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Dios es mujer. El Sínodo, ¿cuestión de faldas?

        Tal y como rezan las noticias procedentes de las diversas escalas y lugares programadas con ocasión de la celebración del próximo Sínodo en la Iglesia universal, la respuesta a la pregunta del subtítulo de esta reflexión es coincidente con un SÍ rotundo, audaz y elocuente. Sí, el Sínodo es –está siendo ya– “cuestión de faldas”. Ayuda en la formulación de este juicio el dato de que una de las acepciones primeras de los diccionarios en relación con el término “faldas”, no coincide solo con “una prenda o vestimenta de la persona”, sino con todo el conjunto femenino –el mujerío– del que suele ser su distintivo. “Faldas”-mujer es referencia académica, pero también eclesiástica y sinodal.

        Y no es para menos. Uno de los problemas que acaparan los titulares de los medios de comunicación social, con mayor interés, reesonancia popular y sentido de Iglesia, es exactamente el que de alguna manera le relaciona con la mujer. Su situación hasta el presente y la ya irrefrenable incomodidad que padece la mujer tanto personal como colectivamente dentro de la institución eclesiástica, alcanzó las cotas máximas el aguante, de la tolerancia y de la paciencia.

        A la mujer, por mujer, no se la puede seguir discriminando como lo permiten, lo mandan, bendicen e indulgencian los cánones vigentes, aun recientemente revisados, sin haber contado con ellas, interpretados por mentes machistas, descasadas a perpetuidad y con votos solemnes, perpetuos “en el nombre de Dios” y por ser esta su “divina voluntad”. El grito del mujerío eclesial –ex devoto sexo femenino–, es perceptible en cualquiera de los estadios –lugar, proceso, fase o etapa– en los que les permiten expresarse, con o sin las debidas licencias jerárquicas.

        En cualquier otra situación social, profesional, política, laboral o profesional en la que la mujer ejerce de persona, lo hace con mayor efectividad, eficiencia que en similares marcos y situaciones religiosas y más concretamente en las litúrgicas y canónicas. Para conferirles consistencia, teología y Biblia a los argumentos que se aportan para justificar ser esta y no otra, la voluntad de Dios, expuesta y practicada por Jesús en el Evangelio, se necesitaría excesiva capacidad de imaginación, de fantasía y de perversidad científica de la que no podrían ser conscientes y responsables los pensamientos ni siquiera “mitrados”.

        Perdonen mi insistencia, que es reflejo fiel de lo que creen la mayoría de las mujeres católicas y no pocos hombres también de la clerecía: Si no fuera dogmáticamente posible la desaparición radical de la marginación de le mujer que, por el hecho de ser mujer, padece hoy en la Iglesia católica, en relación con el hombre-varón, la Iglesia tendría que verse obligada a cambiar su CREDO. No sería la primera vez que esto aconteciera en la historia eclesiástica por haberlo exigido así la lógica, el sentir común del pueblo y las mudanzas-alteración en circunstancias concretas de lugar y de tiempo.

        Tal actitud institucional contribuiría a hacer más Iglesia a la Iglesia, con capacidad de ejemplarización para el resto de la sociedad que se le adelantó ya en muchos tramos del camino de Emaús para compartir el PAN en el Reino de Dios, por la Comunión de todos y todas.

        De no ser este, fruto y consecuencia del Sínodo, en el que tan comprometido se encuentra el papa Francisco, habría que inventarse otra fórmula de la obra de la salvación integral de relacionarse religiosamente con Dios.

        Como también las faldas confeccionadas y usadas a modo de sotanas, de color negro, que llega hasta los tobillos y se abrochan con botones, hacen acto de presencia efectiva pre sinodal con referencias explícitas a seminarios, a curas y obispos, no estaría de más destacar que el conjunto clerical constituye otro foco de atención, con peyorativos acentos para el color rojo, en su pluralidad de matices y “dignidades”, que revisten de soberbia y de raro, a los miembros de la jerarquía.

        La clerecía demanda seria revisión sinodal. Tanto o más que el laicado. Revisión penitencial inaplazable y profunda. Tan clericalizada hoy la Iglesia, está a punto de dejar de ser reflejo del Evangelio. Su desclericalización es tarea-ministerio pastoral y teológico, que afrontará el Sínodo, por así demandarlo los “fieles cristianos” y por aquello de “doctores tiene la Iglesia”. Los doctorados en Ciencias Sagradas estarán bien pronto compartidos, a partes iguales, por seglares y “seglaras”, con todas sus consecuencias.

