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Si regresaran y vieran…

Por si queréis insertarlo en Atrio, este artículo que escribí en El País en 2006 y no pierde actualidad, vista esta semana santa postpandemia. Alfredo.

          Corren malos tiempos para la irreverencia, confundida por los fanáticos con la blasfemia. No llega a blasfemo, de todos modos, preguntarse cómo verían Voltaire y otros ilustrados el asalto a las calles por piadosos encapuchados tres siglos después de haberse deslindado qué es religión y qué ciudadanía, qué es vida pública, qué es piedad privada y qué es superstición. Si ellos regresaran a la vida y vieran…

          No hace falta, sin embargo, ejercer de volteriano, y ni siquiera de anticlerical o luterano, para el argumento que ahora sigue. Basta con argüir desde las fuentes mismas presuntamente legitimadoras del patético ritual, conjeturar sin irreverencia alguna qué sucedería si ahora reaparecieran los protagonistas y testigos de los hechos que, una semana al año, todavía hoy, se conmemoran, ¡y cómo!

          Si María y Jesús se dieran una vuelta por acá en Semana Santa, no entenderían nada de ella. Serían incapaces de captar la relación entre los hechos más amargos de sus vidas y las multitudes en torno a unas imágenes ricamente ataviadas, cuajadas de luces y de joyas. Pero ¿qué es esto, Dios mío; estas luminarias y peanas, estos lujosos tronos, estos sanedrines y capuchas? Habría que explicarles muy bien todo, paso por paso. Todos ellos os aman, incluidos los mirones y los turistas; la riqueza y la gloria de ahora tratan de enmendar la pobreza y humillación que antaño padecisteis; los cornetines y tambores son de un cortejo no para el ajusticiamiento, sino en loor vuestro; los encapuchados no son verdugos y os conducen en andas desde un devoto anonimato; los legionarios no son ya romanos y han venido para rendiros honores militares; esta música es el himno nacional que sólo suena a la llegada vuestra y a la de los reyes; el gobernador en la tribuna no es ya Poncio Pilato, y el César actual del mundo invoca al único Dios verdadero después de las catástrofes y antes de las guerras.

          Si Mateo, Marcos, Lucas, Juan vinieran por acá y lo contemplaran, se dirían: pero ¿qué tiene esto que ver con lo que nosotros escribimos? Acerca de la pasión del Maestro nos pusimos de acuerdo en un informe sin patetismos, casi sin emoción, como de reportaje imparcial. Queríamos resaltar que Jesús había sido condenado y muerto por las autoridades todas, religiosas y civiles, pero resucitó después. A ellos habría que explicarles que han pasado veinte siglos; que Jesús predicó un evangelio, pero luego vinieron las iglesias, así como las religiones populares, y que el pueblo se ha sentido conmovido por una parte, sólo una pequeña parte, del evangelio que ellos escribieron. Este pueblo, víctima de sufrimientos históricos y, en extremo realista, poco esperanzado en resucitar y ni siquiera en resurgir, encontró en los padecimientos del Cristo y en el dolor de su Madre un espejo y un lenitivo de su propio padecer. Así que los ha elevado a iconos máximos de una religión de valle de lágrimas: humanos ambos, dolientes, mortales, también el Cristo. Alguien sentenció con tanto respeto como ironía: “opio del pueblo”. Pues sí, este pueblo religioso acude a ellos como a providencial consuelo de afligidos.

          ¿Llegarían ellos a entender tras las debidas explicaciones? ¿Lo entendería al menos la víctima principal de esta historia, la de entonces y la luego sucedida, Jesús el Nazareno? Y ¿qué otra secuencia de acontecimientos seguiría a su sorpresa y a las explicaciones razonables de los hermanos cofrades?

