Desde la más remota antigüedad la Tierra ha sido considerada siempre como Madre que, junto con otras energías cósmicas, nos proporciona todo lo que necesita la vida sobre el planeta. Los griegos la llamaron Gaia o Demeter, los romanos Magna Mater, los orientales Nana, los andinos Pachamama. Todas las culturas la consideraban como un Super Ente vivo que, por ser vivo, produce y reproduce vida.
Solamente en la modernidad europea, a partir del siglo XVII, la Tierra fue considerada como una “mera cosa extensa”, sin propósito. La naturaleza que la cubre, no posee valor en sí, solo en la medida en que es útil al ser humano.
Este, no se considera parte de la naturaleza, sino “su dueño y señor”. Han hecho de todo con ella, sin el menor respeto, unas cosas buenas y otras letales. Esa modernidad atrevida creó el principio de su propria autodestrucción con armas que pueden destruirla totalmente, a ella misma y a la vida.
Dejemos de lado este modo fúnebre de habitar la Tierra ecocida y geocida, por más amenazador que pueda ser en cualquier momento. Dejémonos desafiar (sin la pretensión de explicarlos) por los últimos eventos extremos ocurridos: grandes inundaciones en el sur del país y en Libia, un terremoto arrasador en Marruecos, fuegos incontrolables en Canadá, en Filipinas y otros lugares.
Mayoritariamente se está creando un consenso entre la comunidad científica (menos en la política y en los grandes oligopolios económicos dominantes) de que la causa principal de aquellos, no la única, se debe al cambio del régimen climático de la Tierra y a los límites de insostenibilidad del planeta. Es la conocida Sobrecarga de la Tierra (Earth Overshoot Day): consumimos más de lo que nos puede ofrecer. Y ella ya no aguanta más.
Como es un Super Ente vivo, reacciona enviándonos calentamiento global, oleadas de eventos extremos, terremotos, huracanes, virus letales etc. Hemos llegado al punto de que si no cambiamos este modo de devastar los ecosistemas, podemos ir al encuentro de nuestro exterminio como especie humana. Los últimos hechos son preavisos.
De todo debemos sacar lecciones. Hoy conocemos, lo que les era negado a las generaciones anteriores: cómo funcionan las placas tectónicas que componen el suelo de la Tierra. Conocemos sus grietas peligrosas, qué placas pueden estar moviéndose. La consecuencia es que si construimos nuestras ciudades y casas sobre estas grietas puede llegar un día en que ocurra un desplazamiento o entrechoque de grietas y se produzca un terremoto con sacrificios humanos y culturales incalculables. Por ahí se destruyen obras de la genialidad humana. La consecuencia que debemos sacar hoy es que no podemos construir nuestras casas y ciudades sobre esos lugares. O debemos desarrollar tecnologías, como hicieron los japoneses, de edificios basados en materiales que equilibran todo el conjunto hasta el punto de soportar los movimientos de terremotos.
Algo semejante vale para las grandes inundaciones de magnitud avasalladora. Sabemos que todo río tiene su lecho por donde corren las aguas. Pero la naturaleza prevé que a lo largo de sus orillas haya espacios suficientemente amplios para soportar las inundaciones. Estos espacios forman parte de su lecho ensanchado. En vano se construyen edificios y ciudades enteras sobre ellos.
Cuando llega la crecida, el agua reclama el espacio por el que discurre y se producen las grandes calamidades.
Conscientes de estos hechos, se impone tomar medidas de contención o simplemente no permitir que en esos sitios se construyan casas, fábricas y barrios. En términos más radicales, estas partes de la ciudad deben encontrar otro lugar, seguro, para no sufrir daños o destrucción.
Estos son conocimientos que los gobernantes y operadores del poder público deben tener en cuenta. De lo contrario, por una falta de conocimiento rayana en irresponsabilidad, tendrán que hacer frente cada cierto tiempo a catástrofes que matan personas, destruyen casas y hacen una región inhabitable.
Estas catástrofes son parte de la historia de la Tierra. Hemos conocido 15 grandes extinciones masivas. Una de las más importantes ocurrió hace 245 millones de años durante la formación de los continentes (a partir de la única Pangea). Desapareció el 90% de la vida animal, marina y terrestre. La Tierra necesitó unos cuantos millones de años para reconstruir su biodiversidad.
La segunda mayor extinción masiva ocurrió hace 65 millones de años cuando un asteroide de casi 10 km de extensión cayó en Yucatán, al sur de México. Provocó un inmenso maremoto, con gran volumen de gas venenoso y una tiniebla inmensa que oscureció el sol, impidiendo así la fotosíntesis, y el 50% de todas las especies perecieron. Los dinosaurios que durante 130 millones de años habían vagado por parte de la Tierra fueron las principales víctimas.
Curiosamente, después de cada extinción masiva, la Tierra conoció una floración fantástica de nuevas especies. Después de la última, aparecieron especialmente los mamíferos, de los cuales nosotros descendemos. Pero misteriosamente comenzó también una tercera extinción masiva. La actual no es como las otras dos que ocurrieron de golpe; se va haciendo lentamente, por diversas fases, empezando en la era glacial hace 2,5 millones de años. En los últimos tiempos se constata la aceleración de esta extinción. El régimen climático está aumentando día a día y los eventos extremos se multiplican, como hemos descrito. Hemos entrado en alarma ecológica, pues como dice muy seriamente el Papa en la Fratelli Tutti: «Estamos en el mismo barco, o nos salvamos todos o no se salva nadie». Como dice Peter Ward en su libro O fim da evolução (Campus 1997): «Hace 100 mil años, otro gran asteroide alcanzó la Tierra, esta vez en África. Este asteroide se llama Homo sapiens». En otras palabras, es el ser humano moderno que ha inaugurado el antropoceno, el necroceno y el piroceno.
Si el peligro es grande, decía un poeta alemán, también es grande la posibilidad de salvación. En ella espero y confío, no obstante las calamidades antes descritas.
*Leonardo Boff ha escrito El doloroso parto de la Madre Tierra, Vozes 2021; Habitar la Tierra 2022.
Traducción de María José Gavito Milano
Efectivamente, Nacho, es una opción al que ya llegamos tarde, pero si no elegimos colectiva y urgentemente en positivo, desde luego las catástrofes sucesivas van a ser apocalípticas. Yo soy muy pesimista, porque no es sólo, aunque también, pequeños parches de circulación urbana, y ni eso si quiera. Yo llevo muchos años siendo militante activa a través de la docencia y otras actividades y, tristemente, compruebo que estamos infinitamente peor que hace cuarenta años, cuando yo tomé conciencia. Y si no se impone punitivamente, no se avanza, con el agravante de la ultra derecha política que lo niega. Ufff, qué fuerte. Un abrazo
Pues sí, Ana.
Así define Silvio Rodríguez a la humanidad: “el feroz que ruge y canta a ciegas, ese animal remoto que devora y devora primaveras”
Agarrémonos, que vienen curvas…salvo que decidamos despertar.
Un abrazo y feliz día.
Sencillamente, o conversión ecológica, o extinción. Es decir o despertamos o morimos. ¿Esperanza? Toda, pero no a costa de la lucidez y la valentía de asumir que el cáncer no se cura sin atender al tumor.
Besos a todas.
Nacho.