En la crisis actual que afecta al planeta entero de manera peligrosa, pues podría desembocar en la tercera guerra mundial, que pondría en peligro la biosfera y la vida humana, debemos recuperar aquello que podría cambiar el rumbo de la historia.
Comparto la interpretación que sustenta que el estado actual del mundo deriva de por lo menos dos grandes injusticias: una social, con la generación por un lado de desigualdades sociales perversas y, por el otro, una acumulación de riqueza como jamás ha habido en la historia hasta el punto de que 8 personas (no empresas) tienen más riqueza que más de la mitad de la población mundial. La otra es la injusticia ecológica: el planeta Tierra con sus biomas está siendo depredado desde hace siglos hasta el punto de que necesitamos más de una Tierra y media para atender el consumo humano, especialmente el de los países consumistas del Norte Global.
La reacción de Gaia, la Tierra, como Super-Organismo vivo, se muestra por una gama significativa de virus y por el calentamiento creciente, probablemente irreversible, que causa huracanes, ciclones y tornados altamente destructivos, que amenazan la biodiversidad, a los niños y a las personas mayores, incapaces de adaptarse y condenados a morir.
Retomo el tema: esta tragedia ecosocial es fruto de un tipo de razón que degeneró en racionalismo (despotismo de la razón) y se tradujo en técnicas, por un lado benéficas para nuestra vida moderna y por el otro tan mortales que pueden destruir todo lo que hemos construido en milenios de historia, amenazando las bases ecológicas que sustentan el sistema-vida.
Ella tuvo su origen en Occidente, en el pasado, hacia el siglo Vº a.C, con el cambio del pensamiento mítico al pensamiento racional de los maestros griegos. Inicialmente se mantenía un gran equilibrio entre los principales elementos existenciales: el Pathos (capacidad de sentir), el Logos (forma de comprender lo real), el Ethos (nuestra forma de bien vivir y convivir), el Eros (nuestra potencia de vida) y el Daimon (la voz de la conciencia).
Ese ideal fue expresado excelentemente por Pericles (495-429 a.C), gran estadista democrático, general, orador eximio, en Atenas: “Amamos lo bello, pero no lo vulgar; nos dedicamos a la sabiduría, pero sin vanagloria; usamos la riqueza para emprendimientos necesarios, sin ostentaciones inútiles; la pobreza no es vergonzosa para nadie; lo vergonzoso es no hacer lo posible para evitarla”.
He aquí un ejemplo de la justa medida. No sin razón en todos los pórticos de los templos griegos podía leerse: “méden ágan” (nada en exceso).
Pero pronto, el hambre de poder, característica de Alejandro Magno (356-323 a.C), aquel que con 33 años de edad extendió su imperio hasta la India, rompió el equilibrio. La razón, transformada en voluntad de poder e instrumento de dominación de los otros y de la naturaleza ganó la primacía. Es lo que subyace todavía en el modo actual de organizar nuestras sociedades, especialmente su forma más excesiva y deshumana, el capitalismo, domina todo el orbe. Ese tipo de razón instrumental-analítica de occidental se ha vuelto global. ¿Podría ser diferente? ¿Era inevitable? Lo que podemos decir es que fue una opción histórico-social, nuestro “destino manifiesto”, hoy en una crisis radical de sus fundamentos.
Quiero dar el ejemplo de una cultura que colocó el corazón y no la razón, como eje estructurador de su organización social: la cultura náhuatl de México y de América Central (hoy son cerca de 3,3 millones de habitantes), siendo de esta etnia los aztecas y los toltecas. La lengua náhuatl es hablada en varios estados mexicanos por 1,6 millones de personas. Para los nahuatl el corazón ocupa la centralidad. Su definición de ser humano no es, como entre nosotros, la de un animal racional, sino “el dueño de un rostro y de un corazón”.
El tipo de rostro identifica y distingue al ser humano de otros rostros. En el rostro a rostro, en el cara a cara, nace el imperativo ético, nos enseñó Levinas. En el rostro está estampado si acogemos al otro, si desconfiamos de él, si lo excluimos. El corazón, a su vez, define el modo-de-ser y el carácter de la persona, la sensibilidad frente a otro, la acogida cordial y la compasión con quien sufre.
La educación refinada de los náhuatl, conservada en hermosos textos, buscaba formar en los jóvenes un “rostro claro, bondadoso y sin sombras”, aliado a un “corazón firme y caluroso, determinado y hospitalario, solidario y respetuoso de las cosas sagradas”. Según ellos, del corazón nace la religión que utiliza “la flor y el canto” para venerar a sus divinidades. Ponen corazón en todas las cosas que hacen. Esa cor-dialidad pasaba a sus bellísimas obras de arte al punto de encantar al pintor renacentista alemán Alberto Durero al contemplarlas.
Saquemos algunas lecciones de esta cultura del corazón y de la cor-dialidad.
1.- Pon corazón en todo lo que pienses y hagas. Hablar sin corazón suena frío y formal. Las palabras dichas con el corazón tocan el corazón de las personas. Esto facilita la comprensión y conquista adhesión.
2.- Busca junto al raciocinio articulado poner emoción cordial. No la fuerces porque ella debe revelar espontánamente la convicción profunda en lo que se cree y se dice. Solo así conmueve el corazón del otro y se hace convincente.
