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Procesiones: capirotes para todos

En el marco social y religioso que se vive por nuestros pueblos y ciudades en los que las procesiones se hacen “el pan nuestro de cada día”, a la vez que de cada noche y de la “madrugá”, la reflexión sobre las mismas es de agradecer, desde cualquiera de las perspectivas que se elijan.

La definición de “procesión” nos es servida oficialmente como “sucesión de personas que caminan lentamente y de forma solemne y ordenada por un motivo religioso portando una imagen”. En el contexto popular, tan santo o más que el litúrgico, el término procesión se aplica también a “cualquier formación o hilera de personas quienes, unas tras otras, y con lentitud, se dirigen a un lugar determinado”.

Toda procesión presupone y exige la existencia, presencia y colaboración de un grupo de personas. Procesión y común-unión sugiere comulgar entre sí y conjuntamente, en dirección hacia la meta o destino que justifica su organización, preparativos para ello , así como la aportación y actualización de los medios para conseguirlo. Toda procesión es obra comunitaria, de todos y para todos.

Las de tipo religioso, más cercanas a esta reflexión, por reclamo, llamada o vocación de “Cofradías o Hermandes”, da por supuesta la inexistencia de la autoridad en su concepción del ”¡ordeno y mando¡”, suplida amplia y generosamente por la de la igualdad y la fraternidad. El capirote o cucurucho, de idéntica factura y color, borra y extingue cualquier vanidad o distinción vigente y operante en la vida cívica, social o profesional y más, en la religiosa.

La referencia noticiosa a la presidencia de “autoridades militares, civiles y religiosas” carece de sentido en las procesiones semanasanteras y en cuantas se organicen a propósito de los acontecimientos en los que el pueblo-pueblo es el protagonista verdadero.

Por fin, y gracias sean dadas a Dios, a la Virgen, a los santos y a algunos curas sensatos, las discriminaciones sufridas por la mujer, a las que por serlo, se les impedía formar y tomar parte activa en las procesiones, les han sido abiertas, como corresponden y requieren los tiempos y la fe, como “Dios manda” y sin haber sido manipulada para ello la que se decía ser “la voluntad del Señor”, a consecuencia de enfermizas misoginias clericales. En las procesiones, tanto religiosas como civiles, hombres y mujeres se hermanan y confraternizan virtuosamente y no como establecieron los cánones y la Liturgia.

En las procesiones destaca el silencio que rodea y envuelve a los participantes. Y es que, como lección de vida que pretenden ser, el silencio, la meditación, la formalidad, la soledad en compañía, el recogimiento y el alejamiento de cuanto pueda distraer, son condiciones prioritarias para poder andar y defenderse por la vida tanto personal como colectivamente, en familia, en la comunidad vecinal y en la parroquial.

Es de destacar también que quienes procesionan, suelen ser portadores de velas encendidas como otros tantos signos de vida, de iluminación para sí y para los demás, de claridad y ejemplaridad cívica y cristiana. Y es que todos los caminos, para que no confundan sino que a conduzcan siempre a los destinos propuestos, deseados y previstos, precisan luz, aun cuando a esta puedan apagarla determinadas e imponderables circunstancias, dado que la humildad, y la humanidad han de acompañar todos y cada uno de los “pasos”.

La procesión, por lenta que sea el ritmo de la marcha, de por sí y por definición camina y hace caminar hacia adelante. El atrás no es posible en su organización, proyecto y ejecución. Lisa y honradamente, la vida es así. También y de modo especial la relacionada más directamente con la religión. La Iglesia no es ni solo ni absurdamente un “antes” o un ayer. Es un “mañana” o un después. “Mañanear” es verbo, actitud y actividad eminentemente religiosa, ideado y estimulado su uso por el mismo evangelio al dictado de Jesús. Mirar hacia atrás y asimismo intentar justificarlo como “palabra o voluntad de Dios”, no es congruente ni cristiano. A la Iglesia jamás le estará permitido “perder el tren de la historia”, Tal pérdida sería y es, pecado grave. La “audacia” y los “líos” se corresponden con la terminología teológico-pastoral del papa Francisco y de cuantos devotos “franciscanean” en el lenguaje y comportamiento del de Asís. “La Teología debe contemplarse, estudiar y vivirse como un valiente, necesario y sin precedentes, impulso hacia el futuro “.