        Sí, el Sínodo es también, y sobre todo, “cuestión de faldas”. De mujeres y de hombres. Tanto de clérigos como de laicos. Quiera Dios que unos y otros no frustren los planes sinodales, en los que tantos colocaron las penúltimas esperanzas de redención y de VIDA.

4 comentarios

  • Antonio Llaguno

    Estoy profundamente de acuerdo en lo que escirbe Antonio Aradillas. Es más y centrándome en el título del artículo, pienso que si Dios no es ni hombre ni mujer, puesto que fisiológicamente, de ser algo sería algo distinto a todo, su comportamiento se parace más al de una “Madre” que al de un “Padre”.

    No obstante y aún siendo cierto que en el caso de mantener unas estructuras clericales arcaicas y poco evangélicas, como el clero, es intolerable que éstas no estén al alcance de las mujeres y que la justificación de que el “stautus quo” de la cuestión se realice gracias al empleo de malabarismos y equlibrismos retóricos cobn inexistente fundamento; pienso que el centro hay que ponerlo mucho más en la propia existencia de esas estructuras, su pertinencia y su necesaria e inevitable reforma hasta el punto de la desparición de muchas de ellas.

    O más sencillo, ¿Para que pelear por que las mujeres sean curas si por lo que hay que pelear es porque desparezca la clerecía? ¿Para qué luchar por la incorporación de la mujer a las estructuras de poder de la Iglesia cuabdo lo pertinente es la desaparición de tales estructuras?

    Acabemos con esas estructuras y en lo que quede, ahí sí, que las mujeres tengan el papel que se merecen.

    Mientras tanto, sí. Merecen poder participar de cualquier estamento eclesial existente… aunque me temo que acabarán comportándose como sus predecesores, aunque repito, se merecen la oportunidar de demostrar que nos equivocamos quienes pensamos así.

    • ana rodrigo

      Llaguno, hasta ahora, oportunidades cero en 2000 años, y ya estás desconfiando de que las mujeres vamos a hacer las cosas igual que los predecesores. Déjanos, y después…. ya hablaremos. Somos capaces de hacer las cosas mejor, porque peor ya no puede ser, es decir, excluir a la mitad de la población porque somos mujeres que es lo que han hecho el clero actual. Seguro que la pederastia, gravísimo problema de la Iglesia, no se iba a dar. No nos juzgues antes de empezar y, menos, como colectivo, en el que hay de todo, como en cualquier colectivo.

      De acuerdo con el clericalismo y este tipo de clérigos, debe desaparecer, pero el derecho a ser clérigo es de toda persona bautizada, sea hombre o mujer.

      • Antonio Llaguno

        Amén, Ana.

        Aunque te recuerdo que mujeres clericales las hay y muchas.

        Tenéis todo mi apoyo y no pude estar, porque mi fin de semana pertenece a mi mujer y ella estaba para otras cosas este finde, pero si no, ayer habría estado frente a la Almudena, con mi amiga Eva, para protestar con vosotras y la revuelta de las mujeres en la Iglesia.

  • ana rodrigo

    Es que la iglesia, lo que necesita como objetivo principal es incorporar a las mujeres en los órganos de decisión de toda índole, sobre todo en teología.

    Si el cien por cien de los órganos y ministerios de la Iglesia están ocupados por hombres al cien por cien, en una sociedad en la que la mujer está demostrando estar igual de preparada que el hombre, y especialmente porque las mujeres somos seres humanos, hijas de Dios igual que los hombres, el resultado es que la Iglesia está empobreciéndose desde casi el principio de la Institución, por incompleta, porque faltamos el 80% de las feligresía, porque es un anacronismo, porque es un ultraje a la justicia, porque es una traición a Jesús y porque es una ofensa a Dios  que nos creo iguales, hombre y mujer los creó.

    Pero. ojo, la última palabra la tendrán un grupo de hombres clérigo, con intereses humanos, no divinos, creados,  que decidirán ellos solos sin presencia femenina, creo, y aquí la Iglesia se la juega. La sociedad no entiende estas cosas sacralizadas por varones en nombre de Dios contra Dios mismo.