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¿Continuidad o ruptura en el Vaticano II?

La principal discusión teológica que hoy en círculos de gente próxima a la curia, es si en el Vaticano II se produjo una ruptura respecto de la tradición o una continuidad. De eso depende la interpretación de los textos y las medidas de reforma o involución. En esa discusión ha intervenido un historiador de la Iglesia con uan tesis interesante: “continuidad con el primer milenio y ruptura con el segundo: reformas gregorianas, tridentina y antimodernista del segundo milenio”. Y sé que para muchos la ruptura tiene que que hacerse con muchas cosas de ese primer milenio. Pero bueno es que desde la Iglesia tradicional se quite al menos el valor de los Concilios de Trento y Vaticano I.   

 

 CONTINUIDAD Y RUPTURA: LOS DOS ROSTROS DEL CONCILIO VATICANO II

por Enrico Morini

Estimado Sandro Magister,

me permito intervenir en el ajustado debate sobre la hermenéutica del Concilio Vaticano II. Me ha animado a hacerlo también el hecho que este debate ha asumido recientemente una connotación ligada a mi ciudad y a mi Iglesia, en cuanto están involucrados tanto indirectamente la “escuela de Bolonia” – representada por el desaparecido Giuseppe Alberigo y por Alberto Melloni, exponentes de la tesis llamada de la “ruptura”, – como directamente el fraile también boloñés Giovanni Cavalcoli, OP, quien, en su defensa de la tesis de la “continuidad”, parece desviarse de una posición intermedia – que recientemente en Bolonia ha confirmado monseñor Agostino Marchetto –, auspiciando un enlace con los “adversarios tradicionalistas continuistas” (como Roberto de Mattei) para contrarrestar el “neo-modernismo de los anticontinuistas”.

          No tengo títulos particulares para entrar en este fogoso debate: no soy un teólogo, ni tengo veleidades de asumir ese rol. Por vocación, soy más que nada un historiador. Admito previamente que, a pesar de ser boloñes – por nacimiento, formación, residencia y docencia – y de ferviente “fe dossettiana” – don Giuseppe Dossetti ha sido mi padre espiritual y mi punto de referencia religioso –, no tengo ningún vínculo, ni científico ni académico, con la  “escuela boloñesa” de Alberigo.

          Dicho esto vengo a darles a conocer mis reflexiones en mérito a la hermenéutica del Concilio. ¿Ruptura entonces o continuidad? ¿Respecto a qué cosa, quizás a la tradición católica? Me pregunto si la tradición, también en el interior de la Iglesia, es un hecho unívoco o no es más que nada una pluralidad de tradiciones en su más que milenaria diacronía. Ahora, en mi personal pero convencida hermenéutica del Vaticano II, el Concilio ha sido a un mismo tiempo, intencionalmente, tanto continuidad como ruptura.

          Antes que nada, eso se ha planteado, me parece, tanto en la voluntad de su beato promotor Juan XXIII como en la voluntad de los Padres que constituyeron la llamada mayoría conciliar, en la perspectiva de la más absoluta continuidad con la tradición del primer milenio, según una periodización no puramente matemática sino esencial, al ser el primer milenio de historia de la Iglesia el de la Iglesia de los siete Concilios, todavía indivisa. La auspiciada actualización finalizó precisamente en esta recuperación, en este retorno a una época ciertamente preocupante, pero feliz, porque está nutrida de comunión recíproca entre las Iglesias. No estamos planteando, entiéndase bien, la recuperación – como lamentablemente muchos lo han entendido – de una “ecclesiae primitivae forma”, lo cual es una pura abstracción, un mito historiográfico de los lineamientos extremadamente nebulosos y por lo tanto inadecuados para fundar, o refundar, una praxis eclesial y, quizás precisamente por esto, convertidos en un inconsistente modelo para muchas herejías y, todavía hoy, para distintas heterodoxias eclesiológicas.

