La justa medida constituye un valor universal presente en todas las culturas y representa uno de los puntos más importantes de todos los caminos éticos. Estaba inscrita en los pórticos de los templos o en los edificios públicos de Egipto, de Grecia, del Imperio romano y de otras partes. La virtud de la justa medida significa el camino del medio, ni de más ni de menos, y en la dosis correcta. Se opone a todo exceso, a toda ambición exagerada (hybris en griego). Recomienda el autocontrol, la capacidad de desprendimiento y de renuncia.
Estamos convencidos de que una de las causas principales del caos actual, con el desequilibrio del planeta Tierra, con la devastación de casi todos los ecosistemas, con el calentamiento global que ha introducido de forma irreversible un nuevo régimen climático más caliente, que se muestra por los eventos extremos a nivel mundial, con la aparición de nuevos virus, el peor de ellos hasta ahora, el coronavirus, que se ha llevado millones de vidas, con la explosión de guerras en 18 sitios diferentes de la Tierra, particularmente la letal Guerra entre Rusia y Ucrania (detrás de la cual están la OTAN y Estados Unidos) son consecuencia de la falta de la justa medida.
Esta falta de la justa medida es intrínseca al paradigma de la modernidad, formulado en los siglos XVII/XVIII por los padres fundadores, como Galileo Galilei, Newton, Francis Bacon y otros. Para ellos, el eje estructurador del nuevo mundo a ser construido se basaba en la voluntad de potencia o de poder, como fue identificado por Nietzsche y por toda la Escuela de Frankfurt. Según este paradigma nuevo, el ser humano se entiende como maestro y dueño de la naturaleza, en la expresión de Descartes. No se siente parte del todo natural. Este no tiene sentido en sí, ni propósito, salvo en la medida en que se ordena al ser humano, que lo trata según su conveniencia.
En nombre de este paradigma se rompió totalmente la justa medida. Los países europeos ejercieron la voluntad de poder dominando pueblos enteros en América Latina, África y en parte de Asia. Dominaron la naturaleza, extrayendo de ella de forma ilimitada sus bienes y servicios. Dominaron la materia hasta las últimas partículas. Dominaron el secreto de la vida, el código genético y los genes. Realizando todo con furor sin sentido alguno de la justa medida. Trajeron innumerables beneficios para la vida humana, pero al mismo tiempo, por haber mandado al limbo a la justa medida, crearon para sí el principio de autodestrucción con todo tipo de armas, que, si fueran usadas, no dejarían un alma viva para contar la historia.
Para no quedarnos sólo en conceptos, demos un ejemplo concreto: la irrupción del Covid-19, que afectó solo a la humanidad y no a los demás seres vivos, es la consecuencia directa de la voluntad de poder, de la agresión sistemática de nuestro modo de habitar el planeta Tierra destruyendo los hábitats de los virus. Sin sus nichos vitales, avanzaron sobre los seres humanos provocando la muerte de millones de personas. Por lo tanto, nos faltó la justa medida entre la intervención necesaria en la naturaleza para garantizar nuestros medios de vida y la ambición exagerada de superexplotar los bienes y servicios naturales más de lo que necesitamos, para la acumulación y el enriquecimiento,
De esta forma, la Tierra viva perdió su equilibrio dinámico y nos envió a través del coronavirus un llamamiento a la justa medida, un mensaje de cuidado, de autocontrol y de superación de todo exceso. Ese fue el sentido del confinamiento social, del uso de mascarillas y de la urgencia de usar las debidas vacunas. Todo parece indicar que no aprendimos la lección, pues la gran mayoría ha vuelto a la antigua normalidad.
Bien decía el pensador italiano Antonio Gramsci: “la historia es maestra pero prácticamente no tiene alumnos”. De todas formas, nos queda la lección de que debemos incluir en todo la justa medida, alimentar una relación amistosa y justa con todas las cosas si queremos garantizar un futuro para la vida humana y para nuestra civilización.
Yendo directamente a la cuestión fundamental: la causa más inmediata y visible de la ruptura de la justa medida reside en el capitalismo como modo de producción y en el neoliberalismo como su expresión política. Los mantras de ambos son conocidos: el lucro por encima de todo, la competencia como su motor, la explotación ilimitada de los recursos naturales, el individualismo, la flexibilización de las leyes para poder realizar sin impedimento su intento de dominación/enriquecimiento.
Si hubiéramos seguido tales mantras, gran parte de la humanidad habría sido gravemente afectada o habría desaparecido. Lo que nos salvó fue dar centralidad a la vida, la interdependencia entre todos, la solidaridad de unos con otros, el cuidado de la naturaleza y las leyes y normas que limitan los oligopolios, generadores de pobreza de gran parte de la humanidad.
