El traje nuevo del emperador, también conocido como El rey desnudo, es una fábula o apólogo del danés Hans Christian Andersen publicada en 1837. Según ella, el rey, comedido en todo excepto en su desmesurada preocupación por su vestuario, oyó un día a los sastres cortesanos Guido y Luigi Farabutto decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que cupiera imaginar, pero invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. El rey picó y contrató a los pícaros modistos, que mientras tanto iban quedándose con los ricos materiales que solicitaban para tal fin. Algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda tan misteriosamente elaborada o no, el rey envió de avanzadilla a dos hombres de confianza para cerciorarse, ninguno de los cuales podía ver la inexistente prenda, a pesar de lo cual comenzaron a alabarla.
La voz se corrió y toda la ciudad deseaba comprobar cuán estúpido era su vecino. Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda, y el rey desfiló con ella, sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla. Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje, temerosa de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo: ¡Pero si va desnudo! Entonces la muchedumbre empezó a cuchichear hasta que terminó gritando que, en efecto, el rey iba desnudo. El rey lo oyó y comprendió el engaño a que había sido sometido, pero aguantó con gran sonrojo y terminó el desfile. Otros relatos como La Tela Invisible, o El retablo de las maravillas vienen a decir lo mismo.
Salvatore Garau ha logrado lo que parecía imposible: vender el vacío. Este artista italiano de 67 años ha subastado una escultura invisible por la que alguien ha pagado 15.000 euros (18.300 dólares). Su precio inicial era de 6.000 a 9.000 euros, pero, tras varias pujas, se adjudicó por esa cantidad. La obra, bautizada como Io sono (Yo soy), es una escultura inmaterial, que no existe, o que, si lo hace, es en la mente de su creador. Estas características han provocado que muchos escépticos criticaran la curiosa creación, pero Garau se defiende argumentando que no ha vendido una nada, sino un vacío: “El vacío no es más que un espacio lleno de energía, y aunque lo vaciemos y no quede nada, según el principio de incertidumbre de Heisenberg, ese nada tiene un peso. Por tanto, tiene energía que se condensa y se transforma en partículas, es decir, en nosotros”. “Cuando decido ‘exhibir’ una escultura inmaterial en un espacio dado, ese espacio concentrará cierta cantidad y densidad de pensamientos en un punto preciso, creando una escultura que desde mi título solo tomará las formas más variadas. Después de todo, ¿no le damos forma a un Dios que nunca hemos visto?”, añade metiéndose a teólogo. Por ello, el artista señala que su obra no pude colocarse en cualquier sitio, sino que deberá estar situada en un espacio libre de obstrucciones, de unos 150×150 cm. La iluminación especial y el control del clima en ese espacio son opcionales, ya que no se puede ver la pieza de ninguna manera. Estas instrucciones irán detalladas en el certificado de garantía, firmado y sellado por el artista, que recibirá el comprador. Con formato NFT (token no fungible), el artista presenta en Nueva York otra obra invisible con la ayuda del Instituto Cultural Italiano. Se trata de Afrodita Piange (Afrodita llora), una escultura inmaterial que, supuestamente, descansa sobre un círculo dibujado en el suelo, que será lo único visible. Con estas creaciones, el propio Garau estima que ha iniciado “una nueva pequeña, auténtica, revolución”.
A la vista de lo visto (y no a la vista de lo no visto) estimo que, si tuviéramos valor para decir lo que no vemos, en lugar de permitir que el miedo nos corroa obligándonos a no decir lo que vemos y a decir lo que no vemos, tendríamos una democracia perfecta. De donde habría que deducir que la verdad es democrática, y que la democracia es verdadera, o no es democracia. Obviamente del rey abajo todos, empezando por el rey y terminando por cualquiera de nosotros, por mí mismo sin ir más lejos. Con esto no quiero decir que todo sea visible de suyo, pues uno de mis libros de caballería, El caballero inexistente, “con fuerza de voluntad y fe en nuestra santa causa”, describe la fuerza de la voluntad y el coraje de quien no presume de ninguna gesta con ningún gesto y sin presunción hasta llegar a hacerse invisible.
Si tirásemos del hilo filosófico nos encontraríamos que el ídolo esconde la verdad, mientras que el ícono la trasparenta, de donde vuelve a deducirse que la democracia que oculta lo que es y publica lo que no es, es una democracia oscura. Sería muy bonito aplicar la teoría de los colores de Goethe a la democracia. Me consuelo por lo menos manifestándolo con un formato profundamente místico:
Hagámonos de tal manera,
por medio de este ejercicio ya dicho,
y lleguemos a vernos en tu hermosura.
Esto es, que seamos semejantes en la hermosura
y sea tu hermosura de tal manera que,
mirando el uno al otro
se parezca a ti en tu hermosura,
y se vea en tu hermosura,
lo cual será transformando a mí en tu hermosura
y así te veré yo a ti en tu hermosura,
y tú te verás en mi en tu hermosura
y yo me veré en ti en tu hermosura
y así parezca yo tú en tu hermosura,
y parezcas tú yo en tu hermosura
y seré yo tú en tu hermosura y serás tú yo en tu hermosura
porque tu hermosura misma será mi hermosura.
