Hoy, Navidad, será lanzado al espacio un telescopio gigante que podría llegar a ver el nacimiento de la luz en nuestro universo. ¡El nacimiento de la luz! Se llama James Webb, y dentro de un mes llegará a su posición operativa, detrás de la luna, a millón y medio de km. de la Tierra, cuatro veces más lejos que la luna.
Desde allí, su asombroso cristalino de 6,5 m. de diámetro, hecho de berilio y recubierto de oro, cien veces más potente que el Hubble, se propone ver lo nunca visto hasta hoy por ojos humanos: cómo era el universo naciente unos 100 o 200 millones de años después del Big Bang (hace 13.800 millones de años), y cómo nacieron las primeras estrellas –¡el alba cósmica!– y las primeras galaxias y los primeros sistemas planetarios; y si en la atmósfera de innumerables planetas fuera de nuestro sistema solar y de nuestra galaxia existen indicios de que el universo entero está sembrado de vida, ¡oh maravilla!; y cómo todo ha evolucionado hasta lo que es hoy, agujeros negros incluidos –¡ver un agujero negro repleto de luz invisible!– y cómo todo seguirá evolucionando, no sabemos hacia dónde y hacia qué.
Hoy, Navidad, me transporto en imaginación a ese sofisticado observatorio de Webb… y a través de su penetrante cristalino en busca de luz releo los relatos evangélicos de Mateo y de Lucas (tan diversos entre sí, por cierto) sobre el nacimiento de Jesús. Vuelvo a mirar a Belén, Bet-lehem, “casa del pan”. Una pobre casa-gruta, un pesebre, unos animales. Una joven pareja, ella parturienta y jadeante de dolor y de esperanza, él sosteniéndola como mejor puede, lleno de inquietud y de ternura. Nace un niño, hecho de carne indigente y gloriosa. Se llama Jesús y pasará la vida haciendo el bien. En él brilla ya la liberación universal, el cumplimiento de la esperanza mesiánica, la manifestación del Infinito en la carne. La noche se ilumina. Los magos, sabios sacerdotes mazdeístas de Persia, expertos en astronomía, han visto su señal, una nueva estrella en el cielo, y salen en su busca. Un ángel consuela a unos pobres pastores que temen alguna nueva desgracia: “No temáis. Paz en la Tierra. La justicia y la paz se besan ya”. Y, llenos de alegría, se ponen en camino a donde la luz nacía, para ayudarla a nacer.
Miro el nacimiento de Belén a través del telescopio Webb, a millón y medio de km. de distancia, a la luz que le llega desde mucho más lejos. ¿Cómo de lejos? Calcula los segundos que hay en 13.700 millones de años, y multiplica la enorme cifra (que la calculadora de mi móvil no me da) por los 300.000 km. por segundo que recorre la luz. Mira a Jesús desde esa distancia, reubícalo en su irreductible y preciosa particularidad, un punto infinitesimal en un universo infinito, y quiérelo más y sigue su estela de bondad subversiva.
Con toda probabilidad, nació en Nazaret hacia el año 4 a.C., hace 2025 años, mucho menos que un milisegundo del universo, ahora mismo. Es un ser humano, varón, judío, de la especie Homo Sapiens, aparecida en este pequeño planeta hace muy poquito, 300.000 años, y que, como todas las especies vivientes, muy pronto mutará –la haremos mutar– y será reemplazada por otra especie que podrá ser mucho más humana o… aun más inhumana, en nuestras manos está. Aprende a leer los relatos evangélicos más allá de la letra, no como crónicas, sino como metáforas y poemas simbólicos, como oráculos proféticos que no hablan de lo que pasó, sino de la utopía de un nuevo mundo posible: justo, hermanado, feliz. En la nueva cosmología sin centro ni cima, en el universo infinito sin jerarquía al que nos abre el Web, no podemos seguir manteniendo la vieja teología geocéntrica ni la cristología antropocéntrica (y de la Iglesia ¿qué decir?). No podemos, por ejemplo, seguir imaginando a Jesús como única encarnación de un “Dios supremo” en un cosmos formado por billones de galaxias e innumerables planetas por descubrir e incluso por formarse. Jesús es único, como toda forma en este universo, pero no es el solo único, sino un único entre únicos, finito e inacabado, hermano solidario de todos los vivientes, hermano en camino hacia la plena fraternidad universal, encarnación particular hacia el pleno abrazo de la Paz y de la Justicia, hacia la plena Encarnación del Deseo y del Amor universal.
Miro a Belén desde Webb, pero no quiero dejar de mirar a Webb desde Belén. Quiero mirar el universo a la luz que emana de la carne particular y entrañable de Jesús. Belén, “casa del pan”, es símbolo mesiánico de la esperanza de un mundo liberado de la inequidad y del hambre. La luz particular de Jesús, como todo rayo de luz, me abre a la infinita luz universal. Es la misma luz, pero necesito unos ojos en que descubrirla.
Miro a Webb desde Belén, porque necesito confiar en que el cosmos sin medida al que nos asoman los espejos de berilio y oro del prodigioso telescopio no es puro caos huérfano y errante. Al fin y al cabo, es un pobre telescopio humano en busca de luz siempre más lejos, fuera, y siempre más cerca, dentro. Necesito confiar en que aquello más bello que cuentan los cuentos es verdadero, a pesar de todo, y en que el secreto del universo es la humilde ternura, la sencilla bondad feliz de Belén. Lo necesito, lo reconozco y no me avergüenzo. Todo el mundo necesita su Belén, cada uno el suyo, para reavivar la llama de lo más humano, para ver lo Invisible en todo lo visible. Si, de Belén a Webb y viceversa, aprendiéramos a mirar, veríamos nacer la luz en lo más cercano y en lo más lejano, en lo profundo de nosotros mismos y de todo cuanto es.