3.- La inteligencia intelectual, indispensable para organizar nuestras sociedades complejas, cuando reprime la inteligencia cordial genera una percepción reduccionista y parcial de la realidad. Pero también un exceso de inteligencia cordial y sensible puede derivar en un sentimentalismo edulcorado y en proclamas populistas. Es importante buscar siempre la justa medida entre mente y corazón, articulando los dos polos a partir del corazón.
4.- Cuando tengas que hablar a un auditorio o a un grupo, no hables solo a partir de la cabeza, da primacía a tu corazón. Él siente y hace vibrar. Las razones de la inteligencia intelectual son eficaces cuando vienen amalgamadas con la sensibilidad del corazón.
5.- Creer no es pensar en Dios. Creer es sentir a Dios desde la totalidad de nuestro ser, empezando por el interior, por el corazón. Entonces nos damos cuenta de que no estamos sometidos a un Dios juzgador, sino a una Realidad amorosa y poderosa que siempre nos acompaña.
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La aparición del neocórtex nos elevó teóricamente a la categoría de “sapiens”, pero la característica más fundamental del “sapiens” es su corazón y su capacidad de convivir en armonía con dignidad, sin excesos, moderadamente, compartiendo. Sin esta característica solidaria, el “homo sapiens” es más bien una máquina de especular y amasar…, una máquina de crecimiento oligárquico, que crea jerarquías y dinastías de poder…, aunque rebaje la categoría del ser humano, pues esa rebaja supone que el hombre se somete a mitos ególatras..
Sin espíritu solidario el “sapiens” deja de ser humano para convertirse en un animal, que muchas veces se comporta como un caníbal poderoso. Sin sentido solidario -que supera etnias y mitos etc.- el hombre deja de ser “sapiens” de verdad, y entra en la vorágine de la barbarie (aunque este término lo rechace o ignore). Si alguien cree que exagero, que piense y analice el modo de hacer política y oposición política en esta tierra: Unas veces comprobamos salvajadas para conquistar tierras y poder, y otras graves inmoralidades para eliminar o someter a opositores..
En estos casos, el sentido ético no cuenta…, solo el interés personal o de grupo. Y sin ética el homo será una gran máquina de poder y de descubrir y dominar, de complicar y de perderse en cosas menores, ensalzándolas o mitificándolas… -o de fabricar bulos inmorales-, pero no será verdaderamente homo. Sin sentido ético y solidario algunos -o demasiados- “sapiens” solo buscan poder, poder de imperio… Sin sentido ético y solidario el hombre no alcanza a ser humano, aunque se crea muy avanzado y poderoso.Por eso cabe decir que no seremos verdaderamente humanos, mientras no seamos capaces de revisar la elevada torre de nuestros “valores” mitificados y construir una nueva axiología, bien jerarquizada, más, mucho más humana. El neocórtex tiene esta función, que ejercerá bien si se coordina estrecha y sabiamente con el paleocórtex, donde se encuentra el manantial de las motivaciones y de la gran solidaridad-amor. Cuando se coordinen bien ambos “córtex”, podremos hablar con propiedad de una inteligencia emocional que nos dirige, y que, por ello, ha surgido en la tierra el “homo sapiens”, el hombre-mujer humanos de verdad, sin apego a los mitos ni a “empoderarse” ni a ser más, a costa de otros.
Precioso artículo.
¡Hola!
CORAZÓN Y CABEZA (OCT6)
[Comienzo del Artículo publicado en La Nación, de Buenos Aires, en julio de 1927 – hace ya 97 años]
“En el último siglo se ha ampliado gigantescamente la periferia de la vida. Se ha ampliado y se ha perfeccionado: sabemos muchas más cosas, poseemos una técnica prodigiosa, material y social. El repertorio de hechos, de noticias sobre el mundo que maneja la mente del hombre medio ha crecido fabulosamente. Cierto, cierto. Es que la cultura ha progresado —se dice. Falso, falso.
Eso no es la cultura, es solo una dimensión de la cultura, es la cultura intelectual.
Y mientras se progresaba tanto en esta, mientras se acumulaban ciencias, noticias, saberes sobre el mundo y se pulía la técnica con que dominamos la materia, se desatendía por completo el cultivo de otras zonas del ser humano que no son intelecto, cabeza; sobre todo, se dejaba a la deriva el corazón, flotando sin disciplina ni pulimento sobre la haz de la vida.
Así, al progreso intelectual ha acompañado un retroceso sentimental; a la cultura de la cabeza, una incultura cordial.
Hoy, en cambio, comenzamos a entrever que esto no es verdad, que en un sentido muy concreto y rigoroso las raíces de la cabeza están en el corazón. Por esto es sumamente grave el desequilibrio que hoy padece el hombre europeo entre su progreso de inteligencia y su retraso de educación sentimental.
Mientras no se logre una nivelación de ambas potencias y el agudo pensar quede asegurado, garantizado por un fino sentir, la cultura estará en peligro de muerte.
El malestar que ya por todas partes se percibe procede de ese morboso desequilibrio, y es curioso recordar que hace un siglo Augusto Comte notaba ya de ese malestar los síntomas primeros, y certero los diagnosticaba como desarreglo del corazón, postulando urgentemente para curarlo lo que llamaba una «organización o sistematización de los sentimientos».
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