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 La Palabra

Mariano nos invita hoy a acompañarle en su reflexión sobre la palabra, la proto-palabra y la mirada espiritual, que según él me dice, le ha inspirado lo que se viene publicando en ATRIO sobre Légaut y Grothendieck. Creo que todo está expresado en lenguaje filosófico y científico bastante inteligible. Pero, commo él dudaba y yo otras veces le había pedido palabras menos técnicas, mantuvo, tras la redacción de su artículo, un interesantísimo diálogo con un boot de ChatGPT. Increible me ha parecido. Podría publicarse entre los comentarios. Pero he preferido hacerlo en una página de ATRIO, que podéis encontrar aquí: chaptgpt-sobre-la-palabra-de-mav/ . Se puede comentar aquí tanto lo que dice Mariano como esta recensión que le hace una máquina llena de información y capacidad dialogal, aunque parece que hasta ahora no tenga capacidad espiritual creadora. AD.

 La Palabra

Física y Metafísica del Espacio-Tiempo

(Una interpretación logo-antropológica muy personal del espacio y el 

tiempo en tres actos)

PREAMBULO: La mirada

La Palabra como herramienta esencial del logos humano, no solo estructura nuestros pensamientos y nuestras relaciones con los demás y con el mundo, es mucho más que eso, lo construye y en esa construcción lo primero que hace es enmarcarlo en un espacio y un tiempo, pero en un espacio y un tiempo personal y concreto, exento de todo gregarismo.

Tal visión logo-antropológica del mundo, implica reconocer que la palabra precede y prefigura nuestra concepción del espacio-tiempo y de toda realidad contenida en dicho marco y no a la inversa, invitándonos a reflexionar sobre la forma y los términos con que las que las elegimos, pues ellas (las palabras) influirán, moldearán y redefinirán nuestra singular realidad.

La realidad nunca está ahí tal cual aparece frente a nosotros, nuestra mirada la traspasa axialmente introyectándole valores que le confieren el verdadero carácter de realidad a través de nuestra praxis. Sin la palabra no nos diferenciaríamos de esa realidad a la que llamamos naturaleza.

El tiempo y el espacio son la plataforma que el ser humano concreto, singular, único e irrepetible, se construye a partir de su palabra para acoger y dar sentido a su particular existencia. Así como no hay dos personas iguales, tampoco hay una realidad igual para todos. Es desde la experiencia personal de cada cual y a través de su praxis relacional desde donde emerge el espacio que da presencia al tiempo, donde el latido de su corazón es ese reloj biológico que mide y siente su tiempo particular muy distinto al inerte y monótono sincronismo de los relojes mecánicos. El tiempo y el espacio se encarnan en la propia realidad de su ser.

Cada persona es como un holograma relacional de la holografía de la historia de la humanidad. Todos participamos en cada instante de nuestro presente con nuestro pasado y nuestro futuro en esa relación holográfica de la historia de principio a fin y en la que cada uno de sus hologramas refleja la totalidad sin perder su singularidad.

En resumen, cada persona sin importar la época de su existencia, se enfrenta a los mismos dilemas existenciales y a la necesidad de sentido, lo cual constituye una constante en la historia de la humanidad, pues el destino último humano no está determinado por los logros tecnológicos sino por la voluntad para cuestionar, reflexionar y dotar de sentido a su vida en cada instante presente de su singular existencia, sin necesidad de esperar a un final utópico, evolutivo y abstracto.

Esta perspectiva abre una severa crítica a la visión positivista del progreso al sugerirnos que la verdadera comprensión de nuestra existencia trasciende las categorías de tiempo y espacio del racionalismo positivista.

Este es un planteamiento radical y trascendente a tener en cuenta en todo lugar y en todo momento, se haga ciencia, filosofía o teología.

 

PRÓLOGO: la protopalabra

Cuando observamos a un niño pequeño, lo primero que descubrimos es que no hace sino repetir al hablar lo que va aprendiendo sin saún saber si algún día llegará a la madurez, simplemente porque para él no existe el tiempo. El tiempo aún no le ha dado tiempo para que pueda experimentarlo. No es el tiempo quien determinará el espacio que le separa de su madurez, sino a la inversa, pues el niño aún no ha creado a su tiempo. Mientras esta madurez acontece, este ser recién llegado a la vida no hará más que repetir y repetir palabras, porque ha percibido la belleza de la protopalabra (palabra previa a su palabra) que le llega de sus progenitores.

