El pasado 22 de noviembre de 2022 el Papa Francisco cesaba la cúpula de Caritas Internationalis, nombrando una nueva directiva, después de haber conocido los resultados de una auditoría en la que se habían detectado deficiencias en los procedimientos de gestión y liderazgo que perjudicaban seriamente el “espíritu de equipo” y la “moral del personal”. Y lo hacía encargando a los nuevos responsables “proponer e introducir nuevas herramientas de gestión y liderazgo”, antes de la próxima Asamblea General de dicho organismo, a celebrar entre el 11 y el 14 de mayo, momento en el que se elegiría un nuevo equipo directivo.
La Caridad es “el abrazo de Dios” a los pobres, “su carne”
Esta es la conocida decisión que, tomada en su día por el Papa Bergoglio, provocó una gran sorpresa. Sin embargo, han permanecido en un sorprendente silencio sus consideraciones sobre la Caridad, dirigidas el 27 de mayo de 2019, también a los miembros de Caritas Internationalis, en el cierre de su XXI Asamblea general.
En aquella ocasión les dirigió tres mensajes que entiendo que han estado muy presentes en estos meses de preparación al encuentro de mayo y que sospecho que tambien lo van a estar en el transcurso de la presente Asamblea. Y que, si no me equivoco, creo que tambien tendrían que estar en nuestras Caritas más locales, sean estas diocesanas o parroquiales, en el caso de que pudieran iniciar un camino de revisión presidido por estas palabras del Papa Bergoglio a Caritas Internationalis.
En aquella ocasión les dijo, en primer lugar, que la caridad no era “una idea”, “un servicio estéril” ni “un sentimiento piadoso” ni “una simple ofrenda” o una “píldora calmante” para silenciar nuestra conciencia. Y, una vez despejado lo que no era, pasó a recordarles lo que era: “el abrazo de Dios a los hombres” (…) “especialmente al más pequeño y al que sufre” porque en sus rostros está oculto “el de Cristo”. Ellos “son su carne, signos de su cuerpo crucificado”. Y, por eso, en la relación con ellos se juega “el encuentro experiencial con Cristo” involucrando “el corazón, el alma y todo nuestro ser”; algo que solo es posible compartiendo y viviendo “con los pobres y para los pobres”. A la luz de este capital dato, prosiguió, solo es de recibo una caridad que se ocupe “de llegar a ellos, incluso, en las periferias más extremas”; y que se haga con “delicadeza y ternura”.
Y, una vez recordada la matriz cristológica –y, por ello, espiritual y teológica, de la caridad– les dijo, en segundo lugar, que “no se puede vivir la caridad sin tener relaciones interpersonales con los pobres: vivir con los pobres y para los pobres. Los pobres no son números sino personas”. Cuando esto no se tiene presente, acabamos hablando de la caridad y viviendo en el lujo; organizamos un “Foro sobre la caridad desperdiciando tanto dinero innecesariamente” o hacemos el juego a “la cultura del despilfarro y de la indiferencia”. Y continuó: “dado que la caridad es la más codiciada de las virtudes a las que el hombre puede aspirar para imitar a Dios, es escandaloso ver a los trabajadores de la caridad que la transforman en un negocio” (…). “Duele mucho ver que algunos trabajadores de la caridad se convierten en funcionarios y burócratas”, es decir, así lo entiendo, sometidos, de manera exclusiva, a los criterios propios de lo que se vive y desarrolla como un trabajo rentable; y poco más.
Estos dos recordatorios sobre la raíz cristológica de la caridad y sobre el “escándalo” que provoca vivirla como un “negocio” o como lo pueden hacer los “funcionarios” y los “burócratas”, le llevó a cerrar su intervención animando a los presentes –y, por medio de ellos, a todos los miembros y trabajadores de Caritas– a seguir adelante “en comunión con las comunidades eclesiales a las que pertenecéis y de las que sois expresión”. He aquí otro dato, en esta ocasión de matriz eclesiológica, que habría de ser tenido muy en cuenta en la reforma de cualquier Caritas.
La reforma de Caritas
Recordadas la raíz cristológica, eclesial y espiritual de la caridad cristiana –y algunas de las muchas cautelas a las que hay que estar particularmente atentos en su gestión y liderazgo– sería deseable (pero es solo un deseo, sin más pretensiones) que se ensayara una reforma de Caritas (incluidas las diocesanas o locales) en la que se cuidara equilibradamente la “identidad distintiva” (es decir, cristológica y eclesial) de la caridad y de la justicia en favor de los últimos sin incurrir en un espiritualismo trasnochado o “sin carne”, así como en un asistencialismo totalmente desentendido de una cierta eficacia y de la justicia o en un profesionalismo que, obsesionado por la rentabilidad, acabe sin alma o, lo que es lo mismo, aparcando la mística y la espiritualidad que brota del encuentro con Dios en los pobres o funcionando al margen de la comunidad cristiana, es decir, externalizada.
