Un universo con tres mundos
Son muchos los que creen que la realidad es algo que nos precede, que está ahí, frente a nosotros, recibiéndonos, dándonos la bienvenida y poniéndose a nuestra disposición. ¡Vana ilusión!
Ya por el siglo V a.c, el filósofo griego Heráclito de Éfeso expresó, que: “Nada es, todo cambia”, a través de su famosa frase: “No puedes bañarte dos veces en el mismo rio”. Se adelantó en 24 siglos al primer principio de la termodinámica y en 26 a lo que la nueva ciencia cuántica nos evidencia sobre la llamada realidad, y que muy pronto mutará a otra realidad llamada virtual. Tenía razón Heráclito, la esencia de la realidad es su contínuo cambiar.
Desde tiempos inmemoriales, hemos intentado comprender la realidad que nos rodea, preguntándonos: ¿qué es el mundo que percibimos?, ¿cómo podemos explicarlo?, y ¿cuál es el papel de nuestra mente en este proceso?
Uno de los matemáticos y físicos más prestigiosos del mundo actual, Roger Penrose, que se confiesa agnóstico, aborda estas cuestiones en su libro: “El camino a la realidad”, donde plantea que existen tres “mundos” profundamente interconectados: el mundo matemático, el físico y el mental, que nos acercan a ella. Enfatizo lo de que nos acercan, pues como buen matemático no puede obviar el concepto de límite, dándonos a entender que la realidad en sí, siempre será una utopía inalcanzable. En caso contrario dejaría de ser agnóstico. Agnóstico: Qué es, Significado y Definición – Enciclopedia Significados)-
Aquí, quiero resaltar un matiz importante, que deja su impronta en estos tres mundos y que muchos científicos, matemáticos y no matemáticos, suelen pasar por alto. Si el lector ha estado atento a lo que he dicho de Roger Penrose, en cuanto a su confesión de agnóstico y su mentalidad como matemático y físico, podrá observar que se cumple a rajatabla ese dicho de la sabiduría popular, de que: “La realidad siempre és, según el color del cristal con que se le mira”. En este caso, la mirada matemática, la física y la mental están coloreadas por el cristal del agnosticismo, como si este mirar fuese neutro y no pudiese contaminar a lo que mira.
El ser humano no mueve ni un dedo, ni abre la boca, sin un pretexto o una intencionalidad. La neutralidad no existe en la realidad. Una realidad neutra, está de más en la realidad. Ni está ni se le espera.
Roger Penrose, al confesarse como agnóstico, ya contamina su mirada con la pretendida neutralidad de su agnosticismo radical, propio de todo positivismo científico. Esta contaminación, introduce en la realidad un dinamismo sin fin. Jamás podrá ser alcanzada, pues estructuralmente su mirada matemática y agnóstica, siempre tropieza con un límite sin poder alcanzarla. Lo mismo ocurre con su mirada física, confirmado por el primer principio de la termodinámica y reconfirmado por el principio de indeterminación cuántica.
Nos queda el mundo de su mente, para ver en qué medida también queda contaminado. Recapitulemos un momento y asomémonos fugazmente a estos tres mundos que residen en este Universo que somos cada uno de nosotros, y que supera al de las galaxias, al de los mundos paralelos, al de los agujeros negros etc., que pululan por los espacios siderales de muestras mentes. Mundos nuevos que les damos el carácter de viejos creyendo que están ahí desde la pretendida y utópica eternidad.
El mundo matemático, de arquitectura invisible físicamente:
es un reino abstracto e independiente, lleno de estructuras y verdades inmunes al tiempo y que parecen existir más allá de nosotros. Por ejemplo, el teorema de Pitágoras no fue “inventado” por los griegos; ellos simplemente lo descubrieron.
La estructura lógica de las matemáticas tiene una cualidad universal que trasciende nuestra percepción: el 2 + 2 seguirá siendo 4 en cualquier rincón del universo, con o sin humanos para calcularlo.
Pero lo más intrigante de este mundo, es su capacidad para describir con precisión el universo físico. Desde las ecuaciones que rigen el movimiento de los planetas hasta los patrones en las conchas de los moluscos, las matemáticas parecen ser el lenguaje con el que está escrito el libro de la naturaleza, como diría Galileo. Esto plantea una pregunta fascinante: ¿por qué la naturaleza sigue reglas matemáticas?