          La teoría y la praxis eclesial del primer milenio son todo lo contrario a una abstracción y un mito, documentadas como están por los escritos de los Padres de la Iglesia y por las deliberaciones de los primeros Concilios. Es muy significativo que el anuncio del Vaticano II haya sido percibido al comienzo, en algunos sectores – entre los cuales figura nada menos que el gran Atenágoras, caído también él en lo que ha sido definido como un “equívoco ecuménico” –, como expresamente concluido en la recomposición de la unidad entre los cristianos: en suma, un Concilio de unión. Todavía más significativo – también más allá del valor altamente simbólico del gesto – es que el Concilio haya concluido sus labores, el 7 de diciembre de 1965, con el desplazamiento epocal “de la memoria y del medio de la Iglesia” de las recíprocas excomuniones intercambiadas en el año 1054 entre el patriarca de Constantinopla y los legados romanos (la extraordinaria valencia eclesiológica de este evento ha sido presentada magistralmente por el cardenal Joseph Ratzinger en un artículo en la revista “Istina”, en el año 1975).

          Esta recuperación, por parte de la Iglesia Católica, de la tradición del primer milenio ha comportado de hecho una ruptura implícita – me excuso de la excesiva esquematización – con la tradición católica del segundo milenio. No es verdad, me parece, que en la tradición de la Iglesia no haya rupturas. Ya había habido un hiato, precisamente en el pasaje del primero al segundo milenio, con el giro impreso por los reformadores “lorenos-alsacianos” (tal como era el papa León IX, como también dos de los tres legados a Constantinopla en el fatídico año 1054, el cardenal Umberto y Stefano de Lorena, futuro Papa) y por la llamada reforma “gregoriana”, y luego de un acercamiento eminentemente filosófico a las verdades teológicas y del desbordante interés por el aspecto canónico (ya lamentado por Dante Alighieri), en detrimento de la Escritura y de los Padres de la Iglesia, propios de la plena edad medieval. Para no hablar además de la Reforma tridentina, con la rígida dogmatización – yendo inclusive más allá de los supuestos de la Iglesia medieval –, y con el “secuestro” de la Escritura a los fieles sencillos, hasta la apoteosis de la “monarquía” pontificia en el Vaticano I, relegando todavía más al fondo el perfil de la Iglesia indivisa del primer milenio. No hay que sorprenderse: precisamente porque la Iglesia es un organismo viviente, su tradición está sujeta a la evolución, pero también a la involución.

          Que haya sido verdaderamente este retorno el intento más profundo del Vaticano II se lo puede colegir de un par de ejemplos. El más inmediato se sitúa en el ámbito eclesiológico, donde la enseñanza del Concilio sobre la colegialidad episcopal es inequívoca. Ahora precisamente la colegialidad de los obispos es un rasgo propio de la eclesiología del primer milenio, también en Occidente, donde estaba perfectamente conjugada con el primado romano. Es indicativo cómo en el primer milenio todos los pronunciamientos dogmáticos romanos que los legados papales llevaban en Oriente a los Concilios ecuménicos – referidos a las cuestiones que se debatían en ellos – fueron precedidos por un pronunciamiento sinodal de todos los obispos pertenecientes a la jurisdicción súper-episcopal de Roma. Ahora bien, si es verdad que el más grande enemigo del Concilio ha sido el post-concilio – con las fugas hacia adelante de algunos pastores de almas y de grupos de fieles, que en nombre del “espíritu del Concilio” han introducido algunas praxis subversivas precisamente frente a la tradición de la Iglesia indivisa o al menos están pidiendo con insistencia la introducción –, me parece poder afirmar que en la eclesiología ha acontecido precisamente lo opuesto: las normas aplicativas han sido gravemente reduccionistas respecto a la resolución conciliar, en cuanto el carácter puramente consultivo atribuido al sínodo de los obispos no extrae las obligadas consecuencias plenas de la enseñanza del Vaticano II sobre la colegialidad episcopal. Y además – siempre manteniéndonos en el ámbito de la estructura de la Iglesia – ¿la restauración del diaconado como grado permanente del Orden Sagrado no ha sido también una recuperación de la tradición del primer milenio?

