Subo esta breve columna a ATRIO por dos motivos: 1. La autora: Lucetta Scaraffia, historiadora y periodista feminista, antigua responsable de un suplemento sobre la mujer en L’Osservatore Romano que resultó problemático. Este mes acaba de salir en España su novela La mujer cardenal. 2. El tema: unas monjas benedictinas combatidas por un alcalde y un obispo en Pienza por ser modernas y adultas. ¡Ignorantes machistas anticuados! AD.
(Lucetta Scaraffia – Quotidiano Nazionale, 23-2-23) El caso de las monjas benedictinas de Pienza demuestra que las religiosas han cambiado, y mucho. Incluso las que han elegido la vida de clausura. Pero los representantes del poder -en este caso todos varones, tanto en la ciudad como en la diócesis- aún no lo han entendido.
El conflicto parece haberse desencadenado por la oposición del alcalde al mercado que las monjas, sobre todo en verano, instalan frente al monasterio para vender sus productos. Una iniciativa evidentemente acertada, si llamó la atención del alcalde como si fuera Peppone frente a Don Camilo. Pero el alcalde fue más allá de denunciar el concurso: acusó a las monjas de no respetar el claustro, de estar demasiado presentes en Internet y de abandonar el monasterio. La curia episcopal aceptó las acusaciones del alcalde e impuso a las monjas un cambio de rumbo y una nueva superiora.
Evidentemente, el alcalde y la curia no son conscientes de que estas monjas no son una excepción: ahora hay muchas monjas que, incluso en reclusión, mantienen relaciones con el mundo exterior a través de Internet, a veces salen con permiso de la superiora, ofrecen hospitalidad y montan pequeños negocios. De hecho, las actividades que antes practicaban, principalmente el bordado de blanquería, ya no son rentables, y las monjas han tenido que inventarse otra cosa. Las nuevas actividades las obligan a tener contacto con el mundo exterior, pero esto no es sólo una distracción: también puede convertirse en una oportunidad de encuentros espirituales. Las benedictinas no han aceptado estas condenas y libran su batalla abiertamente, despertando simpatías y solidaridad. Quizá llegue el momento de que el obispo y sus asesores se den cuenta de que libran una batalla equivocada y fuera de tiempo. Y quizá una alcaldesa lo resuelva.
Si todo es tal como se cuenta, parece evidente que el alcalde y el obispo no llevan el camino acertado; sin que en modo alguno yo esté en condiciones de sentar criterio sobre una realidad que desconozco, más allá de lo que acabo de leer en este artículo.