Preocupado con esta cuestión máxima, de vida y de muerte, este autor ha escrito dos libros, fruto de una amplia investigación mundial, redactados en el lenguaje más accesible posible para que todos puedan darse cuenta de la gravedad que significa la ausencia de la justa medida para la vida personal, para las comunidades, para la economía, para la cultura y para nuestra relación con la naturaleza, en último término para con la Tierra.
El primero, publicado en 2022, El Pescador ambicioso y el pez encantado: la búsqueda de la justa medida. En él se ha preferido el género narrativo con uso de cuentos y de mitos ligados a la justa medida. El segundo, una continuación del primero, En busca de la justa medida: cómo equilibrar el planeta Tierra, procura ir de forma más reflexiva a las causas que nos llevan a perder la justa medida o lo óptimo relativo. Ambos libros plantean la pregunta angustiante: ¿es posible vivir la justa medida dentro de este sistema capitalista y neoliberal hoy globalizado?
Respondemos, con cierta esperanza, que es posible, a condición de pasar de la cultura del exceso a una cultura de la justa medida, desarrollando un nuevo modo de habitar la Tierra, sintiéndonos parte de ella y hermanos y hermanas de todos los demás seres.
Dicho en el lenguaje del papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti, haciendo la travesía del dominus (dueño) de la naturaleza al frater (hermano y hermana) entre nosotros y entre todos los seres de la naturaleza. Para eso es importante una ética de la justa medida a nivel personal y comunitario, en la política y en la economía, en la educación y en la espiritualidad.
O bien organizamos nuestras sociedades dentro de los límites del planeta Tierra, viviendo en todo la justa medida o estaremos poniendo en peligro el futuro de nuestra vida y de toda la vida sobre la Tierra.
*Leonardo Boff es ecoteólogo, filósofo y escritor con varios textos sobre la ecología integral y los peligros que pesan sobre la humanidad.
Traducción de María José Gavito Milano
La reflexión que nos propone L. Boff con la “justa medida”, es una reflexión-aspiración -y doctrina- muy vieja, pero siempre actual, porque esa “justa medida” aún no se cumple. Sigue siendo un sueño -no de esos que solo sueños son-, sino una aspiración razonable, que al menos linda con el terreno de los deberes y derechos humanos. Por eso es bueno y necesario reincidir, respaldar y acompañar a quienes reclaman más justa medida, teórica y práctica, en el desarrollo del sistema social, sin privilegios ni discriminaciones injustos.La observación de Gramsci sobre la Historia, maestra, pero con pocos alumnos -al menos que la aprueben-, tiene su explicación: La historia ha sido secuestrada por el poder, que la confina y la reelabora… (La “fake news” no son tema de hoy…
Más en concreto, los sistemas sociales, elaborados e impuestos por el poder que ordena y manda, no son cosa de hoy… Lo que es de hoy (un hoy largo y ancho) es que el sistema de siempre se ha remozado con nuevas palabras y se le presenta como la única solución para el progreso. Y al amparo de esa “única solución” se trata de justificar el “canibalismo” sin ley de ese sistema, hoy neoliberal. Sin ley y sin ética, pero bien blanqueado. De ahí que ese voraz afán de poseer (¿tal vez signo de una necesidad profunda, inconsciente, de ser más, o de una oscura falta de sentido último de dé seguridad a la vida?); de ahí -digo- que esa justa medida no encaje con el poder ídolo, que tantos horizontes acorta y tanto culto y silencio demanda.
Menos mal que el ser humano es más que afán de poder, y pese al troquelamiento mental -y aunque lentamente-, es capaz de discernir y de ser creativo…, revisando y ampliando -e incluso superando- los límites de esa “justa medida”. Pero en ese afán creativo de superarnos y ensanchar fronteras necesitamos cierta dosis de realismo y prudencia, pues si queremos ir demasiado de prisa podemos echarlo todo por la borda… Y entonces, por la torpeza humana de las prisas enmocionadas, convertimos nuestros sueños, en solo sueños… y en frustraciones y agresividades: agresividades de las que muchas veces se sirve el poder para darse la razón y perseverar en el intento de control por parte del poder, que no sabe -ni quiere- abdicar-renunciar.En estos casos la “justa medida” se estrecha más… en vez de ampliarse y hacerse más solidaria… Más solidaria, porque en la solidaridad se encuentra la justa medida. Cuando el poder se conciba como servicio solidario, la justa medida brotará como un parto espontáneo, sin necesidad de forceps. Los forceps tienen el riesgo de sacar cuerpos inválidos o muertos. Por eso es tan peligroso usar forceps en la vida social o política… Es más eficaz, aunque sea más lento, trabajar por la concienciación individual y social, desenmascarando y derribando argumentos falsos, que solo encubren intereses contra el hombre y la tierra.