          El segundo ámbito, en el que la continuidad de la reforma conciliar con el primer milenio es todavía más evidente – en cuanto perceptible por todos – es el litúrgico, aunque paradójicamente se trata de una muestra privilegiada de los críticos del Vaticano II para acusar al Concilio de ruptura con la tradición. El criterio hermenéutico asumido por mí me permite afirmar exactamente lo contrario, siempre sobre la base del postulado de una pluralidad diacrónica de tradiciones. También en este caso ha habido una ruptura evidente con la liturgia preconciliar – que era notoriamente, con intervenciones sucesivas, una creación tridentina –, pero precisamente con la finalidad de recuperar la gran tradición del primer milenio, el de la Iglesia indivisa. Quizás no tengamos bien presente que el nuevo Misal criticado contiene la fantástica recuperación de oraciones extraídas de los más antiguos sacramentarios – que se remontan precisamente al primer milenio –, el Leoniano, el Gelasiano y el Gregoriano, y, para el Adviento, del patrimonio eucológico del antiguo Rollo de Rávena, tesoros que permanecieron en gran parte fuera del Misal tridentino. Lo mismo vale para la recuperación, en el contexto de una oportuna pluralidad de oraciones eucarísticas, de la antigua anáfora de Hipólito y de otros fragmentos de la tradición hispánica. En este sentido, el Misal “conciliar” es mucho más “tradicional” que el anterior.

          Escribo esto, planteando como corolario dos observaciones, que quizás no serán compartidas por los “progresistas”. La primera es que, si miramos el estado actual del rito “ordinario” de la Iglesia romana, precisamente esta continuidad con la tradición del primer milenio, implícita en la reforma conciliar, ha sido parcialmente oscurecida por otros desarrollos en el post-concilio: por una parte, a nivel de base, se ha producido el malentendido que el Concilio ha promovido una desordenada espontaneidad litúrgica, y por otra parte, se ha procedido, por parte de la autoridad competente, a la promulgación de textos creados para la ocasión – referidos a nuevas anáforas y a nuevas oraciones colectas –, visiblemente ajenas, en un lenguaje desgraciadamente actualizador y modernamente existencial, del estilo eucológico del primer milenio, profundamente inspirado en el pensamiento y en la terminología de los Padres de la Iglesia.

          La segunda observación es que el motu proprio “Summorum Pontificum” – que, como se sabe, autoriza la práctica del Misal tridentino como rito “extraordinario” –, documento considerado por muchos como involucionado respecto al Concilio, para mí, por el contrario, tiene el valor indudable de restablecer en la Iglesia latina ese pluralismo litúrgico propio, una vez más, del primer milenio. Aunque se trata de una pluralidad ritual marcada por las variaciones de los tiempos, no por la del espacio geográfico, esa pluralidad tiene el valor de introducir también en la Iglesia Católica – en forma pacífica e indolora – esa presencia “vetero-ritualista”, que es un patrimonio, aunque también adquirido en forma violenta y traumática, de la tradición ortodoxa.

          Pero me siento en condiciones de compartir con la “escuela boloñesa” la posibilidad, o bien la oportunidad, de una lectura “acrecentadora” del Concilio, coherente con sus principios inspiradores (la expresión es de Alberto Melloni), que permite, o bien sugiere, al supremo magisterio asumir hoy decisiones que el Vaticano II, en el clima histórico del momento, no había podido tomar en consideración. Este principio inspirador – en la que considero es la hermenéutica correcta del Concilio – es precisamente la recuperación de la tradición del primer milenio, como ha subrayado implícitamente el cardenal Ratzinger cuando ha escrito – en un pasaje que el actual pontífice jamás ha contradicho explícitamente – que en la fisonomía de una Iglesia finalmente reunificada no es necesario imponer a los ortodoxos nada más que lo que ellos creyeron en el primer milenio de comunión.

