dios es el que ha buscado a la persona y ha querido “ser”, no solo el que ES, sino el que ESTA…(en un traduccion mas valida del Genesis)..Es porque podemos pensar y pensarle a EL que llegaremos -no por imposicion, sino por la razon natural- a esta idea universal….Y la razon, ayudada por multiples factores, ira descubriendo poco a poco -o subitamente- el verdadero objeto de su existencia y el ultimo gol de la vida que es el mismo Dios….tambien la meta de la felicidad que buscamos….saludos de Santiago Hernandez