Una conmemoración que interpele más la vida de la Iglesia
El 13 de marzo, se cumplen los diez años del pontificado de Francisco. Muchos son los escritos y acontecimientos que están acompañando esta conmemoración, en general, bastante positivos y esperanzadores, lo cual muestra que buenas cosas han ido sucediendo en esta década. Quiero añadir una palabra más a este hecho.
De la extrañeza de ese nombramiento –por primera vez un Papa latinoamericano– y por los hechos que se habían vivido en Argentina, tanto como provincial de los jesuitas como en su ministerio como arzobispo de Buenos Aires –no todos tan gloriosos–, pronto se pasó a una gran aceptación en los círculos de Iglesia más comprometidos con el cambio, con los pobres, con la perspectiva latinoamericana. Efectivamente, el Papa despejó los posibles desconciertos, con la sencillez que manifestó desde el primer día de su pontificado y la orientación que marcó para la Iglesia, orientación que, a paso lento, ha ido manteniendo y, algunos frutos, se pueden señalar.
Pero esa buena acogida que la porción de Iglesia más cercana a los pobres le ha dado al pontífice no se ha logrado instalar en los otros círculos eclesiales. Incluso, dentro de los que han participado de estas conmemoraciones por los diez años, se logra ver que no acaban de estar muy convencidos. Por ejemplo, algunos en sus intervenciones, han nombrado más el magisterio de los anteriores Papas que el de Francisco y máximo se ponen a comentar la Carta Encíclica Lumen Fidei que, en realidad, es de Benedicto, aunque Francisco la haya publicado al inicio de su pontificado. Sus palabras, aunque intentan ser amables con Francisco no dejan de develar su desconfianza frente al mismo.
Lo que quiero decir con esa realidad que vi en algunas de las conmemoraciones es que, sin duda, Francisco ha buscado nuevos caminos eclesiales que estaban haciendo mucha falta, no solo a nivel de evangelización –de lo que ha tratado en su magisterio escrito– sino también a nivel de su estructura pasando por finanzas, por nombramientos, por acciones, por cambios en algunas leyes eclesiásticas. Pero la pregunta que quiero hacer es si, todo lo que ha intentado hacer el Papa y que en estas conmemoraciones se ha reconocido, ha permeado el caminar eclesial y hoy nuestras comunidades locales se ven renovadas. Y mi respuesta, con preocupación, es que no. En muchos de los eventos en los que participo, el pueblo de Dios –laicado, jerarquía– sigue actuando cómo si a nada hubiéramos sido llamados en estos diez años. Ni siquiera el sínodo de la sinodalidad ha logrado mover “lo que siempre se ha hecho así”. El sínodo avanza en sus reuniones y los que participan de esos encuentros quedan muy comprometidos, pero el pueblo fiel de Dios –como dice Francisco– continúa caminando en paralelo y, casi diría, tomando más distancia del caminar eclesial. En las parroquias no se vibra por el Sínodo como no se vibró por la Asamblea Eclesial Latinoamericana. El magisterio de Francisco, aunque está escrito con un lenguaje tan cercano que puede ser entendido por más personas, no es material de estudio, de reflexión, de apropiación en la formación cristiana. En las predicaciones no se escucha demasiada referencia a esos textos.
Por otra parte, los y las jóvenes religiosos/as y los seminaristas no parecen estar formándose en el estilo de una Iglesia sinodal. Desde la formalidad exterior que cada día parece crecer más en hábitos, sotanas, clérimans, hasta la mentalidad, espiritualidad y demás recursos de su vida religiosa, no parece que estos jóvenes sean más abiertos, más comprometidos con la realidad, más deseosos de una iglesia en salida y, sobre todo, con más amor a los pobres. No pareciera que el pontificado de Francisco estuviera influyendo decisivamente en estos procesos formativos. Quiero señalar que tanto la CLAR (Conferencia Latinoamericana de Religiosos) y el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) están siendo motores activos del proceso sinodal pero no veo que sus esfuerzos permeen significativamente la vida cotidiana de las casas religiosas, de las parroquias, de las diócesis, de las arquidiócesis.
Sinceramente eso del “olor a oveja” del clero lo veo poco; solo sigue presente en los que siempre lo mantuvieron a pesar de la persecución a la Iglesia latinoamericana, pero no veo a muchos más en esa línea. Lo de un laicado que se involucra en el “caminar juntos” porque se sienten consultados, reconocidos, incluidos, etc., no veo que se esté dando. Y en lo que respecta a las mujeres, las cosas se hacen tan confusas –y en esto hasta Francisco no acaba de plantearlo bien– que en estas conmemoraciones algunas de las intervenciones hechas por mujeres, siguen jugando con ese imaginario de que somos lo mejor de la Iglesia porque la Virgen María es la Madre de Jesús, con lo cual, nuestras quejas no tienen mucho sentido o con aquello de que la Iglesia es femenina, cosa que es verdad en la imagen esponsal que se usa para hablar de ella, la cual, correctamente entendida significa que solo hay un esposo –Cristo– y una esposa –todo el pueblo de Dios: jerarquía y laicado; varones y mujeres–. El lugar de la mujer en la Iglesia va mucho más allá de esas explicaciones que se nos dan –no del todo correctas– porque supone una participación plena en la vida eclesial y no un simple reconocimiento de que lo “femenino” es lo más querido por Dios y por eso somos una maravilla. Nada de esto tiene que ver con la justicia con las mujeres que ha de pasar por su participación en los niveles de decisión.