          Por eso no está de ninguna manera en el “espíritu del Concilio” introducir en la Iglesia innovaciones desconsideradas, en la doctrina y en la praxis teológica, como serían el sacerdocio femenino o los aberrantes desarrollos en la ética y en la bioética. Pero estaría perfectamente en el “espíritu del Concilio” – siempre para ejemplificar – eliminar en el “Credo” el agregado unilateral, injustificado y ofensivo del “Filioque” (sin que esto implique una negación de la tradicional doctrina de los Padres latinos – también ellos del primer milenio – en la procesión del Espíritu Santo también desde el Hijo, como desde un único principio con el Padre). Tal agregado desafortunado representa el fruto más evidente, por el fortísimo significado simbólico, de ese proceso de franco-germanización teológica y cultural de la Iglesia romana – iniciado por los Papas francófilos de fines del primer milenio y por los Papas alemanes de comienzos del segundo milenio – denunciado en términos ciertamente exasperantes, pero no del todo infundados, por el desaparecido teólogo greco conservador Ioannis Romanidis. Pero no sólo permanece el agregado, sino que ha sido confirmado también en textos de composición “post-conciliar” y, también – lo sé bien – es todavía hoy vergonzosamente impuesta a una bella y floreciente Iglesia oriental unidad a Roma, es decir, a la Iglesia greco-católica ucraniana.

          En síntesis, para concluir con una fórmula sintética estas consideraciones personales mías: al promover la renovación de la Iglesia el Concilio no ha intentado introducir algo nuevo – como respectivamente desean y temen progresistas y conservadores – sino retornar a lo que se había perdido.

          Gracias por su atención

          Enrico Morini

          Boloña, 13 de junio de 2011

         

4 comentarios

  • Gabriel Sánchez

     
    Podríamos tomar punto por punto, de los muchos que no estoy de acuerdo de la epístola consignada por el Profesor Morini, al vaticanista Magíster…simplementente voy a tomar dos caminos…el primero consignar, sinceramente, que mi síntesis de Fe, difiere tanto de algunos conceptos del profesor Morini, que pienso que habla desde otra dimensión…o lo que es más plausible (soy un iletrado)…
     
    Luego marcando aquello de que la escritura precede a cualquier definición a la  que llamemos tradición… (lo entregado)…que obviamente ha sido manejado con muchas definiciones e infinidad de interpretaciones,  diré simplemente que creo que la tradición, no se rompe…lo que cambia es la visión histórica y algunas praxis…que se le llaman tradición y que tienen más que ver con el devenir histórico y cultural, que con lo entregado…La verdadera tradición, (entiende este siervo inútil) puede ser confrontada con la Palabra y guardarán coherencia con la misma…
     
    Pero no voy hablar del tema ritual…sobre el que no estoy de acuerdo con el profesor Morini…en lo que expone…en este hilo…incluso me parece exagerado aunar como un todo, lo que en realidad es una multiplicidad muy diversa de  etapas de la Iglesia del primer milenio, obviamente, la Iglesia de los primeros 400 años, tuvo una praxis, bien diferente…
     
    De más esta decir que lo que expresado en condicional, como posible  enemigo del Concilio…el postconcilio, yo soy parte de los que lo vivimos  como una primavera eclesial y en mi ignorancia…lo considero como parte del deposito de la tradición (pero claro, que yo soy sudaca e ignorante, además de no ser  teólogo), lo que me permite la licencia de sentir de esta manera…
    Recordando que la recepción del concilio por parte del pueblo de Dios, no es un tema menor…aristocratizar y elitizar la teología, es en mi modestísimo criterio, un enorme error… (Ahora bien, si es verdad que el más grande enemigo del Concilio ha sido el post-concilio – con las fugas hacia adelante de algunos pastores de almas y de grupos de fieles, que en nombre del “espíritu del Concilio” han introducido algunas praxis subversivas precisamente frente a la tradición de la Iglesia indivisa o al menos están pidiendo con insistencia la introducción)(Enrico Morini en adelante EM)
     