Todo su ser reposa en el “tú” que le habla amorosamente, todo él descansa en algo que está más allá de él. Su espacio y su tiempo se funden y confunden en esa relación con la palabra y la mirada de quienes ha recibido la vida. Esa relación inseparable de la presencia y la palabra abrirán la percepción inseparable de su “espacio-tiempo” encarnado, lleno de vitalidad y no cronificado e inerte.

En este dinamismo, en este resonar de la palabra recibida y repetida, da comienzo esa vivencia, que es mucho más que una mera percepción del tiempo y el espacio, como relación entre el “tú” y el “yo” mediados por la palabra. El propio vocablo “persona” deriva de ese “per-sonare”, de ese resonar con esa máscara que amplificaba el poder de la palabra en la tragedia griega, porque la palabra además de llevar en sí la semilla del tiempo, lleva la propia tragedia de la vida, que nada más que despertarle a ella le descubre su finitud.

Sin finitud, el tiempo y el espacio sobran. Para qué medir y encajar lo que no tiene fin. He aquí la gran paradoja del ser humano que sabe y experimenta el sabor amargo de su finitud, pero que a su vez lo rechaza de un modo muy singular, renunciando a su singularidad personal y acogiéndose a un gregarismo que le identifica como especie o género humano, en un dinamismo evolutivo al que califica de progreso, y todo ello sin percibir su desnaturalización al identificarse con lo que denomina por naturaleza. Hasta tal punto llega esta identificación que muchos la confunden con su madre, con su progenitora.

Son varias las reflexiones en las que he tratado el tema del tiempo y del sentido del mismo desde diversos puntos de vista, pero ahora me centro en el logos por antonomasia, en la propia “Palabra” como principio de realidad de la que emergen los conceptos de tiempo y espacio en contraposición a la concepción científico-positivista que los visualiza como el tejido de la realidad, pero no sin hacer previamente mención a un aspecto que considero esencial, como a continuación intentaré expresar.

Los conceptos de espacio y tiempo, son tan primarios y parecen ser tan evidentes, que todos los experimentamos sin tener necesidad de que nos los expliquen, pero la propia razón científica se obstina en cuantificarlos y objetivarlos hasta llegar al límite en el que ella misma los pierde de vista. Tuvo que ser la razón filosófica de Kant la que, con su tesis de que tanto el tiempo como el espacio no son propiedades de las cosas en sí, sino formas a priori proporcionadas por la propia sensibilidad de los sentidos internos, poniendo así una piedrecita en el zapato del positivismo haciéndole cojear.

De acuerdo con esta tesis, nuestra comprensión de la realidad del universo entero, cuántico y no cuántico, estaría fundamentada en una combinación de lo que nos aportan tanto el mundo exterior a través de los sentidos, como las estructuras de la mente.

Al quitarle al espacio y al tiempo el carácter de realidades objetivas, Kant redujo todo nuestro conocimiento del cosmos y todo lo contenido en él a un constructo personal: Toda realidad es antropocéntrica, pues solo desde el punto de vista humano podemos hablar de espacio y de tiempo. De ahí       el antropocentrismo de nuestra visión de la realidad mundo.

A su vez la nueva física cuántica se ha ido aproximando más y más a esta concepción subjetiva (pero no subjetivista), al afirmar que el mundo subatómico, infraestructura del macrocosmos y de todo lo en él contenido, carece extensión,  con lo que también el logos físico- matemático sobre estos conceptos de espacio y tiempo, a los que considera como unidades fundamentales de la realidad, acaban siendo relaciones de las ideas intuitivas que tenemos de ellos, con lo que por un camino u otro nunca logramos llegar a la realidad en sí.

Ambos logos, son “como” una magnífica representación del mundo, pero nos lo presentan “metafóricamente” sin poder llegar a su esencia.  Es como la escultura del David, realizada por M. Ángel, o como las meninas de Velázquez, que ni uno ni las otras son aquellos.

El no ser consciente de este trivial aspecto de la realidad, o mejor dicho de la forma en que accedemos al conocimiento de la misma, nos puede llevar a conclusiones y acciones muy desacertadas en nuestra praxis existencial, en nuestra forma de construir y habitar el mundo en que vivimos.

 

EPÍLOGO: La Palabra. El Relato.

Tanto en la vida cotidiana como en el ámbito académico, se suele decir que todo relato de todo acontecimiento, además del texto, tiene su contexto, su pretexto y su supertexto.