Procesionar hacia la reforma de la Iglesia, es peregrinar en compañía del evangelio como guía, dejando de lado, compasiva y misericordiosamente, a quienes se instalaron en privilegiadas situaciones y dignidades jerárquicas, sirviéndose precisamente del pueblo y no como sus servidores.

3 comentarios

  • Javiierpelaez

    No voy a hablar de las procesiones xq sería muy complejo y tendría q leerme yo varios libros de antropología…Voy a hablar de lo que he visto esta mañana x tv  del Cristo de la Muerte…El espectáculo,aparte de gratis,desde el punto de vista folklórico es apoteósico…Ahora yo no alcanzo mucho a entender q tiene ver la vida de Jesús con la Legión,sin ser muy exhaustivo…

  • ana rodrigo

    En los noticiarios televisivos pixelan u omiten la imágenes que pueden herir la sensibilidad de los televidentes; en la cultura cristiana, desde niños, los cristos crucificados, ensangrentados, agonizantes, el horror hecho imagen, no hieren sensibilidad alguna, y las semanas santas exhiben por todas las calles y pueblos dichas imágenes con gran jolgorio social, una gran fiesta, una lágrimas de emoción por el cristo o la virgen devocional de cada cual, ya que hay imágenes de cristos y de vírgenes más famosas que otras, más ricas y engalanadas que otras, más veneradas popularmente que que otras. Muchísima riqueza de oro, plata, piedras preciosas, mantos, vestidos, quizá coronas de espinas de oro, flores, velas, cofrades, música, militares, policía, guardia civil, armas reales… ¿Alguien puede decir si esto lo tuvo previsto el Galileo y su madre, María? ¿Cuál es la “utilidad” de esta GRAN FIESTA del dolor? La redención, ¿de qué? la salvación, ¿de qué? Yo no entiendo nada más que un mundo emocional explosivo desde lo más hondo del sentimiento de un ser humano, eso sí, sincero con sus sentimientos.

    Y ahí se quedaría lo salvable, porque el evangelio y su práctica, es otra cuestión, socialmente hablando, pues no juzgo a la persona individual y su manifestación religiosa, yo añadiría, nada evangélica. Pero si les sirve para algo, pues nada, las semana santa tiene un gran futuro, cada año más rica y más vistosa… y más turística. Y el turismo mueve muchos, muchos millones de euros y esto es intocable hasta para los más ateos.

  • El comentario editorial sobre las procesiones de estos días me ha recordado y me ha hecho rescatar un antiguo artículo mío en El País con título “Si regresaran (María y Jesús) y (las) vieran…” y que comenzaba:
    “Corren malos tiempos para la irreverencia, confundida por los fanáticos con la blasfemia. No llega a blasfemo, de todos modos, preguntarse cómo verían Voltaire y otros ilustrados el asalto a las calles por piadosos encapuchados tres siglos después de haberse deslindado qué es religión y qué ciudadanía, qué es vida pública, qué es piedad privada y qué es superstición. Si ellos regresaran a la vida y vieran…”
    Como no es para reproducirlo aquí entero, lo enviaré a la redacción de Atrio por si quieren insertarlo. También lo ofrezco a quien lo desee.
    Y amplío la pregunta y la hipótesis: Si Jesús o María regresaran y vieran Lourdes, Fátima, Guadalupe …, ¿qué dirían? Echo de menos en Atrio una reflexión sobre la “religiosidad” popular.