          Dostoievski ha imaginado un posible desarrollo de los hechos. Llega Jesús redivivo al atrio de la catedral de Sevilla, donde una muchedumbre acompaña al féretro de una pequeña, hija única. La madre llorosa reconoce al Cristo y le implora: “Si eres Tú, resucita a mi hija”. El cortejo fúnebre se detiene, suena la palabra redentora: “¡Levántate, niña!” Y ésta se levanta y camina. Se halla en ronda por allí el cardenal inquisidor; se aproxima; se hace un silencio mortal; ordena apresar al milagrero. Ya en el calabozo de la Inquisición también el cardenal pregunta: “¿Eres Tú?”. Pero no necesita ni espera la respuesta, pues lo sabe. Le habla, pues, en nombre de la Iglesia: “No contestes, cállate. Es lo mejor que puedes hacer ahora. No tienes derecho a añadir nada a lo que dijiste en otro tiempo. Lo dejaste todo en manos de tus sacerdotes”.

          El inquisidor mayor de Dostoievski no es un canalla, ni un gobernante corrupto. “Pudo haber sido un mártir, fue un verdugo”, dice Borges, piadoso. Es un santo eclesiástico, que forma parte de una casta redentora, abnegada y superior: la de quienes, con conocimiento de causa, a conciencia y con la ciencia del bien y del mal, han asumido perder la propia alma por cargar con los pecados del mundo, mientras gracias a ellos se salvan multitudes dóciles, sin culpa. Son dos estilos de redención frente a frente. El inquisidor desafía al Cristo: “Júzganos, si puedes y te atreves”. Y va a ser él quien juzgue y quien condene: “Mañana, al amanecer, te condeno a morir en la hoguera por haber regresado a estorbarnos. Ese pueblo que hoy te besaba los pies se lanzará mañana, a una señal mía, a atizar el fuego de tu hoguera”. No replicó una palabra el Cristo a esta requisitoria; antes bien, en silencio le besó la mejilla al anciano inquisidor, que, estremecido en sus entrañas por la cálida memoria de una adoración antigua, cambió de parecer súbitamente, abrió la puerta de la cárcel y conminó: “Vete, vete y no vengas de nuevo, no vuelvas por aquí nunca jamás”.

          No es previsible, por tanto, que regrese para Semana Santa, y no será preciso darle explicaciones razonables y ponerle al día de la historia a los veinte siglos de su muerte.

El País,  8 abril 2006

7 comentarios

  • M. Luisa

    Viene bien en este artículo incluir lo esperpéntico acontecido ayer en todas las televisiones españolas en forma de crítica a raíz de un programa humorístico de TV3 en el que   unos profesionales del humor entrevistaban a la virgen del Rocío con todos sus oropeles. Quien la representaba es otra brillante  profesional del humor.

     

    En la entrevista   comparaba  sus vestiduras tan de estilo rococó con el  minimalismo  de la virgen de Montserrat.  Las  risas no se hicieron esperar, ni la mía tampoco, por supuesto. Sin embargo, el propio presentador, temiéndose el aprovechamiento con que el gag pudiera ser visto de cara a las próximas elecciones, reconoció que era consciente de encontrarse en un campo de minas. Y así ha sido… Es necesario en España democratizar la fe y abandonar con urgencia el catolicismo en el que se la encerró.

  • José María Valderas

    Hombre, aparecido en El País supone ya, mientras no se pruebe lo contrario, un sesgo de partida y de fin. Los artículo sobre religión en ese periódico, ab initio, en 1976, llevan un sello especial de enemistad con todo lo que tenga que ver con la teología católica, la religión en general y, por supuesto, la Iglesia. Desde los artículos del obispo auxiliar de Tarancón, que servía de coartada a la política anticristiana de González, Guerra y Ledesma, hasta los de Martín Patiño, que recordaba las sevicias palaciegas del clero “mondain”. Hasta nuestros días, donde se defiende el inexistente derecho a matar –pues matar es un aborto a plazos con un feto ya esbozado y bastante desarrollado– y coordina la campaña con un lenguaje deturpado. Hombre, aparecido en El País, obliga a leerlo sin la credulidad inicial que uno concede a la letra impresa.

    Hombre, no podían faltar los estribillos de riquezas, pobres, superficialidad, superstición… lo mismo que en el aborto son derecho de la mujer, jamás del niño en escorzo, ultraderecha, caverna, etcétera. Qué maravilloso dominio del término caverna lucía mi un breve tiempo compañero de trabajo Javier Pradera.

