Todo el mundo sabe que la Navidad es una fiesta de origen cristiano. Conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret. Eso ocurrió en medio de una gran pobreza, sin embargo la conmemoración de ese acontecimiento se celebra con un gran consumo. Y el carácter cristiano está cada vez está más olvidado. Siguen los belenes, pero los grandes y más llamativos símbolos de la navidad son los árboles de navidad, que se hacen cada vez más altos y luminosos. Los regalos los trae en muchos casos Papá Noel, un personaje legendario en el que no aparece un carácter cristiano. Los Reyes Magos han perdido mucho protagonismo. Pero siguen siendo recordados y celebrados porque también dan motivo para realizar muchos regalos, es decir, más consumo.
Todo eso es un dato más de la progresiva descristianización de la sociedad. Se pueden buscar las razones de este hecho y seguramente se encontrarán muchas, pero yo quisiera fijarme en el papel de la Iglesia Institución. Para no retroceder demasiado en la historia, podemos ver que en los dos últimos siglos la Iglesia se ha llevado muy bien con el capitalismo. Incluso parecía lo más coherente para un católico el ser de derechas, o sea, partidario del sistema económico dominante, que era, por supuesto, el capitalismo.
Pero detrás de ese sistema económico, hay una antropología que exalta al individuo soberano, competitivo… y ambicioso. Aparece un sistema de valores y una ética centrados en el individualismo competitivo. En el terreno económico y social lleva a una desigualdad cada vez mayor, que supone la miseria para una gran parte de la humanidad. O sea, una contradicción brutal con los básicos principios evangélicos de amor al prójimo y desprendimiento de la riqueza.
Pues con ese sistema la Iglesia ha convivido pacíficamente y –aunque podamos encontrar algunos documentos papales con llamadas a una mejora de las relaciones sociales– nunca se ha hecho un crítica, y menos una condena del sistema capitalista. En la práctica esos documentos han tenido muy poca repercusión. Si a esto añadimos una teología y una liturgia medievales, no es nada extraño que para una buena parte de la población del siglo XXI, lo de ser cristiano les suene a viejas historias pasadas de moda. Y no digamos en gente con mentalidad de izquierdas, que ha visto siempre a la Iglesia como un apoyo básico para el sistema capitalista. Un sistema que lleva a la humanidad al desastre.
Pero en medio de este clima surge la voz del Papa Francisco que supone un cambio radical y una vuelta a los valores evangélicos, totalmente opuestos a los del capitalismo. Lo que ocurre es que Francisco, por muy Papa que sea, no puede cambiar de golpe una institución enorme, como es la Iglesia Católica. Necesita el apoyo de todos los cristianos que tengan los ojos abiertos y de todas las personas de buena voluntad que vean lo que puede suponer este cambio de la Iglesia Católica.
Y podíamos empezar por una Navidad lo menos consumista posible
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