     
     
     
     
     
    No estamos planteando, entiéndase bien, la recuperación – como lamentablemente muchos lo han entendido – de una “ecclesiae primitivae forma”, lo cual es una pura abstracción, un mito historiográfico de los lineamientos extremadamente nebulosos y por lo tanto inadecuados para fundar, o refundar, una praxis eclesial y, quizás precisamente por esto, convertidos en un inconsistente modelo para muchas herejías y, todavía hoy, para distintas heterodoxias eclesiológicas…” (EM)
     
     
    Entendemos, que el Concilio Vaticano II en el decreto sobre la renovación de la vida religiosa, la Perfecta Caridad, plantea un principio que es valido para toda la Iglesia criterio de renovación, que abarca dos aspectos importantes…las fuentes de toda vida cristiana y las condiciones de los tiempos… en el número Principios generales de renovación
    2 La adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos.
     
    Incluso el planteo que se hace en el decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, se plantea como criterio de inspiración, para la caridad…y para la practica del espíritu de pobreza, que Cristo Plantea, obviamente no sólo para el presbítero… el concepto de  la Iglesia primitiva (“ecclesiae primitivae)… Pero incluso una cierta comunidad de bienes, a semejanza de la que se alaba en la historia de la Iglesia primitiva, prepara muy bien el terreno par a la caridad pastoral; y por esa forma de vida pueden los presbíteros practicar laudablemente el espíritu de pobreza que Cristo recomienda”- No creemos que el concilio, este hablando de una pura abstracción, ni de un mito historiográfico…Sino de una fuente clara de inspiración, que nos refiere a la comunidad que se plantea en el libro de los Hechos…2, 42-47 y 4,32-35…(Inspirada…según nuestro sentir, por el Espíritu Santo) son estas escrituras sin lugar a dudas fuentes seguras, sobre la que volver, para encarar la necesariamente, constante renovación eclesial…
     
     
     
     
    Ahora bien, si es verdad que el más grande enemigo del Concilio ha sido el post-concilio – con las fugas hacia adelante de algunos pastores de almas y de grupos de fieles, que en nombre del “espíritu del Concilio” han introducido algunas praxis subversivas precisamente frente a la tradición de la Iglesia indivisa o al menos están pidiendo con insistencia la introducción (EM)
     
    – Volvemos a reargumentar sobre este tema, porque nos impresiono muchísimo el planteo…  
    Con respeto a esto voy a citar brevemente un fragmento del formidable trabajado del teólogo y amigo…Diego Facundo Sánchez, en  compartible trabajo titulado “Teología de la Liberación Derrotero hacia otro modelo de Iglesia”, que consigna perfectamente lo que pienso… “En palabras de Giuseppe Alberigo, historiador oficial del concilio, los años postconciliares  significaron una proyección de las tensiones que habían atravesado la asamblea y no por casualidad, los protagonistas fueron los personajes del mismo Concilio.
    Y agrega que  a partir  de  la  asunción  de  Juan  Pablo  II  se  comenzó  a  asistir    a  una  nítida  vuelta  a  las posturas  que  el  Vaticano  II  invalidó  o  superó  y  que estaban  circunscriptas  a  grupos nostálgicos
    Por  esto,  lo  que  en  tiempos  de  sus  tres  predecesores  fue  una    ‘resistencia minoritaria’, con el nuevo papa se  transformó en hegemónica,  instalándose en  la cima del poder  eclesiástico.  Quedó  abierto  entonces  el  período  de  estabilización,  de  fin  de  las experiencias propiciadas por el Concilio, de la reglamentación canónica, de la proposición de  nuevas  (viejas)  interpretaciones  del  Concilio,  de  la  vuelta  a  la  gran  disciplina,  de  la vigilancia doctrinal, de la censura a los teólogos discrepantes, etc.
    Comenzó  entonces  el  tiempo  de  zozobra.  Lo  que  hasta  entonces  había  sido  el  norte indubitable para quienes habían encarnado las opciones de la renovación eclesial, comenzó ahora  a  entrar  en  crisis,  a  no  estar  claro. Las  orientaciones  del Concilio Vaticano  II  que para toda una generación había sido el programa a profundizar y seguir, comenzaron a ser desacreditadas  por Roma  quien  comenzó  a  proponer  una  nueva  lectura  del Concilio  que desdecía lo que hasta entonces se había recibido y vivenciado.”
     