    Porque es obvio que a las procesiones no van solo el pueblo iletrado. Muchos costaleros son hombres de sólida formación. Esa formación que les hace convencidos de que Dios escribe recto en renglones torcidos y que quizás una imagen pueda reavivar un rescoldo medio apagado de una fe viva.

    Suelo llevar a mis nietos al Museo Marés. Y al Museo de Arte de Cataluña. Para que conozcan la pintura y la imaginería románica y gótica. Les explico cómo podían entender la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor los creadores y los observadores, cómo veían ellos el rostro del crucificado, los calvarios. Cómo Jesús les fue enseñando y alimentando a través de esas figuras la fe que habían recibido en el bautismo. Una fe que se puede vivir con emoción, cierto. Y que no hay que confundir con la emoción sensiblera, cierto también. Pero que necesita, incluso en noches obscuras, sea de San Juan de la Cruz o de la Madre Teresa de Calcuta, de la emoción.

    Una ligera alusión a don Antonio Llaguno. Usted sabe quién es Juan Ignacio Cirac, nuestro gran físico y experto mundial en computación cuántica, que lleva más de cuarenta años en ese tajo en una universidad alemana. La computación cuántica está posibilitando la información cuántica, de la que otro español, Sergio Boixo, es figura preeminente con un artículo en Science que ha renovado la materia. Este científico  español es católico practicante. Su fe es roqueña, no del carbonero a la que parece circunscribirse el artículo. Es familiar, Antonio, de mi amigo del de la iglesia de Caná.

    • Antonio Llaguno

      Estimado Sr. Valderas, D. José María

      Creo que es usted consciente de que de la misma manera que el hábito no hace al monje, ser familia de alguien no garantiza haber heredado sus buenas costumbres y sus habilidades. Yo que soy gemelo univitelino, clon natural (Aunque a mi hermano le suelo decir que el original soy yo y se cabrea bastante), lo se muy bien. Las habilidades de mi hermano y su inteligencia son muy superiores a las mías y yo a cambio, me he quedado solo con la belleza personal (Si es que algo tengo de eso)

      De la misma manera que por cada científico de postín que usted pueda presentarme, católico tradicional, de probada ortodoxía eclesial yo puedo presntarle otro que se pasa la religión por donde amargan los pepinos e incluso a alguno que profesa la fe maradoniana o es Testículo de Jehova (Perdón, testigo).

      Eso no garantiza absolutamente nada.

      En cuanto a aqeuloos que profesamos fes de carbonero, le diré lo mismo que le dijo mi profesor de Cristología (Un salesiano llamado Andrés Sanz) a una catequista de Lumen Gentium en el curso para catequistas de la Vicaría V de hace un montón de años al que tube la suerte de asistir.

      Cuando la señora catequista le pregunto con citas de un teólogo concreto (Cuyo nombre he olividado) sobre el agente de la Resurrección (Es decir quien es el causa la resurrección) de Jesús, le contestó: “Señora, yo soy mucho más heterodoxo que él. Y lo mejor de todo es que, ni él ni yo tenemos la más mínima certeza de estar en lo cierto”

      Y es que yo suelo tiznarme mucho más que su amigo, que el Domingo de ramos lucía como un pincel

      Como, siempre es un placer.

  • Antonio Llaguno

    Con la “religiosidad popular” yo tengo un conflicto bastante personal.

    En mi familia, no ser cófrade de alguna hermandad de la Semana Santa conquense (De hecho, no ser cófrade de varias que tengo un primo que lo es de 5 y acaba la Semana Santa con los hombros hechos puré) es visto como comportamiento de un “extraterrestre”.

    Que además se de la circunstancia de que eso se concrete en el miembro de la familia que, supuestamente, más se interesa por la religión, lee teologías, ha sido catequista durante más de 30 años y se le supone (Es mucho suponer) formación en el tema ya es objeto de consideraciones sobre mi salud mental que rallan en el diagnóstico de esquizofrenia o (Los más moderados) de grave deficiencia mental.

