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Mentiras en la Iglesia

          “Mentira” y “educación” –“desarrollo o perfeccionamiento de las facultades intelectuales y morales de la persona”– son términos, de por sí, antitéticos. Ni riman, ni ninguna de sus notas se coordinarán al pretender formalizar –“con carácter serio y estable”– el concierto de la convivencia entre los seres humanos. En todo lugar en el que haya hecho acto de presencia la mentira, revestida de sus símbolos o apariencias, la educación huye y se exilia de prisa y corriendo. La mentira y la educación recorren a perpetuidad caminos distintos. Diametralmente opuestos. Las metas son contrapuestas, contrarias y enemigas.

          Hoy por hoy fijo la atención en el ámbito de lo religioso y, de entre tantas sugerencias, subrayo algunas de relevante importancia en la edificación-formación en la fe.

          En general se percibe que la educación, por religiosa que se proclame aún con las máximas garantías jerárquicas doctrinales, apenas si tienen fundamentos evangélicos. Estos son prevalentemente burocráticos, con los que se intenta perpetuar institucionalmente estilos de vida y comportamientos que a Jesús les fueron ajenos y, en ocasiones, rechazados por Él.

           La misma idea de Dios, eje y principio de cuanto sea y se considere religioso, en la educación llamada cristiana, se nos imparte de modo incorrecto y perverso. La idea de Dios que con frecuencia nos es predicada por los medios ordinarios –púlpitos, ambones, Cartas Pastorales, consejos, exhortaciones, homilías y declaraciones, con mitras o sin ellas–, apenas si alcanzarán el “Visto Bueno” de Jesús, “Verbo” y “Palabra”, única y verdadera. Con tal concepción de Dios difícilmente es posible ser y ejercer de cristianos y, a veces, ni siquiera de personas humanas, tal y como dogmatizan los Libros Sagrados.

          Dios no es un ogro o ser fantástico, todopoderoso, la verdad lejana, apartado de la realidad, siempre con el ojo avizor para castigar los pecados o faltas de reglamento que, con la mejor de las intenciones, sus administradores o representantes tuvieron a bien redactar bajo el epígrafe de “Mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia”.

          El ”pecado” y el “infierno”, tal y como hemos sido , y somos, educados en la fe recibida y mantenida en los tiempos infantiles, de la adolescencia, de la madurez de la vida, en el ejercicio de la profesión y en el retiro o jubilación, demandan planteamientos veraces, que coincidan con exactitud con los contenidos en el Evangelio, siguiendo con fidelidad sus enseñanzas y ejemplos.

          El aserto inmoral de que “fuera de la Iglesia no hay salvación” y tantos otros a favor de la institución eclesiástica, tal y como canónicamente está estructurada en la actualidad, constituye una burda mentira a la que antes y ahora, no pocos etiqueten de “piadosa”. ¡Gracias sean dadas a Dios y al papa Francisco salvadoramente empeñado en asperjar a la Curia y a los curiales, con torrenteras de aguas lustrales!

          Multitud de predicadores y evangelizadores, de toda clase y categoría canónica y con signos y símbolos litúrgicos de las más altas alcurnias feudales, se han comportado y comportan como mentirosos nada menos que en la tarea-ministerio de la educación religiosa a la búsqueda del Camino, de la Verdad y de la Vida.

          El capítulo del Año Cristiano, con la política “religiosa” que lo inspira y justifica en múltiples ocasiones, llama la atención de modo especial de quienes se sienten vocacionados a separar la cizaña del trigo, con el que se identifica Jesús “por” y “en” la Comunión de la Iglesia con la definición paulina de “Cuerpo Místico”

          La Iglesia está necesitada de mucha más verdad de la que aparenta poseer, y de la que sus administradores oficiales creen que tuvo y sigue teniendo. La mentira rezuma por sus poros, ceremonias, ritos, emblemas y artilugios clericales, junto con sus fórmulas. La verdad recusa los ornamentos sagrados. Buenas y ponderadas porciones de claridad, transparencia, luminosidad, limpieza, ventanas y puertas abiertas… hacen Iglesia a la Iglesia. El misterio, la ocultación, la oscuridad, encerrar y encerrarse, la clandestinidad… desaloja a los cristianos de la propia Iglesia, sin necesidad de ulteriores desahucios.

          Cuanto se relaciona con la sexualidad, como asignatura y comportamiento de vida propia y ajena, así como con la mujer en general, la Iglesia miente, incapacitada consciente o inconscientemente. Desconoce la verdad.

          La calificación de “suspensos” en la educación en la fe, es destino cierto para docentes y discentes. Si solo la Verdad hará libres, la mentira y su ministerio encadenará a perpetuidad.

2 comentarios

  • Roman Díaz Ayala

    Se puede educar en la verdad y también en el error, pero eso sería una mala educación. También se puede educar erróneamente la verdad y seguiría siendo igual una mala educación. Honestamente no sé en qué casilla ubicar el contenido de este trabajo del P. Aradillas, y por lo que no puedo opinar.

    El proverbio indio “caminar un rato con los zapatos del otro” nos invita a sentir en común, y para mi me resulta fácil tratándose de un ministro ordenado de la Iglesia, pero muy difícil aceptar sus asertos sin una explicación previa o posterior, o mejor, un posicionamiento que me ayude a formarme una opinión propia.

     

  • ana rodrigo

    Si la mentira es una afirmación que se dice consciente de que no es verdad, supondría que detrás de la mentira habría una verdad. Por ejemplo detrás de la definición de Dios, debería haber un concepto que se correspondiera con una realidad que se pudiera demostrar. Pero resulta que a Dios nadie lo ha visto, por lo tanto ¿se puede afirmar una definición de algo que se desconoce? No, por eso no es mentira lo que las religiones dicen de Dios, sino especulaciones subjetivas dependiendo de quien las haga y las dogmatice. Por tanto nos quedamos en conceptos que pueden ser útiles a través de las creencias, pero no son mentiras, entramos en otro estadio, el de la experiencia humana.

    Por lo que la enseñanza o educación o catequesis o teología, etc. sobre Dios se queda en una especulación conceptual, expuesta a todo tipo de conceptualizaciones, desde que Dios es una persona trinitaria, hasta que Dios es vengativo y necesita el arrepentimiento o que necesite de un redentor para desagraviarlo de nuestros pecados, pasando por ser omnipotente y todopoderoso, menos para eliminar el mal y el sufrimiento del mundo.

    Lo que ocurre es que el ser humano, como ser racional, necesita explicación de todo, del porqué y el para qué de la vida, o sobre el origen del universo, o sobre la vulnerabilidad cotidiana de la vida, o la muerte, y muchos porqués que no encuentran respuesta racional, y de estas necesidades y desde los orígenes de la humanidad el ser humano ha necesitado algo o alguien que han llamado diosa o dios.

    Y ha dado buenos resultados para tranquilizar la mente y el espíritu humano a base de fe y de esperanza, ha ayudado a sobrellevar la carga de dificultades que se encuentra en la vida, y ha resultado válido, se ha convertido en algo razonables dentro de cada religión.

    En la medida en que las sociedades han ido avanzando en conocimiento y en ciencia, se han vuelto más exigentes en el raciocinio y de ahí ha venido el ateísmo  cada vez más masivo.