El mundo físico, el de la realidad tangible:
es el escenario donde experimentamos con mayor intensidad nuestra existencia. Es el reino de las estrellas, los átomos y todo lo que podemos medir y observar. Sin embargo, nuestra comprensión de este mundo depende profundamente de las matemáticas. Las leyes de la física, como la relatividad de Einstein o la mecánica cuántica, no solo describen el universo; lo hacen con una precisión matemática asombrosa, o mejor dicho, aparentemente asombrosa; Recordemos el concepto de límite, que paradójicamente nos limita, a la vez que nos evidencia que no hemos tocado fondo en la realidad.
Por ejemplo, las órbitas planetarias se describen mediante ecuaciones derivadas de la gravitación universal de Newton, mientras que la estructura del átomo se entiende gracias a complejas ecuaciones cuánticas. Sin las matemáticas, nuestra comprensión del mundo físico sería mucho más limitada y caótica.
El mundo mental, el origen de todo:
es el reino de la conciencia y el pensamiento. Este mundo parece ser el puente entre los otros dos. Es en nuestra mente donde descubrimos las matemáticas y donde interpretamos el mundo físico. Sin una mente consciente, las ecuaciones matemáticas seguirían existiendo, pero en forma latente, nadie estaría ahí para formularlas ni para encontrarles sentido, y el mundo físico no pasaría de su mera experimentación sin posibilidad de interpretación. No olvidemos que la realidad siempre se nos manifiesta discretamente, bajo el disfraz de la interpretación.
Penrose, en su libro enfatiza que la conexión entre estos tres mundos es uno de los mayores misterios de la ciencia y la filosofía. Por ejemplo, ¿cómo es posible que algo tan abstracto como las matemáticas, que parece existir independientemente de nosotros, pueda describir con tanta precisión un universo físico que experimentamos a través de nuestra mente?
En este punto, Penrose intuía que la matemática tiene vida en sí, es como el motor de la expansión del universo personal que, al hacerlo, expande el mundo físico. Ese mundo que creíamos nos precedía, y resulta, que sin nosotros es un mundo inerte sin expansión posible. Nosotros somos quienes lo sacamos de su latencia interna, en una evolución enclaustrada en una variabilidad que nunca acaba de ser, sin alcanzar lo que realmente es. La mutación es la radical evidencia de su no ser.
El mundo, el universo entero, sin un ser que le comprendiera sería el contrasentido de todo sentido de realidad. Imaginar un mundo sin la persona es un imposible. Sin persona no hay realidad.
Pero volvamos a estos tres mundos que, según nos lo presenta Penrose en su ya citado libro, es como un triángulo cuyos vértices están interconectados.
Este triángulo parece formar un ciclo de interdependencia. Sin embargo, aún no sabemos con certeza cuál de estos mundos es el “primero.” Algunos científicos y filósofos creen que las matemáticas son la raíz última de todo, mientras que otros piensan que la conciencia debe ocupar ese lugar.
¿Pero, por qué importa esto para nuestra vida diaria?
Aunque estas ideas puedan parecer abstractas, tienen implicaciones prácticas y profundas. Por ejemplo, entender el lenguaje matemático del universo nos permite crear tecnologías avanzadas, desde teléfonos móviles hasta sondas espaciales. Además, nos ayuda a reflexionar sobre nuestra propia existencia: ¿somos simples máquinas biológicas, o hay algo más en el misterio de la mente y su conexión con el cosmos?
En última instancia, explorar los tres mundos nos invita a adoptar una perspectiva más amplia sobre la realidad. Nos recuerda que, aunque somos criaturas diminutas en un universo vasto, no solo tenemos la capacidad única de comprenderlo, de admirarlo y de encontrar nuestro lugar en él, también lo reconfiguramos, pero no lo creamos.
Esta es una situación paradójica. Actuamos sobre la realidad sin haberla alcanzado. Somos “recreadores” de esa realidad a la que jamás alcanzamos. Somos como niños que disfrutamos y padecemos el resultado de nuestros juegos con la realidad.
Todo esto me recuerda la frase de Gustavo Adolfo Bécquer: “Y tú me preguntas qué es poesía. Poesía eres tú”. Bécquer, responde así, a la realidad más profunda del ser humano, desde otro mundo muy distinto al de aquellos tres de Penrose.