Sobre todo ello he formulado una posible propuesta. Los interesados pueden leerla en Vida Nueva 3.032, pp. 21-27 Enero de 2023: “La crisis de Caritas Internationalis: gestión, liderazgo y, sobre todo, caridad y justicia”.
Vaya esta reflexión- comentario a propósito del art. de Jesús Mtnez. G. sobre “Caritas y la necesidad de un nuevo modelo”. Está bien que la Iglesia revise y mejore esta -pese a todo- venerable institución, aunque solo constituya una pequeña rama del árbol de la Iglesia. Pero entiendo que para que no se quede en las ramas, quien primero debe revisarse es la Iglesia misma en sus estructuras de poder, que impiden ser un servicio auténtico dedicado a “hacer el bien” sistemáticamente. (El anuncio es inseparable de “hacer el bien”, pero se anuncia mejor cuando la Iglesia se dedica a hacer el bien. El mejor predicador es fray Ejemplo.) Cuando en la Iglesia prevalece la doxia sobre la praxia, cuando prevalece la doctrina teórica sobre el evangelio, se impone la doctrina “teórica” (muchas veces discutible) sobre la caridad. (Recuérdese el trato dado por dicasterios vaticanos a I. Illich o a Gäring o al pobre incapaz de inseminar -que recordé hace unos días- etc. etc.) La “doctrina” de estos doctores de la Iglesia no es humana ni evangélica (por mucho que la vistan de doxia…)
A mi juicio, la misión principal de la Iglesia es pasar por la vida “haciendo el bien” con su propio testimonio de vida solidaria. En este sentido la Iglesia, como institución, debe parecerse más a una gran ONG que a un púlpito o cátedra… Su misión prioritaria es menos teórico-doctrinal, y más compromiso práctico en caridad. Por eso, cuando utiliza la cátedra que sea en primer lugar para ratificar y defender su compromiso de estar, en primer lugar, al lado de los necesitados… (y nunca del gran Poder…) Un compromiso así la llevará a abandonar el silencioso ensimismamiento -verbal, físico y espiritual-, que tanto ha fomentado y cultivado durante siglos. Ensimismamiento que es, o puede ser, un modo de pasar de largo… Esa Iglesia ONG-Caritas evangélica no puede ser una Caritas meramente asistencial. Dedicarse a hacer el bien y a defender a los necesitados -para que dejen de ser necesitados- es, debe ser, una de sus misiones prioritarias. Una Iglesia que, de hecho, priorice la doxia -y discrimine en primer lugar por la doxia- no es una Iglesia con espíritu evangélico. Es una Iglesia pródiga, que se pierde por los cerros de la teoría, y que inculca una espiritualidad ensimismada, cómoda, ajena a la realidad. Una Iglesia que en su defensa de la justicia se limite a teorizar con encíclicas etc., o a “rezar”, pero que no baja, o baja poco, a la realidad de los necesitados -y sus causas-, no es una Iglesia ONG-Caritas evangélica.
Esto quiere decir que la Iglesia jerarquía -y monacal- deben salir de su ensimismamiento teórico y espiritual, y -convertidas al Evangelio- se comprometan más y mejor con los que sufren. Es decir, la Iglesia jerárquica debe hacerse más abierta, aunque con tal conducta le surjan los poderosos de siempre, que si no la tienen dominada -y a su servicio- se declaran sus enemigos… Un Iglesia más comprometida con los necesitados ( y en diálogo amable -en lo posible-; diálogo, siempre libre y lúcido, con el poder, a fin de que reparta más que migajas); una Iglesia que testimonia con su vida, comprometida y coherente, es el mejor fermento para que la masa social cambie. Sin buen y persistente y lúcido fermento -que descomponga seudo-valores y mentiras-, el cambio no es posible. Una Iglesia sin ese fermento transformador es una Iglesia ácima. Con las dignas excepciones de siempre, la Iglesia clerical ha sido una Iglesia ácima durante siglos. Por eso, los que no sean o no se sientan capaces de ser buen fermento no deben ocupar puestos de servicio… ni cátedras… Los y las que sean capaces de servir -no tanto de teorizar- son quienes deben ocupar la función de servir en el Reino de Dios en la tierra. Para ello es preciso saber discriminar bien antes, no sea que la tentación del poder cree “vocaciones” que no sirven. Y la Iglesia en vez de servir, se sirve…