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Los jóvenes –ellos y ellas– NO PECAN

A propósíto de los 150 confesionarios preparados para la JMJ de Lisboa 2023

        El nombre del parque-jardín “Vasco de Gama” de la ciudad de Lisboa, capital de Portugal, de aquí en adelante será sustituido por el del “Perdón, o de los confesonarios”. El Comité organizador de la nueva edición de la JMJ, que se celebrará en Lisboa en los días 1-6 de agosto, con presencia del papa Francisco, ha decidido instalar en el citado lugar 150 confesonarios “de madera, estructura simple y dimensiones pequeñas con tres paredes y un techo para simular una casa abierta, con dos sillas enfrentadas para lograr una experiencia más personal, con el lema de “paradas no, horizontes sí”, tal y como reza el comunicado oficial.

        (Por cierto, en el mismo se informa que, de la ejecución del pedido de los confesonarios se encargaron los reclusos de tres cárceles importantes de Portugal, sin que se expongan las razones tenidas en cuenta para tal selección, entre otras “empresas” del ramo.)

        El “Parque-jardín del Perdón”, y los lisboetas confesonarios, nos proporcionan razones sobradas para la redacción de estas reflexiones:

        Teólogos y teólogas, sin escatimar argumentos de procedencia no sólo bíblica y patrística, sino antropológica en general, y en consonancia con las más modernas conquistas y reconquistas en la diversidad de sus áreas y competencias, se afanarán por descubrir y definir el pecado, como tal objeto del aludido sacramento.

         No todas las definiciones al uso, al igual que la intitulación de “pecadores” para los /as penitentes, candidatos a los confesionarios, son mínimamente aceptables a la luz de la fe y, en ocasiones, del sentido común.

         Hay pecados registrados en los manuales “oficiales –catequísticos– con toda clase de anatemas y descalificaciones, graves o leves, según, que no son pecados, pudiendo alcanzar algunos de ellos la categoría de virtudes.

         Lo de materia grave o leve, con sus sanciones casi “dogmáticas” de las llamas eternas del infierno, difícilmente cohonestan con la idea de Dios, por poco cristiana que se nos presente y evangelice.

         La identificación preferente, y aún exclusiva, en la confesión de pecado, con infracciones relativas a actos religiosos y de culto, con sus ceremonias, ritos y “mandamientos de la Iglesia”, y no con los de “la Ley de Dios” y su dimensión social en perjuicio de la colectividad –Común Unión– eclesial, desacraliza esencialmente el acto y el gesto de la confesión.

          El lenguaje empleado en los confesonarios, tanto en las preguntas como en las respuestas, está indefectiblemente condenado a la falta de entendimiento entre el confesor y el –la– penitente/a. En los confesonarios sobran preguntas. Todo lo que roce los linderos de la intimidad personal, no es materia propia de este sacramento. Quien tendría que confesarse –y arrepentirse– de ello, habría de ser el propio confesor.

         Más que “sacrílegas”, son muchas las confesiones inútiles, y poco o nada prácticas para recorrer el camino de la conversión. ¿Qué es eso del “propósito de enmienda”, del “dolor de corazón” y de la “reparación”, inherentes al propio sacramento?

          ¿Qué cristiano puede creerse hoy que unos rezos van a reparar los daños morales y aún económicos, graves o leves, que hayan podido provocar determinados bulos, invenciones, críticas o murmuraciones, carentes de veracidad, y sobradas de malas intenciones? ¿Qué decir de los corruptos, “católicos, apostólicos y también y, sobre todo, romanos?

         La imposición de la “penitencia” al recibir la absolución sacramental está falta de imaginación. Reducirla a recitar raciones, o efectuar promesas devotas que multipliquen las misas y las procesiones, y aún los ayunos y abstinencias, no es efectivo.  Las “penitencias” habrán de afectar y reflejarse preferentemente en la cuenta corriente bancaria   y en la disponibilidad de sonreír y de ser simpático, amable y respetuoso con los otros, con reducir sistemáticamente la velocidad al volante de los coches, con ser fieles cumplidores e intérpretes de las exigencias implícitas a las vocales y consonantes de las siglas del IBI, del IVA, de la ITV y de otras similares…