Su mirada no es ni agnóstica, ni neutral, surge de un espacio que no tiene límites ni principios de indeterminación. El amor es su principio de realidad, y su propio límite. En él se reconoce realmente libre de toda objetividad, que siempre está fuera de sí. Ese más allá, está en su más acá. Su realidad comienza concibiéndola como un don.
Aunque la frase está dirigida a una persona específica en el poema, su mensaje es universal. Más universal que el de la matemática, más cierto que el de la física, y menos dubitativo que el de su mente.
Para Bécquer, el mundo de la poesía no es solo un asunto de estética, o una expresión artística; es algo vivo, íntimo, que se encuentra en las personas y las emociones que despiertan en nosotros. Al dirigirse directamente a alguien—probablemente una mujer que simboliza el amor—el poeta transforma la definición de poesía en un acto de entrega personal.
Pero volvamos al relato de los tres mundos de la mirada científica y agnóstica de Penrose, con la conclusión a la que llega en su libro “El camino a la realidad” y en el que imagina que el universo es un vasto rompecabezas, cuyos fragmentos están dispersos entre estos tres grandes reinos.
A medida que ensamblamos el rompecabezas, descubrimos que hay nuevas preguntas que desafían nuestra lógica; a lo que Penrose responde diciendo, que nuestras herramientas actuales, aunque poderosas, aún son insuficientes.
En última instancia, Penrose nos deja con un desafío:
continuar explorando, uniendo fragmentos y avanzando en el camino hacia la realidad, un camino que exige tanto la precisión de las matemáticas como la creatividad de la mente humana.
Hay que tener más moral que el Alcoyano, para que después de haber escrito este libro de casi 1.500 páginas, acabe como lo empezó, reconociendo que, aunque hemos avanzado seguimos lejos de comprender completamente la realidad. Dejándonos con nuestro universo como un misterio no resuelto. No son pocos los científicos y no científicos que se pasan la vida corriendo tras la zanahoria del progreso, tratando el misterio como problema.
A pesar de todo, en mi opinión, el trabajo de Penrose es una magistral exposición del estado actual de la ciencia, exposición que me lleva a reafirmarme científicamente, que los problemas se descifran, pero los misterios son cifras indescifrables. Penrose todavía concibe a la realidad como un problema a resolver, aunque de la lectura del último capítulo de su libro, se aprecien destellos que apuntan al misterio, no como problema. Se ve, que próximo a sus 94 años, su agnosticismo empieza a menguar, en favor de una creencia misteriosa que le saque definitivamente su agnosticismo científico.
Penrose finaliza su libro con las siguientes palabras:” Quizá lo que necesitamos fundamentalmente es un cambio sutil de perspectiva, algo que todos hemos pasado por alto”. ¿Se estará refiriendo a la necesidad de abandonar esa perspectiva agnóstica?
Animo al lector a que lea esta obra magistral de la ciencia, en especial el último capítulo para aquellos que las matemáticas y la física no sea su fuerte, y a partir de ahí que saque sus propias conclusiones.
La vida del ser humano, realidad que dota de realidad a la realidad, que hace ciencia, técnica y piensa, no es un problema, es la personificación del misterio, y cuando se busca en ellas, siempre acaban demostrándole su indescifrabilidad.
Solo una mentalidad agnóstica lo intentará indefinidamente, es decir, hasta que el tiempo colapse…
Sin embargo, al incluir la dimensión espiritual, este misterio se transforma en una invitación a participar en algo que nos trasciende y al mismo tiempo nos define. Así, dejamos de ser meros observadores para convertirnos en co-creadores de una realidad cuyo sentido último solo se revela cuando miramos con los ojos del espíritu.
Invito al lector a emprender este camino con la mente abierta y el espíritu dispuesto, recordando que, como decía Rilke, el viaje más importante no es hacia afuera, sino hacia adentro.
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Claro que la Realidad cambia, pero cambia “en” las cosas entre las cuales nos encontramos los humanos y es por ello que al captarlas, por nuestra inteligencia, como reales, podemos configurar el mundo en el cual vivimos y nos movemos “estando” realmente en él .
Sería totalmente absurdo hablar de la Realidad sin cosas. Sin ellas sería de por sí la realidad inalcanzable, como ya muy bien sostuvo, R. Penrose, a quien, si con él se está de acuerdo, como es mi caso, tampoco puede entonces aludirse a “lo” trascendente, al más allá, algo a lo que tantas veces me he resistido en aludirlo. Contrariamente, como la trascendencia de hecho se da en las cosas siendo reales y abiertas, entonces sí que de ella, de la realidad, puede hablarse porque siempre será aquello que atravesándolas a todas las hace trascender.