    Sin embargo es así. Las hermandades y la Semana Santa conquense no forman parte de mi Semana Santa.

    A mi no me gustan las cruces. Yo llevo colgado al cuello una paloma de Taizé (Probablemente las dos semanas de Pascua más importantes de mi vida las pasé allí) y una Mezhuza (Ese recipiente, en mi caso de plata, que contiene un pergamino donde está escrito “Shema Israel, Adonai Elohéinu, Adonai Ejad”) y la Semana Santa de mi tierra está llena de ellas.

    Ahora bien.

    Creo que algunos cristianos más “intelectuales” (Y como estoy usando el término “intelectual” de forma no peyorativa e incluso elogiosa, además de incluirme entre esa categría de cristianos, pienso que todos lo lectores de ATRIO son ese tipo de “intelectual” cristiano)  juzgamos con demasiada severidad a los cristianos que vivien su fe por medio de vehículos de religiosidad popular. Otra cosa son los “intelectuales” cristianos de otro tipo (Generalmente clérigos y/o apoloJetas, no es una errata la J, muuuuuy conservadores) que aprovechan esa religiosidad popular para extender su influencia en personas de religiosidad más sencilla.

    Lo explicaré, como casi siempre, con una anécdota vivida por mi.

    En el año 90, estaba yo, en agosto, en un campo de Trabajo que organizamos algunos Cooperadores Salesianos en las Hurdes de Cáceres, la mayoría de ellos vascos.

    La “sacristana” del pueblo (No tenía cura permanente y a veces era esta mujer quien organizaba una liturgia de la palabra, dando la comunión con unas hostias consagradas previamente por un sacerdote) que había viso un grupo de jóvenes muy grandes (Entre los vascos y yo que mido 1,85 y pesaba entonces cerca de 130 Kg, hacíamos un buen equipo de baloncesto) vino a pedirnos que cuando el día 15 de agosto, bajaran la imagen de la Virgen de la Peña de Francia al valle, sacáramos al patron del pueblo (San José, patrón de Cabezo, un pueblito jurdano muy pequeño) a “ver a su mujer” porque la Virgen solo bajaba cada 5 años y San José, “tanto tiempo sin catar hembra”, si no la veía, se cabreaba y no llovía en 5 años.

    Llegó Antonio (Un servidor) y lleno de esa superioridad intelectual que nos solemos adjudicar unilateralmente los universitarios, sobre quienes no lo son y a tope de juventud  (26 añitos tenía por entonces) de atrevimiento y de torpeza le dije: “Pero bueno, tú sabes que eso no es verdad. Que el San José que tenéis en la parroquia es una imagen de madera y que ni Dios ni San José, van a mandaros más lluvias por sacar o no una imagen a la carretera”

    Ella, que era la panadera del pueblo y hacía unos dulces llamados pellizcos de monja que eran “teta de novicia” me contestó: “Tu mismo. Si quieres comer pan y otras cosas mañana, más os vale sacarlo”

    Ni que decir tiene que el día 15 estabamos 5 vascos como columnas de Hércules y un servidor, cargando con San José, a la altura de la carretera para que saludara a su señora (Con una casta inclinación de respeto) que subía hasta Ladrillar, el pueblo que estaba un poco más arriba del valle y que es el más grande del valle del río del mismo nombre.

    Al día siguiente cayó un tormentusco de esos que solo caen en Extremadura en verano y no se veía a dos metros de la manta de agua que nos cayó y me tocó ir a la panadería a comprar las hogazas de pan que íbamos a comer ese día el grupo de jóvenes (y de “jóvenas”).

    La sacristana, al verme empapado, se acercó, sonrió con superioridad, me regalo uno de sus famosos dulces y me dijo “¡¡¡Qué!!! ¿Llueve o no llueve?”.

    Yo me la envainé y me volví sonriendo (Y con unas hogazas riquñisimas de candeal) y a pesar de que soy perfectamente consciente de que la borrasca veraniega y la sacada del santo no tienen absolutamente nada que ver y que no conozco ninguna rogativa, oración o similar que convierta en humedales los secarrales esteparios, me digo a mi mismo “¿Quién coño eres tú, pijito listillo intelectualoide, para juzgar a esa mujer, que lleva 60 años creyendo lo mismo y que no le hace ningún daño?”