El texto es dinámico, es discursivo, es la manifestación tangible de nuestras ideas, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, ya sean en forma de palabras escritas, discursos o incluso expresiones artísticas. Este carácter discursivo es la propia esencia del tiempo, sin embargo, un texto no puede discurrir en el vacío; siempre precisa de un contexto que le cobije y en el que encaje y se inserte, y además le dé sentido físico de realidad.

El contexto es el espacio que acoge al texto en una dinámica relacional e interactiva. Volvemos a encontrarnos con la relación, sin ésta no hay ni tiempo, ni espacio, ni realidad. Texto y contexto se precisan mutuamente, son como un proceso metabólico en el que tanto uno como el otro se reconfiguran en un contínuo dinamismo de disolución y síntesis, integrándose y dando lugar a un nuevo contexto, a un nuevo espacio de realidad. Pero recordemos lo dicho en el preámbulo: En una realidad holográfica, realidad relacional integral de principio a fin.

El texto, la palabra, a la vez que inaugura la presencia del ser, inaugura el tiempo con su propia presencia, al que denominamos por tiempo presente, y a su vez, el contexto acoge y ubica dicha presencia en lo que vulgarmente denominamos espacio, y entre ambos emerge lo que también vulgarmente denominamos realidad, o mejor dicho por sentido de realidad, y que Heidegger expresaba con su famoso “ser ahí”, el “Dasein”, pero ahora ubicado en un “ahí” no como una exterioridad al ser, sino en su más profunda interioridad, en un “aquí íntimo” relacional. El “ser” conlleva en su esencia a ambos,” in-definibles” e “in-objetivables”.

El pretexto es la razón oculta y aún no explicitada que motiva la creación del texto. Es como el “adn” del texto, su genotipo, y el texto como su expresión, el fenotipo. El pretexto es la intención que antecede al acto, al relato textual, pero llevando en sí implícitamente y en potencia la proyección del texto, al apuntar a una finalidad, a un supertexto aún no creado ni asentado en un nuevo contexto.

El texto nunca es la mera exposición del acontecimiento. El tiempo presente siempre late entre un por qué y un para qué, entre un desear y un tener, entre un querer y un poder. El tiempo presente es el instante más dinámico del tiempo y a su vez el más denso del espacio, es el estado de mayor tensión del ser. En él se unifican e integran todas las potencias de sentido de su ser, en él reside en potencia su destino. En todo presente colapsan los tres tiempos del tiempo en su espacio más íntimo, en ese espacio misterioso de su ser y en el que éste ejercita su libre voluntad de ser.

Este carácter proyectivo del pretexto, es el responsable del dinamismo que surge en todo contexto, en el que a la vez que hace presencia el texto le impulsa hacia un nuevo contexto, y este dinamismo es el que la ciencia puede observar y objetivar bajo el calificativo de evolución, siendo ésta para muchos un pretexto engañoso de su futuro contexto. Dejo para otro momento la explicación científica de esta última expresión.

Todo acto creativo se diferencia del dinamismo evolutivo precisamente por ser un acto eminentemente intencional, y lo es precisamente por el carácter de finitud que experimenta la persona en su propia existencia concreta.

La intención humana como principio de causalidad y motor de ese dinamismo llamado tiempo no puede obviar la finalidad a la que apunta para que el tiempo tenga realidad de sentido, por lo que de alguna forma y por tanteos sucesivos pretexto, texto y contexto evolucionan hacia espacios de sentido o espacios sin finalidad de sentido, dinamismo modulado única y exclusivamente por su libre voluntad.

En este contexto, el pretexto modula no solo al texto, sino que ejerce una función reconfiguradora de la realidad contextual, manteniéndolo en una situación dinámica de cambio al que identificamos también como tiempo, pero que cuando esto cambios son muy significativos dan lugar a las distintas épocas en las que clasificamos las distintas edades de la Historia, pero sin olvidar el carácter holográfico de la misma, en las que dichas edades o etapas son a su vez un holograma de aquella.

El supertexto, a su vez es la inercia de dicho dinamismo que da continuidad a la realidad configurando un nuevo contexto en potencia.

En conclusión, el tiempo y el espacio es un constructo humano que emerge en el corazón de ese dinamismo del que es portador el propio ser humano, no a la inversa, y la Historia es como una holografía en la que cada una de sus partes da a su vez razón de toda ella. Pero para que haya una historia se precisa que ésta tenga un fin. Sin fin no hay historia alguna posible.

¿Qué Palabra cerrará la historia del ser humano desde esta perspectiva? ¿Será su propia palabra o precisará de otra Protopalabra? ¿En Quien reside el poder de poner fin a la historia, para que ésta pueda ser Historia?

 

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