Penrose, en su libro “La nueva mente del emperador” intenta demostrar que la explicación del funcionamiento cerebral no se encontrará en el mundo de la computación, sino en un nivel mucho más básico, el de los campos cuánticos. Allí, Penrose mantiene la tesis de que mientras las señales neuronales pueden comportarse como sucesos explicables en términos de física clásica, las conexiones entre las neuronas están controladas en mecanismos de orden cuántico.
Es decir, el nivel neuronal que nos describen las representaciones habituales del cerebro es una mera sombra de una actividad más profunda. Penrose, como científico emergentista considera que todas las funciones mentales pueden explicarse sin acudir a principios distintos de los puramente materiales.
Por tanto, respecto a ese cambio de perspectiva de la que habla, Penrose, pienso que tal vez pudiera tratarse más bien de distinguir en el ser humano dos órdenes, uno categorial, aquel que califica la cosa como tal, contingente y concreta, y otro trascendental porque sus cualidades específicas nos abren a la realidad como un todo…Gracias!
Estimada M. Luisa,
Como siempre, es un placer compartir este espacio de diálogo en el que podemos matizar y contrastar nuestras interpretaciones.
Comparto contigo que la realidad cambia en las cosas y que somos nosotros, a través de nuestra inteligencia, quienes no solo interpretamos, también configuramos el mundo en el que vivimos y nos movemos. Sin embargo, me parece importante precisar algunos puntos en los que tal vez podamos estar hablando desde perspectivas distintas.
Por un lado, sostienes que “sería absurdo hablar de la Realidad sin cosas”, ya que sin ellas la realidad sería inalcanzable. Sin embargo, inmediatamente después afirmas que “la trascendencia de hecho se da en las cosas” porque “atravesándolas a todas las hace trascender”. Aquí encuentro una aparente contradicción: si la trascendencia solo se da en las cosas y no puede referirse a un “más allá”, entonces, ¿qué significa que las cosas trasciendan? Si la realidad es solo aquello que se da en las cosas, ¿cómo puede haber trascendencia sin algo que trascienda efectivamente más allá de ellas?
En relación con Penrose, su propuesta en La nueva mente del emperador es sumamente interesante, especialmente cuando plantea que la explicación del funcionamiento cerebral no se encuentra en la computación clásica, sino en niveles más fundamentales como los campos cuánticos. Ahora bien, dices que Penrose, como científico emergentista, considera que todas las funciones mentales pueden explicarse sin acudir a principios distintos de los puramente materiales. Pero si aceptamos este materialismo emergentista, ¿cómo encajaría entonces la idea de una trascendencia que “atraviesa las cosas” y las hace trascender? ¿No implicaría esto una apertura que va más allá del mero ámbito material?
También planteas una distinción entre un orden categorial, que califica las cosas como concretas y contingentes, y un orden trascendental, que nos abre a la realidad como un todo. Estoy de acuerdo en que la realidad se nos da en distintos niveles, pero el término trascendental, en sentido filosófico, suele referirse a aquello que posibilita la experiencia misma de las cosas, no a un nivel más amplio dentro de la misma realidad categorial. Si lo trascendental es simplemente una ampliación de lo categorial, ¿no estaríamos reduciendo la trascendencia a una mera estructura interna del mundo, sin dar cuenta de aquello que realmente lo fundamenta?
En definitiva, el núcleo de nuestro desacuerdo parece residir en si la realidad se agota en las cosas que la configuran o si, por el contrario, hay en la realidad una apertura a algo que las supera sin anularlas. La trascendencia, tal como la concibo, no es un simple dinamismo interno de las cosas, sino la huella de un fundamento que no es reducible a ellas.
Si lees mi respuesta al comentario que me hace Leandro Sequeiros, encontraras un plus de lo que aquí te digo. Pues mi análisis sobre la trascendencia de la llamada realidad, parte de la facultad humana de su libertad que es suprarracional. Sé que esto que te digo te puede sonar a irracional, con lo cual, en cierto modo, solo en cierto modo, acertarás.
Te agradezco de nuevo esta oportunidad de seguir afinando nuestras ideas, pero recuerda a Ortega cuando decía que, las ideas se tienen, pero en las creencias estamos. Estoy seguro de que podemos seguir enriqueciendo este diálogo.