     
     
    Por eso no está de ninguna manera en el “espíritu del Concilio” introducir en la Iglesia innovaciones desconsideradas, en la doctrina y en la praxis teológica, como serían el sacerdocio femenino o los aberrantes desarrollos en la ética y en la bioética. Pero estaría perfectamente en el “espíritu del Concilio” – siempre para ejemplificar – eliminar en el “Credo” el agregado unilateral, injustificado y ofensivo del “Filioque” (sin que esto implique una negación de la tradicional doctrina de los Padres latinos – también ellos del primer milenio – en la procesión del Espíritu Santo también desde el Hijo, como desde un único principio con el Padre). (EM)
     
    Primero me voy a permitir sentar mi modesta posición con respecto a que el Espíritu Santo, proviene del Padre y del Hijo…-  Creo…que Jn 16,14…Explica este punto, desde una dimensión Trinitaria…
     
    Luego, con respeto a las innovaciones del Concilio Vaticano II…
     
    Simplemente, para hablar del carácter o configuración de lo que se califica como innovaciones en el Concilio, voy a citar a quien este torpe servidor, entiende que es uno de los más  grandes eclesiologos de nuestra época…junto con Ronaldo Muñoz en Latinoamérica, y que es el entrañable Rufino Velasco…que me parece que da el tono exacto del carácter innovatorio del Concilio…, que se abre desde esa perspectiva a muchas otras innovaciones…  “Todo ello fruto de una opción muy pensada y muy debatida por los padres conciliares. No puede,  pues,  sin  infidelidad  al  concilio, bajar la guardia en  este  punto,  cediendo  ante  posiciones que atentan  contra una decisión fundamental del concilio cuya pretensión era ésta superación de un pasado histórico concreto de la  Iglesia, y la apertura de un futuro nuevo. 
    «Pueblo  de Dios»  no  es  en  la  Lumen Gentium  una  expresión más  de  la  realidad  eclesial entre  otras  «expresiones  complementarias»,  sino  el  punto  de  partida  para  una nueva comprensión de la Iglesia, de la que dependen muchas otras innovaciones  concretas. 
    Hay que afirmar, pues, con  toda energía que «pueblo de Dios» es el concepto base de  la constitución Lumen Gentium, y reconocer, cuando menos, «en esta orientación bastante nueva una de las mayores originalidades tanto de la constitución como del concilio»( pag 208 de “La Iglesia de Jesús” proceso histórico de la conciencia eclesial”(Rufino Velazco)… Con cariño Gabriel

  • Carmen (Almendralejo)

    Aparte de cuanto de acertado tiene este texto, olvidamos algo muy importante y que vuelve a ser como siempre algo que a muchas personas ya pasa de rosca porque ni interesa ya aquel Concilio II, primero porque cuando nos hemos incorporado a la “iglesia” quedaba el más mínimo espíritu de él, y segundo porque hoy hemos avanzado y retrocedido tanto y en tan poco tiempo a la vez, en muchos temas vitales para la humanidad que todo cuanto la “iglesia” ofrece es tan innecesario como insubstancial por lo apartada que ha vivido de la humanidad y sus problemas.
     