    Desde entonces, cada vez que me ecuentro ante una manisfestación de religiosidad popular sencilla, antes de opinar me digo a mi mismo “¡¡Que Antonio!! ¿Llueve o no llueve?” y trato de no juzgarles sino de entender lo que expresan de esa forma.

    No puedo vivir la Semana Santa como la vivien mis herman@s o mis prim@s o mis sobrn@s, en general como la viven mis paisan@s. La vivo a mi manera y trato de ser consecuente con aquello que pienso, que siento y que se.

    Pero soy yo quien vive la mía y no trataré de imponerla a nadie más.

    Es más cuando veo a mi mujer, que es lo que más quiero en el mundo y a quien no merezco, que llora cuando ve por la tele a la Legión levantando al Cristo de Mena en Málaga, no puedo evitar que se me caiga una lágrima a mi también, porque sé la emoción que élla está sintiendo y la amo.

    Así que si os sirve la anecdota acordaros de preguntaros “¡¡Qué!! ¿Llueve o no llueve?” A mi me sirve.

    Y si no os sirve, pues haced otra cosa. Que esta, no es más que otra batallita más de vuestro amigo Antonio.

    ¡¡Feliz Pascua de Resurrección a todos vosotros!! ¡¡Con cariño!!

  • ana rodrigo

    Lo importante a raíz de estas celebraciones tan invasivas son una serie de preguntas clave, como pueden ser: ¿Para qué sirven las procesiones y la movilización social en torno a ellas?. ¿La sociedad española es más justa y compasiva con el dolor de nuestro prójimo, tras las semanas santas anuales? ¿Qué significado tienen las emociones y las lágrimas que quienes presencian estos desfiles del dolor? ¿Del dolor de quién? ¿Qué significado tiene tanta exhibición de riqueza, cada año más exagerada? Oro, plata, piedras preciosas, mantos, tronos, flores, dinero invertido, ante un mundo con tantas necesidades vitales de alimentación, hogar, vida digna, niños y niñas que mueren de hambre en el mundo a millones, etc.

    A raíz de la semana santa, ¿desparecen o mejoran los contratos laborales precarios, las colas del hambre, los sin hogar, la violencia de género y todo tipo de violencia? ¿Hay más justicia social,  solidaridad, compasión, mejor convivencia, más conocimiento de la vida real y del proyecto de Jesús? ¿O todo es un paripé en nombre de alguien que sí cuidó todos los valores individuales y promovió una sociedad más humana y más justa?

    ¡¡Todo es un teatro!!, una escenificación, una exaltación de la emoción en torno a imágenes de madera, de yeso o de otro material sin repercusión en cambios reales.

    Da igual que digamos estas cosas, las procesiones van a más, cada año más procesiones, más riqueza, más cofrades, muchísimo más turismo espectador.

    La sociedad cambia por leyes civiles, no por devociones religiosas. Nuestra voto en las urnas es lo que hace que la sociedad avance o se quede en el pasado. La fe y el compromiso individual es otra cosa.

  • Gonzalo Haya

     
    Este artículo expone con gran brillantez el contraste de las procesiones de Semana Santa; sin embargo creo que no se plantea a fondo el problema de las inevitables contradicciones humanas. Estas multitudes no son muy diferentes a las que nos describen los evangelistas. Seguían a Jesús porque, de un modo u otro, las sanaba y estimulaba sus difusas esperanzas; pero hasta sus discípulos huyeron cuando prendieron a Jesús.
    Creo que hay distintas religiones, y muchas maneras de vivir cada religión. Hay mucho folclore en las procesiones de Semana Santa, pero también hay sentimiento religioso y compasión humana. Jesús no apagaría la mecha que humea, y agradecería una saeta. Parece que recomendó a aquellas piadosas mujeres “no lloréis por mí sino por vosotras y por vuestros hijos”. Quizás ahora les diría lo mismo a las multitudes que presencian las procesiones: Llorad por los que sufren en Ucrania, en Palestina, o en Sudán; pero les dejaría, como a la Verónica, su imagen en cada “paso” de la semana Santa.
     