Un abrazo,
USO – Gracias
IDEAS Y CREENCIAS – OCT5 (Destilado – un poquito)
1- LAS CREENCIAS
– constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre que acontece.
– En ellas “vivimos, nos movemos y somos”.
– Cuando creemos de verdad en una cosa no tenemos la “idea” de esa cosa,
– sino que simplemente “contamos con ella”.
2- en cambio, LAS IDEAS,
– (o pensamientos) que tenemos sobre las cosas,
– no poseen en nuestra vida valor de REALIDAD.
– Actúan en ella como pensamientos nuestros y sólo como tales.
3- Toda nuestra “vida intelectual” es secundaria a nuestra vida REAL o auténtica
– y representa a ésta sólo una dimensión virtual o imaginaria.
4- Nuestra idea de la REALIDAD no es nuestra REALIDAD.
– Ésta consiste en todo aquello con que de hecho contamos al vivir.
– De la mayor parte de las cosas con que de hecho contamos
– no tenemos la menor idea,
– no nos es realidad en cuanto idea, sino, al contrario,
– en la medida en que no nos es sólo idea,
– sino CREENCIA INFRAINTELECTUAL.
5- Es una equivocación llamar CREENCIA
– a la adhesión que en nuestra mente suscita una combinación intelectual.
– La adhesión mental tiene como condición
– que nos pongamos a pensar en el asunto, que queramos pensar.
(está en nuestra mano pensarlo o no),
– esa adhesión que se nos impondría como la más imperiosa REALIDAD,
– se convierte en algo dependiente de nuestra voluntad
– e ipso facto deja de sernos REALIDAD.
– Porque REALIDAD es precisamente aquello con que contamos,
(queramos o no).
– REALIDAD es la contravoluntad,
– lo que nosotros no ponemos;
– antes bien, aquello con que topamos
6- Separemos “vida intelectual”, de “vida viviente”, la REAL, la que SOMOS.
– Una vez hecho esto, habrá lugar para plantearse las otras dos cuestiones:
UNA: ¿En qué relación mutua actúan las ideas y las creencias?
DOS: ¿De dónde vienen, cómo se forman las creencias?
7- El efecto más grave del hombre es la INGRATITUD,
– porque siendo la sustancia del hombre su historia,
– todo comportamiento antihistórico adquiere en él un carácter de suicidio.
– El ingrato olvida que la mayor parte de lo que tiene no es obra suya,
– sino que le vino regalado de otros, que se esforzaron en crearlo u obtenerlo.
– Olvidar el pasado produce el efecto a que hoy asistimos:
– la rebarbarización del hombre.
8- La REALIDAD auténtica y primaria no tiene por sí figura.
– No es “mundo”. Es un enigma propuesto a nuestro existir.
– Encontrarse viviendo es encontrarse irrevocablemente sumergido en lo enigmático.
– A este primario y preintelectual enigma reacciona el hombre
– haciendo funcionar su aparato intelectual, que es, sobre todo, imaginación.
(Crea el mundo matemático, el mundo físico, el mundo religioso, moral, político y poético, que son efectivamente «mundos», porque tienen figura y son un orden, un plano).
9- Esos mundos imaginarios son confrontados
– con el enigma de la auténtica realidad
– y son aceptados cuando parecen ajustarse a ésta con máxima aproximación.
– Pero, bien entendido, no se confunden nunca con la REALIDAD misma.
10- Lo que solemos llamar REALIDAD o «mundo exterior»
– no es ya la REALIDAD primaria y desnuda de toda interpretación humana,
– sino que ES LO QUE CREEMOS, con firme y consolidada creencia, ser la realidad.
– Todo lo que en ese mundo real encontramos de dudoso o insuficiente
– nos obliga a hacernos IDEAS sobre ello.
– Esas IDEAS forman los «MUNDOS INTERIORES»,
– en los cuales vivimos a sabiendas de que son invención nuestra
(como vivimos el plano de un territorio mientras viajamos por éste).
11- Resulta que ante la auténtica REALIDAD, que es enigmática y, por tanto, terrible
– el hombre reacciona segregando en la intimidad de sí mismo un mundo imaginario.
– Es decir, que por lo pronto se retira de la realidad, claro que imaginariamente,
– y se va a vivir a su mundo interior.
(esto es lo que el animal no puede hacer).
– El animal tiene que estar siempre atento a la REALIDAD según ella se presenta,
– tiene que estar siempre «fuera de sí».