En conclusión, mi mirada es parcial, desde mi horizonte que es más académico que pastoral, mucho más local que universal. Pero quiero decir que me alegra profundamente el conmemorar los diez años de un pontífice que ha marcado un caminar eclesial mucho más cercano a Vaticano II, al caminar latinoamericano y, sobre todo, a los más pobres y excluidos, Sin embargo, también me preocupa profundamente el no ver a la Iglesia como institución dando ese giro que tanto necesita hacia las líneas impulsadas por este pontificado: una Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia en salida, una Iglesia que no teme herirse, ni mancharse, una Iglesia liberada de la autorreferencial y de tantos honores, poderes y riquezas que dan seguridad pero no permiten testimoniar el evangelio.
Ojalá que además de alegrarnos por esta conmemoración, nos preguntemos por la puesta en práctica de la renovación eclesial propuesta por Francisco. Allí donde se esté dando, que siga con más fuerza y, donde no ha comenzado que comience la marcha de una vez por todas.
No puedo estar más de acuerdo con el comentario de Gonzalo Haya. La vida de Jesús fue tan rotunda en lo que sería su proyecto, que, como dice JM Castillo, la iglesia fue marginado el Evangelio en función de una superestructura ideológica y dogmática intragable desde el punto de vista de la razón y del común sentir de l@s humildes, pues unas teorías tan bien imbricadas han llegado a ser otra cosa, tan bien elaborada ideológicamente que haga olvidar la simplicidad de la praxis de Jesús: Amor, fraternidad-sororidad, perdón, compasión, hacerse entender por el pueblo, estar junto a las marginadas mujeres, estar al lado de l@s más vulnerables, no tener ni templos (recordemos el diálogo con la samarita-, o no tener ni dónde reposar su cabeza. Esto lo entiende cualquiera.
Yo creo que Francisco ha abierto una puerta más próxima a lo humano, que lo entiende todo el mundo, y no se mete en teologías que tan poco interés, en ocasiones, con el día a día del existir y del estar en esta vida. La teología es una cosa de élites, el mensaje de Jesús es una cosa del pueblo, cuando más vulnerable, mejor se entiende.
El poder absoluto (el Vaticano es el único estado occidental con monarquía absoluta) que se expande a través de su jerarquía a todo el mundo, el dinero, la corrupción, el elitismo, las inmensísimas riquezas, las vestimentas, los privilegios de sus dirigentes que no huelen a oveja, huelen a palacio, etc. etc., caerán por sí mismas, cada vez con menos apoyos que no sean de los propios interesados.
Francisco, Berboglio, papa y rey o jefe de Estado, de un pequeño pais, el Vaticano, con su propio banco, el Ambrosiano, con su propia guardia la Suiza. Como diría el teólogo Jesuita José María Castillo “En los paises cristianos, la religión está más presente que el evangelio”.
Nada que celebrar, los ricos son más ricos cada día y los pobres más pobres todavía.
¿Esperabas que Francisco rompiera con la desigualdad entre ricos y pobres? ¿O que desmontara el vaticano? ¿O que despidiera a la guardia Suiza?
Lo digo porque yo particularmente prefiero ser realista
Yo aquí afirmo, no cuestiono…
Ese es el problema
Dedicado a Antonio Llaguno del que no me interesa nada su opinión, una opinión con muy mal gusto en las formas y el contenido…nada que aprender de usted…parece ser que se tiene que quedar siempre con la ultima palabra.
En los diversos artículos sobre los 10 años del pontificado de Francisco predomina el reconocimiento del gran cambio que está promoviendo para la iglesia pero también lo poco que este cambio esta entrando en las diversas comunidades diocesanas y parroquiales. ¿Confía Francisco en que el Sínodo implante estos cambios? Francisco está cambiando la pastoral y confía en que ésta cambie la doctrina.
Creo que al mismo tiempo tiene que afrontarse un cambio en la doctrina. Toda la teología es una estructura muy elaborada por las explicaciones humanas de algo tan simple como el ejemplo de Jesús. Volver a esa simplicidad de Jesús que coincide con la simplicidad de nuestra conciencia. Dejar las diversas explicaciones humanas en un segundo plano, y buscar la unidad en la práctica propagando el Reino de la fraternidad, propuesto por Jesús y por tantos otros Referentes de las diversas religiones. La debilidad de la teología puede diluir más la Iglesia, pero quizás preste un gran servicio a la unidad y eficacia de los buscadores del Reino.
La religión sólo es una socialización local y temporal de un impulso de espiritualidad. Lo que importa no es esta o aquella manera de religión, sino la espiritualidad del amor impresa por Dios en toda conciencia humana.