Aizarna, 25 de diciembre de 2021
Y además el tal Harari dice que la idea de Jesús “los pobres siempre estarán entre vosotros” es puesta en duda por la ciencia y el progreso…Cosa que yo ciertamente no dudo,lo que falta es voluntad de acabar con esta tragedia.La cita del evangelio:”pobres siempre tenéis con vosotros…”(Marcos 14,7)
Y ,sin embargo, Nicolás ,Harari minimiza el problema del hambre en el mundo(página 295,De animales a dioses).Según el informe SOFI(por sus siglas en inglés) dice que en 2019,690 millones de personas pasaban hambre en el mundo…A finales de 2020 entre 760(lo digo de memoria ) y 811 millones de personas se levantan si van a comer ese día…Lo llamemos hambre o desnutrición es completamente demencial minimizar está tragedia,ni en nombre de un alegato a favor de la ciencia y del progreso que le leo aquí a Harari…Máxime cuando se reconoce explícitamente que el problema de otra parte de la humanidad es la obesidad…Ya me ha caído mal este tío…
Es genial, Joxe, la lectura e intrepretación que das a la misión científica del fabuloso telescopio James Webb que hace poco fue lanzado al espacio, sucita sentimientos y emociones más hermosos…y tambien me deja esta interrogante, entre otras. Cuando dices: “Hoy, Navidad, será lanzado al espacio un telescopio gigante que podria llegar a ver el nacimiento de la luz en nuestro universo”…¿se estaría plantendo también la posibilidad, de las ansias que alberga la humanidad sobre el “viaje en el tiempo?…Estoy pensando en la obra “Caballo de Troya” de J.J. Benites…Finalmente, me adhiero, casi con fervor, a lo que expresa el amigo Javier Pelaez: “Yo entendería si nos dijeran: “Hemos acabado con el hambre en el mendo”…Regalo de Navidad coj….”
Entiendo que Arregui que es un poeta nos haga esta reflexión poético-mística.Lo que ocurre es que yo no siento esta fascinación…Yo leo al director general de la Agencia Espacial Europea:”Hoy le hacemos un enorme regalo de Navidad a la humanidad” y me quedo bastante perplejo…Sobre todo si un astrónomo dice más adentro que no tienen ni puta idea de lo que van a encontrar…Yo entendería si nos dijeran “hemos acabado con el hambre en el mundo”…Regalo de Navidad cojonudo…O por ejemplo:”a partir de ahora las guerras son sólo entre robots asesinos” y van a ser televisadas…Un suponer,ja,ja,ja…Hay muchos otros ejemplos… Entiendo que todo este ingente gasto requiere su épica…Yo no entiendo mucho el propósito moral de todo esto,ni tampoco la emoción del evento…
“Necesito confiar en que aquello más bello que cuentan los cuentos es verdadero, a pesar de todo, y en que el secreto del universo es la humilde ternura, la sencilla bondad feliz de Belén. Lo necesito, lo reconozco y no me avergüenzo. Todo el mundo necesita su Belén, cada uno el suyo, para reavivar la llama de lo más humano, para ver lo Invisible en todo lo visible. Si, de Belén a Webb y viceversa, aprendiéramos a mirar, veríamos nacer la luz en lo más cercano y en lo más lejano, en lo profundo de nosotros mismos y de todo cuanto es.”
Entiendo a Arregi porque a mi me pasa igual. Eso numinoso e inefable que nos transciende y del que creo yo que somos fractales de El, no nos basta con reconocerlo, la mente nos pide concreción, y nosotros lo concretamos en infinidad de símbolos, que son de la divinidad misteriosa.
Un sacerdote católico amigo mío, frente a un Belén de figuritas, soltó la frase “¿que seria de nuestra fe, sin los belenes y similares?”, es igual que sea un mito, Belén y Jesucristo. Al margen de cual es la autentica realidad, a muchos les vale lo que simboliza, pues muy bien por ellos y adelante, nada que objetar.
Os confieso que yo tengo mi propio “Belén” en mi mente. Cuando quiero “hablar con Dios” comienzo diciendo mentalmente invocando a Wakan-Talka (Gran Misterio) y buscando en mi mente acercarlo a mi humanidad, continuo diciendo Gran Mente y Gran Corazón. Pero me dirijo directamente al “Sol” no a los “planetas” de su orbita, porque se que Wakan Tanka que nos creo, no puede por menos que escucharnos.
Si… tengo mi “santoral” propio. El Buda, Lao Tse, Bodidarma, Dogen. Y con estos me quedo aunque obviamente hay muchos muchos mas místicos triunfadores sobre si mismo y que han alcanzado la inmortalidad.
Para mi un Buda contemporáneo es el yogui Sadhguru. buscadlo, buscadlo… en la Red, y quedareis sorprendidos.
De todos modos, cuando pienso en amor al prójimo, símbolo mítico o no. Invariablemente pienso en Jesús el judío. Cuando caiga lo que invariablemente caerá. El Jesús de los evangelios todos, seguirá siendo un símbolo de la divinidad encarnada. Grosso modo…
Feliz Navidad a los “belenistas…”
Precioso.
Feliz Navidad.