………………………………………..
No confundir con la teoría de los tres mundos del partido comunista Chino.
Muchas gracias, Mariano, por tus acertadas y profundas reflexiones, como siempre. Me parece que detrás de Penrose esta Karl Popper (de quien no soy muy afecto, pero que en esto me adhiero:
https://es.wikipedia.org/wiki/Doctrina_de_los_tres_mundos_de_Karl_Popper
Doctrina de los tres mundos de Karl Popper
Doctrina de los tres mundos es una forma de ver la realidad, descrita por el filósofo austriaco Karl Popper, durante el Tercer Congreso Internacional de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia, realizado en Ámsterdam en 1967, en una ponencia titulada Epistemology without a knowing subject. La Doctrina consiste en que tres mundos interactúan entre sí, llamados Mundo 1, Mundo 2 y Mundo 3.
MundosPopper divide el mundo en tres categorías:
· Mundo 1: el mundo de los objetos, no solo visibles, también cosas que escapan al ojo humano (el mundo de los objetos físicos)
· Mundo 2: el mundo de los procesos mentales, conscientes o inconscientes. Donde irradian las sensaciones de dolor, placer y pensamiento (el mundo de las experiencias subjetivas)
· Mundo 3: el conocimiento objetivo, donde se analizan los procesos mentales del mundo 2.(los productos de la mente humana) tiene una “varianza” que ver con la información.
Pero ya vimos que nuestra información es de dos capas: la transmitida naturalmente, la genética, y la transmitida por aprendizaje, la cultura. Por ello podemos deducir:¿abarca el mundo 3 toda la información, tanto natural como cultural, o se limita al continente de la cultura? En general los textos de Popper parecen dejar muy claro que el mundo 3 se circunscribe al ámbito de la cultura. Pero algunos textos difieren en ese sentido.
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La interacción de los mundosEn el mundo 1 percibimos los objetos inanimados visibles o no visibles. Este mundo da existencia al Mundo 2, que realiza estimaciones subjetivas sobre los objetos y lleva a cabo observaciones, experimentaciones etc. Una vez que los objetos del mundo 1 hayan tomada credibilidad de su existencia debido a la interacción del mundo 2 entra el juego la interacción del mundo 3. En dicho mundo los conceptos e ideas son rectificadas y es cuando se convierte en conocimiento. Este mundo puede causar alteraciones en el Mundo 1 y 2. El mundo 3 es el más importante ya que en él se lleva a cabo el razonamiento los conceptos e ideas. Aunque que falta la discusión sobre el contenedor de los tres mundos como un continuo que permita interacciones entre ellos. Evidentemente, esto tiene que ver con el mundo de las CREENCIAS (IMAGENES DE LA REALIDAD), de la construcción mental de realidades que configuran nuestra identidad. Popper da mucha importancia al mundo 3, el de la racionalidad. Y ahí está nuestra perspectiva interdisciplinar.
Estimado Leandro,
Aprecio mucho tu reflexión y el espacio de diálogo que nos permite seguir profundizando en la relación entre fe y razón. La diversidad de enfoques en este tema creo que es enriquecedora y nos ayuda a precisar mejor nuestras posturas.
La tuya, junto a la de Popper, está enmarcada, a mi entender, en un contexto racional que por muy abierto que sea, está limitado por la propia indeterminación de la razón, tal y como trato de evidenciar en mi artículo. Siempre se nos escapará la esencia de ese diálogo en el que la esencia es don, punto del que yo parto, solo accesible por la libre voluntad de quien primero, responde al don, a la vez que ilumina su razón.
Tu apoyo en la interpretación de la doctrina de los tres mundos de Popper, particularmente en la relevancia del “Mundo 3” como el ámbito del conocimiento objetivo, donde la racionalidad configura la comprensión de la realidad y, en cierto sentido, de la fe. Sin duda, la epistemología multidisciplinar ofrece valiosas herramientas para abordar el diálogo entre ciencia y fe, y comparto contigo la necesidad de un enfoque integrador. Sin embargo, permíteme señalar que mi perspectiva parte de un punto radicalmente distinto.
