Con palabra s –“palabros”– semi dogmáticamente proclamadas, impresas y, a veces, hasta administrativamente selladas, a determinados sacerdotes de tiempos pasados y aún presentes, se les clasificaba de “comunistas”, “marxistas”, “heterodoxos” y, en definitiva, de “rojos”. El “Nihil Obstat” jerárquico, al dictado de la justicia y de la caridad, brilló y brilla sistemáticamente por su ausencia, aventurándome a estimar, dejando constancia de ello, que sus “placet” los inspiraron y mantuvieron y, en ocasiones indulgenciaron, los propios obispos.
Urge destacar que la tipificación como parte del “rojerío”, resultaba entonces de extremado peligro, no solo para el cuerpo, sino también para el alma, es decir, con amenazas de muerte, y con la condenación eterna, previa expulsión del ejercicio-ministerio canónico, al mínimo gesto a favor, que ejecutara la “autoridad competente”, sin ahorrarse el aval expreso y por ser esta “la santa voluntad de Dios” y la de “Nuestra Santa Madre la Iglesia”.
Recientemente el recuerdo de los nombres de algunos de estos sacerdotes se nos ha hecho presente en los obituarios, con discretas alusiones a sus “vidas y milagros”, que hubieron de afrontar por vocación, purgados y repurgados con “mónitums” canónicos y estancias carcelarias clericales, como en la “concordataria” de Zamora, castigados con procedimientos “humanos y divinos”, por autoridades eclesiásticas y civiles, a las que la “Carta Colectiva del Episcopado Español” les confería plenos poderes por su forzada condición pontificia. de “Cruzada”. Muy pocos, prácticamente nulos, fueron los intentos de los obispos en cuyas diócesis estaban incardinados los curas “rojos”, sin apenas mover un milímetro sus báculos y mitras condenando la reclusión de los mismos, atareados episcopalmente en el litúrgico menester de la preparación de los varales del palio bajo el que habría de hacer su devota y triunfal entrada en las catedrales “Franco, Caudillo de España, por la gracia de Dios”. A Mons. Añoveros, Antonio de nombre y obispo por vocación, se le puso a su servicio un avión con sus motores a punto en el aeropuerto de Sondica, para un exilio de la nacional católica España, que se llegó a creer inminente.
Creo con honestidad que, quienes sustituyeron y sustituyen ahora a los obispos firmantes de la “Carta Colectiva” –Cruzada–, debieran haber seguido el “iter” –“Vía Crucis”– de los citados curas “rojos” incardinados en sus diócesis, haberles reparado algunos de los gravísimos perjuicios a los que fueron sometidos y, a su muerte, entonar retahílas penitenciales en sufragio de sus almas, haciendo públicos sus nombres al menos en los medios oficiales de comunicación propiedad de la CEE. como LA COPE o LA TRECE. Es lo mínimo.
Además de conmiseración, pena y tristeza, causa risa la calificación de cura “rojo” con que también a un servidor de ustedes, tuvieron a bien calificarme, por ejemplo, por haber yo escrito, publicado y defendido en aquellos tiempos a favor de la coeducación –niños y niñas– en los centros escolares. El Cabildo en pleno de mi diócesis me envió una carta que conservo, en la que se me declara “hereje” –es decir, “rojo”–, con sus correspondientes consecuencias. (En la actualidad, todos los colegios, y los seminarios que quedan, son centros de coeducación, entre otras razones, porque, de no serlo, no les sería posible firmar el concierto estatal, privándoseles de su dotación económica)
Tal “rojez” engrosó mi ulterior “suspensión a divinis” – posteriormente levantada– por haber atrevido a denunciar públicamente la existencia de una “Rota de las Ventas”, chiringuito seudo-canónico, que en dependencias de una parroquia madrileña del barrio de Las Ventas mantenían unos” monseñores romanos”, con la colaboración de unos abogados matrimonialistas, que impartían y facilitaban las “nulidades-anulaciones” matrimoniales, al mejor postor o “postora”, menos caro y mucho más rápido.
¿Cuantos curas “rojos” están hoy censados por la CEE? ¿Por qué causas? ¿A qué obispos les será aplicable el título de “rojos”, si se los despoja de sus solideos, de sus cáligas, mitras, ornamentos, signos y símbolos que se dicen “sagrados”? ¿Cuántos obispos son “rojos” de verdad, porque la lectura del Evangelio les convence y orienta su actividad pastoral, en mayor y más devota proporción a como lo hace y lo hará el Código de Derecho Canónico?
NOTA: Y aquí y ahora, con agradecidos recuerdos valencianos, traigo a colación el nombre del Consiliario Diocesano de Mujeres de Acción Católica, don Baltasar Argaya, nombrado yo para tal cargo Nacional por el Cardenal Plá y Deniel, siendo presidenta Pilar Bellosillo, hoy en proceso de beatificación y una de las primeras mujeres que participó en el Concilio Vaticano II, como Presidenta de la UMOF, o “Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas”. Por cierto que, de la mano del Consiliario Argaya, tuve yo acceso a relacionarme con su hermano Jacinto, entonces obispo de San Sebastíán, el “obispo rojo-rojo”, junto con Añoveros, que lo era de Bilbao. Por inspiración del Nuncio de SS., y la anuencia de “consultares-asesores”” políticos afectos al Régimen, se celebraron con discreción y prudencia en sus domicilios madrileños algunas reuniones, para intercambios de impresiones sobre las relaciones Iglesia–Estado, en tiempos y en casos frecuentes de difíciles fricciones entre Francisco Franco, “Caudillo de España por la gracia de Dios” y el papa Pablo VI, poco o nada amigos entre sí.
A propósito de la nota final, supongo que el artículo es de Aradillas, no de Antonio Duato. Lo infiero por la referencia a Jacinto Argaya, a quien supongo conoció profundamente el director de la web. Si mi memoria no me falla, era don Jacinto auxiliar del arzobispo de Valencia, don Marcelino, el salesiano que decía que debajo de la indumentaria episcopal lleva el mono de obrero de su padre. A don Jacinto lo hicieron primer obispo de san Sebastián. Con el tiempo le pusieron a Setién de adjunto. Estaba yo en la mili, en el cuartel general de la División Maestrazgo número tres. (correspondiente a la Tercer Región Militar, en la estructura de entonces). Por vía que no viene al caso me enteré de las andanzas de Setién, interpretadas por la jefatura militar; entre ellas recuerdo un aviso interno: “Atención a las Unidades, Setién se reúne con los obispos vascos en Loyola”. Era un aviso de atentado etarra que vendría de inmediato justificado por el obispo adjunto con su famosa tesis de condena de la violencia venga de donde venga, que pretendía –entendía el comunicado interno militar– rebajar la indignación del atentado presumible. La sensibilidad militar estaba a flor de piel y se miraba con lupa todos los movimientos del clero vasco. Muchos desconocen hasta qué punto exacerbó el comportamiento del clero vasco a militares y paisanos no nacionalistas. Y ahí entra Argaya, Jacinto. Ante quien había sido íntimo amigo suyo en Valencia, no sé si incluso su confesor, le lloró por la tensión y los disparates del obispo de infausta memoria. Ese que, remedando la canción, despreció a los que solicitaban su ayuda por no llegar tarde al templo… Savater y Maria San Gil scripserunt.