          El diseño de los artilugios llamados “confesonarios” y su ubicación y distribución por las capillas de los templos, con profusión y “colas” adjuntas, no es de recibo ni espiritual ni material. Son rechazables el equipo de las rejas, rejillas y telas moradas con las que se intentan “defender” a confesores y a penitentes/as. En tales receptáculos no es posible impartir el perdón. Son de por sí recusables. Están de más en los templos y lugares adyacentes. Nadie podría imaginarse a Jesús impartiendo el perdón, de semejante, rara e inescrutable manera…       

        Se echa de menos una buena campaña –catequesis– contra estos confesonarios –jaulas, ex ataúdes y atalayas de vigilancia–, y el uso ascético y pastoral de ellos, se hará comunitarizando” aún más el pecado. Desgajarlo del contexto de la comunidad a la que se pertenece, aminoraría elementos de solidaridad, concordia y colaboración para la edificación de la Iglesia.

         Lo relativo a la “dirección espiritual” es otro “cantar” que merece capítulo aparte en el esquema-organigrama de la evangelización y de la pastoral “selecta” dentro de la Iglesia, con mención singular para algunos de sus movimientos más representativos en la misma.  Su propia terminología es parte del verbalismo y de la altisonante palabrería que configura la relación consigo mismo /a, entre sí y con Dios.

         Es deseable que lo antes posible se le vuelva a conferir pleno valor sacramental al “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa” del principio de las misas y, ya purificados, nadie se prive de recibir la Sagrada Comunión en la misma.  Es imprescindible creer que el pecado es ofensa a Dios, especialmente cuando es ofensa a los hermanos en los que se encarna y concreta todo lo divino del universo. Liberar a muchos católicos de la cruz de los confesonarios, contribuirá a hacer menos pecadora a la Iglesia, integrando en ella lo mejor de la Sagrada Liturgia…

2 comentarios

  • Antonio Llaguno

    Se nota que el querido Antonio no tiene mucha cercanía a los jóvenes EUROPEOS que van a asistir a la JMJ. Son jóvenes que en su mayoría vienen de movimientos neo conservadores con practica muy regulada y cercana a lo que la Iglesia Católica más oficial les demanda. Sin criterio, sin personalidad, sin preguntas, con todas las respuestas (Y si no las tiene ellos las tiene su confesor). Son de confesión regular (Muchas veces semanal y de rosario diario). Que yo no digo que esté mal pero que añoro aquella generación (La mía) que cuando el representante del obispo vino a confesarnos antes de la confirmación (18 añitos tenía yo) y nos preguntaba sistemáticamente a cada un@: “Ya, ya pero… ¿Cómo vas del sexto?”, le contestábamos, “pues verá usted señor vicario, menos de las que uno quisiera pero alguna va cayendo”    Son las consecuencias de los oscuros años de JPII, BXVI y los movimientos que generaron sus pontificados y que tanto daño han hecho a la Iglesia en Europa.     Por eso cuando vi el reportaje de Évole y Francisco, al ver como son los jóvenes latinoamericanos y africanos, los de las periferias, los que mostraron al Papa que no solo existen jóvenes como la muchacha kika que tan mal lo pasó en ese reportaje, acabé pensando: “No. Ya no son ellos los que necesitan evangelización. Son ellos los que vienen a evangelizarnos”    Ojala.    Rezo por ello. 

  • ELOY

    El fondo del asunto me parece relevante, más que los detalles formales. Leo ” Es deseable que lo antes posible se le vuelva a conferir pleno valor sacramental al “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa” del principio de las misas y, ya purificados, nadie se prive de recibir la Sagrada Comunión en la misma. “Hubo un tiempo en que en algunas iglesias se impartía , a determinada hora , lo que se llamó, la penitencia general y o comunitaria. Se impartía  en ellas una absolución general a las personas presentes , y no se hacía la confesión personal y privada. Para quien lo quisiere , se seguía ofreciendo a otras horas la confesión privada.   Me parece interesante que los expertos en la materia, o el propio autor del artículo,  profundicen y nos expliquen la citada propuesta de dar valor “sacramental” del acto de arrepentimiento que se hace al principio de las misas.  No sé si históricamente lo tuvo .     Gracias