Mi planteamiento no busca fundamentar la fe dentro de un marco epistemológico, sino destacar que la fe cristiana no es una construcción racional ni evolutiva, sino un acto de adhesión a una realidad personal que se nos ha revelado en Cristo. Mientras que en tu planteamiento la integración de la fe parece apoyarse en la estructura del conocimiento humano y su desarrollo (como la racionalidad del Mundo 3 de Popper), yo, en primera instancia, me afirmo personalmente a través de un acto de mi libre voluntad, en el que la fe no depende de la progresión epistemológica de la humanidad, sino que es una respuesta libre a la iniciativa divina. Esta afirmación es consustancial con la razón que se reafirma con mi voluntad.
En este punto quiero resaltar la similitud del acto co-creador de mi voluntad, con el Acto Creador Primordial de toda realidad, que al Crear se refirma en lo que crea, es decir, da razón del porqué de lo que crea. El acto co-creador humano, también culmina al reafirmarse dando razón del porqué de lo que crea y además asumiendo su responsabilidad. La razón es quien acoge e integra en todo su ser, la trascendencia del “ser”.
En este sentido, me permito hacer una crítica a lo expuesto por Popper. Su doctrina de los tres mundos, aunque útil para ciertos análisis filosóficos y científicos, sigue siendo una construcción humana que no puede abarcar lo que escapa a la razón. La fe cristiana no es solo una imagen de la realidad construida en el “Mundo 3”, sino una realidad en sí misma, que no está sujeta a los vaivenes del progreso del conocimiento. La Encarnación de Cristo, que es el fundamento del Reino de Dios, trasciende cualquier marco epistemológico o evolutivo del pensamiento humano.
Aquí radica la diferencia central entre nuestros enfoques. Entre nuestros paradigmas interpretativos de la realidad humana, que en el mio antecede y trasciende los tres mundos de Penrose y de Popper
Cristo, sujeto central de la fe cristiana (permíteme que enfatice esta expresión, porque supongo que estamos hablando los dos de la misma fe, ya que, en caso contrario, este dialogo carecería de sentido), no es una categoría del conocimiento, sino una Persona con quien que se establece una relación existencial primordial. Relación no sólo dialógica.
Reitero lo de relación integral de la realidad humana, que siempre lo es en primera instancia del “tú creado” con el “Tú Creador”, de quien recibe la Palabra que le abrirá la puerta a sus razones, pero recordemos que la libertad es el mayor don que ha recibido el ser humano en su singularidad, única e irrepetible, la Persona. La libertad no es relativizable, y jamás podrá estar subordinada a nada. Su voluntad, en última instancia es la genuina expresión de su libertad y su responsabilidad. Ambas son inseparables.
No niego, por supuesto, que la razón y el conocimiento humano sean valiosos. Pero la fe no es su producto, ni está, ni estará jamás determinada por ellos. Más bien, es la fe la que ilumina y otorga sentido al conocimiento, no a la inversa.
Espero que estas reflexiones ayuden a clarificar nuestras diferencias, siempre dentro de un diálogo abierto y enriquecedor. Mi planteamiento no es determinante. Precisamente, porque me sé y me siento responsable de mi ser entero, cuerpo, mente y alma como esos tres mudos de mi realidad y no puedo escusarme de ella (de mi responsabilidad existencial) solo con razones.
Permíteme que cierre mi respuesta remarcando, a mi modo de ver, la diferencia entre Popper y Penrose. La diferencia entre la tuya, epistemológica interdisciplinar, y la mía personalista relacional, ya ha quedado explicitada. Ambas, entiendo que no de obligatoria asunción y sí sujetas a la libertad de cada uno.
Penrose, explora la idea de que el mundo matemático (similar al Mundo 3 de Popper) es una realidad objetiva que podría existir más allá de la mente humana, lo que lo lleva a un agnosticismo abierto sobre su origen.
Popper, en cambio, mantiene su enfoque en la epistemología sin comprometerse con la posibilidad de una realidad trascendental. Para él, el Mundo 3 no es un ámbito divino ni absoluto, sino una consecuencia de la actividad racional y cultural de la humanidad.
En resumen, Popper no plantea su teoría en términos religiosos o metafísicos, sino desde un realismo crítico y no reduccionista. No niega ni afirma la trascendencia, sino que simplemente no la incorpora en su modelo.
Si Penrose inicia su camino desde un agnosticismo científico radical, Popper lo hace dese un realismo crítico no reduccionista. Aquí en este tema, mucho me temo que nos llevaría a una discusión muy larga. ¿A qué realismo y a qué critica se refiere Popper?
Te agradezco nuevamente por tu análisis y quedo atento a continuar profundizando en este apasionante tema.