No se me rían, por favor, y atiendan a este comentario, que valdría como fundamento de toda mística política: “Teresa de Jesús escribe Tú, Señor, me miras a mí y yo te miro a ti, pero ¡cuidado!, en ti, en ti. Llega el momento en que del Tú a mí se pasa al Tú en mí y yo en ti. Yo en mí y Tú en ti, en tu hermosura. Yo te veré, yo a ti, Tú te verás en mí en tu hermosura, y yo me veré en ti, en tu hermosura. Y, después del yo en ti y Tú en mí, se pasa al yo-Tú, al Tú-yo. Tú pareces yo y yo parezco Tú, pero no se trata sólo de parecerse; y seré yo-Tú, en ti y serás Tú-yo en ti, de manera que yo estaré transformado en Ti y, entonces, cuando esté transformado en Ti, juntos, yo en ti y Tú en mi, Tú-yo y yo-Tú, diremos al Padre: Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío[1].
Quien desprecia estos textos, ¿cómo podrá apreciar cualquier Constitución política? ¿Por qué, para qué tanta teofobia y tanta cristofobia? Y ¿no tendrá algo o mucho que ver con la demasía de sociofobia y de tuifobia? ¿No será que por falta de raíces antropológicas estemos obligados a una democracia desfondada? Mientras tanto, me sigue pareciendo nuclear aquella afirmación de Charles Péguy: “Mística republicana la había cuando se daba la vida por la república; política republicana la hay ahora, en que se vive, y de qué modo, de la República
[1] Legido, M: Aproximación a la oración de Jesús. Editorial Mounier, Madrid, 2021.
Este artículo tiene mucha miga, aunque no esté a mi alcance sonsacar todo lo que yo intuyo.
Solamente me quedo con aquello que dijo el evangelista Juan “A Dios nadie lo ha visto”, o aquel otro titular que leí hace mucho tiempo en un periódico, “y el hombre creó a Dios”. Y no olvidemos lo que el homo sapiens ha sido capaz de decir de Dios y de escribir sobre Dios. Ríos de tinta sobre dioses, ríos de sangre de unos creyentes contra otros, océanos de culturas en torno a dioses, configuración de sociedades alrededor de creer lo que nadie ha visto. Fe ciega; el catecismo que yo estudié definía la fe como “creer lo que no vemos.”
¿Por qué nos escandaliza la escultura invisible? ¿Por qué se paga tanto dinero por algo que nadie ve ni nadie ha visto, ni nadie verá?
¿La fe y la confianza requieren lo visible, lo tangible, lo comprobable racionalmente, o es sano y deseable recorrer el camino del vacío? Si bien este vacío lo vayamos rellenando nosotr@s de “cosas” como atributos, poderes, cualidades, voluntades, esperanzas, comportamientos no comprobables, esperanzas en que el vacío va a satisfacer nuestros anhelos, de cielos y de infiernos……
Muy acertado Salvatore Garau con su escultura invisible, real como la vida misma. Quien tenga ojos para ver, que vea.
Me temo haberme metido en un fango traidor, en el que puedes entrar, pero no puedes salir. Pido perdón si hiero alguna sensibilidad.
Pues sí, te estás metiendo en un jardín de difícil salida.
¿Es equiparable una escultura, algo material, con Dios?
Este hombre es un avispado vendemotos que se aprovecha de las tontunas actuales llevando al extremo que toda realidad es imaginada. Y así, mientras nos entretenemos con estas divagaciones y renunciamos a lo material, otros listos encantados en llevarse ellos lo material con toda comodidad.
Comparto el texto, hasta llegar…a lo invisible pero vendible…ahí me pierdo.
Mis capacidades no llegan hasta esas repetitivas frases.
Y lo siento de verdad.
Estimado don Rodrigo:
No suelo responder a quienes, con todo el derecho el mundo y con gratitud por mi parte, manifiestan sus discrepancias con mis pobres escritos. Hago con usted una breve excepción, no por mí mismo, sino por usted y en honor a la verdad.
En primer lugar, quizá por defecto de mi inteligencia no tan brillante, no comprendo qué relación causal intrínseca existe entre el artículo que publico y su respuesta, pero sobre todo no puedo asumir su actitud. Por eso le pregunto: ¿le molesta a usted tanto que haya escrito tres libros? A mí no me molesta que usted lea lo que quiera; al contrario, cada vez que un lector abre un libro yo le abro mi corazón. Yo nunca presumiré de haber leído libros, por malos que hayan sido, pero sólo se sabe después de haberlos leído, y no antes.
En segundo lugar, yo jamás he dicho (en ninguno de mis libros, por cierto) que fuera de la Iglesia no haya salvación, pues ni mi convicción ni mi religión me permiten ser tan cazurro. De lo que sí me puede acusar si así lo desea es de haber gozado la mejor mística, incluida la sufí, sobre la que por cierto, perdóneme, he escrito un libro.
Y no se me enfade, don Rodrigo. Usted es bien venido para mí, y ahora de una manera muy especial.
Fraternalmente
Carlos Díaz
Acabamos, si antes era fuera de la iglesia no hay salvación, ahora fuera de la mística católica del siglo xvi no hay apreciación.
Pero ni debería yo escribir aquí – non sum dignus – al no acreditar haber leído al menos tres obras del autor.