    Las “guerras” que hoy siguen siendo el bastión de la ICAR, sigue siendo las mismas que hace miles de años, siguen olvidando la raíz específica e íntima de lo que en definitiva pudo ser y no fue aquel comienzo de la Palabra hecha carne en un hombre que fue Jesús…
    Ni la juventud hoy se sometería, a no ser tipo kikos, opus, legionarios y demás secta porque es lo que son al vivir como viven sectariamente y restrictivamente hacia los demás.
    Como tampoco hoy la mujer soportaría de nuevo que su vida estuviese puesta en la balanza moralina de la ICAR, ninguno de los discursos hoy son aceptables para vivir la fe, en la cual hemos aprendido que no se necesita ningún dedo acusador y fiscalizador de nuestras conductas ante la sociedad y ante la comunidad, y ante todo porque desde la eternidad estos jueces aplicaban sus tablas de medir fuera de sus casas y conductas.
     
    La clase obrera tampoco perdona a la ICAR, la opulencia con la cual ha cohabitado desde su comienzo, y por supuesto no tenemos la memoria de los peces, recordamos lo vivido en la infancia, y sobre todo quienes CREEMOS, buscamos las fuentes de donde se surte nuestra FE, haciendo buenas Cribas de todo aquello superfluo e innecesario para tener una Relación personal e intransferible con aquella presencia innata nacida en sí misma con la persona y por la cual tener una transcendencia que no sea basada en la picaresca de unos listos de pacotillas, que han amasado inmensas fortunas con la fe, la miseria de vida, y la pobreza espiritual o la infantilidad provocada por esto para asegurarse unos subfructo de por vida.
     
    Y como no, aún menos tienen hoy en esta globalización de todo, menos de la pobreza, que sigan con la idea del comunismo, precisamente vemos aquí en España que nada diferencia al la izquierda de la derecha, porque sus políticas son totalmente neoliberales para la obtención de la máxima riqueza de los banqueros y grandes empresarios, porque les viene muy bien para cuando se pasen a la empresa privada, ni sin ele previo pago de dar información e cheques al portador en primer caso
    Termino diciendo que a las personas de la calle les importa muy poco como se decida los nobramientos, porque lo hagan como lo hagan serán siempre los mismo, ellos y ellos, y como no santos varones con la moral de sus corto cerebros

  • Rodrigo Olvera

    Aquí, el texto de los 26 Dictatus
    http://es.wikipedia.org/wiki/Dictatus_Papae
     

  • Rodrigo Olvera

    Muy interesante artículo.
     
    Abundando. Creo que es interesante que se observe cuánto de lo que hoy en día se critica de la Iglesia Católica se encuentra ya enunciado en el texto DICTATUS PAPAE del Siglo XI. Uno a uno de los Dictatus nos lleva a temas recurrentes aquí en Atrio: el nombramiento de obispos, el papacentrismo, el poder de la curia por encima de los obispos, la ambición de poder político, la obsesión por la uniformidad contra el pluralismo teológico y litúrgico, etc.
     
    Es interesante que esta reforma eclesiológica fue punto central (junto con las novedades teológicas consecuencia del inicio del escolasticismo, y cuestiones geopolíticas) del Cisma en que Roma se separó de la ortodoxia.
     
    Podría afirmarse que diez siglos después, quedan claros los frutos de la reforma en términos de Evangelio.
     
    Para muchas personas, los debates del Cisma son “discusiones bizantinas”. Si hacemos el correlato entre los dictatus y las causas de la crisis del cristianismo latino de nuestros días, veremos que no sólo no sin discusiones bizantinas, sino que sus consecuencias siguen teniendo efectos (negativos) en hombres y  mujeres que sinceramente desean seguir el Evangelio desde su pertenencia a la Iglesia Catolica. Demasidos ejemplos se han mostrado en Atrio.
     
    Una nota adicional, es que aunque algunos católicos afirman que la enseñanza actual de Roma es apostólica (es decir, que es la misma que la de los padres apostólicos) tal afirmación es incorrecta. A partir de la reforma gregoriana, la eclesiología de Roma difiere de la exlesiología apostólica.
     
    Saludos