  • Isidoro García

    Yo creo, que respecto al fenómeno de la “religiosidad popular”, hoy en día, con la psicología profunda del inconsciente, disponemos de mimbres suficientes, para explicarla.

    Dice el amigo Carlos F. Barberá, que Ricoeur decía que los mitos “dan que pensar”, y entonces vi claro que los ritos “dan que sentir”.

     

    Freud, y sobre todo Jung y sus seguidores, descubrieron en los sofás de sus consultas, que existe un mundo profundo y oculto en la mente de todas las personas, en forma de una colección de imágenes primordiales, y que afloran a la conciencia involuntariamente cuando “resuenan” con algún acontecimiento o fenómeno exterior.

    Lo hace a través de los sueños nocturnos, y manifestándose en unas intuiciones y afloramientos psicológicos en vigilia, que nos evidencian claramente, que en lo profundo de la mente de todos, hay “algo” ahí, atávico y ancestral, que pueden explicar muchos comportamientos “inexplicables”.

    Concretamente las procesiones, son un fruto del arquetipo tribal, que rige automáticamente nuestra vida en un alto porcentaje de nuestro tiempo, que exige para la integración en el grupo, la realización de actividades comunales.

    Y afloran a nuestra conciencia, (sin saber por qué, -aunque luego se racionaliza falsamente como piedad religiosa), un  sentimiento de necesidad perentoria de ritos y ceremoniales grupales, que se repiten cíclica y estacionalmente, a lo largo del año, y a lo largo de la vida de las personas, con los ritos tribales de iniciación.

    Y cuando como en la actual sociedad moderna, estas ceremonias escasean, se producen efectos perniciosos mentales, que afloran luego sin saber por qué.

    La inmensa mayoría de los asistentes y participantes de esos ritos religiosos, son una masa de personas, que en su vida cotidiana, la religión les es una cuestión muy ajena a sus vidas, pero que ”sienten”, la necesidad interna de participar en ceremonias grupales, dando suelta a sus instintos primitivos rituales, para confirmar su iniciación en la tribu.

    Les supone una gran catarsis personal y social, que alivia y aligera la neurosis, que se genera, cuando no satisfacemos las necesidades instintivas de nuestra mente subconsciente.

    Aquí hay que hablar de las imágenes primordiales, que guarda la parte superior de nuestra mente inconsciente, el “espíritu” personal que es uno de los integrantes del inconsciente colectivo universal.

    Lo malo es que estas imágenes primordiales, que son todas sabias, las interpretamos y entendemos inevitablemente con los patrones cognitivos que nos proporciona la cultura de cada uno, con lo cual la “verdad” primordial universal, se transforma en subjetivismo cultural personal. Por eso el ser humano es tan complicado.

     

    Decimos muy alegremente, que ha habido tres grandes tipos de conciencia personal, en la historia de la humanidad: el mágico-mítico tribal, el individual autorreflexivo moderno, y por fin, el integral.

    Pero la realidad, es que en cada momento, en la sociedad en general, y en cada individuo, vamos alternando en nuestra conducta, todos los tipos de conciencia.

    En el modo de conciencia individual auto-reflexiva, la razón entiende de modo cognitivo, pero en el modo de conciencia tribal, la mente funciona automáticamente mediante mitos, ritos y símbolos.

    Dice José Luis Vázquez Borau, que:

    El mito es la narración, (literaria y en forma metafórica -mío), de hechos fundamentales; 

    el rito es la reproducción por analogía de esos hechos; 

    -y el símbolo provoca en nosotros un conocimiento emotivo, ya que al ser contemplado despierta en el interior de la persona un conocimiento, que estaba ahí latente en nuestro subconsciente colectivo, que está formado de arquetipos, (imágenes primordiales que todos llevamos en nuestro interior en el momento de nacer y que serían como los instintos de la imaginación).

         Por eso, cuando vemos conscientemente un símbolo, que encaja con el arquetipo interior, lo subimos a nuestra consciencia”.